I N TEMPORE SUEBORU M E L TIEMPO D E LOS SUEVOS E N L A GALLAECIA ( 4 1 1 - 5 8 5 ) EL PRIMER REINO MEDIEVAL DE OCCIDENTE
VOLUMEN DE ESTUDIOS
Deputación Provincial de Ourense presidente: José Manuel Baltar Blanco © de la edición: Deputación Provincial de Ourense, 2018 © de los textos: sus autores © de las ilustraciónes: sus autores coordinador de la publicación: Jorge López Quiroga produción editorial: Armonía Universal – Ourense diseño gráfico, maqueta y portada: B l a u – Ourense Impresión: Imprenta Mundo – A Coruña isbn: 978-84-16643-18-9 depósito legal: ou 400-2018 [Obra incluida en el plan de publicaciones de la Diputación de Ourense 2017]
ÍNDICE CAPÍTULO I ¿Invasiones o migraciones? 1. Guy Halsall (Universidad de York) Barbarian Migrations and the Birth of Medieval Europe: From Unity to Diversity.
15
2. Michael Kulikoski (Universidad Estatal de Pennsylvania) The Invasions of 405-407: The Beginning of the End?
23
CAPÍTULO II Las gentes barbarae entre los siglos iv y vi: entre el mito y la realidad 3. Walter Pohl (Academia Austriaca de Ciencias/Universidad de Viena) The Military Transformation of the Roman World.
31
4. Eduard Droberjar (Universidad de Opole) The emergence of the Suevi and further developments in Bohemia.
35
5. Jaroslav Tejral (Universidad de Masaryk) Suebi north of the Middle Danube.
45
6. Michel Kazanski (cnrs-Colegio de Francia)-Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) – Patrick Périn (Museo Arqueológico Nacional de Francia, Saint-Germain-en-Laye/Universidad de París I-Panteón-Sorbona) Le costûme féminin «princier» de tradition germanique orientale à l’époque des Grandes Migrations en Espagne et en Gaule du sud et ses réminiscences dans le Royaume Hispano-Wisigothique.
61
7. Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) – Natalia Figueiras Pimentel (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla) La orfebrería de los «príncipes bárbaros». Estudio de las técnicas de fabricación en oro y plata de los ajuares funerarios (siglos i-vii).
85
8. Ian Wood (Universidad de Leeds) Britania and the Barbarians.
99
9. Michel Kazanski (cnrs-Colegio de Francia) – Anna Mastykova (Academia de Ciencias de Rusia, Moscú) La tombe de Hochfelden (Alsace, France).
109
CAPÍTULO III In tempore sueborum. El tiempo de los suevos en la Gallaecia iii. 1. El Regnum sueborum 10. Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid). Los Suevos y el Reino Suevo. Un viaje historiográfico y un preámbulo para una historia sin principio.
119
11. Pablo de la Cruz Díaz Martínez (Universidad de Salamanca) Requiario (448-456): Un rey para un reino frustrado.
129
12. Leila Rodrigues da Silva (Universidad Federal de Río de Janeiro) Monarquia e Igreja na Gallaecia na segunda metade do século vi.
135
13. Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) El I y II Concilios de Braga y el «Parroquial Suevo». Élites eclesiásticas y control del territorio en la Gallaecia del siglo vi.
139
14. Ruth Pliego (Universidad de Sevilla). La moneda sueva: un destello fugaz en la historia monetaria de Gallaecia.
145
15. Fernando López Sánchez (Wolfson College, Oxford) El tipo monetal visigodo de victoria con palma y guirnalda acuñado en hispania: buscando la destrucción del reino suevo de Miro (572-584).
157
iii. 2. Poblamiento y territorio en la Gallaecia de época sueva 16. Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) Hábitat, poblamiento y territorio en la Gallaecia de época sueva.
163
iii. 2.1. Los asentamientos fortificados de altura 17. Rafael M. Rodríguez Martínez (Servicio de Arqueología, Diputación de Pontevedra) «Cuando los muertos descansaban en la arena»: El yacimiento a lanzada en la tardo-antigüedad (Sanxenxo, Pontevedra).
181
18. Felipe Arias Vilas (Museo do Castro de Viladonga, Lugo /Facultad de Humanidades, Universidad de Santiago de Compostela, Campus de Lugo) O Castro de Viladonga como asentamento tardorromano.
187
19. Xullo Rodríguez González (Museo Arqueológico Provincial de Ourense) O conxunto arqueolóxico-natural de Santomé en época tardo-romana y tardo-antiga.
191
20. Brais X. Currás (Universidad de Coimbra) Recintos fortificados de cronología indeterminada en el valle del Baixo Miño: Apuntes para una interpretación histórica.
195
21. Luis O. Fontes (Universidade do Minho, Braga) O sítio arqueológico da Falperra (Braga).
201
22. Manuel Luis Real (Universidad de Oporto/Universidad Nueva de Lisboa) – António Manuel Silva (Universidad de Oporto/Universidad de Santiago de Compostela) Portumcale Castrum Novum na época sueva.
205
23. Teresa Soeiro (Universidad de Oporto) O Castro de Monte Mozinho (Penafiel, Porto) e o seu aro em época tardo-romana e tardo-antiga.
211
24. José Carlos Sastre Blanco – Patricia Fuentes Melgar (Asociación Zamora Protohistórica) El Castillón (Santa Eulalia de Tábara, Zamora): Un asentamiento fortificado tardo-antiguo en la frontera del Regnum Suevorum.
217
25. Alberto Garín (Universidad Francisco Marroquín)- Felipe Asenjo (Universidad Europea de Madrid). Bergidum (Castro Ventosa, El Bierzo, León).
223
iii. 2.2. Los núcleos urbanos principales y las aglomeraciones secundarias 26. Enrique González Fernández (Servicio Municipal de Arqueología, Ayuntamiento de Lugo) Lucus Augusti en época tardo-romana.
229
27. Manuela Martins – Jorge Ribeiro – Fernanda Magalhães – Raquel Martínez Peñín (Universidade do Minho, Braga) Braga em época tardo romana e tardo antiga.
235
28. Manuela Martins (Universidade do Minho, Braga) A ocupação tardo antiga da área do teatro de Bracara Augusta.
241
29. Vitorino García Marcos (Servicio de Arqueología, Ayuntamiento de León) – Ángeles Sevillano Fuentes (Servicio de Arqueología, Astorga) Legio (León) y Asturica Augusta (Astorga) en época tardo-romana y tardo-antigua.
247
30. Pedro Mateos Cruz (Instituto de Arqueología de Mérida-csic) La Mérida tardorromana: de capital de la diocesis hispaniarum a sede temporal de la monarquía sueva.
253
31. Maria do Rosário Morujão (Facultad de Letras, Universidad de Coimbra) Lamego no tempo dos Suevos.
259
32. Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) Conimbriga en época sueva. Evolución y transformación de una ciuitas romana en la Antigüedad Tardía.
263
33. José María Eguileta Franco (Departamento de Arqueología, Ayuntamiento de Ourense) Auria en época tardo-romana.
269
34. Silvia González Soutelo (Universidad de Vigo, Facultad de Historia, Campus de Ourense) El enclave de Tude/Tudae entre el período romano y altomedieval.
273
35. José Suárez Otero (Universidad de Santiago de Compostela) Iria Flavia: de puerto romano a centro de poder suevo.
277
iii. 2.3. El ámbito rural 36. Álvaro Rodríguez Resino El yacimiento de ‘Adro Velho’ (O Grove, Pontevedra).
283
37. José Carlos Sánchez Pardo (Universidad de Santiago de Compostela) La ocupación tardo-antigua del yacimiento de A Cidadela (Sobrado dos Monxes, A Coruña).
287
38. Silvia González Soutelo (Universidad de Vigo, Facultad de Historia, Campus de Ourense) El yacimiento de Moraime (Muxía, A Coruña).
291
39. Avelino Gutiérrez González (Universidad de Oviedo) El territorio y poblamiento rural asturleonés en época sueva y visigoda.
299
40. Margarita Fernández Mier (Universidad de León) Asturias en época tardo-antigua.
305
41. Paula Ballesteros Arias (Instituto de Ciencias del Patrimonio, incipit-csic-Santiago de Compostela). Una aproximación al estudio del paisaje agrario en Galicia en época sueva.
309
iii. 3. El comercio en la Gallaecia de época sueva 42. Adolfo Fernández Fernández (Universidad de Vigo, Facultad de Historia, Campus de Ourense) El comercio en el noroeste peninsular en época tardo-antigua (siglos iv al vii).
317
43. Enrique Alcorta Irastorza (Museo Arqueológico Provincial de Lugo) Panorámica breve de los procesos de producción/distribución/comercialización de materiales cerámicos de Lucus Augusti.
331
44. Rui Morais (Universidad de Oporto) – Mario Barroca (Universidad de Oporto) Braga e Falperra na época sueva: dois sítios, uma sede.
343
iii. 4. La edilicia cristiana en la Gallaecia de época sueva 45. Artemio M. Martínez Tejera (Universidad Autónoma de Madrid) La «influencia oriental» en la arquitectura cristiana de Gallaecia in Tempore Sueborum.
349
46. Justino Maciel (Instituto de Historia del Arte, Universidad Nueva de Lisboa) Existe uma arte sueva?
359
47. Antonio Rodríguez Colmenero (Universidad de Santiago de Compostela) Santa Eulália de Bóveda: trazos cronológicos en la evolución de una edificación sacra a lo largo de la Antigüedad Tardía.
363
48. Antonio Rodríguez Colmenero (Universidad de Santiago de Compostela) El oratorio paleocristiano de Ouvigo (Os Blancos, Ourense): breve revisión.
365
49. Rebeca Blanco-Rotea (Universidad de Santiago de Compostela/Universidade do Minho, Braga) Un pequeño edificio del siglo vi oculto bajo la basílica de la Ascensión (Santa Mariña de Aguas Santas, Ourense).
367
50. Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) – Natalia Figueiras Pimentel (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla) Ecclesia edificata inter alpes roccas nominata. El complejo rupestre de San Pedro de Rocas (Esgos, Ourense).
373
51. José Avelino Gutiérrez González (Universidad de Oviedo) El conjunto cultual cristiano de Marialba de la Ribera (Villaturiel, León).
395
52. Pedro Mateos Cruz (Instituto de Arqueología de Mérida) El complejo cultual cristiano de Santa Eulalia de Mérida.
399
53. Luis O. Fontes (Universidade do Minho, Braga) O sítio arqueológico de Dume (São Martinho).
403
54. J. A. Gonçalves Guimarães (Núcleo museológico ‘Solar Condes de Resende’) O edif ício de tradição romana sob a igreja do Bom Jesus de Gaia (Vila Nova de Gaia – Portugal) destruído nos últimos dias do reino dos Suevos.
409
55. Lino A. Tavares Dias (Universidad de Oporto) A igreja tardo-antiga em Tongobriga (Freixo, Marco de Canaveses, Porto).
413
iii. 5. El mundo funerario en la Gallaecia de época sueva 56. Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) Redimensionando el estudio del mundo funerario tardo-antiguo. Pervivencia y transformación en los ritos y prácticas mortuorias en la Gallaecia de época sueva.
421
57. José Suárez Otero (Universidad de Santiago de Compostela) Compostela, Santiago y los confines del reino suevo.
439
58. Patricia Valle Abad (Universidad de Vigo, Facultad de Historia, Campus de Ourense) La necrópolis medieval de la capilla de San Salvador das Rozas (Medeiros, Monterrei, Ourense).
443
59. Silvia González Soutelo (Facultad de Historia, Campus de Ourense, Universidad de Vigo) El yacimiento de Currás-Tomiño.
447
60. Andreia Arezes (Universidad de Oporto) Beiral do Lima: uma necrópole do século V no território da Gallaecia.
453
61. Francisco Javier Heras Mora (Servicio de Arqueología, Junta de Extremadura) – Ana Belén Olmedo Gragera Rechila, rex suevorum, emeritam ingreditur. La sedes regia de Mérida a través de sus princesas.
457
62. Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) Las laudas funerarias con la representación del orante y la estola: Élites eclesiásticas, jerarquía y territorio en la Gallaecia tardo-antigua.
461
63. Olalla López Costas (Facultad de Biología, Universidad de Santiago de Compostela) Salud y dieta en la Gallaecia de los siglos iii al viii a través de los esqueletos.
469
64. Celia Chaves Rodríguez (Universidad de Extremadura) Salud y enfermedad a través de los indicadores patológicos de la necrópolis tardo-antigua de Mérida.
477
In Tempore Sueborum, nuestra identidad cultural Creo, sin lugar a dudas, que la exposición In tempore Sueborum, que organizó la Diputación de Ourense, ha sido la más importante en la historia de la provincia. Ninguna otra se ha celebrado contando con piezas de treinta y nueve museos de diez naciones diferentes. Nunca se había investigado tan a fondo esa etapa histórica cuando hace mil seiscientos años el Reino suevo de la Gallaecia constituyó el primer reino medieval de occidente y el primer estado de Europa. En ningún caso tantos ourensanos y visitantes, es un hecho el récord de éxito de público, habíamos reflexionado tanto sobre nuestra identidad lejana cuando nuestra tierra llegó incluso a ser capital de esa realidad. No quiero obviar la importancia del ciclo paralelo de conferencias, dentro del Foro La Región, donde destacados especialistas internacionales volcaron en Ourense sus conclusiones y opiniones acerca de un momento de la historia de la humanidad donde este territorio tuvo un protagonismo innegable. Lo hicieron además en un momento en el que, en otras latitudes no muy lejanas, se hablaba de conceptos como nación o estado, cuestiones en las que en la Gallaecia fuimos pioneros. Las visitas a centros obligados de peregrinación dentro de la provincia para entender esa etapa también fueron una constante, ocupando un lugar preferencial San Pedro de Rocas en el ayuntamiento de Esgos. El documental realizado para no olvidar la preparación, montaje y filosof ía de la exposición sirve también de testigo de la favorable acogida ciudadana y de crítica a tan magno acontecimiento cultural. Las dos ediciones que editamos del catálogo, en tres idiomas, agotadas, hablan también alto y claro de la calidad de una publicación que dif ícilmente será superada como volumen de consulta e información sobre ese momento histórico. Las colaboraciones científicas que conforman el volumen que tienen en sus manos cuentan con la solidez y contundencia que caracterizaron a este proyecto expositivo. Nadie puede cuestionar la investigación, el rigor, la preparación e, incluso, la pasión de los autores, para ser capaces de presentar otra publicación incomparable cuyo valor se acrecentará con el paso del tiempo. Mi más sincera felicitación y mi reconocimiento permanente por su dedicación y compromiso a todos los que la han hecho posible. Muchas gracias.
En estos párrafos que me corresponde redactar no puede faltar mi agradecimiento a los «autores materiales» de In Tempore Sueborum. Hablo de los comisarios Jorge López Quiroga y Artemio M. Martínez Tejada. Jorge López, nos conocemos desde niños, tardó un segundo en convencerme de la importancia y magnitud del proyecto. Las vi desde que articuló la primera palabra. Por eso el gobierno provincial que presido apostó de forma total por su organización y financiación. Y fue capaz de convencer a otras entidades y administraciones para que cooperaran en el proyecto. En esa línea obtuvimos del Ayuntamiento de Ourense y del Obispado la puesta a disposición de dos sedes más que se unían a la del Centro Cultural «Marcos Valcárcel» de la Diputación. Tengo que agradecer también la colaboración económica de la Xunta de Galicia y de Abanca, definitiva para amparar toda la ilusión y garra que depositamos en esta iniciativa inolvidable. Pasión por Ourense. Pasados los meses son continuadas las opiniones y referencias, nacionales e internacionales, a In Tempore Sueborum. El retorno de este evento es permanente. Y la ventaja añadida de haber sido capaces de demostrar la capacidad organizativa de Ourense, visibilizando su disposición a figurar en el circuito de las grandes exposiciones internacionales. La llama de los suevos, la impronta de In Tempore Sueborum, alumbra el camino que debemos seguir desde el gobierno provincial, una decisión avalada por resultados positivos tanto en la senda de la divulgación científica, reforzando nuestra identidad como pueblo, como en el siempre objetivable éxito turístico. Ourense es cultura e historia. Hemos sido capaces de materializar las bondades del turismo cultural. Gracias a los suevos por supuesto. Gracias a Jorge y a Artemio pero también a todos los que la han hecho posible, mencionando a Aurelio Gómez Villar y su incansable labor cultural, colaboradores, voluntarios, copatrocinadores… Gracias a los autores de los textos publicados. Y Gracias Ourense, por demostrar que era posible. José Manuel Baltar Blanco Presidente Deputación de Ourense
CAPÍTULO I ¿INVASIONES O MIGRACIONES?
Barbarian Migrations and the Birth of Medieval Europe From Unity to Diversity Guy Halsall (Universidad de York)
Introduction
Relationships between Empire and barbaricum
I
In traditional accounts, the imperium Romanum and the barbarian lands formed two separate worlds in perpetual confrontation. Barbarians were believed to have an insatiable desire to conquer the Empire so that the limes had constantly to be reinforced to keep them out. In this view of the Fall of the Roman Empire, the Huns caused this pressure to become irresistible. The frontiers collapsed and barbarians ‘flooded’ into the provinces. All these ideas are questionable. Wars between Romans and barbarians could be very damaging, for Roman provinces ravaged by barbarian warbands and for areas of barbaricum harried by larger Roman armies in reprisal. Young warriors raided imperial territory to acquire loot and captives for many reasons but warlike relations were not the only ones that existed between the Empire and its northern neighbours and it is unlikely that they formed the most common, let alone the usual, situation. The frontier was heavily defended, it is true – even in the late fourth century, but this was not simply to hold back hordes of invaders. Indeed, that might have been one of the less important reasons for the Romans’ concentration of troops, and expenditure of resources, on the frontier. sThe military balance of power was overwhelmingly in the Romans’ favour. With at least 400,000 well-equipped, -armoured and -supplied soldiers to draw upon, with its network of solid, stone fortifications, its expertise in siege warfare and its complex logistical organisation, there was no way that the Empire’s existence could have been threatened by even the largest barbarian confederacy. Roman reports of barbarian armies numbering tens of thousands of warriors cannot be taken seriously.5 The Roman obsession with the limes was produced by imperial ideology and politics.6 Good imperial rulership involved devoting time and energy to the frontiers, ensuring that the barbarians were kept out. It also involved winning victories over neighbouring peoples. These ideas required the stationing of armies along the frontier. Keeping a large army at the centre of the Empire was dangerous. First, such a display would look very much like tyranny to the Empire’s political classes; second, troops on the frontiers, far from direct control, were likely – as second- and third-century history had repeatedly shown – to raise their commanders to the purple; and third, by staying with a large military force in the centre of the Empire an emperor abandoned the notions of ‘good rulership’, which required campaigning on the frontiers. It made sense, therefore, for fourth-century emperors to move their political capitals to towns like Trier or Sirmium, close to the limes, and to keep a large body of their best troops under their immediate control, ostensibly to fight the barbarians but actually to counter threats to their authority from the within the Empire, like rebellions and usurpations. This ‘inside-out’ Empire, with the political centres on the fringes of imperial territory, was vital to the cohesion of the imperi-
t is traditional to trace the origins of medieval – and even modern – Europe to the end of the Western Roman Empire and the so-called Barbarian Migrations. The ruling classes of much of Europe claimed descent from the barbarians who were believed to have conquered and supplanted the Roman Empire. Conquest of the Roman Empire was necessary for the medieval to come into existence: the ‘Middle Age’ lay between the demise of the classical world and its supposed rediscovery in the Italian Renaissance. For centuries, any debate focused upon whether the collapse of the Empire had been a good thing or a tragedy rather than upon whether Rome’s fall was really caused by barbarian invasion. The notion that the Middle Ages were created by ‘Germanic Migrations’ from east of the Rhine was not much challenged before the modern period and doubts about the issue only gained historiographical momentum from the very end of the nineteenth century. Historians like N. D. Fustel de Coulanges and of course Henri Pirenne proposed that the ‘Barbarian Migrations’ played no significant role in crucial areas, such as governmental or administrative institutions or economic structures. These largely remained the same throughout the migration period and sometimes beyond.1 Crucial for the modern disciplines of History and Archaeology was the development of the notion of Late Antiquity after the Second World War, culminating in Peter Brown’s classic, The World of Late Antiquity.2 The idea of Late Antiquity combined numerous strands of historical research, some with quite deep roots, around the idea that there was much similarity between the third-century Mediterranean World and that of the seventh century. The fifth-century ‘fall’ of the Western Roman Empire and the Barbarian Migrations did not, therefore, mark a great historical rupture. This view stresses continuity and a much more gradual evolution of the Western Roman Empire into we might call ‘Medieval Europe’. There is much debate about the ‘Late Antique’ interpretation.3 Is ‘Late Antiquity’ a Mediterranean as well as an imperial Roman phenomenon? Important work about Late Antiquity has often concerned Mediterranean, particularly eastern Mediterranean, society? Do places outside the Empire have a late antique phase of history?4 Can they have such a period? The classic studies of Late Antiquity have also focused on religious and cultural history. Were changes that took place in the spheres of political, military or economic history, or in the history of social structures unduly neglected? The late antique paradigm has, moreover, never seemed to know what to do with the phenomenon of barbarian migration that concerns this chapter.
1 For this historiography, see Wood 2013; James 2009 is the best guide to debates about the barbarians. 2 Brown 1971. 3 James 2008 and other articles in the same issue of the journal; Rousseau (ed.) 2009. 4 Halsall 2012a.
5 For a general survey of the frontier and Romano-Barbarian relations see Halsall 2007:138-62, with references. 6 Drinkwater 1996; 1997; Elton 1996; Whittaker 1994.
15
um. The ‘barbarian threat’ was thus magnified in imperial ideology to proportions far greater than those it really presented. Late antique Romano-Barbarian relations took many forms other than those of raid and counter-attack. The Romans used the barbarians and vice-versa. The logistical needs of large concentrations of Roman troops and civil servants on the frontiers were partly met through commerce with the frontier peoples. This trade was a motor for barbarian social development. The stability of the limes was maintained through alliance networks with barbarian rulers.7 The recruitment of barbarian warriors constantly topped up the ranks of the army’s élite regiments, especially, and simultaneously deprived barbarian leaders of manpower. As the size of the Roman army grew while that of the imperial population did not, this was particularly important. The Empire was, if anything, even more important to the barbarians. Roman gifts and diplomatic patronage were vital to barbarian politics.8 In fourth-century Germania Magna, Roman culture and political ideas dominated. Roman material is found in lavish inhumations and elements of Roman uniform in cremation burials; Alemannic leaders apparently copied Roman official metalwork to give to their followers as badges of rank. An Alamannic king even named his son Serapio! It is hard to know exactly how the inhabitants of barbaricum used imperial symbols, how they adapted them and what was ‘lost in translation’ but, clearly, Roman expressions of power dominated political discourse. By AD 300 it is difficult to identify an entirely non-Roman vocabulary of power. The Empire was a world power which, in political, military, economic or cultural terms, had dominated the lands east of the Rhine for nearly four centuries. It is entirely to be expected that when barbarians thought of power they thought of the imperium romanum and its ruler. The Empire presented other prospects. In the later fourth century, developments in imperial administration meant that non-Romans could reach the very highest military ranks and play a dominant political role. The Empire also accepted immigrants from barbaricum and their families, especially when this brought lands back into cultivation and yielded extra fiscal income. Successful raids produced booty that barbarian leaders could distribute to followers to cement their loyalty but this could be risky; because Roman forces were larger and better equipped, imperial reprisals were far more ferocious and damaging than barbarian raids. Some raids, therefore, seem to have represented ‘bargaining’. The Alamans attacked the Empire when they received less valuable diplomatic gifts than expected.9 A raid demonstrated power or at least ‘nuisance-value’, which the Romans might want to neutralise through diplomatic payments or political support. Romans encouraged barbarian leaders to attack their Roman rivals during civil wars, authorising the acquisition of the loot that oiled the cogs of barbarian politics. This was a dangerous strategy nonetheless. Romans always prioritised the threat posed by imperial rivals over that presented by barbarian attackers – a Roman enemy’s military capacities were far greater than any invader’s. The first task of the victors in civil war, however, was to make an example of any barbarians who had taken the opportunity of that strife to attack imperial territory. This restored peace and order and demonstrated the winners’ ability to conduct proper imperial activity, in line with the ideology discussed above. It is most important point to remember that the Roman frontier was emphatically not a zone of constant military tension, wherein the slightest weakening of the imperial defences would lead to the
7 Heather 2001. 8 For an overview of barbarian society and politics, see Halsall 2007:118-36. 9 Ammianus Marcellinus, Res Gestae 26.5.7.
16
‘dam’ breaking and the barbarians ‘flooding’ in. The limes were no more like that than a modern border between nations necessarily is.10 A key aspect of frontier relations was that losers in barbarian politics, especially factions supported by the Romans, habitually fled for refuge in the Empire. This had happened since Republican times. The Romans accepted their friends’ surrender and settled them inside the limes. This cycle continued to repeat through late antiquity and beyond. The so-called ‘Great Migrations’ of the late fourth to sixth centuries can be seen to have fitted the pattern. There were recognised routes to the limes, points of entry, and organised mechanisms by which appeals to enter were adjudicated. There were means of receiving immigrants into imperial society and communities to which newcomers could be assigned. Because much migration into the Empire was cyclical – barbarians entered the empire, served it or worked in it for some time and then returned home – and because of the arteries of trade, information about the possibilities for migration could spread into non-Roman territory. Inhabitants of Germania Magna knew of specific opportunities and communities into which they could fit inside the Empire. It is important to remember that there were specific routes and mechanisms for migration. None of this represented a primeval surge towards the Mediterranean, a general ‘flooding’ over the frontiers or a chaotic set of random population movements, no matter how it may have seemed to the Romans at times.11
The Gothic Crisis12 The crisis that broke in 376 must be seen in this context. Traditionally the migrants are supposed to have represented the Tervingian Gothic people, fleeing from the Huns, a terrible new force who had already defeated the Alans and Greuthungian Goths. The Romans could not keep this horde out and so had to admit them, but in disorganised and corrupt fashion. The Goths kept their weapons and local Roman officials exploited them for their own ends. The result was a Gothic uprising. Joined by other Goths and Huns from across the Danube, they ravaged the northern Balkan provinces until a large Roman army confronted them near Adrianople in 378. The Eastern Roman army was destroyed and the emperor Valens killed. The Goths were unable to capture Constantinople but plundered the Balkans for four more years until Valens’ successor Theodosius signed a treaty recognising the Goths as a semi-independent people within Roman territory. Nearly three decades of scholarship and close analysis of the evidence have questioned almost all the elements of this story. Rather than a bolt from the blue, a deus ex machina in the drama of Roman-barbarian relationships, the Huns had probably been neighbours of the Greuthungians for a decade or more prior to 376. Ammianus’ celebrated picture of them is a patchwork of standard Roman ethnographic depictions of ‘extreme barbarians’ rather than an accurate description of new, terrible steppe nomads.13 An overlooked cause is Valens’ war against the Goths in 367-9. Ostensibly a reprisal for Gothic support of a rival three years previously, this was Valens’ attempt to win the great victory over barbarians required by the ideology of good imperial rule. Valens failed and, in 369, trouble on the Persian frontier compelled him to make peace with Athanaric, the Tervingian iudex (judge)
10 Halsall 2014. 11 Halsall 2014. 12 There are many studies of this crisis: Burns 1994; Halsall 2007:170-85; Heather 1991:122-56; 1996:98-102, 130-8; Kulikowski 2006:123-53; Lenski 1995; 2002:320-67; Wolfram 1988: 13 Ammianus, Res Gestae 31.2.1-12; Halsall 2007:171-2.
or leading ruler. This was not the triumphal outcome Valens wanted and in some ways a rather embarrassing failure but it was hardly a victory for the Goths either. The Romans had ravaged their territory for two of the past three years. Athanaric had failed to defend his people. Defeats had been suffered by all the trans-Danubian barbarians: Tervingians, Greuthungians and Alans. Furthermore, the Romans ceased the traditional diplomatic gifts to the Tervingians and restricted the number of markets where the Goths could trade with the Empire. This dramatically reduced access to the Roman goods so important in barbarian politics. Athanaric’s authority was questioned and in response he persecuted the Gothic Christians. Civil war broke out, with the Romans apparently supporting one faction.14 The Greuthungians were probably similarly destabilised by Valens’ war. This turmoil enabled the Huns to intervene – the sources mention that they allied with some Gothic groups. Athanaric was defeated and withdrew with his followers into the mountains. His enemies, grouped around Fritigern and Alaviv, alongside a losing Greuthungian faction, fled to the imperial border and asked for admittance. This process, as noted, had happened many times over the centuries. The scale of the Gothic receptio (admitting a barbarian group) was unusual but not unprecedented. Crucially Valens was far from the scene of the action, trying (and again failing) to find his great victory over barbarians, this time Persians. Communication was slow and he was badly informed. Roman forces could have kept the Goths out but could not, as they were evidently ordered to do, admit the Tervingians but exclude the Greuthungians, disarm the former and escort them into the interior. Far from the emperor’s gaze, local officials were able to exploit the starving Goths. The situation got out of hand and when Valens extricated himself from his Persian war the Gothic rebellion was in full flow. The catastrophe at Adrianople also resulted from Valens’ need for a triumphal victory to bolster his rule. Rather than await the arrival of Gratian, his nephew and co-emperor, and thus share the glory, the eastern army hastened into battle without a plan, to disaster. Adrianople ended the Eastern Empire’s ability to raise an effective field army for perhaps a decade. The Goths were worn down through attrition and starvation. The end of the crisis was clearly a relief to Theodosius but there was no triumphal celebration. Nonetheless, the Goths had been beaten and had surrendered, as all contemporary sources agree. The first author to mention a foedus or treaty was Jordanes, nearly two hundred years after the event. The Goths were split up and settled. Many joined the army, where, after Adrianople, the Romans were only too happy to employ them. The idea of a semi-independent Gothic polity inside the Roman Empire is a myth based upon Jordanes’ questionable account and upon modern historians attempting to reconstruct the terms of the supposed foedus from particular readings of what later Gothic leaders wanted from their dealings with the Romans. The Goths who crossed the Danube in 376 ceased to exist as a unified group after 382. The group which emerged in the 390s was quite different.
The ‘Perfect Storm’: The West, 383-421 In 383, the western emperor Gratian was overthrown by Magnus Maximus, commander of the British army. Maximus soon controlled all the West except for Italy and North Africa. Gratian’s young half-brother Valentinian II remained in control there, protected by his brother-in-law Theodosius. Gratian had moved the court from Trier to Milan in 381, causing resentment amongst the Gallic aristocracy, which had been prominent in his government, and threatening the efficient dis-
14 Lenski 1995.
tribution of patronage that maintained social stability in the north-west. Maximus ruled at Trier for five years. In 387, however, he expelled Valentinian II, who fled to Constantinople. Maximus perhaps thought that his links with Theodosius – they were both Spaniards and had served together – would lead the latter to acquiesce in his invasion. He was wrong. Theodosius invaded the West and, after two heavy defeats in the Balkans, Maximus committed suicide. Imperial government never properly returned to northern Gaul after Maximus’ suppression. Valentinian II reigned from Vienne in southern Gaul. In 392, Arbogast, his Frankish Master of the Soldiers, either murdered Valentinian II or drove him to suicide. He put a rhetorician called Eugenius on the throne and civil war was again inevitable. Theodosius’ army destroyed the western field army at the River Frigidus (5-6 September 394) but died in Milan in January 395, leaving the two halves of the empire to his sons, the East to Arcadius and the West to Honorius. At this point several factors came together to undermine the ‘inside-out Empire’. The political history of the period between 395 and 421 is extremely complicated and there is no space here to do more than sketch its principal features. These two decades were of critical importance, however, not simply for creating the geo-political situation which defined the parameters of fifth-century military and political history but also for establishing crucial precedents. Perhaps the single most important factor that led to the break-down of the fourth-century system of government was the youth of the emperors Arcadius and Honorius, and their political inability even after they came of age. The effective operation of the Roman Empire after the third-century crisis had relied upon an able adult emperor to distribute and redistribute imperial patronage and thus keep the Empire’s most important interest-groups content and in balance. After Theodosius’ death, in the eastern and western courts different factions competed for the regency control of the palace and the emperors. The courts also squabbled with each other over crucial territories in the Balkans and over the fact that the western regent, Stilicho, claimed to have been given regency over the East as well. Although Stilicho clung to power for thirteen years, the politics of regency required constant attention to court intrigue. The empire looked inwards and, as a result, the management of imperial patronage and the checks and balances between regional aristocratic groups was neglected. So too was the maintenance of imperial frontier policy. This had devastating results, which can be discussed in turn: rebellion and usurpation; barbarian invasion; and federate revolt. Occurring together, they created a ‘perfect storm’. Northern Gaul and Britain had relied, in different ways, upon the presence of the heart of imperial government on or near the Rhine frontier.15 Involvement in imperial bureaucracy, tax-collection and the supply of the frontier armies appears to have been essential to maintaining Britain’s stability and prosperity. The northern Gaulish landscape had, after the third century, been harnessed to the supply of the large armies and the concentration of imperial civil servants on the Rhine. The state and its officials appear to have been the most important landowners north of the Paris basin.16 The removal of the heart of imperial government to southern Gaul and then, definitively, to Italy plunged both areas into crisis, visible archaeologically in the abandonment of villas, the decline of towns and signs of local stress and competition in the furnishing of graves. In southern Gaul, aristocrats had become used, during the later third and fourth centuries, to having an emperor close to them and indeed to taking a prominent role in imperial government. The imperial court’s departure for Milan and then Ravenna threatened to end this. It is unsurprising, therefore, that rebellion broke out in Britain in 406 and quickly spread to Gaul, then
15 Two classic studies of late of Roman Britain are Esmonde-Cleary 1989 and Gerrard 2014. 16 For this interpretation, see Halsall 2012b and references.
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Spain and, briefly, North Africa. For the next eight years a series of usurpations created disunity and damaging civil war beyond the Alps.17 Apart from underlining and exacerbating the effective withdrawal of government from the areas north of the Loire, this warfare further prevented the recreation of a coherent, effective western field army as different western armies tore each other apart in repeated battles. This feature cannot be stressed too strongly. The consequences of the end of properly-managed frontier policy were unsurprising. The empire’s system of alliances and diplomatic payments was essential to social and political stability throughout barbaricum, but especially in the heart of Germania Magna. Around 400, archaeological signs of socio-economic crisis are found along the North Sea Coast, occupied by the Saxon confederacy, which might have fragmented. Political strife broke out in barbaricum. North of the Danube, destabilised by Valens’ war in the 360s and by the Gothic crisis after that, a new hegemonic power emerged: the Huns. Leaders who had relied upon their links with Rome found that imperial support for their position was now unreliable, their power was threatened, and their rivals seem to have sided with the Huns in the ensuing civil strife. The old cycle was repeated with yet more dramatic results. Another faction of Goths, led by one Radegaisus, invaded Italy before being defeated by Stilicho. An even worse consequence was the so-called ‘Great Invasion’ by groups from various peoples of central Germania: Vandals, ‘Sueves’ (possibly an Alamannic faction; possibly a group from the interior of Germania Magna) and Alans. They crossed the Rhine at the end of 405 or 406, followed shortly afterwards by the Burgundians. The Rhine frontier appears to have been largely unguarded by the Romans (the troops seemingly having been removed to fight in the various civil wars), its defence having been given over to the Frankish kings, who fought hard to stop the invasion. The invaders rampaged through northern Gaul. By 420 the surviving elements of the invasion formed two groups: the Sueves, in north-western Iberia, and the Vandals and Alans, at that point operating in southern Spain. The third element of the ‘perfect storm’ was federate revolt. As noted, the destruction of the eastern field army at Adrianople had led to the recruitment of large numbers of experienced Gothic warriors. Entire armies seem to have been composed of Goths, formed into regiments of a new sort, called foederati.18 The most famous federate leader, Alaric, was only one of several powerful Gothic commanders active around 400: others were Gaïnas, Fravitta, Tribigild and Sarus. The number of Goths in the army was clearly a problematic issue for some Roman political factions and could be used as an effective rallying cry – a political manipulation of suspicions about immigrants that is all-too familiar. There were two massacres of barbarians in the first decade of the fifth century, one in Constantinople in 400, and another, including the wives and children of Gothic recruits, in Italy in 408. Even faithful soldiers like Fravitta found that in this climate his Gothicness counted for more than his loyalty: he was murdered shortly after defeating a rebel Gothic commander, Gaïnas. Whether Gothic soldiers and their leaders were more mutinous than their Roman counterparts is disputable but the anti-barbarian ethnographic rhetoric projected against them doubtless added a very specific element to their actions. It certainly raised the stakes involved in any participation in high politics. Perhaps this made the bond between Gothic soldiers and their commanders even closer than was usually the case in the Roman army. The late fourth century had seen several non-Roman army officers rise to the very highest positions in western Roman politics: Arbogast, Bauto and Stilicho are only three examples. These officers appear, unlike so many powerful generals of Ro-
17 Kulikowski 2000. 18 Liebeschuetz 1991: 34-6.
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man birth, to have had no ambition to seize the imperial throne. Bauto and Stilicho nevertheless married into the imperial royal family; perhaps their imperial ambitions were deferred to their offspring. In the meantime, the exercise of enormous power at court more than sufficed. Alaric seems to have wanted to emulate these officers.19 As mentioned earlier, the courts in Ravenna and Constantinople disagreed about the control of Illyricum, which passed back and forth between them. When Alaric acquired an official military command in the region, all too often this was undermined by a change of regime in Constantinople or by the transfer to the other half of the Empire of the region where he was stationed. Such events removed the legitimacy of his command. Alaric’s desire for a high command and repeated frustrations at the hands of court factions led him to a series of revolts, first in the Balkans and then in Italy. When various other strategies failed, he even made common cause with the Roman senate and raised his own emperor to the throne: Priscus Attalus. As early as 409, then, it was not unthinkable even for the grand old families of the Roman nobility to ally with a ‘barbarian’ general. This too failed to give Alaric what he wanted, as did deposing Attalus in order to treat with Honorius, and he famously sacked Rome itself (24 August, 410). Even the fall of the ‘eternal city’ failed to move Honorius and Alaric died the same year. Importantly, when he had no legitimate Roman title or office, Alaric called himself King of the Goths. This gave him a title which the Romans viewed as legitimate, for non-Romans, and enabled him to negotiate with the court. After Alaric’s death, his successor Athaulf pursued most of the same strategies and even briefly married into the imperial family. The repeated failure of the Goths to gain a stable position within the imperial system led, however, to their use of the title king becoming almost constant. Eventually, even a storm as perfect as that of Honorius’ reign blew over. By 416 Honorius’ skilful general Constantius had defeated all of the usurpers, brought the Goths to heel and used them to inflict serious defeats on the Vandals and Alans in Spain.20 He then withdrew them from Spain and stationed them on the Garonne in Aquitaine. Constantius’ armies campaigned successfully in northern Gaul, winning victories over local rebels and Frankish invaders. When Orosius finished his History Against the Pagans in 417 he thought that the crisis that had reached its nadir with the sack of Rome had been surmounted, like all the others that had beset the Res Publica since its creation.21 By 420 that view must have seemed even more convincing and, to cement his successes, Constantius became co-emperor and married into the imperial family, as commanders like Bauto, Stilcho and Athaulf had done before him. He wed Honorius’ sister (and Athaulf ’s widow), Galla Placidia.
The Reign of Valentinian III22 Constantius died suddenly in 421 and that promising picture rapidly disintegrated as rival generals competed to succeed him as overall commander and dominant figure at court. One result was a defeat at the hands of the Vandals in Spain. When the ineffectual Honorius died in 423 his nephew and successor, Valentinian III, young son of Constantius and Galla, was deposed in yet another usurpation, this time by
19 For studies of Alaric’s career, see Burns 1994; Halsall 2007:194-206, 214-7; Heather 1991:193218; 1996:138-48; Kulikowski 2006:154-77; 2014; Liebeschuetz 1992. 20 On Constantius see Lütkenhaus 1998. 21 Orosius, History against the Pagans 7.43.16-17. 22 For different narratives of this period, see Halsall 2007:234-56; Heather 2005:251-348, 369-75.
a certain Johannes. With Johannes’ suppression in 426, Valentinian was restored to the western throne but, not least because he was still a child, the strife for control of the palace continued, between the main western generals: Felix, Boniface and Aëtius. By 434, Aetius had disposed of his rivals but the situation for the Ravennate court had deteriorated.23 In imperial politics, Roman rivals were always prioritised over barbarians for good reasons; Roman armies posed a more serious threat. But the constant civil warfare since the battle of the Frigidus (395), in addition to one or perhaps two serious defeats at the hands of the Vandals, had serious results. The western field army had never been given the chance to be rebuilt after its late fourth-century defeats. Forces assembled from remaining field army regiments and troops drawn away from the frontiers had repeatedly fought each other, inflicting heavy losses on each other. Even Johannes’ suppression had seen the defeat of the Eastern expeditionary force by Aëtius’ Hunnic auxiliaries. Civil strife meant that imperial government had been unable to be restored in the north-west, although Aëtius campaigned in northern Gaul in the late 420s. Imperial control over Spain appears to have been lost. The Vandals, after defeating the Sueves, who had begun to expand from their base in Gaelicia, crossed into Africa. Eventually the Ravenna government recognised their control over Mauretania and Numidia. With the Vandals’ departure and the defeat of significant Roman forces, the Sueves now seemed likely to dominate the Iberian Peninsula. The loss of imperial authority in Britain, northern Gaul, Spain and Africa had in every case been brought about to some extent (usually decisively) by Roman civil war and palace politics. Valentinian’s reign marked an important shift in western politics. The failure of the numerous usurpations of Honorius’ reign and of Johannes at the start of Valentinian’s appears to have convinced participants in Roman politics that the imperial dynastic ‘card’ trumped all others. The competing generals – in this period entirely of Roman origin – strove for the same things as Stilicho, Alaric and Athaulf had before them: domination of the imperial court, supreme control of the armies and an incorporation, via the marriage of their children, into the royal house. Aëtius set about restoring governmental power but the shortage of good troops meant that he could not wage war on more than one front. Concentrating upon Gaul, he defeated the rebellious Goths and campaigned successfully in the north against Franks and rebels. Disaster struck, however, when the Vandals captured Carthage in 439 and, the same year, the Goths defeated and killed Aëtius’ subordinate, Litorius, at Toulouse. These events changed the picture dramatically. Aëtius abandoned his northern Gaulish campaigns because his southern base was now threatened. Troops were also needed to defend Italy against Vandal attacks. In Spain, the Sueves entered upon a period of domination, under their kings Hermeric and Rechila. Aëtius again responded energetically. A treaty was made with the Goths – possibly the first to recognise some sort of autonomy for the group – bringing them back into the imperial fold. Soon Gothic troops were employed in attempts to restore imperial authority in Spain. In Gaul, while no territory was abandoned, militarily Aëtius seems to have withdrawn to a line roughly along the Loire. He settled the Burgundians in Sapaudia in 443 to strengthen that line, alongside an Alan settlement at Auxerre. It is noteworthy that the shortage of good soldiers was forcing the Empire to rely on ‘barbarian’ armies, like the Goths, Burgundians and Alans. Nonetheless we must consider what we mean by ‘Barbarian’ when discussing mid-fifth-century wars. The ‘Barbarian’ groups most heavily involved in imperial politics had all entered the Empire many years earlier: the Aquitanian Goths (we
23 On Aëtius, see Stickler 2002.
can now call them Visigoths) in 376, the Sueves, Vandals and Alans (now in Gaelicia and North Africa) in 406 and the Rhône-valley Burgundians by Rhby 413. By 440 the warriors and leaders whom we are accustomed to think of as ‘Barbarians’ were men who had grown up or – increasingly – had been born inside the Roman Empire. This is crucial: most historians write as though Rechila of the Sueves, Theoderic of the Visigoths and Geiseric of the Vandals were warriors fresh from across the Rhine or Danube. Yet the culture that impinged upon them as children, adolescents and young adults was not that of the forests or steppes of barbaricum: it was that of the western provinces, especially Gaul and Spain. The younger men likely had provincial Roman mothers. These were the ‘barbarians’ who played the most important roles in imperial politics and history. What differentiated these people from other provincial Romans is difficult to know. By contrast, throughout this period, actual barbarian invasion from across the frontier (by Franks and Alamans for example) was rare, small-scale and usually swiftly defeated. The great exception to this was Attila the Hun’s attack on the west in 451.24 Attila’s invasion wrecked a situation that was again looking promising for the Roman. In 445 a treaty with the Vandal leader Geiseric, which betrothed his son Huneric to Valentinian III’s daughter, incorporated the Vandals within the régime. Once more we see how ‘barbarian’ leaders sought legitimation, involvement in government and marriage into the imperial dynasty. Offensives involving Gothic and Vandal forces were launched in Spain against the Sueves, although the Sueves had defeated these by 446. In Gaul, Aëtius’ forces were again waging successful campaigns against local rebels and Frankish invaders, so that a restoration of the Rhine frontier might not have looked impossible. Attila’s attack ended this possibility. The Hunnic attack in 451 destroyed the remnants of Roman Rhine defences (if there was anything left at all). Aëtius’ brought together the different Gallic factions and some barbarian allies to defeat the Hunnic forces but his (possibly deliberate) failure to inflict a decisive reverse on Attila was crucial. Aëtius could not oppose the Huns’ devastating attack on Italy in 452, which was eventually turned back by disease and by an East Roman offensive across the Danube. Famously, Pope Leo I garnered contemporary praise for halting Attila’s march on Rome; any military laurels fell to an Eastern general confusingly also called Aëtius. Attila died in 453 and, with his threat removed, in 454 Valentinian attempted to profit from Aëtius’ temporary military discrediting and rid himself of his mighty generalissimo; he assassinated him in person. In 455, two of Aëtius’ former bodyguards killed Valentinian in revenge. The early sixth-century chronicler Marcellinus Comes considered this event to have marked the end of the western Roman Empire (a significance he also, more famously, ascribed to the events of 476) and his assessment is justifiable.25
Ephemeral Emperors, 455-76 The extent to which the dynastic ‘card’ had become decisive in Roman politics since 425-6 is more than amply demonstrated by the history of the succeeding twenty-one years, when no fewer than nine emperors attempted to govern the ever-shrinking territory that accepted rule from Ravenna. The last eastern emperor of the Valentianic-Theodosian dynasty, Theodosius II, died in 450. Without dynastic legitimacy, no western ruler could automatically obtain recognition from the factions that held power in other regions of the West. Indeed, without dynastic legitimacy, eastern emperors also found it difficult to bring the West into line with their policies. All
24 On Attila, see Kelly 2008; Maas (ed.) 2014. 25 Marcellinus Comes, Chronicle, sub anno 454.
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the western regional factions now had armed forces: the Visigoths acted entirely in line with the Aquitanian senatorial nobility; the Rhône valley nobles made common cause with the Burgundians settled in their region from the start; the Roman army of Dalmatia formed another interest group and one reason why the heretical Vandals in Carthage attracted such contemporary opprobrium was, it has been suggested,26 their success in convincing North African Romans to support their leadership. The situation looks different in Spain. The Sueves seem to be the only barbarian group not to have formed a regional alliance with the local Roman nobility, although even by the 450s the difference between ‘provincial Roman’ and ‘barbarian’ was one of nuance. Any Sueve who could remember life before the ‘Great Invasion’ would have been very old. Nonetheless in 453 a treaty was signed between the Sueves and two Roman commanders, Mansuetus and Fronto, which seems to have returned Carthaginensis to Roman authority while recognising Suevic control over other territories.27 That the Suevic king Rechiar had campaigned in Tarraconensis in 449 alongside a Roman rebel (Bacauda) called Basilius further suggests that, despite the impression given by Hydatius, the Sueves also forged alliances with provincial leaders. Valentinian III’s murder dissolved two critical alliances. One was with the Sueves, who resumed their The other, more important, was with the Vandals, in many ways the faction with the strongest hand in 455. Huneric, heir to the Vandal throne, was betrothed to Valentinian III’s daughter; the Vandals were the only group who could play the ‘dynastic card’. This was made clear immediately, when Geiseric – possibly summoned by Valentinian’s widow – led the Vandal fleet against Rome and Petronius Maximus, who had plotted Valentinian’s murder and had himself made emperor. Petronius was killed by an angry mob and the Vandal sack of Rome was far more serious than Alaric’s. Geiseric brought Valentinian’s widow and daughters back to Carthage, where Huneric finally married his fiancée. Their offspring would be descendants of the Valentinianic-Theodosian dynasty and thus have a strong claim to the imperial throne. Geiseric wanted one Olybrius, married to Valentinian’s other daughter, the sister of Huneric’s wife, on the imperial throne. To support this claim, the Vandals waged a destructive twenty-year war of raiding around the Mediterranean. The history of the final twenty years of the western Empire’s formal existence is tortuous and confusing. 28 Any emperor faced severe difficulties. The diminishing extent of the territory under direct control by Ravenna (the empire had now effectively lost control over Britain, most of Gaul north of the Loire, large areas of Spain, and its Balkan and North African provinces) reduced his ability to raise taxes and raising armies. This led to increasing reliance on recruits from beyond the frontier and to their payment in delegated taxation and settlement on some forms of land.29 After two generations, these mechanisms bound troops like the Visigoths and Burgundians closely into provincial society, further strengthening links between regional armies and aristocracies. Several problems demanded the attention of every occupant of the throne. One of the most pressing was how to bind the Gallic and Italian aristocracies into the regime. The Gauls resented their exclusion from the centre of politics while the Italians, having lost their pre-eminence in the third and – especially – fourth centuries, were unlikely to acquiesce in a return to the ‘inside-out Empire’. The tricky
African situation compounded this. With the Vandals opposed to the Ravennate government, the grain fleet necessary to feed Rome was always in danger of being withheld, causing riots.30 The threat of Vandal attack also demanded the presence of a significant army in Italy, giving military muscle to the Italian faction. Countering the Vandals required one or more of three options: risky naval operations from Sicily, land-based invasion from Tripolitania or attack from across the Straits of Gibraltar. The second (and in practice probably the first) required the Eastern Empire’s support; the third necessitated the nullification or incorporation of the Sueves, control of the route through Provence and Tarraconensis at least, and ideally of Carthaginensis and Baetica too. Given the difficulties of military recruitment and waging war on two fronts, campaigning in Spain required the Gothic and/or Burgundian armies, underlining the need to incorporate the Gallic factions into a regime. Command of the Italian army and thus de facto the role of the most important political-military figure at court was held by Ricimer for over fifteen years between 456/7 and 472.31 Apart from possibly providing the military backing to the claims of the Italian aristocratic faction, Ricimer, like Aëtius before him, clung viciously to power. He was opposed to any reduction of the military presence in Italy. As time passed, in any case, barbarian soldiers came to be as incorporated into Italian society and politics as the Goths and Burgundians in Gaul, the Sueves in Spain or the Vandals in Africa.32 Ricimer, unsurprisingly, was wholly or partly responsible for the downfall of three emperors. Each change of Emperor potentially added to these problems by alienating the individuals or factions that had supported his predecessor. Thus, when Ricimer had the capable Majorian executed, Aegidius, Majorian’s commander of the (largely Frankish) Roman army on the Loire, took his troops (and thus defence of the Gallic frontier) into rebellion for three years. Invasion by barbarians from beyond the frontier continued to be the least of an emperors’ worries. As always, internal politics and warfare dominated the imperial outlook. These problems would be difficult for even the best general and politician to surmount, and most of the emperors about whom we have any information, and who reigned for long enough to attempt to accomplish anything, seem to have been capable. The difficulties got the better of them all. All the different factions seem to have managed a turn at controlling the throne: the Aquitanians and Goths with Avitus (455-6); the Italians and their army with Majorian (456-61), Libius Severus (461-5) and Romulus (475-6); the Dalmatian army and its supporters with Julius Nepos (474-5), the Vandals/North Africans with Olybrius (472) and (possibly) the Burgundians/Rhône valley senators with Glycerius (473-4). Anthemius (467-72) was the appointee of the Eastern Empire. Anthemius could additionally play the dynastic card, being related to the Constantinian and Valentinianic/Theodosian houses. He worked hard to solve the West’s difficulties for five years before falling victim to them and Ricimer. A key feature of politics in this period was the use of the title rex (king) by leaders of ‘barbarian’ forces not incorporated in the imperial regime. Thus, when his imperial candidate Glycerius was deposed by Julius Nepos and the Dalmatians in 473, the general Gundobad left Italy and returned to his people, the Burgundians, among whom he became king. The rebel general Aegidius appears to have taken the title of rex francorum (King of the Franks) when he rebelled against Ricimer and Libius Severus.33 By contrast, the barbarian soldier and emperor-maker Ricimer never took a royal title.
26 Conant 2012:130-86. 27 Hydatius, Chronicle 147. 28 For narratives, see Halsall 2007: 257-83; Heather 2005:375-430. 29 On which see Goffart 1980; 2014; Halsall 2007:422-47 for discussion of the debate; Halsall 2016.
30 Sidonius Apollinaris’ panegyric to Majorian (Poems 5) makes this very clear. 31 On Ricimer see MacGeorge 2002. 32 Halsall 2016. 33 Gregory of Tours, Histories 2.12.
The Undead Empire, 476-533 When Odoacer, the Italian army’s commander, deposed Romulus ‘Augustulus’ (little emperor) in 476, no faction had the power to defeat the others and create a lasting imperial regime. The West had endured three interregna after 455, after the deaths of Avitus, Libius Severus and Olybrius, totalling over three years (a seventh of the total period between Valentinian III’s murder and Romulus’ deposition). The different regions could govern themselves via the imperial bureaucracy, especially as even the ‘barbarian’ kings also had legitimate Roman titles, whether there was a western emperor or not. Odoacer’s return of the western regalia to Constantinople in 476, simply recognised this fact. After Emperor Zeno refused his request for the title of patrician, Odoacer did what others like Aegidius and Gundobad had done before him: he took the title king. The various regional factions of the Western Empire thus crystallised into a network of kingdoms: the Vandals in North Africa, the Burgundians on the Rhône, the Visigoths in Aquitaine and, eventually, Spain, the Sueves in north-west Spain and Odoacer’s kingdom in Italy. In northern Gaul, the leaders of Aegidius’ old army on the Loire carved out a Frankish realm while Britain and much of southern and eastern Spain saw competition between warlords of all sorts. All recognised (in theory) imperial rule from Constantinople, legitimising their government. Although contemporaries clearly recognised that there was no functioning Western Empire or reigning Western Emperor, and that this made a real difference, there is no evidence that they thought the Empire had definitively ended or ‘fallen’. The one possible exception to this was Hydatius, the Gaelician bishop-chronicler, but it is probably not coincidental that he lived in an area where barbarian rule, unsanctioned by any imperial regime, was being imposed by force. This new order did not end the fighting and struggles for mastery, however. The Goths expanded their power into Spain, defeating local leaders, while also fighting the Franks to their north. Most importantly, in 493 the Ostrogothic king Theoderic completed his imperially-sanctioned conquest of Italy. Now controlling Italy and the formerly western territories in Illyricum, he defeated the Vandals and drove them out of Sicily. In 507 the Frank Clovis defeated and killed Alaric II of the Visigoths and conquered Aquitaine. Theoderic took the opportunity to take over Provence and by 510 he controlled the Visigothic territories in Spain. At this point he had overlordship over much of the former Western Empire. Meanwhile, Clovis eliminated rival Frankish leaders and extended his domination over the trans-Rhenan peoples – Saxons, Alamans and Thuringians. It probably seemed as though the old rivalry between Gaulish and Italian factions could explode back into open warfare. Both Theoderic and Clovis acquiesced in being called augustus by their subjects even if they never took the title.34 If one had managed to subdue the other it is reasonable to posit that they might well have revived the western Empire under their own leadership. Clovis died in 511, ending the threat of war between the two overlords, but Theoderic continued to dominate the west, seemingly bringing Burgundy and Vandal Africa into his web of alliances and promoting an ideology of an ancient Ostrogothic power (virtus) equal to Rome’s.35 This self-confident Gothic ideology provoked a response from Constantinople, where the new Emperor Justin I and his nephew and successor Justinian began to proclaim that the West had been ‘lost’ to barbarians. The West, they said, had fallen and needed to be reconquered.36 It was no longer part of the Roman Empire. In 533,
Justinian turned these words into action and invaded Vandal Africa. Over the next twenty years, Justinian’s troops put an end to the Vandal and Ostrogothic kingdoms and conquered a swathe of territory in Spain. The destruction they wrought, however, and the fact that they failed to reconquer the whole of the old pars occidentalis, meant that a new frontier came into being between the imperium romanum and the kingdoms beyond. Because of Justinian’s ideological pronouncements, those kingdoms could no longer claim even the fiction of being part of the Roman Empire. They needed new forms of legitimacy and a new phase of western European history came into being. The imperium that had once unified the west had now formally dissolved into the series of diverse, regional kingdoms of medieval Europe.
34 Theoderic: McCormick 1986:278-80; Clovis: Gregory of Tours, Histories 2.37. 35 Amory 1997:59-71. 36 Croke 1983.
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The Invasions of 405-407: The Beginning of the End? Michael Kulikowski (Universidad Estatal de Pensilvania)
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etween 405 and 407, the Roman Empire experienced the first serious invasions since the Danube crossing of the Tervingi and Greuthungi in 376, which had led to the death of the emperor Valens at Adrianople in 378. Since 378, there had been two full-blown civil wars and numerous periods of unrest that pitted imperial armies against one another, but no further serious invasions. The uprising of Alaric in 395 is often assimilated to the phenomenon of barbarian invasion, but that is false – whether one regards Alaric as the leader of a private army more or less in the service of the empire, or as the king of a Gothic people in motion, the wars and political tergiversations associated with him and his followers were a product of the imperial interior and its politics, not of an alien invader.1 In other words, not until the invasion of Radagaisus in 405 did a substantial barbarian army make its way onto Roman soil, to be followed shortly thereafter by a loose alliance of Alans, Vandals and Suevi who crossed the Rhine in winter time. These two invasions, in turn, were the last major incursions onto imperial territory until the accession of Attila to the Hunnic kingship in the middle of the fifth century. The evidence for the invasions of 405 to 407 is simultaneously copious and obscure. The chronology is hard to pin down, because sources contradict one another. Moreover, the most striking evidence is also highly rhetorical. Perhaps most difficult of all, we have no substantive evidence for why either invasion took place. There is a long tradition of tying both Radagaisus and the Rhine Crossing to Hunnic expansion into central Europe and the Hungarian plain.2 While one cannot exclude that possibility, there is no evidence, even circumstantial, to support it.3 Finally, the numbers of the invaders are impossible to assess, though it is hard to credit anything more than several tens of thousands at the very largest. Very generally, the sequence of events runs as follows. By 402, Alaric and his followers were quiescent, defeated but not destroyed by Stilicho at Verona and Pollentia. Stilicho himself continued at odds with the court bureaucracy of the eastern empire, though he remained firmly in control of the western state, whose adolescent emperor Honorius was his charge and betrothed to his daughter. That said, the state of cold (and occasionally hot) war between west and east that had prevailed in the last five years of the fourth century had by now subsided, to the benefit of all sides. Peace was only disrupted again in 405, when Radagaisus and his army erupted across the Alps into Italy, forcing Stilicho into more than a year of conflict before he finally defeated the invader. Some time in 406, the year after Radagaisus’ initial invasion, the first of three usurpers rose up in Britain.4 Then, ostensibly on the night of 31 December 406, Alans, Vandals and Suevi defeated Franks allied to the Roman state and invaded Gaul. Eventually, in the early autumn of 409, some portion of these invaders entered the Iberian peninsula and dominated the Spanish
1 See Kulikowski 2007: 144-77 for Alaric’s career. 2 This started with Gibbon (ed. Bury) 3: 282-6 = (ed. Womersley) 2: 148-50, but in modern times Demougeot 1979: 171; Courcelle 1964: 82-84 are representative. Contra, Halsall 2007: 206-8. 3 In a long string of repetitious publications beginning with Heather 1995, Peter Heather has insisted upon reading seven decades of imperial history as a story of Hunnic expansion creating mass migration. Repeated assertion, sadly, is no substitute for scholarship. The present piece will leave his increasingly baroque constructs to the credulous audience they deserve. 4 See especially Drinkwater 1998; Kulikowski 2000; Delaplace 2015: 130-32.
provinces for the better part of a decade. In the meantime, a third British usurper, Constantine, was proclaimed in 407 and swiftly established himself in northern Gaul, driving the representatives of the legitimate emperor before him. Alaric promptly reemerged as a threat in the following year, and Stilicho’s failure to control or contain him allowed a hostile faction at the court of Honorius to conspire in having him executed. Yet the courtiers who replaced him were equally unable to pacify Alaric, who felt himself, not incorrectly, to have been lied to and cheated at every turn. Before long, Constantine would conquer all of Gaul and Spain, and Alaric’s forces would sack Rome.5 If the general sequence of events is barely in question, precise chronologies are much harder to establish and are hopelessly intertwined with problems of source criticism. It is therefore essential to sort the known from the probable, the documented fact from the inference, and to establish the relative value of different sources one from the other. The tendency among even the most careful scholars has been to tacitly privilege the narrative sources over the scanty evidence of chronicles and consularia. In practice, that means giving the fragments of Olympiodorus, the portions of Zosimus based on Olympiodorus, and the fragments of Renatus Profuturus Frigeridus preserved by Gregory of Tours, a precedence they do not warrant. Olympiodorus was a well-informed historian and there is no doubt that the quality of his evidence is much greater than that of most late ancient authors.6 Frigeridus seems, from the slender basis available for judging, to have been a classicizing historian much in the vein of Ammianus. He is stylistically skillful, to be sure, but we have no basis on which to judge the quality of the information he relates. By contrast with these sources, the chronicle and consularia evidence seems superficially quite meagre: a few sentences here and there, with even Prosper and Hydatius less than expansive. Moreover, the paratactic style native to all chronicles makes them seem less substantial, and thus less reliable, than the connected narratives of literary sources. That impression, however, is deceptive: consularia and chronicles (which latter shared the chronological preoccupation with, and often drew their dates from, consularia) tend to stand much closer in date to the events they record than do the literary historians.7 In other words, where sources conflict, and especially where they conflict over dates, there are solid a priori grounds for privileging the consularia and chronicles over the literary sources. Bearing that in mind, we can turn to questions of chronology. In an article published in 2000 (but conceived and largely written several years earlier), I suggested that the evidence for the early fifth-century invasions would
5 Delaplace 2015 now offers the best overall narrative of the period, but it is covered in greater or lesser detail in all the standard histories. The classic treatment in Demougeot 1951 remains well worth consulting. 6 Matthews 1970 and Gillett 1993 remain the best assessments of Olympiodorus, though (if one leaves aside everything to do with the Historia Augusta) there is a great deal of value in the essays collected in Paschoud 2006. 7 Burgess and Kulikowski 2013 for a history of the chronicle and consularia genres; an attempt to clarify misconceptions raised by that work and provide a brief summary is Burgess and Kulikowski 2017.
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make greater sense if the Rhine crossing traditionally dated to 31 December 406 were dated precisely one year earlier, to 31 December 405.8 That argument, which has been accepted by a substantial minority of scholars,9 is sadly wrong. It is true that the sequence of events would make more sense – in particular, causation and consequence would be clearer – if the revised chronology were adopted. Certainly, the narrative sequence in Olympiodorus would be easier to understand.10 But unfortunately, the consularia evidence is irrefragable. The transmitted date is correct. We must therefore strive to understand the story of the invasions within the long-accepted chronology. Before coming to that, however, we must explain why the transmitted chronology is so certain. The main evidence comes from the chronicle of Prosper of Aquitaine and from the annotations to it found in GKS 454, a twelfth-century manuscript now in the Konegelige Bibliotek in Copenhagen. While the original text of Prosper is well attested in its several recensions, the Copenhagen annotations (traditionally, the Additamenta ad Prosperi Hafniensia) have not yet been properly edited.11 The Additamenta Hafniensia derive in large part from the highly ramified textual family christened the Consularia Italica by Mommsen. This Consularia Italica is not a single text, but rather a textual tradition that was first compoosed in the early fifth century and ended in 495. It now survives in only three fragmentary witnesses to a somewhat later recension of the original, composed ca. 530, as well as in a series of common, at times almost identical, entries that appear in multiple histories, chronicles and consularia of the fifth to ninth century. The fragmentary witnesses and the larger group of common entries in less closely related texts between them demonstrate the existence of the original. We have until now been dependent upon Mommsen’s MGH presentation of the Consularia Italica, but that is highly problematical in a number of ways. By printing a patchwork of evidence from multiple sources in parallel columns, the edition has prevented generations of scholars from fully grasping that these parallel texts are not independent evidence for the material they record. They are, instead, witnesses from highly diverse intermediary sources to a single unitary tradition, which recorded a limited number of events and can be reconstructed at least hypothetically.12 The material on Radagaisus found in the Hafniensia is fuller than what is found in the other witnesses to the Consularia Italica tradition that mention his invasion (Marcellinus comes derives the date from this tradition, while the Gallic Chronicles of 452 and 511 used the Consularia but also other sources). And because Prosper’s original chronicle is not a witness to the Consularia Italica, the information in the Hafniensia has value separate from the entry in Prosper that it annotates. The Copenhagen text reads as follows (the entry numbers are those of the new edition)13:
8 Kulikowski 2000. 9 E.g. Halsall 2007: 211; Goffart 2006: 74; Delaplace 2015: 131. Birley 2005: 455-60 was an effective refutation, though not on the same grounds offered here. 10 This was the logical fallacy at the heart of my 2000 argument. 11 Burgess and Kulikowski forthcoming will provide the first critical edition of the Copenhagen consularia, which differs so substantively from Prosper’s original that it must be read as a work in its own right. Mommsen’s publication in MGH AA 9 (Mommsen 1892: 274-339) is wholly inadequate, missing out major elements of the text and breaking it up in ways that make it impossible to grasp the extent of its novelty. 12 Burgess and Kulikowski forthcoming will edit the intermediary witnesses as texts in their own right, but will also show in tabular form the entries that can be attributed to the Consularia Italica tradition, indicating the varying degrees of certainty of that attribution. 13 This edition will appear in Burgess and Kulikowski forthcoming. The excerpt here in present article is its first publication and I thank my co-author Richard Burgess for permission to use it in advance of the book’s publication.
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[in the text]: Stilicone II et Anathemio (1227) Radagaisus in Tuscia multis Gothorum militibus caesis ducente exercitum Stilicone superatus et captus est apud Florentiam urbem ante portas X k. Sept. (1228H) [in the margin]: Anno V, Stilicone et Artemio consulibus, post Alarici introitum sequitur alius exercitus Gottorum et rege Radagaiso Italiam ingressus Italiam uastat. Contra quem anno sequenti Stilico cum exercitu et robore militum apud Florentiam Tuscorum urbem occurit commissoque prelio Radagaisus uictus et captus est et ante portas ciuitatis capite truncatus. The text printed in the smaller font is the original text of Prosper. The rest has been added from some lost witness to the Consularia Italica that was complete in 523. What is interesting is that the author of the Copenhagen manuscript first supplemented Prosper by providing a precise day-date for the capture of Radagaisus. Then, realizing that Prosper had wrongly placed the entire Radagaisus episode in the single year 405, he added the marginal note to make clear that the day in August on which Radagaisus was captured fell in the year after Stilicho and Anthemius were consuls and which was the fifth year after Alaric’s invasion of Italy (dated by the Consularia Italica to 401) -- which is to say our 406. The Copenhagen account of that same following year (i.e. 406) is likewise significant. [in text]: Archadio VI et Probo (1229) Vuandali et Alani Gallias traiecto Rheno pridie k. Ianuarii ingressi. (1230) [in margin]: Arcadio et Probo consulibus, Vuandali rege Gunderico transito Reno totam Galliam crudeli persecutione uastant collectis secum in comitatu Alanis gentem moribus et ferocitate equalem, Arcadio et Probo, pridie kl. Ianuarii. (1230Hm) Again, the text printed in smaller type is Prosper’s original entry. The marginal note (in larger type) is added from elsewhere, in this case probably conflating two sources, one a witness to the Consularia Italica tradition (for the day date), and one an otherwise unknown Gallic chronicle that can be detected because of parallels between the Hafniensia and Gregory of Tours.14 Finally, the entry for the following year, our 407, has just the original text of Prosper (again printed in smaller type) with no additions from the Consularia Italica tradition: Honorio VII et Theudosio II. (1231) Constantinus in Britannia tyrannus exoritur et ad Gallias transit. (1232) Generally speaking, the project of re-edition and close textual study of late antique consularia has the effect of demonstrating that what we have thought (largely on the basis of Mommsen) to be multiple separate attestations of a particular event and a particular chronology are in fact nothing of the sort: they are multiple witnesses to a single attestation in the Consularia Italica tradition. Here, however, that situation is reversed. We in fact have not one but two separate witnesses to the chronology of events. To reiterate, Prosper himself is not a witness to the Consularia Italica tradition. Rather, like Hydatius slightly later, he compiled his chronicle as
14 In this case, the second consular date with the day date and the phrase transito Reno are not shared with Gregory of Tours, but the rest of the sentence is perfectly parallel. The whole problem of Gregory’s use of consularia and chronicles will be treated in Burgess and Kulikowski forthcoming.
an independent continuation of Jerome using whatever more or less contemporary material was available to him; this material couldhave included the same sorts of sources that had been used earlier by the original compiler of the Consularia Italica.15 Unlike Prosper, the Hafniensia is indeed a witness to the Consularia Italica tradition. It was using that tradition that allowed the compiler of the Additamenta to correct Prosper’s faulty chronology on Radagaisus, showing that his defeat and execution came in the year after his invasion (406) and not in 405. On the same principle, because both Prosper’s original chronicle text and the Additamenta (via the Consularia Italica tradition) separately affirm the date of 31 December 406 for the Rhine crossing, we may be certain it is correct.16 The corroboration is independent and decisive. Much of the narrative would be clearer were things otherwise, but the consularia evidence is irrefragable: all other sources for these events must be interpreted according to that chronology. Having established that point, we may return to the narrative of events, taking it from the beginning but in somewhat greater detail. In 404 and early 405, the western empire was enjoying a moment of relative calm, certainly by contrast with the tumultuous years at the turn of the century when Alaric could not be brought under control. Then, some time in 405, a very large army led by the Goth Radagaisus invaded Italy. The numbers given for its size run from highly improbable to totally impossible (400,000 in Zosimus, 200,000 in Orosius and those who follow him).17 Once in the north Italian plain, Radagaisus split his army into three sections, two of which are never explicitly mentioned again.18 He is said to have devastated many cities, but what that means it is impossible to say.19 Regardless, either he or some part of his following was able to threaten Rome itself.20 The course of the overall invasion cannot be plotted, nor where Radagaisus or the three parts of his army over-wintered in 405/406. The defense of Italy had, since at least the tetrarchic period, rested on the garrison towns of the north Italian plain; if an enemy could not be defeated there, the rest of the peninsula was effectively ungarrisoned and the road network meant that an invading force could pretty much move about at will.21 This principle had been demonstrated quite clearly in 402 by the successful containment of Alaric north of the Po. Once he failed to contain Radagaisus in the same way, all Stilicho could do was harry the invaders from point to point, too weak to risk a pitched battle. The decisive moment came only in August of 406, when Radagaisus and the remainder of his army were holed up in Faesulae above Florentia, driven there when Stilicho, relying upon Hunnic auxiliaries, relieved the Goth’s siege of
15 As Burgess and Kulikowski forthcoming will show, Prosper, in his initial recension of 433, shows some signs of having used consularia different from the Consularia Italica tradition. 16 It is worth noting that nowhere in the Hafniensia do the marginal entries repeat anything in the main text (with two exceptions in the section drawn from the Chronici Canones of Jerome where the marginal entries are verbatim repetitions of the textual entries – suggesting pure error, e.g., that the marginal corrector just failed to notice that the entries were already there in the text). 17 Zosimus 5.26.3, possibly following Olympiodorus, who in frag. 9 (ed. Blockley 1983) tells us that the Gothic kephalaiotai who accompanied Radagaisus were called optimatoi and numbered 12,000. What number for the total size of the force stood in Olympiodorus’ text we do not know. Cf. Oros. 7.37.6, followed by Marcellinus comes, s.a. 406 and Jordanes, Rom. 321. 18 Chron. Gall. a. 452 (ed. Burgess 2001) s.a. 406 19 Chron. Gall. a. 452 (ed. Burgess 2001) s.a. 406. 20 Rome: Aug., De civ. Dei 5.23. 21 See Kulikowski 2014 and Vannesse 2010.
the latter city.22 Starving, Radagaisus tried to escape, but was captured and executed before the gates of Florentia on 23 August 406.23 Also in 406, though whether before or after the defeat of Radagaisus we do not know, there was a usurpation in Britain. The narrative comes from Olympiodorus: «Constantine had been proclaimed emperor in Britain as a result of a mutiny by the troops there. Even before Honorius had entered into his seventh consulship [that is, I January 407], the military of those provinces had revolted and proclaimed a certain Marcus emperor. Then they killed him and raised Gratian in his place. After about four months they grew tired of him, put him to death, and proclaimed Constantine emperor.»24 Zosimus tells us that these usurpations were a response to the Rhine crossing.25 This point is not, however, in the Photian fragment of Olympiodorus’ text. Given the irrefragable evidence for the date of the Rhine crossing discussed above, Zosimus cannot be correct: his is clearly a faulty inference from Olympiodorus’ text. For that reason, it is impossible for us to say what caused the British army to raise first Marcus, then Gratian to the purple in 406; both the British and the Gallic armies were prone to mutiny, as revolts since the time of Magnentius had made clear. Moreover, a good case has been made that the military infrastructure, including the command structure, of the north Gallic and perhaps also British provinces had never been completely restored since the defeat of Magnentius in 353.26 Certainly the northern garrisons had been reduced by Stilicho’s need for manpower against Alaric.27 Perhaps the British troops of 406 were frightened by Stilicho’s inability to control Radagaisus in Italy, or worried that they would be transferred away from their home units; perhaps their officers were emboldened by weakness at the center and sensed an opportunity. Regardless, Stilicho was now faced with usurpation as well as with the aftermath of Radagaisus, whose surviving followers he recruited into the Italian army. For whatever reason, Stilicho did not feel strong enough to confront the usurpation in autumn of 406 after Radagaisus had been destroyed. Then the Rhine crossing upset whatever his future plan might have been. We have already examined the exiguous, but chronologically decisive, evidence of the consularia, but we can flesh that out with the more elaborate account of Frigeridus, as preserved in Gregory of Tours: «Goar [the Alan] had gone over to the Romans and Respendial, the King of the Alans, therefore withdrew his army from the Rhine. The Vandals were struggling in their war against the Franks, their King Godigisel was killed, and about twenty thousand of their troops had been slaughtered so that the entire nation of the Vandals would have been exterminated, save that the forces of the Alans came to their rescue in time.»28 Writing several years later, Jerome offers up an extraordinary list of participants in this invasion: not just the Vandals and Alans of Gregory, but also Quadi, Sarmatians, Gepids, Heruls, Saxons, Burgundians, Alamanni, and Pannonians.29 This may be a display of rhetorical virtuosity, but the saintly controversialist certainly means to imply that all the tribes of the Middle and Upper Danube as well as those of the whole Rhineland invaded the empire. But while any
22 Paulin., V. Ambr. 50. Huns: Chron. Gall. a. 452 (ed. Burgess 2001) s.a. 406. 23 Oros. 7.37.13-15. Date: Cons. Haf. 1228H and 1228Hm, s. aa. 405-406. 24 Olymp. frag. 13 (Blockley 1983). 25 Zos. 6.3.1. 26 Halsall 2007: 79-91 with references. 27 Claud. Get. 419-29. 28 Greg. Tur. 2.9 (= MGH. SRM 1.55): Interea Respendial rex Alanorum Goare ad Romanos transgresso, de Rheno agmen suorum conuertit, Wandalis Francorum bello laborantibus, Godigyselo rege absumpto, aciae vigintiferme milibus ferro peremptis, cunctis Wandalarum ad internitionem delendis, nisi Alanorum uis in tempore subuenisset. Cf. Oros. 7.40.3. 29 Ep. 123.16.
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given group he names might be an invented flourish, something real does perhaps lie behind his words: the invaders of 406 were clearly a loose coalition, different polities, warbands or (even) «tribes» each operating under its own leadership. There is no intrinsic reason to doubt that their diversity was both ethnic and political, and that the alliance could have accommodated one or more of the groups Jerome names. Even allowing that, all the other evidence demonstrates that Alans, Vandals and Suevi (who may be lurking beneath Jerome’s slightly archaizing Quadi) made up the main and most distinct armies into which the invaders resolved themselves. Yet far from gaining in clarity, our sources grow hazier from the moment of the crossing. We cannot follow the course of the invasion in detail, despite many modern attempts to do so – neither coin hoards, nor putative damage to archaeological sites, nor the testimony of Carolingian and later hagiographies can compensate for the fundamental silence of contemporary witnesses.30 What is abundantly clear is that Stilicho did not at once act against the invasions. Scholars have invested a great deal of energy into asking why that was so. In three separate places, Zosimus attributes his inaction to his plan to seize Illyricum from the eastern government.31 Many modern studies have accepted this assertion at face value or gone even further, attributing all sorts of treacherous motives to Stilicho. That he was at odds with the eastern government on many occasions is not in doubt, but the only plausible evidence for his having any design on Illyricum is most ambiguous and comes from quite late 407.32 At best, the verdict must rest as «not proven.» While the charge of coveting Illyricum has to have been implicit in Olympiodorus’ original, the overt hostility of the pagan Zosimus to the devoutly Nicene Stilicho has erected it into something far more significant than it can possibly have been at the time. All that we can safely say is that Stilicho did not act at once and that the British army did. Having tired of their second usurper, Gratian, they then raised a soldier named Constantine to the purple in 407, perhaps in February.33 He swiftly moved to Gaul, where the officium of the legitimate Gallic prefect fled before him, first to Lugdunum, then to Arelate.34 There is no need to take the detailed narrative any further, as the story has been told many, many times.35 Constantine won many successes after arriving in Gaul. Stilicho’s attempt to recruit Alaric foundered on the hostility of his court rivals and the parsimony of the senate, so that the great man himself was executed and his followers massacred, survivors fleeing to Alaric. Pressed hard, Honorius was forced to recognize Constantine, whose regime was in turn challenged by the rival usurpation of Maximus and his patron Gerontius. These rivalries in Gaul allowed the Alans, Vandals and Sueves to invade the Iberian peninsula. Alaric, betrayed one time too many by the new leaders of Honorius’ court, put up his own usurper Attalus then tore him back down, finally sacking Rome when no other alternatives remained. As these events were unfolding, Flavius Constantius worked his way to the top through court intrigue, seized effective control of the western establishment, and successfully defeated Constantine at Arles. He was then immediately confront-
30 The classic accounts are Blanchet 1900; Schmidt 1942: 17-18; Demougeot 1951: 385-7; Courtois 1955: 43. 31 Zos. 5.26.2; 5.27.2; 5.29.7 32 This is the appointment of Jovius as praetorian prefect for Illyricum (Sozomen. 8.25.3; 9.4.3, derived from Olympiodorus). Far from a sign of hostile intent, the appointment may have been necessary to have a sufficiently senior official managing negotiations with Alaric for service against the usurpation in Gaul and Britain. 33 Zos. 5.27.1-2. 34 Drinkwater 1998 and Kulikowski 2000, both of which exhaustively cover the long, largely otiose debate on the date at which the Gallic prefecture was transferred from Trier to Arles. 35 Halsall 2007: 210-34 and Delaplace 2015: 127-62 are now the best narratives.
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ed by the further usurpations of Heraclian in Africa and Jovinus in Gaul. All the while, the eastern court of the young Theodosius II manifested almost complete indifference to the plight of the West. Not until 418 were the western provinces more or less stabilized, and still the deaths of Constantius (421) and Honorius (423) soon put paid to that parlous stability. What concerns us here is not the ins-and-outs of that often told tale, but whether we can rightfully consider the events of 405-406 -the invasion of Radagaisus and the Rhine crossing of the Alans, Vandals and Sueves -- the beginning of the end of the western empire. As with any such rhetorical question, the safe answer is «both yes and no.» It is as important not to overstate the scale of the crisis as to understate it. We should remember that both invasions were contained. We have already seen that with Radagaisus, but it is true of the Rhine invaders as well. The evidence is very strong and nearly contemporary, a letter of Jerome written in Bethlehem in late 409 or early 410.36 In it, he laments the destruction of Gaul caused by the invaders of 406, but he does so in a way that is extremely revealing. He reports the destruction of Mainz, Worms, Reims, Amiens, Arras, Thérouanne, Tournai, Speyer, and Strasbourg, and goes on to speak of damage wrought upon Lugdunensis, Aquitaine, Narbonensis, and Novempopulana, noting that Toulouse had «not yet fallen.»37 He also notes that Spain «trembles» at the prospect of invasion. In other words, he does not yet know that some or all of the Alans, Vandals and Sueves who had crossed the Rhine in 406 invaded Spain in late September or early October of 409.38 This fact is significant. All the cities Jerome lists by name lay in the provinces of Belgica Prima, Belgica Secunda, and Germania Prima. But outside those provinces, he names only Toulouse – and it has not yet fallen. Jerome, in other words, believes that the barbarians of 406 have devastated the whole of Gaul, but he has specific knowledge of destruction in only the three northernmost provinces of the Gallic diocese. This can only mean that until 409 – for more than two full years after the Rhine crossing – Constantine III confined the invaders to the Gallic north, whether by force or by agreement.39 They were only able to move south when Constantine’s general Gerontius rebelled against him, at some point in 409.40 Now, to say that the invaders were confined to the northern provinces for more than two years is not by any means to minimize the damage they did there. Jerome’s list of devastated cities is long and specific. Moreover, the course of fifth-century history suggests that only a few key cities on the Rhine frontier were ever really restored to their place in the imperial defensive system.41 We know from a series of literary texts (the Epigramma of an otherwise unknown Paulinus, the Commonito-
36 Cavallera 1922: 2:52. 37 Ep. 123.15: Mogontiacus, nobilis quondam ciuitas, capta atque subuersa est et in ecclesia multa hominum milia trucidata, Vangiones longa obsidione finiti, Remorum urbs praepotens, Ambiani, Atrabatae extremique hominum Morini, Tornacus, Nemetae, Argentoratus translatae in Germaniam. Aquitaniae Novemque populorum, Lugdunensis et Narbonensis prouinciae praeter paucas urbes cuncta populata sunt, quas in ipsas Joris gladius, intus uastat fames. non possum absque lacrimis Tolosae facere mentionem, quae ut hucusque non rueret, sancti episcopi Exsuperii merita praestiterunt. ipsae Hispaniae iam iamque periturae cotidie contremescunt recordantes inruptionis Cymbricae et, quicquid alii semel passi sunt, illae semper timore patiuntur. 38 Hyd. 34 (ed. Burgess 1993). 39 It is regrettable that my demonstration of this point in Kulikowski 2000: 330-32 should have been weakened by its association with my erroneous argument for an earlier date of the crossing. 40 Soz. 9.12.3 explicitly associates the rebellion and the invasion. Other sources are vague. 41 Scharf 2005. A look at Sidonius Apollinaris’ correspondence will show that Mainz and Trier are the only major northern cities still with substantial governmental presences.
rium of Orientius, and the anonymous Pelagian Carmen de Providentia Dei) that the invaders could wreak appalling violence: all three texts were written in the south of Gaul during or not long after the Alans, Vandals and Sueves transit from the Belgicas to Spain.42 Similarly, a fragment of a letter of Paulinus of Nola, preserved in Gregory of Tours, and thus of uncertain date, congratulates the bishops of Vienne, Bordeaux, Albi, Angoulême, Clermont, Cahors and Périgueux for their courage, though he does not say that their cities were actually taken.43 And Hydatius, with his lurid tales of cannibalism and depopulation, makes clear just how bad the first couple of years of the invasion were in Spain.44 Even in the period of imperial recovery, when Wallia’s Goths hammered the Alans and Vandals in Spain, substantial parts of the peninsula were never restored to administration from the center.45 Moreover, the Vandal invasion of Africa and the eventual cession of its richest provinces to Gaiseric was what really broke the tax-spine of the empire and made recovery impossible.46 To that extent, the events of 405-406 were indeed the beginning of the end. And yet while they are a necessary component of eventual imperial collapse, they are not a sufficient explanation of it. Neither, indeed, are the many excessively monocausal explanations, like a hypertrophied assessment of Hunnic influence on events.47 It is only when we place the invaders of 406 in the context of other events that their historical significance becomes clear. What most characterizes the early fifth-century West is not invasion, but rather a new and constantly increasing willingness on the part of military and political elites to threaten violence against the functioning of the state.48 That is to say, strongmen of every kind ceased to fight for control of imperial government within the framework of state structures. Instead, they began to threaten and even to attack the stability of government in order either to find a place in it or to seize control of it. Alaric pioneered this approach, and it was part of what made him so difficult to counter.49 Unlike Stilicho, whose mental world was entirely shaped by fourth-century norms, Alaric sought a honorable place within the imperial military hierarchy but was also always willing to step outside it and attack the imperial state when he failed to get what he wanted. Alaric himself had limited success with these tactics and there can be no doubt that he died disappointed in his ambitions. But his example was imitated and that is the key to the collapse of the west Roman state. If the murder of Stilicho and the rise of Constantius still took place within conventional parameters of court intrigue, revolts like that of Heraclian in Africa were already something new. By the 420s, the habit
42 All are edited in Petschenig 1889. Plinval 1943: 241 demonstrated the Pelagian theology of the Carmen. 43 Ep. 48 (ed. Hartel 1904) = Greg. Tur. 2.13: ...si enim hodie uideas dignos domino sacerdotes uel Exsuperium Tolosae uel Simplicium Viennae uel Amandum Burdigalae uel Diogenianum Albigae uel Dynamium Ecolisnae uel Venerandum Aruernis uel Alethium Cadurcis uel nunc Pegasium Petrocoris, utcumque se habent saeculi mala, uidebis profectu dignissimos totius fidei reigionisque custodes. The value of this as testimony of actual destruction is dubious. 44 Hyd. 34-42 (ed. Burgess) 45 I was too optimistic about this in Kulikowski 2004: 153-209 and now suspect that the devolution of government and administration to the level of the curia was an established fact across most of the peninsula by the early 420s. For the permanent loss of Gallaecia to the Suevi see Kulikowski 2015 and the other articles collected in the same volume. 46 Wickham 2005: 825-31 summarizes the tax-spine argument, but it rests on a detailed exposition of the archaeological data in preceding chapters. The best account of Vandal history is now Steinacher. 47 Kim 2013 and 2016 attempt to document the massive power of the Hunnic empire that Heather’s various writings merely assert. 48 See the slightly differing expositions in Kulikowski 2012 and 2013. 49 Kulikowski 2014.
of cycling in and out of the hierarchy of the state – of raising a private army to attack the emperor’s legitimate representatives in order to then rejoin the hierarchy of office as a legitimate member of it – was well-established. It never went away again. In this world of force as first resort and dissolving governmental traditions, the invaders of 406 and their descendants could be effective players. They were sometimes happy to operate inside the imperial state, sometimes violently opposed to it. But we must stress that this was not a matter of barbarian versus Roman. That analytical framework is of little or no use for understanding the fall of the western empire. There were certainly very real ethnic differences among the invaders, and also between them and Roman provincials of various stripes. The situational ethnicity that some scholars regard as characterizing the period was real, but it was never perfectly free-floating or universally available.50 There can be doubt that some, possibly many, ethnic differences ran very deep and persisted across several generations. Indeed, there is no way to explain the persistence of very different legal norms among parts of the fifth-century populace except by a deep attachment to non-Roman thought modes and ways of ordering society. All that and more having been granted, the existence of powerful ethnic difference still cannot justify analysis of the fifth-century crisis in terms of a barbarian/Roman binary, because that binary fails to get at the essential point: the destruction of the fifth-century West was not wrought by barbarians upon Romans, nor was it contingent upon a population replacement or mass immigration.51 It was a change of political culture, not a change of population that was decisive. All the powerful military and civilian leaders of the century adopted the same set of tactics, tactics that were used irrespective of ethnic or indeed political background. Aëtius was every bit as destructive of imperial stability as was Gaiseric. That political reality did not erase ethnic differences, or fuse together populations, but it did make much easier the cooperation of one group with another for the prospect of mutual gain, whether against local rivals or the ever-weakening imperial center. The invaders of 405 and 406 eventually established multiple nodes of power, shifting in location and in their capacity to inspire local support. So too did the heterogeneous Gothic force welded together by Athaulf in the 410s and briefly able to contemplate setting up a rival Theodosian dynasty in Gaul and Spain. Some Gothic, Vandal, Suevic, Alan or Burgundian leaders were adept at the century’s destructive style of military politics, others less so, but none of them acted in this way because of their ethnicity, still less because they were barbarians not Romans. Recall that the dynamic of violence against the state was also enacted by every man who held a commission in the emperor’s army. Nevertheless, and leaving the false binary to one side, we may still ask whether the same dynamic would have taken hold without the invasions of 405 and 406. It seems quite likely that it would have done, given everything else we know. On the other hand, would it have proven so destructive to the state so relatively quickly? Perhaps not – the reserve of military manpower formed by the invaders of 406, along with the political genius of Gaiseric, undoubtedly hastened the collapse of the state. And thus to return to the question asked at the start: were the invasions of 405/406 the beginning of the end? Both yes and no, of course. But probably more yes than no.
50 Amory 1997 is the most extreme version. 51 Mass immigration can be asserted by scholars with modern political axes to grind but cannot be proven on the basis of any evidence.
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CAPÍTULO I I LAS GENTES BARBARAE ENTRE LOS SIGLOS IV Y VI: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
The Military Transformation of the Roman World Walter Pohl (Academia Austriaca de Ciencias/Universidad de Viena)
The Roman army and the fragmentation of the Roman Empire
A
s many ancient empires, Rome rose as a city state that gradually expanded its power over its hinterland and over many other cities. Rome’s success in maintaining its empire for centuries, however, was not least due to the way in which it co-opted warbands and groups of soldiers of widely different origin. The late Roman Notitia dignitatum, a list of early-fifth century units of the Roman army, preserves this exceptional multiplicity. Many names represent the ethnic or territorial origin of the respective units, usually (and for the empire, quite conveniently) serving far from their places of origin: Sarmatians in Britain or Franks in Egypt. Even if they came from recently- or non-conquered regions, these soldiers enjoyed freedom and privileges, and their leaders had splendid career opportunities (Hoffmann 1969; Demandt 1980; Isaac 1990; Southern/ Dixon 1996; Demandt 2007: 303-24). Late Roman Emperors, who often had been successful generals before rising to power, could come from all parts of the Empire, from Spain to Syria. We may see the endless internal conflicts between emperors and usurpers in Late Antiquity as a sign of decline and weakness. That may not be wrong; but it also meant that power struggles revolved around the imperial throne, and therefore remained within the Roman system – no alternative power structure could emerge. The successful integration of warriors and warbands into an overarching imperial system only reached its limits when several developments roughly coincided (In general, see Pohl ²2005; Wolfram 2005; Heather 2006; Halsall 2007; Wickham 2006; Pohl 2008). The tax by which Roman citizens could buy themselves off from being drafted into the army, the aurum tironicum, was reformed and generalized in 375 (Lenski 2002: 313-14; Roth 2016: 38-39). This led to a growing demand for ‘barbarian’ soldiers, and increasingly, whole bands of warriors under their own commanders were drawn in (O’Flynn 1983; Mac George 2002). The bitter throne conflicts in the empire were increasingly decided by barbarian contingents: for instance, one of the biggest battles of the period was the battle at the Frigidus in 394, in which Theodosius I routed his rival Eugenius, not least with the help of Gothic federates (Wolfram ³1990: 144-45; Cameron 2011: 93–117). These conflicts, as the example shows, did not even subside under the rule of Theodosius «the Great», who was later remembered as the last emperor of the undivided empire, and as a Christian model ruler. We think of the early fifth century as the time of Alaric’s raids in Italy, and of the invasion of the Vandals, Alans and Suebi in Gaul. But what captured the attention of the contemporaries as least as much were the unending usurpations in the Western empire: Constantine III, Gerontius, Jovinus and others (Goffart 1989). The loyalty of Aetius and the threat by Attila’s Huns provided some respite before the conflicts set in again after Attila’s death. Unlike in the early 5th century, when most usurpations failed, now most of them were successful. The position of barbarian generals as impresarios of power became stronger, until the last Western emperor, Romulus Augustulus, was dethroned by Odoacer in 476. Barbarian soldiers had come to play a decisive role in all these struggles, and every contender for the throne had to secure their support. The demand for them also led to a militarisation of barbarian societies beyond the Roman borders, and higher ambitions of their leaders, who became more willing to seek their fortune
in the empire (Halsall 1998). This movement was precipitated, but not caused by the arrival of the Huns in the Pontic steppes in c. 375. Barbarian commanders in Roman service could make splendid careers, for instance, the Vandal Stilicho, who became commander-in-chief in the Western empire around 400 and married an imperial princess. But his case also shows that there was a glass ceiling that blocked the ascent of these officers of barbarian origin to the throne. Suspicions arose that Stilicho plotted to become emperor or raise his son, and in 408, he was killed, upon which a pogrom against his barbarian soldiers ensued. This weakened the defences of Italy. Two years later, Alaric, who had negotiated in vain for a position comparable to Stilicho’s in Roman service, plundered Rome with his Goths (Von Rummel/ Lipps/Machado 2013). Rome had always respected, if not encouraged the particular identities of the auxiliary units in its service, and in most cases, it could rely on their loyalty. The troops received regular pay and supplies, and occasional benefits. Even in the fifth century, when the Western Roman Empire dissolved, most barbarians were mostly loyal to its emperors. Increasingly, though, there was more than one contender to the throne, and more than one option in the power games in which the empire gradually lost its authority in the West. The so-called ‘migration period’ was not simply a confrontation between invading barbarians and the Roman state, as it has long been interpreted. Several different types of armed groupings competed on the same playing-field: tax-funded regular Roman army units of drafted soldiers; barbarian mercenaries paid by the late Roman state or by private power brokers; mixed units loyal to a particular Roman or barbarian warlord; ethnic groups of ‘barbarian’ extraction operating on Roman territory under their own kings, in Roman service or in confrontation with the Roman state; and large and heterogeneous armies put into the field by the Hun empire of Attila. There was quite an amount of fluctuation between all these military groupings, depending on their success or on the charisma of their leaders.
The cohesion of warbands The history of all these conflicts was complicated; but the result was clear: the ones who grabbed power in the Roman provinces were large barbarian armies led by their own kings and distinguished by ethnic denominations: Goths, Vandals, Burgundians, Franks and others. They were usually supported by factions among the Roman elite, and had been integrated into the Roman system as federates, under a treaty that had entrusted them with the defence of one or several Roman provinces. A main asset that they had seems to have been their ethnic identity. To an extent, that is quite paradox because we know that most of these groups had formed only recently from quite disparate elements (Wolfram 2005; Wolfram 2012). However, the prestige of these partly ancient ethnonyms, their success in a potentially hostile environment and their joint perspectives of privilege seem to have reinforced their sense of belonging. A comparison may make the effect clearer. When the Roman warlord Boniface died in 432 from a wound he had received in a fight against his arch-rival Aetius, he advised his wife on his deathbed to marry none other than Aetius, and bring his armed retinue into the union (Wijnendaele 2016). Likewise, when Stilicho 31
or Aetius were killed, their armies dissolved or went over to a rival. When, on the other hand, Alaric I died soon after the sack of Rome, two of his successors were murdered one after the other; yet the Goths elected new kings and stayed together even in situations when royal succession was highly contested. Thus, they finally managed to be settled with his army in Aquitaine by treaty. Being a gens, a people, seems to have made an important difference (Claudius, IV Cons. Honor.: 474, 320; Zosimos: 5.5.4, 11; Pohl 2011). Kingship created institutional continuity in the warband, and the Romans had to accept these choices, which in turn determined command positions in the Empire. Contemporaries were aware that ethnic cohesion was an asset. More than a century later, in the History of the Gothic War by Procopius, the speech of the Gothic king Totila before the decisive battle against the army sent by Emperor Justinian makes that point clear. Totila denied the coherence, and the Romanness of the Roman army: «The vast number of the enemy is worthy only to be despised, seeing that they present a collection of men from the greatest possible number of peoples. For an alliance which is patched together from many sources gives no firm assurance of either loyalty (pistis) or power, but being split up in origin (genesis), it is naturally divided likewise in purpose» (Procopius, Bella: VIII, 30.17-18, 367). This patched-up army would only pretend to fight, and then retire at the orders of their respective leaders, while the Goths would risk their lives for their own cause. Ironically, the Goths lost the battle, but Procopius’s critique of the Roman mercenary force is obvious. How could successful rulership (or could not) be built on the pistis, the loyalty of a faithful army? In Late Antiquity, the art of domination required a leader to inspire in his army a sense of belonging. Ethnic loyalty emerged as a resource for creating new centres of power that could challenge, and eventually overcome the imperial administration. When Procopius wrote, in the middle of the sixth century, this seemed obvious. But where had it come from? If we follow traditional scholarship there is no question. The barbarians had come as peoples, and it was to be expected that they shared a sense of ethnic solidarity. But this is debatable; and the Goths around 400 have served as the bone of contention in that debate. Research in German-speaking countries was long dominated by the concept of Heerkönigtum, military kingship, as an institution that could create the resonance necessary for a successful transmission of ethnic traditions (Schlesinger 1956). But Heerkönige were late to appear, without Germanic precedent and only on Roman territory. In English-speaking research, the army as a whole was often seen as the cradle of barbarian identities. Michael Wallace-Hadrill wrote: «War-bands are tribes in the making» (Wallace-Hadrill 1970: 11). Wolf Liebeschuetz, in his article on ‘Alaric’s Goths: nation or army’, put it in more flowery words: «Patriotic community-building forces radiated from Germanic war-bands and emerging Germanic kingdoms» (Liebeschuetz 1992: 83). Michael Kulikowski was much more skeptical in his rephrasing of the problem, «Nation vs. army: a necessary contrast?» (Kulikowski 2002: 82-83). Still, his history of ‘Rome’s Gothic Wars’ ends with the assertion: «No longer products and victims of Roman history, the Goths – and the many other barbarian settlers who followed in their footsteps – now made Rome’s history themselves.» (Kulikowski 2007: 184) What was the relationship between ethnic groups, kingdoms and armies (Goetz/Jarnut/Pohl 2003)? Ethnic identities could mean different things in different contexts. In the fifth and sixth centuries, they clearly could be mobilized for state-building. Ethnic identities, as Procopius knew, could safeguard the loyalty of an army that could not be motivated by ‘law and good government’ of the empire any more. Did ethnic identities already inspire a sense of loyalty and belonging in the fifth century? Salvianus, in his De gubernatione Dei written in the 440s, seemed to think so: «Almost all barbarians, provided they are of one people and king (qui modo sunt unius gen32
tis), love each other; almost all Romans persecute each other.» (Salvianus, De Gubernatione Dei 5.15). This is, of course, a tendentious statement to chastise the bad Christians in the empire; but as such, it at least had to be plausible. Obviously, many groups of barbarians go by an ethnic name in the sources. This certainly is the case for Alaric’s and Theoderic’s armies who are repeatedly called Goths (while their leaders figure as the hegoumenoi, phylarchoi or reges of the Goths). Many other groups of Goths existed simultaneously, but few reached a critical mass. In the narratives of military events, the actions of these armies are often personalized; it is Alaric who acts in Olympiodorus, analogous to Constantine, Gerontius and all the other military leaders on the chessboard. Not all wandering armies receive clear ethnic designations. The barbarian groups that crossed the Rhine in 405/06 are quite consistently perceived as an aggregate comprising Vandals (Hasdings and Silings), Alans and Suebi, and do not have a common denominator (Steinacher 2016). Only after the reshuffling of forces in Spain, and the secession of the Suebi in Galaecia, does the single name Vandals emerge in the sources. However, the complicated description of the invading army demonstrates that ethnic denominations in Roman sources were not simply wholesale classifications, but based on more precise distinctions – otherwise, the invaders could simply have been called ‘Vandals’ or even ‘Goths’. Later, several ethnic affiliations were famously ascribed to Odoacer in the sources, and connected with Sciri, Turcilingi, Huns, Heruls, Rugians and Thuringians. Such ambiguities may have been deliberate, because those were also the elements of the multi-ethnic ‘Roman’ army that had raised him as a king in 476. Clearly, the sources about the 5th century can hardly narrate the pursuits of barbarian leaders, even if they personalize their exploits, without recourse to ethnic labels. However, the sources do make a difference between the ethnic origin of barbarians (often attributed to individuals and to groups regardless of their size) and ethnic agency (a group that establishes itself as a recognizable actor on the political scene, such as Alaric’s Goths). Unlike the loyal armies of fifth-century Roman warlords such as Gerontius, Boniface or Aetius, the core of the Gothic army stuck together even in times of hardship. Alaric must have enjoyed a quite extraordinary degree of loyalty from at least a core group of considerable size, who followed him after the crushing defeats inflicted by Stilicho in the years after 400, and through the long years of uncertainty and maneuvering before the sack of Rome. When Attalus sent Alaric to reinforce the troops of the latest insurgent, Jovinus, the rebel «was distressed by the presence of Athaulf and in oblique terms blamed Attalus» (Olympiodorus Fr. 18). Was that because Jovinus, who already had the support of the Burgundian phylarchos Guntarius and of the Alan leader Goar, was afraid that the Goths could not be harnessed to his purposes? In fact, this is what happened, for Athaulf straightaway went out to kill Sarus when he arrived with reinforcements for Jovinus from Italy. Soon after, Athaulf had Jovinus and his brother arrested and sent them off to Honorius (Olympiodorus Fr. 20). Again, the Goths seem to have maintained their basic coherence and negotiating power, until they were settled in Aquitaine after 416. This type of stability of an army was rather unusual in the Western Empire around the time. It seems that groups that are more consistently described by an ethnic label in the sources were more stable, even in defeat or after the death of their commander. We may imagine the Goths around their campfires telling stories about their ancestor Gaut (Jordanes, Getica: 14.79, 76) and the haliurunnae, the Gothic witches from whom the Huns had originated (Jordanes, Getica: 24. 121, 89); but it may very well have been otherwise. However, some idea of a common fate in a hostile Roman environment under adverse conditions, and of a joint achievement must have existed, similar to that of many migrant groups in the contemporary age that have been studied by social scientists. In the long run, barbarians were better off under their own leaders, and they obviously realized that.
What was decisive in these games of power? Was it simply the amount of barbarian manpower which increasingly turned against Rome, and left an empire whose tax-proceeds had plummeted increasingly defenceless? It is certainly true, as Peter Heather has argued, that step by step the strategic situation of the emperors at Ravenna became more difficult (Heather 2005). But we should be careful not to reduce our model of the fall of the Western Empire to a matter of grand strategy: Rome against the barbarians. It was never simply Rome against the barbarians at any point (Pohl 2010; Pohl 2015). The question was who could mobilize more lasting loyalties, or, as Procopius puts it, inspire pistis in his army. Military impresarios of Roman or barbarian origin increasingly resembled each other. Rome could inspire high hopes, and the wish to become a Roman, in many barbarians. But who represented Rome could change very quickly, and dramatically. Little wonder that many barbarians felt more comfortable under their own leaders, especially if they tried to steer clear of the hazards of Roman power politics. It is hard to believe that the outcomes of battles alone determined the gradual shift in the balance of power, in which Rome – or rather, Ravenna – lost its hegemony over the west in the fifth century. Alaric’s Goths or Geiseric’s Vandals did not win many major battles. But they outlasted defeat and hardship much better than the armies of their Roman competitors (Pohl 2005).
From warbands to ethnic states Thus, the most successful of the ethnic warbands operating on Roman territory gradually turned into royal armies. These soon ceased to be tax-funded, but were largely constituted by possessors of estates who owed military service in return for land-leases or -endowments. Groups of 20-30,000 warriors with their families and dependents now ruled over a population of millions in Gaul, Italy or Spain. The new kingdoms that emerged from the dissolution of the empire in the West were not named after the old provinces, but after the people who ruled them: kingdoms of the Goths, Vandals or Franks, and later, Lombards, Angles and Saxons. This has always been taken for granted; but in fact, it is very different both from the Roman system, and from the result of the Islamic conquests in the Eastern Roman empire. What emerged in the 7th century was a Caliphate governed by dynasties and structured in regional units. Distinctions between Arabs, Persians, Turks, and more specifically, between Arabic tribes played major roles in early Islamic politics, but they did not serve for the legitimation of the regime (Pohl/Gantner/Payne 2012). A similar comparison can be made with the contemporary fragmentation of the Han Empire in China. Similar to the post-Roman kingdoms, the so-called ‘Northern Dynasties’ were parts of imperial territory ruled by a military elite of barbarian origin with the help of a somewhat down-sized Chinese administration. Some of these elites did maintain their identities within a largely Chinese cultural sphere, in particular the Tuoba-Wei. Yet in the long run their alterity faded, and they were retrospectively integrated in the Chinese history of a succession of dynasties. While France and England are still named after the distant Franks and Angles, the names of Tuoba or Xianbei soon disappeared from the Chinese political landscape. The fragmentation of the Roman Empire in the West in the 5th, and in the East in the 7th century can usefully be compared with other cases of the replacement of imperial rule by warbands who came to core areas of Mediterranean culture or to China from much harsher environments. The dissolution of the Western Roman empire developed rather differently from most other cases: it led to a plurality of kingdoms, while most others resulted in another empire, sometimes after an intermediate period characterized by dynastic regimes. The mostly Germanic-speaking conquerors in the West had already spent a few decades on Roman territory and
had been more or less integrated in the imperial administrative system. They were professional officers and soldiers who increasingly shared many characteristics with their Roman counterparts, who in turn had come a long way from classical Romanness. For a while, the Empire provided common ground for all the different armies and warbands on its territory. They were in fierce competition with each other, and those whose cohesion was enhanced by their respective ethnic identity finally came out on top in the West. They soon adopted the Christian religion of their subject populations, although for a while some distinguished themselves by a Christian creed that had been condemned as heretical. In the end, military leaders of barbarian origin grabbed power not so much by defeating the Roman army, but by replacing it, and by keeping their barbarian competitors at bay (Pohl 2016). The result was a multitude of kingdoms identified by their ethnic denomination, in which they constituted ruling minorities. These kingdoms conserved part of the Roman infrastructure, Christianity and a Latin language of state, while they gradually abandoned the empire and the Roman tax system, and thus also the standing army. On the other side, the Arab armies that conquered most of the Eastern Roman Empire and Sasanian Iran were united by their common, if only recently adopted Islamic creed. Tribal and genealogical conflicts could prove disruptive, but did not lead to a plurality of states. The new empire was integrated by dynastic rule. The early Islamic empire kept much of the Roman infrastructure, including the tax system, but had a completely different political system and geographic extent. Its armies were at least initially financed by taxes, through the diwan. Thus, a standing army remained available, often garrisoned apart from the population in newly-founded cities (Wickham 2006). In the new kingdoms of the West, armies were not financed by taxes anymore, but maintained by the landed wealth of its soldiers (or their lords). This allowed reducing taxes and simplifying administration. As a consequence, mobilizing the army became more difficult, and required a certain consensus about the importance of the war between the warriors and their leaders. Landholding soldiers seem to have preferred theatres of war that were not too far away, gave some occasion for plundering, and did not require fighting to the bitter end: limited inner conflict thus must have seemed more interesting than expeditions to some distant frontier. Once the successful kingdoms had consolidated in c. 600, the Early Middle Ages, in spite of their bad reputation, were one of the most peaceful periods in European history, at least on the interstate level. Only in a few periods did military expansion acquire an imperial dynamic, such as during the rise of the Carolingian empire in the eighth century. When the Visigothic kingdom had subdued the Suebi and the Byzantine enclaves in the seventh century, it was hardly involved in wars with other kingdoms any more, until the fatal defeat against the invading Muslim armies in 711. The most conspicuous war of the seventh century in the Iberian peninsula was, not by coincidence, Wamba’s expedition against the usurper Paul. Minor internal struggles were of course endemic, just as in the contemporary Frankish and Lombard kingdoms (Wood 1994; Wickham 1981). This structure tended to hold any excessive expansion of power on every level in check, and thus served as an antidote to imperial expansionism. In a paradox way, this system led to the emergence of a rather stable political topography of Western Europe, in which empires could hardly unfold. The aristocracy and the armed forces had become regionalized, and now had something to loose. The post-Roman kingdoms of the West had become rather inward-looking, far from the almost ceaseless wars in the imperial East.
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The Emergence of the Suebi and Further Developments in Bohemia Eduard Droberjar (Universidad de Hradec Králové)
T
he beginning of the Elbe Germanic tribe of the Suebi in the territory of Germany is shrouded with mystery, similar to other ethnic groups in Ancient History. The oldest written and archaeological sources date to the first half of the 1st century BC (Peschel 1978b). During the Gallic Wars, C. Julius Caesar originally mentioned only the Suebi but later made reference to the Marcomanni (Bell. Gall. I, 51). He believed the Suebi to be «by far the largest and the most warlike nation among the Germans. It is said that they have a hundred cantons, from each of which they draw one thousand armed men yearly for the purpose of war outside their borders.» They lived mostly on milk and meat and spent a lot of time hunting. Caesar reports that they wore no clothes apart from small cloaks of reindeer hide, which left a great part of the body bare and «suffer no importation of wine whatever, believing that men are thereby rendered soft and womanish for the endurance of hardship» (Bell. Gall. IV, 1–2). Although some of Caesar’s statements tend towards exaggeration, it was he, after all, who met and fought with them. Around 72 BC during which time Spartacus’s resurgence culminated in Italy and Pompey and Crassus became consuls, the Suebi, led by Ariovistus, first crossed the River Rhine. Initially comprising 15,000 men, their numbers increased to around 120,000 as they approached Gaul (Bell. Gall. I, 31). In the 60s and 50s BC, the Suebi, again led by Ariovistus, attacked the Gallic territories to the south and west of the Rhine (Bell. Gall. I, 31). The Rhine thus became a divisionary, ethnic border between the Celts (Gauls) and the Germans. The Suebi assisted the Celtic tribes of the Arverni and Sequani in defeating the Aedui (another Celtic tribe) in Sequani territory at the Battle of Magetobriga in 61 or 60 BC (Bell. Gall. I, 31). Intent on gaining more territory, the Suebi later turned against their allies, the Sequani, and seized a third of their territory in Eastern France between the rivers Saône and Rhone and the Jura mountains. In addition to the contingent led by Ariovistus, the Gaul territories were also threatened by Suebi units led by the brothers Nasuas and Cimberius who fought against the Treveri (Bell. Gall. I, 37). The Celts, especially the Aedui, were forced to seek help from the Romans, who hesitated for a long time. Finally, after unsuccessful negotiations between Caesar’s messengers and Ariovistus, and particularly following the collapse of Caesar’s meeting with the leader of the Suebi, the Romans were compelled to curb the Suebian expansionism. Caesar’s detailed account of the relations with the Suebi culminates with the description of the battle in the summer of 58 BC between the Romans and Germans (Bell. Gall. I, 48–54), which ended with the defeat of Ariovistus near Mulhouse (Mühlhausen) in Alsace. The Suebian king saved himself by escaping. Caesar describes the first Suebian king; Ariovistus (rex Germanorum) in less than favourable terms (Bell. Gall. I, 31), calling him a «passionate, reckless barbarian» who was considered to be «exercising a proud and cruel tyranny». On the other hand, the Romans called him a «friend of the Roman nation» (Bell. Gall. I, 43). The Suebi were described differently, however, according to the accounts of various ancient authors. Strabo (Geógrafika VII, 1) considered them «a federation of tribes», to which the Marcomanni and the Quadi belonged. The Roman historian Tacitus also refers to them (Germ. 38) as a federation of tribes, among whose numbers belonged the Semnones, Lombards, Hermunduri, Varisci, Marcomanni, Quadi and Marsigni. A characteristic identifying feature of certain Suebi was the so-called Suebian knot (nodus Suebicus), which consisted of hair combed from the forehead
and tied into a knot on the side (Krierer 2002; Haak 2007). Around the year 150 AD, Claudius Ptolemy (Geógrafiké II, 11) makes reference to the «Suevi Langobardi, Suevi Angili and Suevi Semnones», while also assuming the Marcomanni and Quadi all belonged to a single Suebian federation. It is not always easy to discern and identify the individual Elbe Germanic tribes. They are often confused for each other (mainly the Suebi, Marcomanni, Quadi and Hermunduri). Various classic authors used different ways of denoting, interpreting and localising them. Indeed, terms describing groups were a general source of confusion throughout the entire Roman period. Another problematic factor is their frequent relocation, or, more precisely, the migration of certain factions within tribes. Classical authors often only reserved attention for certain factions of tribes or for important political events. Adding to the confusion, the Suebi referred to themselves as Marcomanni, Quadi and other tribes. Archaeologically, the Suebi are associated with the Elbe Germanic cultural sphere (Godłowski 1970: 59-89; Peschel 1978a; Mildenberger-Beck 1989; Völling 2005), and geographically with a large area stretching from Hamburg to River Ipeľ in Slovakia. Within this expanse, various Suebian tribes lived from the late La Tène period through the Roman era to the beginning of the Migration period until the departure of the Suebi from the middle Danube area to Spain and Portugal. Suebian sites from the time of the Roman Empire can be found in several European countries (Germany, the Czech Republic, Austria, Slovakia and parts of Hungary). Archaeological records locate the beginnings of the Suebi tribe to their original homeland in the Middle Elbe area. A wide central swathe of Germany comprising Saxony-Anhalt and Turingia is acknowledged as the birthplace of the Elbe Germanic Suebi. Here, the oldest archaeological monuments of the Elbe Germans from the 1st century BC have been found (Peschel 1978a; Meyer 2009). We refer to them as the Großromstedt Culture (GRC) by the Central German burial site at Großromstedt, Kr. Apolda, in the Federal State of Thuringia (Eichhorn 1927; Peschel 1991, 2005). The site was researched over a hundred years ago. GRC lasted approximately one hundred years (85/80 BC-15/20 AD). It comprised three developmental stages (GRC 1–3) and represents the oldest Suebian culture (Peschel 1968; Rieckhoff 1995: 151–168; Droberjar 2006a, 2006b). The best way to learn about their material culture at the time of their crossing the Rhine and settling in Gaul is to study the archaeological excavations of fire burials in central Germany (in particular the burial sites in Schkopau and Großromstedt). These sites are concentrated mainly along the River Saale, between the Thüringer Wald, Harz Fläming and the KrkonoŠe Mountains (Schmidt-Nitzschke 1989; Peschel 2005; Grasselt 2007). In this area the Suebi came in contact with the original Celtic inhabitants as well as with the invasive Przeworsk culture of the Germanic Lugii (Bockius-Łuczkiewicz 2004: 99–101, 197–198, map 34 and 39; Meyer 2005; 2008: 150–193; 2009a), which is now Polish territory. In central Germany, the burials of Suebian warriors in clay urns are frequently found. The most prominent warriors were cremated in bronze Roman urns and buried with swords. Iron, and less frequently, bronze bow-shaped late La Tène fibulas were placed in the graves. Each grave contained a single fibula, which was fastened to the warrior’s cloak. Such finds, as well as many settlements, were discovered. There are many instances of such finds as well as of settlements. This attests that the culture gradually expanded, mainly to the south and east. 35
The Suebi of the Rhine from an archaeological perspective.
Maroboduus’s empire and the Marcomanni – the first Suebian empire.
Elbe Germanic finds from the time after Ariovistus’s campaign across the Rhine in southern Germany and France are rare (Meyer 2009b). More sites with Suebian finds in the area of the Lower Rhine date to the beginning of the Augustinian period (Lenz-Bernhard-Bernhard 1991; Bemmann 2007). The Upper-Rhein Suebi/Oberrheinsueben (Ament 1999) and the Neckar Suebi/Neckarsweben/Suebi Nicretes (Dobiአ1964: 90) were those that lived in an area extending from a burial site at Diersheim (Nierhaus 1966) through various settlements containing typical sunken huts with hexagonal bearing stakes at a site in Seckenheim-Suebenheim near Mannheim to sites on the River Main (Mainsweben). Grave finds containing typical Suebian artefacts (especially Elbe Germanic pottery, belt fittings and militaria) along the Rhineland date to the period following the decline of Maroboduus’s empire and the Early Roman period (50–150 AD). Several German researchers opt for the «out-of-Bohemia theory» (Schlegel 2000: 165–167) to explain the Suebi migration westwards from Bohemia after the fall of Maroboduus’s empire to the territories where their ancestors had fought with the Celts and with the Romans a century before.
The founder of the oldest Suebian (Germanic) empire (federation of tribes) where the Marcomanni had a dominant position, was Maroboduus (also Marbod, Marobod or Marobud). He is also considered the first great ruler of the territory of Bohemia. Although Maroboduus came from a noble Marcomanni family, no further details about his background, his appearance or his closest relatives are known. What is known is that he spent his early years in Rome (Geógrafika VII, 1), perhaps as a hostage, and received an education at Augustus’s court. Upon returning to the territory of wider central Germany from Rome, he led a substantial part of his Marcomanni compatriots eastwards to Bohemia between 9 and 6 BC (Germ. 42; Vell. Pat. II, 108). It is assumed that in addition to the Marcomanni, Maroboduus brought along groups of other small tribes, such as the Marsigni, the mysterious Bateini and Corconti and possibly others (Dobiአ1964: 90). The Marsigni are mentioned only once in written sources by Tacitus (Germ. 43). Along with the Cotini, Osi and Buri, they were believed to have supported the Marcomanni and the Quadi. Indeed, it is assumed that they were eventually subsumed by the Marcomanni (Dobiአ1964: 174). The consensus on where the Marsigni lived is uncertain, but the most likely theory is that they dwelled in an area west of the Cotini; either in central Moravia or in northeast Bohemia (Kolendo 2008: 157). This author assumes that the exact location is in east Bohemia in Malá Haná, which is supported both by new finds from the Early Roman period and finds from the vicinity of the south-Moravian Marcomanni settlement. The original Suebian inhabitants who had come to Bohemia in the first migration wave gradually assimilated with the newcomers. Given that the Quadi also lived in Bohemia and that the mysterious Quadi king Tudrus was Maroboduus’s contemporary (Germ. 42), it is reasonable to conjecture that he also lived in the territory of Bohemia. Continuity with the previous period is attested by the on-going discoveries of cremation burial sites (especially Tišice and Třebusice) from the period starting in the second half of the 1st century BC and finishing in the beginning of the 1st century AD. Apart from the Marcomanni and the «older» Suebi (Quadi?), Maroboduus’s empire also comprised the Hermunduri, Semnones and Lombards, including various small tribes, as well as a group known as the Eastern Germans, or Lugii, in the territory of Poland (Przeworsk culture). Maroboduus eventually subsumed all, whereby communities of noblemen in various tribes were gradually subdued and bound by covenants (Vell. Pat. II, 108). The first Suebi Empire in Central Europe at the turn of the millennium occupied an approximate territory stretching from the rivers Elbe, Danube and Visla to the Baltic Sea, with its centre in Bohemia (Droberjar 2009). Very little is known either about the internal structure of Maroboduus’s empire or its precise geography, area and economic hinterland, but it is regarded as the oldest formation of a functioning German proto-state. It is clear that the society was differentiated, which is attested by some of the rich cremation graves (Dobřichov-Pičhora, Holubice, Zliv; Droberjar 1999) and early bone burials. Although many graves and burial sites have been unearthed, relatively few settlements have been identified (Droberjar 2006b). The core of Maroboduus’s empire was in central Bohemia, where most localities and finds are concentrated, including large quantities of Roman imports (bronze vessels, bow fibulas, belt fittings, militaria and so on). There also lay Maroboduus’s seat, Marobudon/Μαρόβυδον (Geógrafiké II, 11.4), where Roman traders, lixae and negotiatores were believed to have stayed (Ann. II, 62). With the rising power of the Suebian Empire, there was a growing concern among the Romans of possible endangerment. Maroboduus’s army, most likely only its Marcomannian units, comprised 70,000 foot soldiers and 4,000 horsemen (Vell.
The expansion of the Suebi to Bohemia. Following the Suebian raid on the Rhineland and their retreat to their original settlements, they expanded once more to the east (Bohemia) and partly the south (Main region) during the second half of the 1st century BC (Peschel 1978a: 76, fig. 5; Völling 1992; Droberjar 2006a). A massive migration wave of Elbe Germans (Suebi), who typified the Großromstedt culture (the Plaňany group of the GRC), annexed the most fertile areas in Bohemia along the Elbe (in north-west, central and parts of eastern Bohemia). There is also evidence of intensive settlements in south Bohemia at the lower end of the Vltava river (Droberjar 2006a: 78, fig. 49). Bohemia had been depopulated since the exodus of the Celts (the Boii) and the newcomers encountered only groups of the remaining original population. In Bohemia, the Suebi established unfortified lowland settlements with sunken huts of a typical hexagonal or similar construction (Droberjar 2006a: 61, fig. 38). The society was relatively homogeneous, which is attested by cremation burials without any documents of social differentiation. At burial sites in Tišice (Motyková-Šneidrová 1963) and Třebusice (Droberjar 2006a: 56, 62, 64) consisting of small clusters of graves, warriors are buried (mainly with lance and arrow points, shields and, in rare cases at Stehelčeves, long double-edged swords; Droberjar 2006a: 50, fig. 28:1) as well as women and children. The typical pottery included sharply profiled, footed beakers known as Plaňany beakers (Motyková-Šneidrová 1963, annex 1; Völling 1995: 59, map 9; Droberjar 2006a: 27, fig. 9:1–5, 39:1). There were also ancient tureens and deep bowls with inverted rims known as Suebian bowls (or pots), which began to be used again at the end of the Roman Period (380 AD). Among the rare finds are some Roman imports into Suebian Bohemia (a fragment of a copper cauldron, a bow fibula of the Alesia type, an iron razor with a brass handle; Droberjar 2006a, fig. 10:12, 22:1–2, 26:2). It is very difficult to determine exactly what type of Suebi tribe came to reside in Bohemia. Most recently, V. Salač (Salač 2016) concludes that they were the Quadi, relying on the most ancient references made by Strabo about the Quadi «in whose territory is Búiaimon (Boiohaemum)» (Geógrafika 7,1,3). According to Strabo, this territory was in the Hercynian Forest, which was also populated by tribes of the Suebi. 36
Pat. II, 109,2). In light of this potential threat, the Romans launched a campaign against Maroboduus in 6 AD (Vell. Pat. II, 109–110) conducted from two directions – from Mogontiaco in the west and from Carnunto in the southeast. The two Roman military contingents were only a five day’s march from encountering the enemy when the campaign was aborted as a result of a foedus pacis, which became known as the Roman-Marcomannian covenant, according to which Maroboduus was acknowledged as Romanam amicitiam praetulisse, or friend of the Roman nation (Ann. II, 63). Subsequent conflicts between the Germanic tribes led to a clash between Arminius – chieftain of the Cherusci and conqueror of three Roman legions at the Battle of the Teutoburg Forest (9 AD) – and Maroboduus in 17 AD (Ann. II, 45,1). After the battle, from which no decisive winner emerged, Maroboduus’s power began to dwindle following the defection of some tribes from his federation. This eventually resulted in Catualda’s invasion of Bohemia in 19 AD and the conquest of Maroboduus’s power-base (Ann. II, 62). Maroboduus subsequently fled south with numerous groups of the Marcomanni and Quadi in tow. He and his retinue crossed the Danube somewhere near Bratislava before reaching Italy, where he lived in exile until his death in 37 or 38 AD (Ann. II, 63). Meanwhile, further Suebi tribes led by Vannius settled in the Moravian and Váh regions near present-day southwest Slovakia. There, the Kingdom of Vannius (regnum Vannianum) –the second Suebian Empire – with a dominant position of the Quadi was founded, effectively replacing Maroboduus’s empire (Dobiአ1964, 149; Kolník 1971: 511–519; 1977).
The Hermunduri in Bohemia. In 19 or 20 AD, the Hermunduri king Vibilius overthrew Catualda after his army-invaded Bohemia (Ann. 63). Catualda also found Roman refuge at Forum Iulium in southern Gaul (present-day Fréjus in Provence). It can be assumed that the new dominant settlers in Bohemia were the Hermunduri, who probably occupied the territory for approximately 150 years until the Marcomannic Wars (Motyková-Šneidrová 1967). However, it should be noted that some of the original Suebian population (namely the part of the Marcomanni that did not leave Bohemia, and the Marsigni) remained from the golden age of Maroboduus. The presence of the Hermunduri in Bohemia, particularly in its central and northwest regions, is indicated by several sources. Tacitus writes (Germ. 41) that the Hermunduri were «faithful to Rome». Indeed, they were the only German tribe who traded in inland Bohemia as well as along the River Danube. From the decline of Marobuduus’s empire to the Marcomannic Wars, which represents a substantial part of the Early Roman period, many Roman imports found their way to Bohemia (Sakař 1970). In the same source, Tacitus writes that the source of the River Elbe (in a broader context, one can assume the river refers to either today’s Elbe or Vltava) was in the land of the Hermunduri. According to E. Šimek (Šimek 1934: 74–87, fig. 2), the Hermunduri were localised to central and northwest Bohemia during the Early Roman period. The Hermunduri also participated in the Marcomannic Wars on the borders of the province of Raetia. In the last three years of his life, we know that Marcus Aurelius fought the Hermunduri, Marcomanni, Quadi and Sarmatians (SHA, Marcus 27, 9–10). Even though factions of the Hermunduri held original seats in central Germany (Seyer 1968, fig. 5–6), their most substantial territorial stronghold was most likely in Bohemia. After the Marcomannic Wars, they vanish from historical sources (Dobiአ1964: 196, 228–229, note 29), with the last report on their whereabouts somewhat opaque. According to the Roman historian Jordanes (Get. 114), the Hermunduri resided north of the Vandals as late as at the beginning of the 4th century.
The Marcomannic Wars (166–180 AD). The Marcomanni and Quadi were principally involved in the majority of the Roman-Germanic (barbaric) battles that took place during the reign of emperor Marcus Aurelius. For this reason, Roman troops particularly focused their operations in the areas of southern Moravia, Lower Austria and western Slovakia, as evidenced by the numerous March camps and other types of Roman constructions littered about the region (Rajtár 2008; Tejral 2008; 2014; Komoróczy 2009). Bohemia was probably not directly affected by these violent events. However, based on the abundant finds of Roman imports, including Roman militaria (Sakař 1970; Musil 1994), it is reasonable to assume that various Elbe-Germanic inhabitants of Bohemia, among whose numbers the Hermunduri may have been a part, were involved in these battles with the Romans. Other Suebi to settle in the near vicinity of Bohemia as well as in parts of Bohemia itself were the Varisci. Tacitus (Germ. 42) situates them next to the Hermunduri, and he places the Marcomanni and Quadi further in that direction. The Varisci and Quadi thus formed the geographical forefront of the part of Germania facing the River Danube. We also know that the Varisci participated in the Marcomannic Wars and that members of their tribe later resettled in Roman territory (Dio 71, 21; SHA, Marcus 22, 1–9). Among the potential places where they were seated are south Bohemia and the territories around the Bavarian tributaries of the Danube (the Regen and Naaba rivers in Bavaria), which closely neighbour the Bohemian region. The Marcomannic Wars began when around 6000 Lombards and Obii attacked the Roman Empire, crossing the Danube in Upper Pannonia (Pannonia Superior) (Dio 71, 3, 1a; Dobiአ1964: 196). It is therefore highly likely that the Lombards had to pass through Bohemia. It remains unanswered what material culture and artefacts they left behind, as we do not know the length of their stay in Bohemia, either before or after the wars.
Descendants of the Suebi in Bohemia after the Marcomannic Wars. The Marcomannic Wars and the ensuing events that took place at the close of the second and particularly at the beginning of the 3rd century fomented the crisis within the Roman Empire and precipitated fundamental changes among the tribes of the Germanic Barbaricum. These events also affected the territory of what is now the Czech Republic and the Elbe-Germanic population that lived there. It is very likely that the population density and demographics within this area changed upon the arrival of the mainly Germanic newcomers, the descendants of the Suebi (Jiřík 2010; Droberjar 2013a). Although written reports on the Hermunduri had ceased, the indigenous population of Bohemia was permeated with new migrants who established new settlements and burial sites at places such as Opočno, DobřichovTřebická, Pňov and Plotiště nad Labem. Some necropolises have survived, or rather languished, from the Early Roman period (Třebusice). There is no knowledge about who exactly lived in the Bohemian territory in the three hundred-long years from the end of the second to the end of the 5th century. But there is no doubt that some of them were Elbe-Germans. Grave and other finds lead back westwards to the cradle of the Suebi, comprising the central Elbe Region and parts of northern Germany. Abundant archaeological finds from these areas – such as finds from the Zethlingen burial site (Worbs 1979) in Altmark in the north of Saxony-Anhalt (identical to Bohemian finds) or finds across almost the entire stretch of the west Mecklenburg/ east Holstein German cultural sphere (Hegewisch 2007) – strongly suggest that the 37
Elbe-Germans did in fact live in Bohemia at the end of the Early Roman period and beginning of the Late Roman period (Rybová 1970; 1979; 1980; Droberjar 2013a). Further strong evidence from central Germany has been discovered dating to the second half of the third and the beginning of the fourth century, a period that witnessed significant social change occurring as a result of Germanic raids on Roman lines in the middle of the third century (Werner 1973; Bemmann 2003). This phenomenon is perhaps best demonstrated by the rich skeletal graves found at Haßleben-Leuna-Gommern in the Middle Elbe area (Schulz 1933; 1953; Werner 1973; Becker 2010) containing Suebi descendants, who formed new Germanic elites and power-centres. Similarly impressive finds of graves (mostly of women) also occur in Bohemia at Soběsuky, Hostivice and Slepotice (Blažek 1995; 145–148, fig. 9–15; Beková – Droberjar 2005; Droberjar 2007; Sankot-Theune 2012). Although perhaps not as comprehensive as those of central German sites, they are nonetheless an important record of the changes that were underway within Elbe-Germanic society. From the grave goods of cremation burials found latterly, a significant decrease in material wealth becomes apparent, a trend that culminates in the second half of the 4th century. There is also an increase in inhumations, instances of which occur particularly in northwest and central Bohemia (Blažek 1995; Beková-Droberjar 2005: fig. 29, map 30; Bemmann-Voß 2007: fig. 5). During the Late Roman period and the beginning of the Migration period, the Elbe-Germans still occupied Bohemian territory. However, based on finds in the region, the cultural composition of the people had changed. For instance, in Polabí and the Elbe region in Bohemia, there are less cremation burial sites and rich graves containing foreign items become fewer – Žiželice (Blažek 1995: 150–152, fig. 18–19) and Beroun-Závodí (Břicháček 1981; Tejral 2011: 109, 110, fig. 70). Dating to the 4th century AD, the distinctive Přešťovice-Friedenhain group in south Bohemia proves of interest (Svoboda 1963; Jiřík 2014; Zavřel 2016; Masanz 2017) in that it is characterised by modest cremation burials, which themselves date up until the beginning of the first half of the 5th century. Based on the typical pottery of this period, their cultural elements bear strong resemblance with those of the Bavarians (Baiovarii). Although the genesis of these peoples is a complicated topic and one that goes beyond the purposes of this study (Dobiአ1964: 313, note 21), it is certain that the core of the Bavarian population were Elbe-German Suebi. The turn of the fourth and fifth centuries also marked the departure of the Middle-Danube Suebi (once the south-Moravian, Lower Austrian and west-Slovakian Marcomanni and Quadi; Tejral 1985; 2011: 112–125; Kolník 1988) for the Iberian Peninsula. It can only be speculated whether some of the Elbe-Germans from Bohemia joined them on their journey west. What is sure is that the 4th/5th century Elbe-Germans founded a new cultural group, named after the central Bohemian burial site in Vinařice (Svoboda 1965: 78–126, 214–220, 298–299; Tejral 2006; Droberjar 2013b: 184–186. Inhumation burial sites of the Vinařice group dating to the 5th century (410/420–480) are often characterised by rich graves containing luxury west Roman and Mediterranean imports (Droberjar 2012; Jiřík – Vávra 2015). The most important of these are found at a burial site in Praha-Zličín (Jiřík et al. 2015). Separate rich inhumations of warriors (Bříza) or of women (Měcholupy and Úherce) also occur, although very few settlements are known. Discussion continues as to the decline or possible further development of this group in the 6th century. The archaeological finds of the Vinařice group are closely linked to Alemanni culture, it possibly was a key group connected to the development of the Bavarians; it also bears some Thuringian elements, and especially the strong influence of the Middle Danube Region (Danube area/east German sphere). The idea that the territory of Bohemia was inhabited by a single identical Elbe-Germanic people from the close of the La Tène period through the whole Roman period until the Early Migration period (second half of the 1st century BC to the 38
5th century AD) is nowadays untenable. Also, the oft-purported homogeneity of the cultural development within the researched territory is far from conclusive. As attested by written and archaeological sources, the developments in Bohemia (which contained the Elbe-Germanic population) clearly show great variation throughout the Early Roman period but particularly from the 3rd to the 5th century.
Leading Germanic Groups in Bohemia: 1. Suebi/Quadi? (2nd half of the 1st century BC) 2. Suebi/Marcomanni (turn of the millennium) 3. Suebi/Hermunduri (1st/2nd century) 4. Mix of different Elbe-Germans, including the Suebi (3rd to 5th century), but without a dominant group 5. Thuringii and Lombards (5th to 6th century) Dating to the 5th, possibly the early 6th century, the first inhumation burials and burial sites displaying Thuringian traits start to appear in Bohemia (Droberjar 2008). The artefacts discovered mainly belonged to women. Dating to the 6th century, grave and settlement finds attributed to the Lombards also occur (Droberjar 2008; 2013c). These new, Early Medieval peoples with Suebian roots were also likely to have passed through Bohemia on their way to the Danube Region and latterly, after 568 AD, to Italy (Werner 1962; Bemmann-Schmauder ed. 2008: 34, fig. 18; Pohl 2008). The name Suebi first began to emerge in the first century BC in the territory of Germany and latterly in Bohemia. After being attributed different names over a complex period, «Suebi» emerges as the name they called themselves by the time they reached the middle Danube area at the turn of the 4th and 5th centuries. They continued to hold onto that name in their new homeland in northern Portugal and northwest Spain (Galicia) in the 5th and 6th centuries.
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Fig. 2. A Roman bronze figurine of the Germanic man adorned with a Suebian knot (after Krierer 2002)
Fig. 1. Suebe invasions of the Rhine and Gaul in the 1st century BC
Fig. 3. Schkopau, grave 50, 2nd half of the 1st century BC (after SchmidtNitzschke 1989 and Peschel 2006) 41
Fig. 4. Großromstedt Culture and Suebe expansion to Bohemia (after Peschel 1978, completed)
Fig. 5. Sharply profiled Grossromstedt beaker (so-called Plaňany beaker) from the 2nd half of the 1st century BC. (after Droberjar 2006a) 42
Fig. 6. Maroboduus’s empire and the Marcomanni in Bohemia
Fig. 7. Dobřichov-Pičhora, grave V. The bronze bucket with facial attaché used as an urn (beginning of the 1st century AD)
Fig. 8. Holubice, cremation in the bronze urn with Roman imports (beginning of the 1st century AD)
Fig. 9. Bohemia during Maroboduus´s Empire, main types of Suebian artifacts (after Droberjar 2009). 43
Fig. 10. Bohemia after the decline of Maroboduus´s empire (1st-2nd century AD). The Hermunduri in Bohemia, the Marsigni in Bohemia and Moravia, the Marcomanni in Moravia and Austria and the Quadi in Slovakia
Fig. 11. Beroun-Závodí (Bohemia), warrior grave from the end of the 4th century AD
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Suebi north of the Middle Danube Jaroslav Tejral (Universidad de Masaryk)
The origins of Suebian settlement Suebian occupation of the territory on the northern bank of the Middle Danube River including Moravia, Southwest Slovakia and the part of Lower Austria has taken place with some delay and initially also with smaller intensity compared to the Bohemian Basin. However likely it is that the infiltration of isolated Suebian groups has already taken place earlier, archaeological evidence of the time of Maroboduus’ domain in Bohemia is so far limited to unreliable stray finds. Considerable increase in the volume of archaeological evidence for the presence of Elbe-Germanic or Suebian population can only be observed since the subsequent Tiberian to Claudian Periods. This process is most distinctly documented in the area of the so-called Trnava Loess Plain between the rivers Váh and Little Danube and the Little Carpathians. This also roughly corresponds to antique written reports on retinues of the deposed barbarian rulers Maroboduus and soon after him Catualda, who were settled by the Romans on the barbarian shore of the Danube, between the rivers Marus (Morava) and Cusus, probably Váh (Tac. Ann. 2, 63,6). On this territory, which already at that time probably was in the sphere of Roman interest, these resettlers were given a king named Vannius from the Quadi tribe. Here also was the core of his domain – regnum Vannianum. It is not by chance that the earliest phases of cremation cemeteries in this area, e.g. Abrahám (fig. 1), Kostolná, Sládkovičovo etc. (Kolník 1977; 1980), yielded archaeological finds which exhibit clear and indisputable affinity to material culture of the most flourishing phase of Maroboduus’ reign in Bohemia (Droberjar 1999; 2009; Salač 2009; Tejral 1995b). Although the position of the so called Vannius’ Kingdom is now beyond doubt, recent finds suggest that similar centres of Suebian infiltration have emerged at that time as well in other places north of the Danube. A distinct accumulation of findspots, cremation graves and settlement sites which can be associated with Suebian immigrants has developed west of the Little Carpathians, on both sides along the lower reaches of the river Morava north of the Roman Military base at Carnuntum, with a conspicuous concentration of finds near the left bank of Morava River to as far as its confluence with the Danube (Elschek 2015). Besides symptomatic Suebian finds, some of them, falling already within the Late Augustan and Early Tiberian Periods, we can observe here a relatively strong representation of early artefacts of Roman origin among archaeological finds. The Aucissa fibulae and Augustan coins are usually regarded as a reflection of Roman military activities during the Augustan Period (Tejral 1998, 149; Groh/Sedlmayer 2015, 214, 216sq; Sedlmayer 2015, 186sq.). However, another explanation also is possible, for example a strong cultural influence from the regions south of the Danube controlled by Rome, above all from kingdom of Noricum, which may have found response not only in local Suebian settlers (Elschek 2014b), but maybe also in residues of indigenous Celtic population (Tejral 2009, 164). The problem of survival of the Celtic ethnic elements in this region, which is also accentuated by the occurrence of a female inhumation grave from Baumgarten a. d. March with components of typical Norican costume and funerary equipment in the form of a metal mirror (Adler 1976, 7-11), deserves special attention. Even though an earlier penetration of the first Suebian groups to the above-mentioned territory cannot be excluded, as it is already exemplified by finds from some cremation graves e.g. at Mannersdorf, Weidendorf, etc. (Lauermann 1995; Stuppner 2009, 210sq.; Elschek 2015), the presence of a stable sedentary Suebian population
is not likely until the Tiberian and mainly the Tibero-Claudian Period as it is evidenced by e.g. the burial grounds in northern part of Lower Austria and in southern Moravia (Adler 1976; Friesinger 1976; Tejral 1970; 1977). The departure of the major part of Celtic population to the territory southwards of Danube, gradual consolidation of Roman power positions and finally the organisation of the provinces Noricum and Pannonia on the one hand, together with the increasing density of Suebian settlement in the zone north of the Danube on the other hand, gave rise to an unprecedented situation in the whole Middle Danube region during the following period. It is determined by the neighbourhood of a high-developed ancient state and barbarian peoples still living in tribal society (fig. 2). However we can suppose that this Suebian population retained a certain degree of independency. The Romans gradually established a mutually beneficial relationship with these peoples. All historical processes in the area north of the Danube in the following period were determined by the success or collapse of this system (Pitts 1989; Kehne 2001). New results of archaeological research concerning the degree of intensity of Roman cultural impact and the extent of Roman political and military intervention in internal affairs of these tribes yielded important knowledge, which can be mentioned here only in brief. The sources regarding the problem of Roman military campaigns and possible Roman presence on the barbarian territory north of the Danube at the time of Augustan expansion give so far only a limited evidence. Among the biggest mysteries is the localisation of a Roman winter camp at Carnuntum, which should have served as a starting point in the planned campaign against Maroboduus in the year 6 AD. Its relics were not yet discovered (Stuppner 2009, 209). Since recently, a hilltop site in Bratislava-Devín at the confluence of Morava and Danube Rivers has been taken into consideration. This site yielded a remarkable number of Roman artefacts, for example the Aucissa fibulae, pottery and other items datable to the Augustan Period. Sporadic finds of Roman militaria suggest the presence of Roman army. Some other findings, however, indicate that this locality served not only as an advanced military outpost but mainly as a Norican trading station (Pieta/Plachá 1999; Pieta 2015). Augustan finds gave rise to a discussion on new discoveries from the Neurissen site, which is situated on a flat terrace at the foot of a Roman fortified base on the hill «Burgstall» near Mušov in South Moravia. Opinions exist that the features unearthed at this site might be associated with the famous military campaign against Maroboduus’ domain which has taken place after the year 6 AD (Bálek/Šedo 1996). Although isolated and antiquated Roman artefacts (such as two Aucissa fibulae or a cingulum plate) cannot rule put the possibity of some form of Roman intervention in this early period, exact chronological relations and find contexts of the above-mentioned items are unclear and their interpretation remains in the realm of speculations (Kehne 2006; Komoróczy 2008). It seems that the friendly relations Rome and the Suebian groups, who in the Tiberian Period were settled in the Norico-Pannonian forefield of the Danubian frontier, was continuously strengthened. From a historical point of view it is also attested by an episode related to the Suebian kings named Sido and Italicus who, together with their retinues, took part in the Roman civil war on the side of future Emperor Vespasian and fought in the Battle of Cremona (Tac. Hist. II.21). The name of one of these Suebian kings, Italicus, indicates tight connections of this person to Rome. 45
Moreover, Roman influence is also evidenced by a wide spectrum of imports, which began to occur in graves of Suebian elites from the second half of the 1st century on, mainly in Southwest Slovakia. Even though many of these objects were probably gifts to local Germanic rulers, it is well possible that they also may have been spoils which were brought directly from Italy by Barbarian warriors who participated in Vespasian’s civil wars (Kolník 2016). A short-time interruption of optimal relationships between Rome and the tribes beyond the Danube occurred with the so called «Suebian Wars» conducted by Domitian at the end of the 1st century AD. Some part of archaeological knowledge, for example the decline of individual barbarian settlements within a narrow zone beyond the Danube (Varsík 2009, 222), might suggest that the Roman army of that time also operated on the territory of North Danubian Suebs. However, archaeological evidence of such events is still quite disputable. Even though the Romans laid the foundations of their defence of the Danube shore (ripa Danuvii) under Emperor Claudius already, the systematic build-up did not begun until the critical Flavian Period. Since that time they started to build a chain of earth-and- timber military fortresses on the Norican and Pannonian border, which formed the front of Roman defence facing the territory of biggest threat (Mautern, Traismauer, Zwentendorf, Tulln, Zeiselmauer, Klosterneuburg, Vienna, etc., Genser 1986, 764-769). Nevertheless, also in this period Rome strived to maintain peace on the frontier by peaceful means, above all by re-establishing the contacts to Germanic tribes beyond the Danube. Archaeological evidence refers to not only enhancement of Germanic settlement area, but also a growing inflow of Roman products to the territory of both of the Suebian tribes. The analyses of archaeological finds revealed that it was exactly at this time that the internal socio-political structures of the Suebi north of the Danube have further developed. This is evidenced by finds of richly furnished Germanic inhumation graves with Roman bronze and glass vessels, which are dated to the late 1st or the first half of the 2nd centuries. Their concentration on the left bank of the lower reaches of the river Morava in Vysoká pri Morave and in the neighbourhood of Zohor (fig. 3) gives evidence of a flourishing barbarian power centre on the left bank of the Lower Morava River (Ondrouch 1957, 13-47; Kolník 1959; Kraskovská 1959; Elschek 2014b). A golden bracelet from the grave No. 5 at Zohor suggests an exceptionally high social rank of the deceased person, maybe a king, who was an ally of Rome. In accordance with antique written sources we can suppose that after the Domitian’s Suebian Wars there was a sort of status quo ante between the Germans and Rome (Olędzki 2015, 77). The sources inform us that the Suebi were governed by kings installed by virtue (ex auctoritate) of Rome (Tac. Germ. 42). This situation in the first half of the 2nd century is convincingly documented not only by written reports but also by a Roman coin – a sestertius minted under Emperor Antoninus Pius, inscribed rex quadis datus (Dobiáš 1964, 177, fig.3). Similar situation shows up in the frontier zone between South Moravia and Lower Austria, on the river Thaya and in other places in Moravia. The inhumation graves with Roman imports from Neuruppersdorf and Ladná, the richly furnished cremation grave from Rothenseehof containing weapons and Roman bronze vessels of the same import horizon, and other finds from the vicinity of Mušov make us suppose that there was a centre of another important Suebian tribe (Adler 1975; Neugebauer 1995; Tejral 1983, 92, fig. 8-9; 2001, 219-221, fig. 7-8; Čižmář/Rakovský 1985). Considering the location of this region as well as the other serious reasons following from the revision of written sources and from the overall archaeological situation, we can rightly suppose that here has been the power centre of Marcomanni, who moved to this territory gradually from the Bohemian Basin. Since that time, their name has been mentioned almost exclusively in connection with events taking place in the Danube region (Dobiáš 1964; Tejral 1983, 93; 2001, 240sq.). 46
Collaps of the hitherto Romano-Suebian relations. Marcomannic Wars The system of mutual friendly relations failed completely in the second half of the 2nd century, at the time of the so-called Marcomannic Wars. Whichever the reasons of this conflict between the Roman and the barbarian world may be, among others also the hunger of northern barbarians for Roman land, the main scene of military clashes was the Middle Danube region. Among the main protagonists were the local Suebian tribes. Archaeological findings of the past few years yielded a lot of useful complementary information on these events. The presence of Roman forces on the Suebian territory north of the Danube and its partial occupation were for the first time reliably evidenced by archaeological finds. Among the most attractive sites of this period in the area of the supposed Marcomannic centre in South Moravia are the remains of Roman structures and a fortification on the hill «Burgstall» and in the immediate neighbourhood in cadastral district of what was once the village of Mušov, near the confluence of the rivers Jihlava and Svratka (Gnirs 1931; 1976). In fact it was a mighty Roman fortress (Fig. 4). The massive earth-and-timber defensive structures with multiple ditches and rampart whose front was reinforced by using mud brick, is connected to the fortification and building structures discovered 1993 at the Neurissen site, with which it forms a unified system. Previous finds, above all fibulae and terra sigillata, typical components of Roman military weapons and equipment, and mainly the coins give a convincing evidence that the fortress accommodated a Roman garrison at the time of the Marcomannic Wars (Tejral 2008a, 81-92; 2014; 2017; Tejral/Komoróczy 2008; Komoróczy 2009; 2010). Although the huge volume of archaeological artefacts, which were recovered up to now from the layers on «Burgstall», clearly confirm the military character of Roman presence in this area, some finds from the south-eastern slope of Burgstall indicate the occurrence of a civil component as well. Simple post-built buildings contained among other things an impressive collection of small finds and pieces of molten lead, which testify to repairs of Roman weapons and equipment. Another excavations and discoveries, among them also the foundations of a Roman military hospital, complete the picture of an extensive base of Roman army with logistic hinterland, which was built on Burgstall and in its neighbourhood during several phases and played an important role in both of the Marcomannic Wars. The ongoing aerial survey in the surroundings of «Burgstall» yielded evidence of another massive fortification segments in the neighbourhood of the fortress. Surprising is the discovery of a long fortification with a ditch, which extends to the north of «Burgstall» in southwest-northeastern direction, over a distance of maybe several kilometres. The ditch apparently represented the north-western boundary of the whole area sized almost 9 km2 (Tejral 2014, fig. 14), delimited on both sides by branches of the rivers Thaya and Jihlava, which separated the territory of Roman army, including not only the Roman fort on «Burgstall» but also another military facilities in this area, from the surrounding landscape. The strength of Roman occupation in this period is attested by numerous finds of marching and temporary camps, which have been detected with the help of aerial survey in the whole area north of the Middle Danube (Tejral 2009b; Komoróczy 2009, fig. 2; Komoróczy/Vlach 2010; Groh 2015). The largest continuous concentration of these military facilities can be observed on the territory which surrounds the Roman fortress on «Burgstall». This fort can thus be considered an extensive assembly place of Roman forces in the Marcomannic settlement territory, a sort of starting point for all major military actions facing north (Tejral 1999b, 834, fig. 8). Excavations in Germanic settlements (Fig. 5) yielded an impressive evidence of how destructive was the impact of Roman military intervention on Germanic settlement during wartime. The results show that numbers of Germanic settlement
sites were abandoned or destroyed during the second half of the 2nd century. At the same time it turned out that many of these localities were used later by the Romans who built here their temporary camps for military troops. Special attention should be paid to the impact of Roman presence on the changes of indigenous socio-political structures and cultural orientation of local elites. The analysis of finds from an extraordinarily richly furnished grave of a Germanic chieftain or king, which was uncovered only about 1.5 km away from the Roman fort on «Burgstall», confirmed that the deceased man most probably was buried in earth at the time of the Marcomannic Wars (Peška/Tejral 2002; Tejral 2016; 2017, 159-164). The funerary equipment contained a unique body of artefacts. Among the grave goods are some barbarian components, above all numerous Germanic spurs, some of them wonderfully decorated (Fig. 6), but the inventory is otherwise a bit different from Germanic princely graves of the so-called Lübsow Group from the Early Roman Period. Leaving aside a rich collection of silver and bronze vessels, among them a large bronze cauldron with four busts of barbarian chieftains wearing a hairstyle called Suebian knot (Fig. 7), many grave goods clearly attest to acculturation and Romanisation processes, including the transfer of Roman funerary practices. The specific and rich spectrum of antique glass vessels and pottery, an impressive collection of furniture, including a fire dog, a large bronze antique lamp, a small bronze table, whose legs were decorated with horse protomes, etc., are requisites, which until that time only occurred in graves of provincial aristocracy. Only later, in the Late Roman Period, we can meet them as well in graves of barbarian leaders. The equipment of exclusively provincial graves also comprises a set of medical or cosmetic instruments and several other artefacts. The rich collection of weapons, namely a variegated group of iron lances and spears, or a single-edged sword respectively, is rather exceptional in connection with Germanic inhumation graves from the Early Roman Period, but relatively common in burials of prominent Roman auxiliaries (members of auxiliary troops), who usually were provincial nobility serving in the Roman army (Tejral 2017, 163). All these facts can indicate that the grave at Mušov may have contained the burial of a high-ranked person, maybe a Suebian king, who was installed by the Romans themselves. This act may have most probably taken place in connection with the first victorious campaign of the Romans in 172 A. D., when the defeated Marcomanni, even though temporarily, formally surrendered to Roman sovereignty upon the terms of the declared deditio (Kehne 2004, 227sq.; Tejral 2016, 296-297; 2017, 159-164). These findings and the spatial connection between the grave and the Roman facilities in immediate neighbourhood helped to revise the question of Romano-Germanic relations during wartime. It turned out that the Roman military intervention in the studied area left much more distinct traces than previously supposed. Regarding the amount of Roman military finds and the large extent of recently discovered Roman facilities, it is well possible that they reflect Roman efforts to establish the province of Marcomannia, which are mentioned in literary sources (Kehne 2016, 239-241). The war conflict naturally has also affected the more easterly situated Quadic domain in the area of the South Slovak Plain, between the rivers Váh and Hron which are left tributaries to the Danube. This is, after all, explicitly expressed in a remark by Emperor Marcus Aurelius on the first two books of his philosophical meditations (M. Aur. Eis heauton 1,17; Kehne 2016, 195, 244) «written in the land of Quadi, on the banks of the Granua (modern-day Hron)». The core of this Suebian tribe neighboured here immediately on the Roman frontier and was exposed to repeated strong attacks of Roman forces. The conflict with the Quadi broke out soon after the victorious campaign against the Marcomanni (173 AD). The reason thereof was the deposition of the Quadic King Furtius previously installed by the Romans, and his replacement by Ariogaisos elected by the barbarians (Cass. Dio 71,
13-14; Kolník 2003, 633; Kehne 2016, 242). The starting point of Roman offensive, now and in later years as well, was the Roman military base at Brigetio (across from the present-day Komárno). On the opposite left bank of the Danube there was a sort of bridgehead in the form of a earth-and-timber camp near what is now IžaLeányvár. This Roman fort was surrounded by numerous marching and temporary camps, which indicate where the garthering ground of Roman military operations on the northerly situated barbarian territory was situated (Rajtár 1992; 2014, 113114). Distribution of the other analogical features, which proceed from the left bank of the Danube along the most important watercourses towards the north, suggest the direction of Roman incursion (Rajtár 2014, fig. 20). The so far northernmost evidence of this advancement from the time of the so called second Marcomannic war is represented by the inscription on the castle rock in Trenčín, which announces that 855 soldiers of legio II Adiutrix from Aquincum have spent the winter here (Nováková/Pečírka 1961, 586, no 438).
The aftermath of the wars This paper is not intended to discuss various events of the Marcomannic Wars. It suffices to mention that archaeological evidence in accordance with written reports suggests that the fort on Burgstall was abandoned by the Romans in the year 180 at the latest (Tejral 2017, 164-180), and the earth-and- timber camp in Iža-Leányvár suffered a devastating barbarian incursion only a little earlier (Rajtár 2009, 126, 127, Abb. 4). Somewhere at that time, Roman forces were recalled from the whole Suebian territory north of the Danube. Roman interference in internal affairs of Suebian tribes inhabiting the area north of the Danube continued after the end of the Marcomannic Wars as well. From recent archaeological discoveries follows that the post-war time, paradoxically enough, offered unprecedentedly favourable conditions for the development of trading and other contacts between the Romans and indigenous population. Such a situation was given to a considerable extent by the inflow of Roman subsidies and payments during the reign of Emperor Commodus as well as in later years, which should have secured peace on the frontier. This all corresponds to the finding that an increased volume of Roman imported goods, above all sigillata pottery (Rheinzabern, Westerndorf ), fibulae, bronze vessels, etc., inflow of which can be dated to the time after the Marcomannic Wars or to the early 3rd century respectively. They reached not only the territory beyond the Danube, but even the more distant settlement regions of Przeworsk and Wielbark Cultures. The origins of such long-distance exchange contacts can probably be sought already in the course of the Marcomannic Wars and immediately after their end (Tejral 2015, 71-82). At that time even the northern barbarian groups from the area of Przeworsk and Wielbark Cultures, whose presence on the territory north of the Danube is evidenced by many archaeological finds (Tejral 1983; 2009; 2015; Droberjar/Waldhauser 2012; Droberjar 2015a; 2015b), came into narrower contact with achievements of the ancient Roman civilisation (Fig. 8). This post-war period, unlike some previous opinions, can be characterised from a wider perspective as a period of increased Roman influence, which is visible in the entire zone along the so-called Amber Road to as far as the Baltic coast in the north (Randsborg 1986; Bursche 1992; Tejral 2015). Since that time we can observe certain traces of Romanisation of the local elites on the Danube which can be demonstrated in construction of more sophisticated masonry structures, suggested by Roman building models and technologies e.g. in Bratislava-Dúbravka, Devín, Stupava, Mást (Elschek 2014a, 75sq; Turčan 2012). During the Severan Period in the first half of the 3rd century, Rome more or less returned to traditional means of maintaining peace on the Danube. Although the 47
Danube provinces occasionally had to endure marauding incursions from beyond the Roman frontier, which provoked Roman retaliatory measures, on the one hand, we are informed about Roman efforts to maintain the status quo by peaceful and political means on the other hand (Kehne 2001, 298sq., Olędzki 2015, 81). These, however, were also connected with political intrigues, mainly under Emperor Caracalla. Anyway, the unusually high numbers of Roman imports on the barbarian territory still attest to vivid trading or exchange contacts to provinces. The huge amount of late terra sigillata produced in Rheinzabern or Westerndorf and in other late workshops indicates that the inflow of this ware to Suebi north of the Danube has mainly flourished in the advanced first half of the 3rd century (Kuzmová 1997, 21-30, 91-92). An important role in its distribution to the Quadic territory played Brigetio (present-day Szöny). It is well possible that the unprecedented upswing of import in the Quadic settlement region was also caused by Caracalla’s reforms, according to which Pannonia was divided and Brigetio became an important administrative and trading centre which conveyed Roman products to the north (Tejral 1995a, 141). The favourable economic situation in the Quadic domain and establishment of positive relations to Roman administration are also reflected by the extraordinarily richly furnished princely graves from Krakovany-Stráže in the central Váh valley (Fig. 9). Both of the inhumation graves contained plenty of exceptional valuables, golden or gilded components of clothing and equipment, brooches, belt fittings, splendid silver and bronze Roman vessels, sets of glass beakers and bottle-shaped vessels, and other artefacts, which illustrate luxury and social prestige of Quadic elites around the second third of the 3rd century (Quast 2009; Tejral 1995a, 140-141; Klčo/Krupa 2003; Kolník 2012).
The time of crisis The prosperous times in were most probably interrupted by many violent events and unrests in the years around the middle of the 3.century and later. Their aftermath can be encountered throughout continental Europe and they are tightly related to a deep crisis of the Roman Empire in the second half of the same century. They were caused by further massive pressures and invasions from the side of northern barbarian tribes, which resulted not only in a collapse of the Upper Germanic-Raetian Limes in the west, but also in a wide-reaching interruption of trading contacts between provinces and regions beyond the Roman frontier on the Middle Danube. Archaeological evidence of these tumultuous times is also known from Mušov and its surroundings. The stratigraphy of Germanic settlement features, pits and ditches in the area of the fortress on Burgstall near Mušov, which was already long ago abandoned by the Romans, attests that the place was reused by barbarian population after the Marcomannic wars (Tejral 2011a; 2015, 61-70). The whole settlement area was surrounded by defensive ditch dug out at that time. The backfill of secondary ditches, especially at «Neurissen» site, containing numerous animal bones as well as scattered human skeletons, often in anatomical positions and with evident traces of injuries (Fig. 10), makes the impression that it must have been a sudden catastrophe, which according to datable archaeological finds has taken place shortly after the middle of the 3rd century (Šedo 2015). As it is evident from recent archaeological findings, in this time many other villages in the country have declined and the local Suebian settlement structures underwent some changes again. This all was most probably caused by unrests which were induced by migrations of peoples within a wider barbarian sphere around the mid-3rd century (Tejral 2011a). It might also be suggested by several newly founded burial grounds, which attest to infiltration of smaller population groups from 48
distant regions in the north-western part of barbarian territory. The origins of the so far most extensive cremation cemetery in Moravia in Kostelec na Hané (Zeman 1961) are connected with artefacts of clearly foreign provenance. Pottery of the earliest phase is represented by ceramic production typical of the Lower Elbe region, with most convincing analogies in Prignitz and in western Mecklenburg (Fig. 11). The typological spectrum of ceramic vessels mostly comprises strongly profiled forms with globular belly and a funnel-shaped or cylindrical neck. Among the most frequent decorative patterns are circumferential incised lines, grooves and obliquely indented ribbons, hanging arches or chevrons, knobs, so-called rosette patterns, etc. All these characteristics refer to Late Elbian-Germanic pottery from the middle of the 3th century (Voss 2008, 47, fig. 20). The associated finds, above all crossbow fibulae Almgren group VII, Matthes series 4, crossbow fibulae with wedge-shaped, narrow or rectangular foot, shield fibulae or advanced forms of Elbe-Germanic ceramic products, S-profiled or biconical vessels with crude and much poorer decoration, typical of the Kuhbier pottery style, attest that the inflow of foreign elements bringing the above-mentioned pottery has most probably taken place in the 260s to 270s. The other small artefacts of foreign origin, for example the rare find of miniature symbolic shears (Kleinbesteck), and the character of some other metal and bone objects (Tejral 1999a, 200 sq.) do not contradict this dating, either. The almost exclusive occurrence of these forms in the Kostelec cemetery or on several other North Moravian localities would indicate that during the Late Roman Period a group of new colonists from the Lower Elbe region penetrated to North Moravia. However, a considerable part of archaeological finds from the cemetery at Kostelec na Hané arising from local traditions suggests that the foreign element has intermingled with indigenous Suebian substrate and its power gradually faded out. When we turn our attention to the other pieces of archaeological evidence from the remaining part of the Suebian settlement area at that time, namely to the Southwest Slovakia, South Moravia and Lower Austria, we can see the persisting originality of local culture of the Suebi and particularly its evident mutual relation in all of the most important settlement regions north of the Danube River. The body of archaeological material attest to a tight cultural and ethnical unity of the population. Hand made pottery mostly continues the trends from the previous period, which is now adapted to new requirements (Fig. 12). Although the political and military significance of the Marcomanni at that time has already diminished, they were still capable to undertake a successful raid on provinces connected with the great Scythian-Gothic invasion during the reign of Emperor Valerian around the mid-3rd century. The situation did not calm down until the reign of Valerian’s son Gallienus, who resettled at least a part of the Marcomanni under their King Attalus into the provincial territory of the province Pannonia. The daughter of Attalus, Pipa or Pipara, became a concubine of the above-mentioned Emperor (Kehne 2001, 299). The Quadi also took advantage of the weakened Empire at the time of crisis and together with the Sarmatians they attacked several times the Danube provinces. The situation settled down as late as under Emperor Diocletian, who, moreover, definitely defeated the Marcomanni. Antique written sources in the subsequent 4th century are very stingy with information on Suebian tribes of the Marcomanni and Quadi. The relationships between Rome and the Suebi probably became stable for some period of time. Particularly on the Quadic territory we can observe that the milieu of Suebian social elites underwent certain degree of Romanisation. This is best documented by the building complex in Cífer-Pác in Slovakia, using elements of Roman architecture. There is a residence of a barbarian chieftain with two stone structures and several wooden buildings, whose ground plan arrangement reminds of the Roman villa rustica. The estate emerged at the periphery of an older Germanic settlement site and according to the brick type used (bricks of the Ofarn group), the building
activity must have culminated in the second third of the 4th century (Fig. 13). However, the complex was abandoned somewhere at the boundary between the 4th and 5th centuries (Varsík/Kolník 2013; 2014). Another building of similar type, which was also built from Roman building material and probably under participation of Roman builders, was uncovered years ago east of the Little Carpathians in Milanovce-Veľký Kýr, Slovakia (Kolník 1986; 1994). The period of peace was disturbed in the years shortly after the middle of the 4. century during the reign of Constantius II, when the Quadi jointly with Sarmatians attacked invaded Danubian provinces Later, in the seventies of the same century, namely under Emperor Valentinian I. The Quadi broke out in revolt against the intended build-up of Roman military posts called praesidia castra, directly on its territory (Kolník 2003, 635). The conflict eventually culminated at the moment when the Roman governor Marcellianus murdered the Quadic king Gabinius. This act of assassination resulted in retaliatory incursions of the Quadi into the Roman territory, which did not end until 375 AD.
The end of Suebian era on the Middle Danube The political significance of Suebian tribes faded out in the late 4th century, so that their original names – Marcomanni and Quadi – occur only sporadically. Since that time, the barbarians from the territory north of the Danube are rather mentioned by a collective name Suebi. In the course of one of the latest conflicts with Rome, which was induced by the build‑up of Roman fortifications on the Quadic territory, the Quadi are mentioned by a Roman chronicler as an «already less feared» tribe (Amm. xxix 6,1). The name of the Marcomanni also is mentioned in written sources with decreasing intensity. In a 391 AD report we can read that Ambrose, the Bishop of Milan, entered into correspondence with Fritigil, the Queen of Marcomanni, who probably still settled somewhere north of the Danube (Hieron. 36). She was asked by the Bishop to make her husband, the King of Marcomanni, conclude peace with Rome. In a late Roman list of military and civilian dignitaries, Notitia Dignitatum (Not. Dign. occ. 34,24), a group of Marcomanni with their commander (tribunus gentis Marcomannorum) were settled in Noricum ripense and charged to oversee the Roman frontier. In the same source, Marcomannic troops in the service of Late Antique Rome are also mentioned in Italy and Africa (Kehne 2001, 300). However, the report by the Lombard historian Paul the Deacon (Hist. Rom. 14,2) about the involvement of the Marcomanni in Attila’s campaign to the west and in the Battle of Chalons in 451 AD may or may not be true. Anyway, in the past few years archaeology brought a great deal of new knowledge on the state and condition of Suebian tribes on the northern bank of the river Danube during the subsequent turbulent Migration Period. The relatively extensive cremation cemeteries and settlements, today already relatively numerous, can still around be associated with culture of the native Suebian population until critical years 400 A. D. The equipment of cremation graves in this latest phase is unusually poor, consisting mainly from simple pot-shaped urns and incirenation (Fig. 14). One of the most symptomatic feature of the later phase of that period was a phenomenon of the local wheel made pottery, so called grey-coloured ware (Peškař 1988). Most evident is such a development in finds from the extensive burial grounds at Šaratice, Šitbořice, Velké Hostěrádky and Velatice in Moravia, or Abrahám, Bešeňov, Čierny Brod, Očkov etc. in Slovakia (Trňáčková 1960; Peškař/Ludikovský 1978; Kolník 1956; 1961; 1975 etc.). However it is difficult to determine whether or not the poverty of grave goods in burials is an expression of specific ritual customs in Suebian milieu of that time.
In opposition to this, from a wider zone, north of the Danube we since recently also know richly furnished inhumation graves with wooden burial chambes. They correspond in all aspects to graves of barbarian social elites, which emerge at the very end of the Roman Period elsewhere in non Roman Europe. Apart from the not yet published burial from Jedenspeigen in the northern part Lower Austria (Sauer /Czubak 2006), the undoubtely most important is the find of a grave in a small burial ground at Nová Ves near Pohořelice (Čižmář 1997; Tejral 2011b, 91-97, 107113). At this site, where was once a native cremation cemetery, a large chamber tomb containing skeletal remains of an approximately five-year-old girl was uncovered in the middle of a small inhumation cemetery including about 18 graves. The grave’s wooden construction was represented by a thick layer of carbonised wood, and by remnants of four posts in the corners of a spacious grave pit. The funerary equipment included numerous silver and iron brooches, where mainly the silver brooches were placed in a functional position on the shoulders, as well as two silver bracelets of provincial Roman origin, a necklace of glass beads and particularly a set of ceramic vessels. Some of them were of local home made products and the others were imports from Roman provinces, among them also glazed ware produced in Pannonia during the 4th century (Fig. 15). A phenomenon typical of the late phase of Suebian settlement in Moravia, Southwest Slovakia and the northern part of Lower Austria, which offers an important evidence of changes taking place in the Early Migration Period, is represented by the numerous so-called Zlechov-type settlement sites (Tejral 2011b, 115125; Zeman 2007). The common attribute in their spectrum of archaeological finds is the predominance of coarse hand made pottery, which occurs in several basic forms, above all pot-shaped and bowl-shaped vessels. A part of the wheel-turned grey ware also is of local origin. Ceramic imports from provinces, mainly the glazed ware from the second half of the 4th century, are less frequent (Fig. 16). The situation in the whole Suebian zone north of the Middle Danube changed completely around the year 400 AD and in the early 5th century. The most conspicuous phenomenon is the decline of cremation cemeteries, where the burial activities ended at that time at the latest. Also eloquent are numerous settlement sites, which show evidence of crucial changes in settlement structures at the beginning of the 5th century. The massive horizon of decline, which can be observed in many sites whose existence evidently did not continue later in the course of the 5th century, suggests that the settlements of native inhabitans were abandoned due to a relatively massive exodus of local population (Tejral 1999a; 2011b, 91-125). The major part of Sueves joined the migration waves in the early 5th century, facing the west of Europe. The most known among them is the migration of the Alans and Suebi to Hispania. In the north-western part of the province of Hispania, in Gallaecia, the Suebi founded an independent kingdom. The direct and continuous lineage of settlement and cultural continuity of the autochthonous Suebian population or their residues during the subsequent period on the territory north of the Middle Danube is so far difficult to trace in present archaeological evidence. The original cultural heritage of these people were almost completely superseded by new cultural forms, which began to occur in the whole area around the river Danube mainly since the second third of the 5th century. They are associated with penetration of new foreign cultural and ethnic elements from the Danube region. From the finds of characteristic hand made pottery typical for Suebian population from hilltop locations, often prehistoric hillforts, we can infer that these places may initially have served as the last refuges for the residues of natives. And later, after transformation and consolidation of the new power and political relations, some of them (Oberleiserberg, Devín, Brno-Obřany) turned into power centres of foreign invaders (Stuppner 2004; Tejral 2011b, 401). The penetration of new ethnic elements and cultural phanomena to the area north of the Dan49
ube became more intensive after the beginning of the early 5th century, particularly in the Age of Attila (420-455 AD). Significant of this period are female graves with large silver sheet brooches of East-Germanic type, for example in Grave No. 1 in Laa and der Thaya or in Grave No. 32 in Smolín (Tejral 2005, 2012, 128, note 71). These graves of new social elites typically contained golden earrings and other valuable artefacts, as well as large sets of belt fittings made from silver sheet, and long strings of necklaces and pendants from amber and glass beads (Fig. 17). From this period also come isolated small burial sites with graves equipped with long nomadic swords, or short eastern seaxes, such as from Vienna-Leopoldau, Sigmundsherberg or Velatice and Prostějov-Držovice on the territory north to the Danube (Tejral 2012, 129). Some of the above-mentioned burials are oriented in the south-northern axis with deviations, which might suggest relations of newcomers to the Carpathian Basin, where such orientation of buried individuals was typical of that time. Only a little later, the cultural habitus of populations who colonised the whole zone north of the Danube during the Hunnic Period has characteristically changed. Besides isolated inhumation graves we can find here newly founded smaller and larger inhumation cemeteries, where the spectrum of grave goods, despite the considerable extent of grave robbery, exhibits indisputable attributes of the Danubian-East Germanic cultural circle or pattern (Tejral 2012, 116-132). The dominant orientation of graves towards W-E with only small deviations makes us regard them as an eastern variant of proto-Merovingian or Early Merovingian development in Western Europe. Regarding the characteristics of archaeological and specifics of anthropological material, we can observe clear affinity to East Germanic and equestrian-nomadic populations elsewhere in the Danube region. Several written reports also indicate the presence of power elites of some East Germanic in the area north of the Danube and in South Moravia, among them mainly the Rugii on the northern bank of the Danube (Friesinger 2014) or the Heruli in South Moravia and in the Lower Morava valley, or in northern Pannonia respectively (Tejral 2012, 127sq.). However, the question of how long the residues of local Suebi may have survived during the Migration Period, in which condition they were and which relation they had to possible newcomers, is still open. The difficulties of answering this question might be caused by several reasons. Besides a considerable decrease in indigenous population there also are important social factors, for example the deepened proprietary and social differences between the privileged social class of foreign descent and the residues of autochthonous Suebian population. Evidence suggests that the demographic changes in this period were in no way negligible. This is evident from a comparison between the picture of settlement landscape in the Late Roman period and in the subsequent period. The network of 5th century settlements, particularly in the whole area north of the Middle Danube, is unusually tenuous: large settlement agglomerations in fertile plains and river valleys, symptomatical for the foregoing Roman Period, disappeared and the settlement is rather characterised by small villages and homesteads.
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Fig. 1. Fibulae and other dress components (bronze) from a Suebian woman´s burial no. 100 in the cemetery at Abrahám (southwestern Slovakia). (According to Kolník 1980)
Fig. 2. Distribution map of the Suebian sites (settlements and graves) north of the Middle Danube
Fig. 3. Selection of bronze vessels and other bronze, silver, gold and glass objects from the princely graves from Vysoká (1) and Zohor (2). According to Krekovič 2000 54
Fig. 4. An aerial photograph showing the Roman fort at MušovBurgstall with diches and other structures discovered to this day
Fig. 5. Samples of pottery, fibulae and other items from Suebian settlements dated in the years of Marcomannic wars. From various sites (according to Tejral 2008)
Fig. 6. Germanic types of spurs encrusted with silver and gold or decorated with filigree from princely grave at Mušov (down). Silver spoons, fragmentary silver vessels and other silver objects from the grave at Mušov (left)
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Fig. 7. Bronze cauldron with busts of Suebian leaders from princely grave at Mušov
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Fig. 8. Germanic pottery and fibulae from the aftermath of the Marcomannic wars. Stage of barbarian occupation of the former Roman fort
Fig. 9. Silver spurs and silver and gilded fibulae decorated with filigree and granulation from princely grave No. 2 from Střáže (according to Klčo-Krupa 2003)
Fig. 10. Plan of the Roman fort at Mušov-Burgstall with the later barbarian defensive ditch and accumulation of human and animal skeletons from the ditch of Neurissen. Middle of the 3th century
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Fig. 11- A comparison of the archeological evidence between the cremation cemetery at Pritzier (northern Germany) and the initial stage of the burial ground at Kostelec n. H. (according to Voss 2008)
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Fig. 12. Typical plastic decorated Suebian pottery from the graves and settlements in Moravia and Slovakia from the 3th century. 1 Ladná, 5 Mikulov (Moravia), 2-4,6 Dolné Lovčice (Slovakia)
Fig. 14. Characteristic Suebian urns from cremation cemeteries of the 4th century. 1-4 Čierny Brod (Slovakia); 2-3,5 Velatice; 6 Velké Hostěrádky (Moravia).
Fig. 13. A plan of the residence of a Suebian leader discovered at Cífer-Pác (valley of the Váh River in Slovakia)
Fig. 15. Local and Roman pottery and silver fibulae from the chamber grave of young Suebian princess at Pohořelice-Nová Ves
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Fig. 16. Coarse pottery and other items from the late Suebian settlement from Zlechov (Moravia, CZ). (According to T. Zeman 2007)
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Fig. 17. Selection of the dress components and other grave goods from the burial No. 32 at Smolín (1) and burial No. 1 from Laa a. d. Thaya
Le costûme féminin «princier» de tradition germanique orientale a l’epoque des grandes migrations en Espagne et en Gaule du sud et ses reminiscences dans le royaume hispano-wisigothique Par Michel Kazanski (cnrs-Colegio de Francia) Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) Patrick Périn (Museo Nacional de Arqueología, Francia)
N
otre but est d’examiner l’état de la recherche portant sur les traces archéologiques du costume «princier» de tradition germanique orientale ou «ponto-danubienne» à deux fibules en tôle métallique de la première moitié et du milieu du ve siècle sur le territoire du royaume wisigothique et identifier ses répercussions dans le costume «hispano-wisigothique» de la «classe moyenne», à fibules en tôle d’argent de la deuxième moitié du Ve-première moitié du VIe siècle Cette mode est attestée dans les grandes nécropoles correspondant à la population «ordinaire»1. Deux publications récentes, celles de la nécropole de Castiltierra2 et d’une série des tombes trouvées dans un secteur de la ‘nécropole nord’ de la cité d’Emerita Augusta (Mérida), datées dans la première moitié du ve siècle3, apportent des informations nouvelles à ce sujet. La question de l’interprétation historique de ces objets sera aussi présente dans le cadre de ce travail. L’origine et l’évolution du costume ponto-danubien á fibules en tôle d’argent L’origine du costume féminin «princier» ponto-danubien à grandes fibules en tôle d’argent trouve ses racines dans l’habit de la population de la civilisation de Tcherniakhov (Черняхов) - Sîntana de Mureş (IIIe - début - première moitié du ve siècle) sur le territoire de l’Ukraine, de la Moldavie et de la Roumanie actuelles, population identifiée comme appartenant aux Goths et leurs alliés germaniques et non germaniques. Cet habit, qui remonte peut-être aux prestigieux prototypes scandinaves, comporte deux petites (moins de 8 cm) fibules en tôle métallique à tête semi-circulaire et pied losangique, parfois ornées de pierres en bâtes (fig. 1.1), portées par paire sur les épaules ou sur la poitrine4. En ce qui concerne leur fabrication, on a utilisé le plus souvent l’argent et le billon, donc un métal un peu plus précieux que pour les nombreuses fibules en arbalète, fabriquées en bronze et attestées dans les tombes de la même civilisation. La date de la diffusion des petites fibulesen tôle métallique dans la zone de Tcherniakhov correspond aux périodes C3-D1 de la chronologie du Barbaricum européen, c’est à dire, aux années 300/320 -400/4105. L’évolution des fibules en tôle métallique à tête semi-circulaire et à pied losangique, du Ive au VIie siècle a été pour la première fois étudiée en détails par A. K. Ambroz6, qui a pris en compte la taille et la morphologie des fibules et notamment la forme de leur pied (fig. 1). Les conclusions d’Ambroz gardent toujours leur actualité et elles ont été confirmées par les recherches ultérieures. Selon Ambroz ces fibules se divisent en deux groupes:
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Voir les cartes de diffusion: Pinar Gil 2012, fig. 4, 8, 10. Arias Sánchez, Balmaseda Muncharaz 2015. Heras Mora, Olmedo Gracera 2015. Pour plus de détails sur ce costume cf. Mastykova 2007. Nous utilisons dans cette étude le système chronologique élaboré par J. Tejral 1988, dernières modifications 2005 et 2011. 6 Ambroz 1966, p. 76-91.
I - Le plus ancien offre un pied élargi dans la partie inférieure (vers l’extrémité du pied) (fig. 1.1-3). II - Le second groupe est caractéristique de l’époque des Grandes Migrations, avec un pied élargie dans la partie médiane et supérieure (vers l’anse) (fig. 1.4-7). Les grandes fibules (plus de 10 cm) apparaissent à l’époque des Grandes Migrations à partir des petites fibules de la tradition de Tcherniakhov (fig. 1.1), pour la fin du IVe et la première moitié du ve siècle et sont souvent décorées de gemmes (grenats). Quelques grandes fibules, telles que celles de Nejin (Нежин), Młoteczno/Hammersdorf, Kozminka, Untersiebenbrunn, Şimleul-Silvaniei / Szilágysomlyó (fig. 1.2, 3), appartiennent aux groupe I7, dont les spécimens les plus anciens sont datables de la période D1 de la chronologie «barbare» (c’est-à-dire les années 360/370400/410). Mais la plupart de ces agrafes de grande taille portant un décor polychrome sont du groupe II et appartiennent à la période D2 (380/400-440/450) (fig. 1.4, 5). Les fibules du groupe I disparaissent durant la première moitié du ve siècle, tandis que celles du groupe II évoluent vers l’augmentation de leur taille, pour atteindre 20-22 cm (fig. 1.6,7; 2.4,6). Le décor de gemmes disparait pratiquement au milieu du ve siècle Les grandes fibules les plus anciennes, de la fin du IVe -milieu du ve siècle, se concentrent dans la région carpato-danubienne et au nord de la Mer Noire, celles de la deuxième moitié du Ve-VIe siècle ayant été mises au jour uniquement dans les zones périphériques du Danube moyen, en Espagne, en Gaule, en Crimée et dans le Caucase du Nord8. En même temps les petites fibules (moins de 10 cm) à tête semi-circulaire et à pied vaguement losangique, du type Villafontana, continuent d’exister9. Durant la période D210, les grandes fibules du groupe II se divisent en deux types11. Le premier, moins luxueux est celui de Siniavka-Katchin (Синявка - Качин), en tôle d’argent, orné d’anneaux granulés et d’appliques en palmettes (fig. 3.1). Les petites fibules de la tombe «princière» de Hochfelden, en Alsace12 et de Djurga-Oba (Джурга-Оба), tombe 29, en Crimée orientale13, représentent leurs variantes miniaturisées (fig. 4.1, 2). Un autre type, celui d’Untersiebenbrunn - ce sont les fibules du style polychrome, ornées de gemmes14 (fig. 1.4, 5; 5.1, 2). Les uns et les autres possèdent des traits morphologiques comparables avec pied élargi dans la partie supérieure ou médiane et tête semi-circulaire. Cependant, un élément typique pour
7 Ambroz 1966, p. 86. 8 Ambroz 1966, p. 86-91, avec quelques précisionsdans Ambroz 1982. 9 Bierbrauer 1991, Abb. 18.12, 13. 10 Correspond aux périodes D1 et D2a de V. Bierbrauer 1991 et 1992. 11 Tejral 1988, S. 238-241. 12 Hatt 1965; L’Or des princes barbares 2000, N° 13,3. 13 Ermolin 2012, fig. 3.10. 14 Ermolin 2012, fig. 3.10.
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les fibules de la période ultérieure fait son apparition sur quelques pièces: il s’agit de la forme de la tête, dont la plaque, à l’origine semi-circulaire, est coupée des deux cotés par les plaques-tenons des ou du ressorts, ce qui donne une forme vaguement pentagonale: par ex. Balleure, Hochfelden (fig. 4.1, 2), Djurga Oba 29. Les deux types principaux des grandes fibules de la période D2 se diffusent essentiellement dans la région du Danube moyen et sur le Pont15, quelques découvertes étant attestées en Gaule - Hochfelden (fig. 4), Airan (fig. 5), Balleure16, ou bien en Russie centrale - Kruglica-Porchnino (Круглица-Поршнино)17. Elles font partie du costume «princier» féminin (catégories Ia et Ib selon V. Bierbrauer)� qui contient également des éléments d’origine pontique, alano-sarmate et romaine18. Une large diffusion de ce costume, du Caucase du Nord à la péninsule ibérique permet de parler d’une mode «danubienne»19, ou plus précisément «ponto-danubienne» à caractère international, appartenant aux élites dirigeantes de différentes peuples barbares20, aussi bien germaniques que non germaniques (par ex. les Alains ou les Sarmates du Danube). Le costume «populaire» des mêmes populations contient alors les petites fibules à deux plaques de différents types21, ainsi qu’une grande quantité des fibules en arbalète. Ensuite, à la période D2/D322, c’est-à-dire dans les années 430/440-460/470, sur la base des fibules du type Siniavka-Katchin, apparaissent les grandes fibules en tôle d’argent qui sont les prototypes directs des fibules attestées dans les grandes nécropoles du royaume wisigothique (fig. 1.6; 2; 6.1; 2; 7.A.1, 3). Elles se distinguent de celles Siniavka-Katchin par la forme de la tête, qui n’est plus exactement semi-circulaire, mais coupée sur les côtes par les barres tenant les ressorts. Cependant, cette particularité est déjà attestée pour certaines fibules de la période D2 (voir supra). Un autre nouvel indice important est la largeur maximale du pied qui se situe parfois près de l’anse, ce qui est à l’origine des fibules à pied languiforme. Citons les fibules d’Ilok, Esztergom (fig. 2.1), Bakodpuszta, tombe 3 (fig. 2.3), Ménföcsanak (fig. 2.2), Balsa (fig. 2.4), Mad23. D’après les appliques qui marquent la jonction de l’anse avec le pied et la tête des fibules, on peut distinguer trois types: ceux de Smolin, avec des appliques en forme de palmette (par exemple fig. 2.1, 2; 6.1, 2)24, de Kosino, avec les appliques triangulaires, souvent portant un décor en relief (par exemple fig. 1.6; 2.5-7; 3.16,17; 7.A.1,3)25 et de Bakodpuszta, avec les appliques semi-circulaires (par exemple fig. 2.3,4)26. Ces fibules, surtout caractéristiques de la région du Danube moyen, sont relativement rares dans la région nord-pontique (fig. 3.16, 17) (par ex. nécropole de Diurso sur la côte nord caucasienne de la mer Noire27; tombe isolée de Volobuevka, dans le bassin du Don, Kertch28). Sporadiquement on les retrouve ailleurs, notamment en Gaule et en Espagne (voir infra). Les grandes fibules en tôle métallique dis-
15 Par ex. L’Or des princes barbares 2000, N° 9,7; 12,4; 21, 2, 3. 16 Tejral 2011, S. 185-190. 17 Kazanski 1997 p. 289, 290, fig. 6-8. 18 Ambroz 1982, N° 4, fig. 1.2. 19 Bierbrauer 1989b, S. 81-84. 20 Kazanski 1996a; Mastykova, Kazanski 2006; Tejral 2011, S. 127-164. 21 Kazanski 1989. 22 Nous parlons de «peuples» de l’Europe barbare dans le sens de ce terme proposé par R. Wenskus et les historiens de «l’école de Vienne», cf. Wenskus 1961; Wolfram 1997 et infra. 23 Tejral 2011, Abb. 48, 129, 130, 290, 301. 24 Correspondant aux phases D2a et D2b de V. Bierbrauer 1991 et 1992. 25 Bierbrauer 1991, Abb. 5.1, 4, 5, 6.1, 4 26 Bierbrauer 1991 - nombreux exemples; L’Or des princes barbares 2000, N° 22; Tejral 2011, Abb. 279. 27 Bierbrauer 1991, Abb.9.1, 11.1,3, 12.1,3; L’Or des princes barbares 2000, N° 24. 28 Bierbrauer 1991, Abb. 6.1.
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paraissent dans la région danubienne vers 470. Elles font sans aucun doute partie du costume privilégié. En même temps, dans le costume des classes «populaires», dominent les petites fibules à deux plaques, celles en arbalète et les fibules-mouches29 ou encore les petites fibules à taille biseautée30. Durant le dernier tiers du ve siècle, les grandes fibules à pied losangique et tête semi-circulaire de version «princière» sont attestées uniquement en Italie où, d’ailleurs, elles sont très rares. On ne peut citer que les découvertes de Desana et Testona (fig. 8.1, 2)31. Actuellement on les attribue à l’époque d’Odoacre32. Le costume féminin prestigieux des Germains orientaux comporte, à partir de la période D3 (450-470), soit des fibules digitées portant un décor en relief33, soit des grandes fibules en forme d’aigle (par exemple Domagnano)34, soit, enfin, le costume de type méditerranéen/ byzantin où, au lieu des fibules ansées, le rôle central est joué par un collier avec de grands médaillons, comme par exemple à Someşeni, en Transylvanie35. À la même époque les fibules ansées digitées deviennent dominantes dans le costume «populaire» des Germains orientaux du Danube, des Balkans à l’Italie. En revanche, dans les zones périphériques du monde germanique oriental, les grandes fibules en tôle d’argent sont très visibles dans le costume «populaire» de la fin du Ve et de la première moitié VIe siècle. Cela concerne la Gaule du Nord36, où nous supposons leur appartenance au milieu militaire d’origine germanique orientale37, et l’Espagne38. Ce costume existe également, en Crimée (fig. 1.7; 9.1, 6, 10, 13), surtout au sud-ouest, dans le pays gothique de Dori39 et enfin dans le Caucase du Nord, sur les sites des Goths-Tétraxites, venus de la Crimée orientale40. Comme le costume «princier» qui servait de prototype, ces sépultures contiennent, elles aussi, des plaques-boucles ou boucles de ceinture, des boucles d’oreille, des colliers et des bracelets. Cependant les types dominants de ces objets, à quelques exceptions près, par exemple pour la Gaule du Nord, sont déjà locaux et caractéristiques d’une région précise.
Le costume ponto-danubien «princier» à fibules en tôle d’argent en Espagne et en Gaule du sud et ses parallèles italiens Actuellement on connaît plusieurs découvertes de mobilier prestigieux à caractère ponto-danubien en Gaule du Sud, mais surtout en Espagne. Ce sont essentiellement des pièces vestimentaires, dont une partie témoigne de la diffusion du costume à deux fibules en tôle d’argent. En Espagne ce costume est attribué au niveau chronologique I - donc à la première moitié et au milieu du ve siècle41.
29 Mastykova2002, Abb. 1.18, 19, 2.1, 20, 60 etc. 30 Kazanski 1996b, fig. 2.1, 2, 3.1; Kazanski 2011, fig. 4. 31 Voir les exemples: Tejral 2005, Abb 2. 32 Tejral 1997, p. 144; Tejral 2005, Abb. 2. B. 6. 33 Bierbrauer 1975, Taf. VI.1, 2, VII.1-3, XL.1; I Goti 1994, Fig. III.92,93. 34 Menke 1986, S. 262. 35 Nombreux exemples: Bierbrauer 1991 et 1992. 36 Bierbrauer 1975, Taf. XVIII-XXI; Curletti, Della Porta 1995. 37 Harhoiu 1998, S. 171, Taf. LXX, LXXI; L’Or des princes barbares 2000, N° 32. 38 Bierbrauer 1997, p. 169; Koch 1998, S. 426-437. 39 Kazanski, Périn 1997, p. 205-211. 40 Ebel-Zepezauer 2000, S. 296, 297, Liste 2; Pinar Gil 2009 et 2010. 41 Nombreux exemples: Ajbabin 2011; Furasiev 2009.
Lezoux (Pûy-de-Dome) (fig. 10). C’est une inhumation féminine (F30), la tête au N-O, contenant deux fibules en tôle d’argent sur les épaules (fig. 10.2,3), une broche circulaire sur la poitrine (fig. 10.4), - un élément qui n’existe pas dans les tombes danubiennes mais apparaît dans les tombes hispano-wisigothiques à fibules en tôle d’argent42, un collier avec des pendentifs en or près du cou (fig. 10.5), des perles sur la poitrine, venant probablement d’un collier (fig.10.7), un bracelet de perles (ou un collier déposé en offrande?) près du bras droit (fig.10.8), une bague sur la main droite (fig.10.6), une bourse ornée de petites perles43. Les fibules (l. 14 cm) sont proches du type de Smolin, avec appliques en palmette et pied élargi dans la partie supérieure. D’après les fibules cette tombe est datable de la période D2/D3 ou, à la rigueur, D3, c’est-à-dire des années 430/440-470. Badajoz (?) (fig. 11). Deux fibules en tôle d’argent font partie de la collection de Calzadilla (aujourd‘hui dans le Musée archéologique provincial de Cáceres), provenant de l’Espagne du Sud-Ouest44. Elles sont longues de 17,9 cm, à pied élargi dans la partie supérieure, la plaque de la tête, semi-circulaire à l’origine, est coupée des deux cotés par les plaques-tenons des ressorts, les appliques en palmette étant fixées près de l’anse. (fig. 11.4,5). Dans la même collection on trouve deux petites fibules du type Villafontana (voir supra.) (fig. 11.1,2), une plaque-boucle à plaque rectangulaire, anneau circulaire élargi dans la partie antérieure et long ardillon recourbé vers l’extrémité (fig. 11.11), des objets de toilette45 (fig. 11.7), quelques pendentifs trapézoïdaux (fig. 11.3), deux cuillers (fig. 11.6,12)46. Bien sûr, il n’y a aucune certitude que ces objets font partie d’un ensemble clos. La fourchette chronologique de ces objets est la première moitié du ve siècle, les fibules étant attribuables à la période D2/D3. Mérida (Estrémadure) (fig. 12). Le cimetière de l’Antiquité tardive situé dans la rue Amendralejo 41, près des remparts romains de la ville d’Emerita Augusta, a livré huit sépultures de l’époque des Grandes Migrations, datées de la première moitié -milieu du ve siècle Ce sont des inhumations où les défunts sont disposés «à la romaine» selon un axe Est-Ouest, sauf la tombe 1, la tête au Nord47. La tombe n° 1 contenait une paire de grandes fibules en tôle d’argent sur les épaules (fig. 13.1), et des appliques géométriques en or48. Les fibules (13,7 cm) ont la tête pentagonale et le pied élargi dans la partie supérieure, les appliques sont en palmette (fig. 12.2). La tête pentagonale des fibules suggère leur appartenance à la période D2/D3, quoique ce type, nous l’avons vu, existe déjà à la période D2 (Djourga-Oba, tombe 29, voir supra.). Les appliques géométriques en or (fig. 12.3) de forme triangulaire, circulaire, rectangulaire et en S représentent un élément vestimentaire pontique, bien attesté dans le contexte «princier» ponto-danubien49. Ces appliques sont typiques de la période D2, mais leur survivance jusqu’à la période D3 (450-470) est également possible, comme le suggèrent les découvertes de Bakodpuszta, tombe 1-2, avec un mo-
42 Mastykova 2002. 43 Barroso Cabrera, López Quiroga, Morín de Pablos 2006, p. 214, 215; López Quiroga 2010, p. 112-132. 44 Par ex. Duratón, tombes 190, 229, 445, Madrona, tombe 347: Molinero Pérez 1971, lam. 32, 34, 38; Ebel-Zepezauer 2000, Taf. 95.9, 14.3, 16.33. 45 Vertet, Duterne 1999; L’Or des princes barbares 2000, N° 23. 46 Koenig 1980, S. 231, 232. 47 Voir à leur propos: Tejral 2011, S. 164-166. 48 Koenig 1980, S. 231, 232, Taf. 61-63; Pérez Rodriguez-Aragón 1997, p. 634, 638, fig. 4.12, 6.5. 49 Heras Mora, Olmedo Gracera 2015.
bilier typique de la période D350. Dans la tombe «princière» de Muhino (Мухино), dans la région du Don supérieur, les appliques géométriques en or voisinent avec un collier de perles polychromes dites tachetés, qui n’apparaissent que vers la période D2/D351. Les appliques géométriques en or accompagnent de grandes fibules en tôle d’argent dans les tombes de Siniavka, près de l‘embouchure du Don (fig. 3.3, 4), Hochfelden en Alsace (fig. 4.9, 10) ou encore Djurga-Oba, sépulture 29, en Crimée orientale. La déposition du défunt de la tombe 1 de Mérida - tête au Nord - n’est pas habituelle pour l’Espagne à cette époque. En revanche, cette position est attestée dans plusieurs tombes danubiennes contenant de grandes fibules en tôle d’argent. Citons à titre d’exemple les sépultures de Dindeşti (Nord-Nord-Ouest)52, Regöly (Nord-Ouest)53, Mad (Nord-Ouest)54, Smolin, tombe 32 (Nord-Ouest)55, Mezőkővesd-Mocsolyás (Nord-Est)56. Dans la sépulture «princière» de Hochfelden, déjà citée, la défunte a été également déposée la tête au Nord57. La sépulture n° 2 du même cimetière a livré un collier en or avec des pendentifs en forme de goutte et une paire d’épingles (fig. 12.5), dont la présence est considérée comme une coutume «germanique»58. Ces épingles sont attestées notamment dans la tombe du théâtre romain de Málaga (fig. 13.5), avec deux boucles à long ardillon et anneau circulaire59, qui sont à juste titre considérées comme «orientales» et ponto-danubiennes (voir infra), ainsi qu’à l’Hostalot60. Les tubes en or et un pendentif du collier ont été mis au jour dans la sépulture n° 8 (fig. 12.7). Le collier similaire en or, composé de tubes et de pendentifs en lunules, provient de Granada-Albaicín (fig. 14). Il appartient à la tradition ponto-danubienne61. À part les colliers de Mérida, il faut encore citer deux pièces ibériques, mises au jour à Beiral, au Portugal (fig. 15.1)62 et à Valleta del Valero, en Catalogne63. Ce sont deux colliers en or avec des pendentifs coniques, faisant partie du costume «princier» ponto-danubien, notamment dans les tombes de Hochfelden (fig. 4.6), Untersiebenbrunn, Bakodpuszta (fig. 15.3), Kertch (fig. 15.2), Djurga-Oba64. La tombe n° 4 de Mérida contenait une paire de boucles d’oreille en or à pendentif polyédrique (fig. 12.4), dont les exemplaires les plus anciens, de la période D1 (360/370-400/410) se diffusent du Caucase du Nord au Danube et sont attestés en Occident romain à partir de la période D2, notamment dans le contexte «princier» ponto-danubien (Hochfelden, Balleure)65.
50 Heras Mora, Olmedo Gracera 2015, fig. 15.4 et 15.5; López Quiroga 2010,fig. 116, 81; López Quiroga 2015, fig. 1, 17, 21. 51 Maczynska2005, p. 253, fig. 7; Mastykova, Kazanski2006; Tejral 2011, S. 162-164. 52 Kiss 1983, S. 104, Abb. 5.5. 53 Mastykova, Zemtsov 2014, fig. XV.1-9, xvii.1-8. 54 Harhoiu 1998, S. 173. 55 Mészáros 1970. 56 Kovrig 1951. 57 Tejral 1982, p. 214. 58 Lovász 2005, S. 51, Abb. 3. 59 Hatt 1965, p. 250. 60 Quast 2005, S. 263-272. 61 Koenig 1981, S. 351, Taf. 52. h; Pérez Rodriguez-Aragón 1995, fig. 2.3, 4; Pérez RodriguezAragón 1997, p. 634. 62 Pérez Rodriguez-Aragón 1995. 63 Tempelmann-Mączyńska 1986; Pérez Rodríguez-Aragón 1997, p. 634; Maczynska2005; López Quiroga 2010, p. 129-132. 64 Rigaud de la Sousa 1979. 65 Pinar Gil2006-2007 et 2007; López Quiroga 2010, p. 119-121, fig. 86.
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Enfin, la sépulture n° 7 a livré une paire de fibules-mouches (fig. 12.6), largement répandues en Europe centrale et orientale à l’époque des Grandes Migrations66. Les broches provenant de Mérida ont des parallèles en Crimée, à Chersonèse (tombe 3.1891), et dans la région danubienne, à Levice, dans les deux cas dans un contexte de la période D3 (450-470), ainsi que dans la région du Bas-Danube67. Pour terminer avec le costume féminin à grandes fibules en tôle d’argent, il faut évoquer une plaque-boucle à plaque losangique et à anneau circulaire (fig. 7.B.1), qui se trouve au Musée archéologique régional de Granada68. Cet objet fait partie d’un grand groupe de plaques-boucles de tradition germanique orientale, diffusées au Ve-VIe siècle dans la région du Danube moyen, en Italie et au Nord de la mer Noire, dont la pièce de Karavukovo/Bácsordas, découverte avec une monnaie de 443, est peut-être la plus connue69. La plaque-boucle de Granada appartient au type Kosino-Tiszalök-Košice (fig. 7.A.6, B.2, 3)70. Il est caractéristique, à en juger par les découvertes dans des sépultures à fibules en tôle d’argent, de la période D2/D3 (430/440-460/470)71. Un anneau de plaque boucle appartenant au même groupe danubien est également conservé au Musée national archéologique de Madrid (fig. 7.B.4)72. La civilisation «princière» ponto-danubienne de l’époque des Grandes Migrations est également attestée dans la péninsule ibérique par des objets appartenant aux hommes. Citons en premier lieu la fameuse tombe de Beja, au Portugal, Pax Julia romaine (fig. 16)73. La sépulture a livré une épée à garde en fer, dite asiatique (fig. 16.1)74, portant un décor cloisonné de grenats, d’origine méditerranéenne75 et deux boucles (fig. 16.3, 4), dont une, à plaque cloisonnée, porte un décor incrusté sur l’anneau. Elle a des parallèles à Kertch, dans le mobilier de deux tombes pillées le 24 juin 190476 et peut être attribuée à la période D2, tandis que les épées à garde en fer sont plutôt typiques en Europe centrale de la période suivante, D2/D377. Le décor de la garde comme à Beja (type 5) est attesté dans une large fourchette chronologique du Ve-VIe siècle78. Le dépôt des armes à Beja correspond aux coutumes «barbares»79, mais la sépulture est intégrée à un cimetière romain, selon les pratiques funéraires romaines (tombe sous tuiles).
66 Kiss1983, S. 111, Abb. 4.3, 16; Kazanski 1996a, p. 118; López Quiroga 2001, p. 117-119;Pinar Gil2006-2007; López Quiroga 2010, p. 116-118, fig. 85; Tejral 2011, Abb. 119, 237, 243, 255. 67 Récemment Tejral 2011, S. 228-231. Ces boucles d’oreille apparaissent durant la période D1 (360/370-400/410) dans l’espace ponto-danubien. Parmi les découvertes les plus anciennes, on peut citer une série provenant de la nécropole de Csakvar, en Pannonie, celles de la tombe Zamorskoe 22 en Crimée orientale, avec deux fibules du type Tcherniakhov, de la tombe n° 5 de la nécropole «tcherniakhovienne» de Sumy-Sad en Ukraine, de la tombe n° 3.1990 de Tanaïs ainsi que celles de la tombe n° 18 de la nécropole de Tiszadob en Hongrie orientale, avec des fibules de Tcherniakhov, de Lauriacum-Ziegefeld, tombe 9.1952 et 23.1952 et 23.1953 avec des monnaies de 364 et 387-388: Ivanišević, Kazanski, Mastykova 2006, p. 29. Ce type est largement répandu en Europe occidentale durant le ve-début du viie siècle: Legoux, Périn, Vallet 2009, n° 302. 68 à leur propos en dernier lieu: Tejral 2011, S. 190-195. 69 Kazanski, Périn2000, p. 20, fig. 2.11, 16; Gavritukhin, Kazanski 2010, p. 132, fig. 4.27.58-61. 70 Koenig 1980, S. 237, Taf 66.a. 71 Kiss 1984, S. 58-60; Gavrituhin, Kazanski 2010, p. 116-122. 72 Gavritukhin, Kazanski 2010, p. 117, 118, fig. 4.21.12-15, 4.22.6. 73 Tejral 1988, S. 279, Abb. 38; Tejral 1997, S. 144. 74 Pinar Gil 2005, p. 99-301, 303-308, fig. 1-3. 75 Raddatz 1959; Dannheimer 1961; Koenig 1981, S. 346- 348, Taf. 51, 52.a-c; Palma Santos 2008; López Quiroga 2010, p. 116. 76 Menghin 1995, S. 165-175; Kazanski 1996a, fig. 8; Anke 1998, S. 73-85, 205, Carte 6. 77 Sur les gardes voir Kazanski 2001. 78 Pérez Rodriguez-Aragón 1997, p. 634, fig. 4.3, 6,7. 79 Tejral 1997, p. 147, 160.
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Les plaques-boucles à anneau circulaire et plaque portant un décor cloisonné, plus rarement sans décor, font partie dans la plupart des cas du costume masculin et de l’équipement militaire80. Ces plaques-boucles sont typiques de la période D2, mais continuent à exister durant la période D2/D3, par exemple dans les découvertes hunniques d’Europe centrale (Bátaszék, Jakuszowice)81 et dans le contexte germanique (Novy Šaldorf )82. En Abkhazie les plaques-boucles à décor cloisonné existent même plus tard (Chapka-Tserkovny Holm 4, tombe 5)83. Dans la péninsule ibérique ces plaques-boucles sont attestées en Galicie84 (fig. 13.3) et à «Castiltierra» (fig. 13.2). Une autre pièce, conservée au Musée britannique, provient de Cordoue85 (fig. 13.1). Enfin une plaque-boucle à anneau circulaire et plaque rectangulaire, provenant de la villa de «La Olmeda» (fig. 13.6) appartient au même groupe. D’autre part il faut prendre en compte les boucles à anneau circulaire sans plaque et à long ardillon recourbé. Elles sont connues à Bueu (fig. 13.4) et à Conimbriga86. Enfin, deux boucles à long ardillon et anneau circulaire (fig. 13.5), provenant de la tombe féminine du théâtre romain de Malaga, déjà citée (voir supra). Cette dernière découverte appelle d’ailleurs à la prudence quand à l’identification exclusivement «masculine» de ces boucles. Il n’y a aucune certitude que toutes ces découvertes soient d’origine wisigothique87, car d’une part leur majorité est antérieure à l’installation massive des Wisigoths dans la péninsule ibérique (les années 460-470) et, que, d’autre part, elles viennent en grande partie de la zone méridionale de la péninsule ibérique, hors du territoire d’installation des Wisigoths au ve siècle. Cette région, dans le premier tiers du ve siècle, représente plutôt la zone d’activité des Vandales, ce qu’explique l’attribution d’une partie de ces objets à ce peuple88. Il faut rappeler que les Vandales, même après leur départ en Afrique, entretenaient des liens avec leurs parents qui étaient restés dans le bassin des Carpates et gardaient leurs droits sur leurs anciennes terres à l’Est89. Enfin, à part les hypothèses «wisigothique» et «vandale», l’attribution suève de certaines de ces découvertes a été également proposée90. Sans nier la possibilité d’identification «ethnique» de ce matériel, il faut tout de même rappeler qu’il s’agit des éléments d’une civilisation «princière» à caractère international et multiculturel, correspondant aux élites de différents peuples germaniques et non germaniques. Ainsi, il nous semble qu’on peut proposer encore une explication possible au phénomène de la diffusion de la mode «princière» ponto-danubienne, en l’occurrence l’intégration des Barbares venant de l’Est dans le système militaire romain et notamment dans le cadre de la défense romaine de la péninsule ibérique91, comme cela a été sans aucun doute le cas de la présence «orientale» au ve siècle en Gaule du Nord et en Rhénanie. Les tombes «princières» féminines (Airan, Balleure, Hochfelden) et masculines (Altlussheim, Wolfsheim,
80 Kazanski 2001, p. 403-405. 81 à propos des tombes à épée voir: Kazanski 1999. 82 Voir à leur propos Kazanski 1996a, p. 121-123, fig. 9; Tejral 2011, S. 202 - 215. 83 Tejral 2011, Abb. 259.2,3, 261.1,2. 84 Tejral 2005, Abb. 2.A.1. 85 Kazanski, Mastykova 2007, fig. 6.13. 86 Selon C. Raddatz la boucle sans plaque, à anneau portant le décor cloisonnée, vient de Galicie: Raddatz 1959, Taf. 60.3,et l’autre, à plaque cloisonnée, fait partie de la tombe de Beja: Raddatz 1959, Taf. 60.1. Or, selon la précision de G. Koenig la boucle sans plaque à anneau cloisonné appartient à la tombe de Beja: Koenig 1981, Taf. 52.a, et celle avec la plaque cloisonnée vient de Galicie: Koenig 1981, S. 349, Taf. 52. d; Koch 1999, S. 189, Abb. 27.1. 87 Cf. par exemple Koenig 1980. 88 Koenig 1981; Kazanski 2000. 89 Procope, BV I.xxii.3-10. 90 Koch 1999. 91 López Quiroga 2005 et 2105.
Mudolsheim) en sont la preuve92. Bien entendu, rien n’empêche d’attribuer certaines découvertes «princières» aux chefs des groupes barbares - wisigothiques, vandales, alains et suèves - agissant pour leur propre compte dans la situation trouble du ve siècle, aussi bien en Gaule que dans la péninsule ibérique. Il faut également souligner que la présence de ce type des dépôts funéraires c’est une véritable «nouveauté» par rapport à la tradition funéraire locale caractéristique des élites romaines. De plus, il faut signaler qu’on ne trouve pas dans les nécropoles ibériques du Ive siècle des éléments d’habillement personnel de ce genre. Certainement nous pouvons en discuter sur la pertinence, ou pas, de l’interprétation «ethnique» de ce mobilier funéraire, mais la présence des rites et des coutumes funéraires exogènes au ve et VIe siècles en péninsule ibérique c’est un fait aujourd’hui archéologiquement bien attesté et documenté. À part la Gaule, quelques découvertes à caractère «ponto-danubien» en Italie représentent, elles aussi, un parallèle pour les découvertes ibériques. Ce sont avant tout les tombes contenant des fibules à tôle d’argent, comme la sépulture n° 1 de Castelbolognese (Emilia-Romagna, prov. Ravenna) (fig. 8.4)93. Cette tombe, qui se situe dans la nécropole romaine, a livré une paire des fibules, de 14 et 13,8 cm de longueur, proches à celles de Lezoux (voir supra). La tombe n° 10 de Pollentio (Pollenzo, Piemont, prov. Cuneo)94, inhumation féminine (âge de 30-35 ans) faisant partie d’un cimetière romain, contenait deux fibules en tôle métallique, d’une longueur présumée autour de 17 cm (fig. 8.5), deux boucles d’oreille en or à pendentif polyédrique, probablement une troisième fibule et des perles de collier. Enfin une relativement petite fibule dérivée du type de Smolin vient de Brescia (Lombardie) (fig. 8.3)95. La datation des fibules italiennes, proches de celles de Lezoux, se limite aux périodes D2 ou D2/D3. Elles ont la tête, dont la plaque semi-circulaire est coupée des deux cotés par les plaques-tenons de ressorts ce qui est plutôt typique de la période D2/D3, mais existe aussi à la période D2 (voir supra). Un autre indice, le pied élargi dans sa partie supérieure (Lezoux, Castelbolognese, Brescia) est également significatif pour la période D2/D3 (voir supra). Cependant les fibules provenant de Pollentio ont les pieds élargis dans leur partie médiane, comme les fibules ponto-danubiennes de la période D2. La composante «masculine» de la «civilisation princière» ponto-danubienne est attestée en Italie par les découvertes de plaques-boucles cloisonnées (voir supra) à Emilia-Romagna (?) et Aquilée (fig. 8.6, 7)96, ainsi que par la sépulture d’Arzignano (prov. Vénétie) (fig. 17)97. C’est une inhumation accompagne des restes d’un cheval, qui contient notamment une épée «asiatique» à garde en fer, ainsi que des flèches à trois ailettes, du type «nomade», très bien connues dans le contexte d’Europe centrale et orientale. L’inhumation a été effectuée dans une tombe de type romain, en briques, comme à Beja. La date optimale de cette sépulture est le deuxième tiers du ve siècle. On sait bien que jusqu’en 476 le pouvoir appartenait en Italie à l’Empereur, même si les chefs barbares y jouaient parfois un rôle dominant. Cependant l’installation permanente et importante des Barbares en Italie, par de véritables peuples, n’a seulement eut lieu qu’après 476. Nous avons donc toutes les raisons d’attribuer les découvertes citées ci-dessus à des groupes relativement restreints ou même à des personnes isolés, sans aucun doute intégrés au système social romain, très
probablement dans son cadre militaire, comme c’est le cas, d’ailleurs, en péninsule ibérique98.
92 Voir pour plus de détails: Kazanski 1989; Kazanski 1997; Kazanski, Périn 1997. 93 Maioli 1989, 240, 241, fig. 3; Bierbrauer 1991, 541-546; Bierbrauer 1994, 40-42; I Goti 1994, III.8. 94 Micheletto, Preacco Ancona 2004, p. 187, 188; Micheletto 2013. 95 Bierbrauer 1994, S. 39, 40, fig. 2.5. 96 Bierbrauer1994, S. 34-36, fig. 1.3, 4. 97 Possenti 2011.
98 López Quiroga 2005; 2105. 99 Bierbrauer 1989b, S. 76. 100 Périn 1993. 101 En dernier lieu: Kazanski 2016. 102 Bierbrauer 1989b. 103 Voir en détail Kazanski 1996b. 104 Kazanski 1993.
Les modalités du passage de la mode «princière» vers la mode «populaire» Avant d’aborder la question des survivances de la mode des élites ponto-danubiennes dans le milieu «ordinaire» de l’Espagne wisigothique, il faut dire quelques mots sur les modalités de passage de certains traits de la «civilisation princière» vers celle des «classes populaires», plus précisément vers la «classe moyenne». Rappelons que dans les sociétés germaniques orientales les couches «inférieures» de la société de l’époque des Grandes Migrations se caractérisent par l’absence d’éléments vestimentaires dans les tombes99. Comme on l’a supposé100, le costume «princier» ponto-danubien est entré en vogue dans l’Espagne wisigothique grâce à l’arrivée du prince Vidimer, appartenant à la dynastie charismatique des Amales, accompagné de sa cour et de ses antrustions. En effet, les Wisigoths, lors de leur migration des Balkans vers l’Occident romain (408-412), ne pouvaient pas apporter ce costume car il apparaît plus tard. De toute évidence les Wisigoths ont apporté en Gaule et en Espagne quelques objets isolées tels des fibules et des peignes typiques de la civilisation de Tcherniakhov101. La même solution a été proposée pour expliquer la diffusion des éléments de la culture «princière» venant du Danube dans le milieu germanique de la Crimée et du Caucase du Nord au Ve-VIe siècles. Á notre avis, l’apparition du costume à deux grandes fibules en tôle d’argent dans les tombes de la «classe moyenne» (catégorie II, selon V. Bierbrauer)102 des Goths de Crimée (en premier lieu les nécropoles du type Suuk-Su: fig. 9) et de la côte pontique du Caucase du Nord (nécropole de Diurso) est liée à l’arrivé des familles des élites germaniques danubiennes du milieu du ve siècle, c’est-à-dire, les groupes «collaborationnistes», alliés hunniques, qu’ont quitté le Danube après la bataille de Nedao en 454/455 et ont suivi les Huns vers la côte pontique, comme les Angiskires103. Aussi bien en Espagne wisigothique que dans la région nord-pontique les nouveaux-venus étaient considérés comme des groupes prestigieux, voire charismatiques, comme cela a été le cas du clan des Amales en Occident, ce qui a favorisé l’imitation de leur costume par la population «ordinaire» locale. Tant que la mode vestimentaire dans les sociétés traditionnelles est réservé aux élites dirigeantes, c’est-à-dire à un nombre limité d’individus, elle est très difficilement repérable par l’archéologie, à part quelques tombes ou trésors isolés, comme cela est justement le cas de l’Espagne pour les antiquités de tradition ponto-danubienne de la première moitié et du milieu du ve siècle. Nous avons pu étudier ce phénomène à partir du matériel correspondant à la population du Nord de la mer Noire (dernier tiers du IVe-début -première moitié du ve siècle), où la civilisation matérielle «princière», représentée par un nombre relativement restreint de découvertes, appartient à la nouvelle mode ponto-danubienne, tandis que la population «ordinaire» garde toujours les traditions du costume de l’époque précédente104. Ce-
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pendant il est possible de repérer les faibles traces du même phénomène de clivage des modes «princière» et «populaire» parmi les Barbares installés en Espagne et en Gaule du Sud au ve siècle. En effet, à part les découvertes «princières» des horizons d’Untersiebenbrunn et de Smolin examinées ci-dessus, on a mis au jour aussi bien en Espagne qu’en Gaule méridionale quelques petites fibules, typiques de la «classe moyenne» des Germains danubiens105. Ce sont par ex. les fibules du type Villafontana, provenant de la collection Calzadilla, probablement de Badajoz (voir supra.), ainsi que leurs dérivées (fig. 18.3), les fibules du type Carnuntum-Oslip (fig. 18.3), celles du type Prša-Levice et leurs dérivées (fig. 18.1,2), ainsi que les fibules en arbalète (fig. 18.5-8), relativement nombreuses pour le ve siècle106. Dès que la nouvelle mode «aristocratique» reproduite par de plus larges couches de la société, elle devient bien connue des archéologues, car les découvertes dans les nécropoles «ordinaires» sont de plus en plus nombreuses, les cimetières de la fin du V et du VIe siècle en Espagne wisigothique en étant la preuve. Les réminiscences du costume «princier» de tradition ponto-danubienne dans les nécropoles «ordinaires» Une diffusion relativement large du costume féminin à deux fibules en tôle d’argent, souvent accompagnées, dans tout dans l’espace ponto-danubien, par des boucles de ceintures, des boucles d’oreille, des colliers et des bracelets, témoigne de la «démocratisation» et d’une large diffusion de la mode «ponto-danubienne» en Espagne wisigothique à la fin du Ve et durant la première moitié du VIe siècle. Ainsi, on a repéré 71 lieux de découvertes répertoriés en 2000107. Ils sont beaucoup plus rares dans les régions de la Gaule du Sud qui ont fait partie du royaume wisigothique avant sa chute en 507108. Cependant il faut émettre quelques réserves quand à la diffusion de la mode vestimentaire de tradition germaniques orientale dans le milieu «populaire» de l’Espagne wisigothique. Finalement, dans les cimetières de la péninsule ibérique, malgré une diffusion géographique assez vaste, seulement un nombre limité de femmes est accompagné du costume à fibules en tôle d’argent109. Elles ne sont pas plus nombreuses que par exemple les tombes féminines en Gaule mérovingienne, contenant deux paires de fibules, selon la tradition «franque»110. Ainsi, la mode «gothique» ne semble pas être régnante en Espagne, malgré sa présence évidente, de même que la mode «franque» dans le nord de la Gaule. Ce sont seulement quelques familles par génération, qui, par le biais des femmes, affirment leur ascendance exogène ou, en tout cas, l’appartenance au groupe politiquement dominant. Il faudrait surtout y atteindre les résultats des analyses de ADN ancien et des isotopes provenant de ces tombes pour connaître l’identité locale ou exogène de ces femmes qui portent un costume à fibules en tôle d’argent. Pour les fibules espagnoles et gauloises, W. Ebel-Zepezauer111 propose de distinguer plusieurs types d’après la taille, le matériel, la construction et la forme des appliques: - type d’Aguilafuente (grandes fibules, jusqu’à 22 cm, avec des appliques en forme de palmettes);
105 Kazanski 2013. 106 Pérez Rodriguez-Aragón 1997,p. 633, 634; Kazanski 2000; López Quiroga 2010, p. 133-143. 107 Ebel-Zepezauer 2000, S. 296, 297, Liste 2. 108 Voir par exemple Cazes 2013, fig.1. En revanche, les fibules en tôle d’argent sont bien connues en Gaule du Nord, dans la zone mérovingienne: Bierbrauer 1997; Kazanski, Périn 1997. 109 Gourgoury 2013. 110 Clauss 1987; Koch 1998; Martin 1995. 111 Ebel-Zepezauer 2000, S. 16-21.
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- type de Villel de Mesa (fibules plus petites, jusqu’à 14 cm, avec des appliques en palmette ou aviformes) et sa variante du type Hereira de Pisuerga; - type de Vicq (grandes appliques avec des appliques semi-circulaires et aviformes)112, - type de El Carpio 123 (fibules avec des appliques polychromes). Cependant cette typologie ne prend pas en compte un élément très important pour la chronologie, à savoir la forme du pied: les fibules les plus anciennes ont un pied élargi dans sa partie médiane, tandis que les plus tardives l’ont près de l’anse113. La fourchette chronologique générale des fibules en tôle d’argent dans les nécropoles hispano-wisigothiques va de la fin du Ve au milieu du VIe siècle114. Or selon J. Pinar Gil, en suivant la sériation de J. Kleeman115, certaines tombes à fibules sont antérieures à la fin du ve siècle, c’est-à-dire aux années 470-500 (phase Ia)116. Mais ce groupe, comme Pinar Gil l’a souligné à juste titre lui-même117, réunit des tombes avec des fibules typologiquement différentes, aussi bien anciennes que tardives. Ces fibules appartiennent à notre avis au niveau chronologique I B, de la deuxième moitié du ve siècle118. Parmi les tombes à fibules en tôle d’argent, notre attention a été attirée par quelques unes qui, à part les fibules en question, contenaient d’autres éléments vestimentaires elles-mêmes, remontant à la mode «princière» de la tradition ponto-danubienne. Il s’agit des sépultures contenant des fibules supplémentaires en forme d’arbalète et des sépultures à appliques géométriques métalliques. Actuellement ces sépultures sont très peu nombreuses. Duratón, tombe 79119 (fig. 19). Cette tombe contenait une paire de fibules du type Aguilafuente (voir supra) de morphologie ancienne, à pied élargi dans la partie médiane. Les fibules ont été mises au jour sur les épaules de la défunte (fig. 19.2). Selon J. Pinar Gil la tombe n’est pas postérieure au troisième quart du ve siècle120. En effet, la sépulture contenait aussi une fibule en arbalète à pied vaguement losangique, dans la tradition de la culture de Tcherniakhov121. D’après les fibules en tôle d’argent, dont le pied est élargi dans la partie médiane et la présence d’une fibule «tcherniakhovienne», la tombe 79 est parmi les plus anciennes de la nécropole de Duratón. Le costume à trois fibules, dont deux en tôle métallique et une en arbalète,
112 Parmi les fibules à appliques semi-circulaire il faut évoquer celles portant un décor polychrome, comme les exemplaires de la tombe 123 d’El Carpio de Tajo - on trouve la bonne reconstitution dans Sasse 1995, Abb. 2.a. Comme à juste titre l’a souligné W. Ebel-Zepezauer (2000, S. 18), leurs prototypes directs sont les fibules danubiennes avec même décor, datées des périodes D2 et D2/D3, voir Chiojdu, Balsa, Bakodpuszta 3, Perjámos: Bierbrauer 1991, Abb. 5.5, 6 6.1-3. Les dérivés, avec des appliques semi-circulaires portant un décor circulaire imitant des pierres, sont également attestées en Rhénanie, à Rödingen, tombe 472, et en Gaule, à Vicq, tombe 756: Kazanski, Périn 1997, fig. 5.3-8, 6). La tombe 123 d’El Carpio del Tajo n’est pas parmi les plus anciennes sépultures des nécropoles hispano-wisigothiques, car elle contient une plaque-boucle rigide, proche de celles dites méditerranéennes, datées de 520/530 à 600/610: Legoux, Périn, Vallet 2009, n° 161. 113 Kazanski, Périn 1997, fig. 10 et supra. 114 En dernier lieu Pinar Gil 2009, p. 47-50; 2010, p. 25-28. 115 Kleeman 2001, S. 460, Note 104. 116 Pinar Gil 2009, p. 46, 47, 50; 2010, p. 26; 2012, p. 270. 117 Pinar Gil 2009, p. 47; 2010, p. 26. 118 López Quiroga 2010, p. 133-149; cf. également Koch 1999, S. 190,191; Pinar Gil 2012, p. 265, 266. 119 MolineroPérez 1948, p. 144, 145, lám. xxvii.1 xxxvii; I Goti 1994, IV.3. 120 Pinar Gil 2010, p. 27. 121 En dernier lieu Kazanski 2016, p. 31.
est bien attesté dans la région danubienne, notamment dans le costume féminin «princier» à Smolin122 (fig. 6) et Tiszalök123 (fig. 7.A). Ce costume remonte indiscutablement à la tradition vestimentaire de la civilisation de Tcherniakhov124. Duratón, tombe 526125 (fig. 20). Cette tombe est plus tardive, car elle contenait une monnaie de l’époque d’Anastase Ier et Théodoric le Grand126. Mais il faut la prendre en compte pour l’étude des réminiscences du costume «princier» de tradition ponto-danubienne car, à part deux fibules du type d’Aguilafuente dérivées du type de Smolin, cette sépulture a livré une troisième fibule en arbalète, ornée d’une croix à l’extrémité. Ainsi nous sommes de nouveau en présence d’une réplique du costume féminin «ponto-danubien» à trois fibules. Castiltierra, tombe 455 (n° 207 de fouilles de 1934-1935)127 (fig. 21). Cette sépulture n’est pas parmi les plus anciennes. Elle contenait une paire de fibules à appliques triangulaires portant un décor archaïque en relief, du type Kosino-Gyulavári (fig. 21.2), disposées sur la poitrine de la défunte (fig. 21.1). Mais le pied des fibules est pratiquement droit, ce qui est caractéristique des exemplaires tardifs128. D’autre part la tombe a livré des boucles d’oreille en or, à pendentif polyédrique avec décor de verre monté dans des bâtes (fig. 21.6). Cette forme de boucles d’oreille est largement attestée en Europe, de l’Espagne à la Crimée et correspond au type mérovingien 303-304, essentiellement de 470/480 à 600/610129. Une boîte circulaire (bulla) a été également mise au jour dans cette tombe (fig. 21.7). D’après sa forme elle appartient à un groupe ancien du Ve-VIe siècle, largement répandu du Caucase à l’Espagne, mais dont les parallèles à décor végétal viennent avant tout d’El Carpio del Tajo, tombe 136, et de la cathédrale de Cologne130. D’autre part la tombe contenait une grande plaque-boucle cloisonnée (fig. 21.15), dérivée du type Ripoll B131 faisait partie du costume, ainsi qu’un collier de perles (fig. 21.17) et une broche circulaire (fig. 21.5), comme à Lezoux (voir supra), ainsi que deux bracelets en tige de bronze (fig. 21.9,10) et les éléments de la garniture des chaussures (fig. 21.16). Mais ce qui attire particulièrement notre attention, ce sont les appliques triangulaires en bronze (fig. 21.4), sans aucun doute imitant celles en or du costume «princier» de la tradition ponto-danubienne (voir supra). Castiltierra, tombe 432 (n° 184 de fouilles de 1934-1935)132 (fig. 22). Ici on a mis au jour deux fibules dérivées du type de Smolin (fig. 22.2,3) et une plaque-boucle ornée des cabochons sur la plaque (fig. 22.12), deux bracelets en tige (fig. 22.9,10), une broche circulaire (fig. 22.4), deux boucles d’oreille en fil de bronze (fig. 22.7) et une bague (fig. 22.6). De nouveau les appliques triangulaires en bronze (fig. 22.5), imitant les prototypes «princiers» ponto-danubiens, sont attestées dans cette sépul-
122 L’Or des princes barbares 2000, n° 22. 123 Quast 2005, Abb. 33, Liste 4.7, 8. 124 Mastykova 2007, p. 209, fig. 7.1. 125 Molinero Pérez 1971, lám. IL. 126 Pinar Gil 2009, p. 49. 127 Koenig 1980, S. 238, Taf. 64. a,b; I Goti 1994, IV.2; Pinar Gil 2010, fig. 5.1.3;Arias Sánchez, Balmaseda Muncharaz 2015, p. 998-1010. 128 D’autre part les fibules avec les appliques du type Kosino-Gyulavári et avec un pied droit proviennent de la province de Valencia - Koenig 1980, S. 238, Taf. 65. b; Pinar Gil 2010, fig. 5.1.3, et de la province de Ségovie - Pinar Gil 2010, fig. 5.1.2 (fig. 23). Mais l’origine de ces objets est douteuse. 129 Legoux, Périn, Vallet 2009, n° 303, 304. 130 Vida 1995, S. 224-235, Abb. 9, 10. 131 I Goti 1994, fig. IV.13. 132 Arias Sánchez, Balmaseda Muncharaz 2015, p. 954-962.
ture. D’autre part la tombe a livré un torque en tige de bronze (fig. 22.11). D’habitude les torques de ce type sont considérés comme un apanage masculin133. Il faut cependant citer une tombe féminine détruite de Levice-Kusá-Hora en Slovaquie, avec une paire des fibules en tôle d’argent du type de Smolin et un torque d’or134. Pour terminer avec les appliques géométriques venant de la tradition «princière» ponto-danubienne, il faut mentionner la tombe 12 de la nécropole de Madrona135 (fig. 24). Elle a livré des plaquettes triangulaires, cependant cette sépulture ne contenait pas de fibules.
Interprétation historique Comme nous l’avons déjà dit à plusieurs reprises, les tombes féminines du royaume hispano-wisigothique contenant des fibules en tôle d’argent correspondent à la notion de la «classe moyenne». Deux indices en témoignent: d’une part, leur intégration dans les grandes nécropoles communautaires; d’autre part, la présence dans le mobilier des bijoux de grande taille mais de bon marché, en métaux non ferreux (essentiellement des alliages cuivreux et de l’argent de mauvaise qualité), fabriqués en série. Ce niveau social est bien attesté dans les nécropoles gothiques de la mer Noire136, ainsi que dans les nécropoles mérovingiennes de Gaule et de Germanie137, ainsi que sur les sites des Germains du Danube138. Parmi d’autres indices importants, il faut évoquer l’éloignement géographique de ces cimetières par rapport aux centres du pouvoir politique et/ou ecclésiastique139. La question de l’ethnicité des porteurs, ou plutôt des porteuses de ce costume s’impose. Il faut bien préciser que les «ethnies», dans le sens moderne du terme, n’existaient pas à l’époque des Grandes Migrations (voir pour plus de détails Wenskus 1961; Wolfram 1997). Il s’agit très souvent de groupes d’origine hétérogène, aussi bien du point de vue biologique que culturel, réunis dans le cadre d’une structure politique et militaire. Cependant la cohabitation de différents individus, l’appartenance au même système politique et économique, très souvent la même religion et, enfin le même sort historique favorisent l’apparition et la diffusion dans ce milieu d’une culture matérielle commune, qui tôt ou tard couvre toute la population d’un royaume barbare donné. Cette intégration se manifeste notamment dans la diffusion des mêmes modes vestimentaires (donc le même système de manifestation des valeurs et de statut social), d’abord au niveau des élites dirigeantes, puis parmi toute la population. Ainsi, dans la civilisation matérielle, même d’un groupe d’origine hétérogène, apparaissent les traits communs qui les distinguent des autres. Le phénomène est bien connu dans l’ethnographie des sociétés traditionnelles d’aujourd’hui et mêmes dans les sociétés européennes. Ainsi on ne peut pas confondre le costume ethnographique traditionnel écossais de celui de Bretons ou d’Espagnols, parmi d’autres, ce qui justifie la recherche des traits culturels «ethnographiques», aussi bien dans les civilisations vivantes d’aujourd’hui que dans celles «mortes», connues avant tout par l’archéologie. Ce phénomène existait sûrement aussi à l’époque des Grandes Migrations. Les cartes archéologiques de diffusion de certains artefacts le prouvent,
133 Tejral 2011, S. 195-199. 134 Menghin 1987, S. 414, IX, 21. 135 Jepure 2006, Taf. 2. 136 Ambroz 1968, p. 22; Ajbabin 2011; Mastykova 2002. 137 Christlein 1973, S. 153-156, Abb. 11. 138 Bierbrauer 1989a, S. 152-155; Rácz 2016, S. 312-315. 139 Pinar Gil 2016, p. 19-21.
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et elles ont plus de valeur que tout discours théorique, bien sûr à condition que ces cartes soient bien faites et surtout vérifiables par leur contenu. Le costume féminin, en tant que indice ethnographique des sociétés traditionnelles, est parmi les plus stables140, ce qui est aussi vrai pour les populations des royaumes romano-germaniques de l’époque des Grandes Migrations, comme le mobilier archéologique le prouve141. Bien entendu, au niveau social élevé, le costume issu d’une tradition ethnographique (par exemple celle des Germains orientaux), peut devenir aussi un indice d’appartenance à la «classe dirigeante», ce qui s’est très probablement passé avec l’habit «barbare» dans le royaume vandale en Afrique du Nord au ve siècle142. Dans ce cas le costume de prestige, quelles que soient ses origines, commence tôt ou tard, comme nous l’avons souligné, par être imité par la population «ordinaire», en premier lieu par la strate supérieure de la «classe moyenne». Et puisque les communautés villageoises d’Espagne wisigothique étaient très majoritairement romaines, on peut conclure que la diffusion dans ce milieu de la mode ponto-danubienne «barbare» montre le début de la fusion de la culture matérielle des Wisigoths et des Hispano-Romains. L’identité est à ce moment là utilisée «à convenance», selon le contextesocio-politique, aussi bien par les élites que par une bonne partie de la population hispano-romaine pour montrer leur appartenance à un statut social déterminé, ou comme un symbole de prestige et de pouvoir.
140 Il faut rappeler que dans les sociétés traditionnelles cette sacralisation concerne la plupart des objets de la civilisation matérielle (Hachmann 1971, p. 105, 106). 141 Périn, Kazanski 2006, 2009, 2011; Kazanski, Périn 2008. 142 Pour plus de détails: Rummel 2007.
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Fig. 1. L’évolution générale des fibules à tête semicirculaire et le pied losangique: 1: Kertch; 2-5: ŞimleumSilvaniei/Szylágysomlyó; 6: Kosino; 7: Suk-Su. D’après Ambroz 1966, fig. 5,6.
Fig. 2. Les grandes fibules danubiennes à tôle d’argent: 1,2:»Esztergom» 3: Bakodpuszta, tombe 3; 4: Balsa; 5: Gyilavári; 6: Tiszalök; 7: Kosino; 8: Perjam/ Perjámos. D’après Bierbrauer 1991, Abb. 5, 6, 11, 12.
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Fig. 3. Les fibules à tôle d’argent dans l’espace pontique: 1-12: Siniavka; 13-17: Volobuevka. 1-12: d’après Kazanski 2009, fig. 64; 13-17: d’après Kazanski 2011
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Fig. 4. La tombe d’Hochfelden. D’après Kazanski 2009, fig. 125
Fig. 5. La tombe d’Airan. D’après Kazanski 2009, fig. 122
Fig. 6. La tombe xxxii de Smolin. D’après Tejral 1982, fig. 27, 28, 48
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Fig. 7. La tombe de Tiszalök (A) et les boucles de tradition danubienne (B): B. 1: Musée archéologique de Granada; 2: Kosino; 3: Pekari; 4: Musée archéologique national (Madrid). A- d’après Quast 2005, Abb. 34; B- 1, 2: d’après Koenig 1980, Taf. 66. a, c; 3; d’après Hanenko 1901, pl. IX. 386; 4: d’après Pinar Gil 2005, fig. 1
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Fig. 8. Les objets de la tradition ponto-danubienne en Italie: 1: Desana; 2: Tortona; 3: Brescia; 4: Castelbolognese; 5: Pollentio; 6: EmiliaRomagna; 7: Aquilée. 1: d’après Bierbrauer 1975, Taf. VI.1, 2; 2: d’après Bierbrauer 1975, Taf. XL.1; 3: d’après Bierbrauer 1975, Taf. lii.2; 4: d’après Bierbrauer 1991, Abb; 2; 5: d’après Micheletto 2013; 6: d’après Bierbrauer 1994, fig.1.3; 7: d’après Bierbrauer 1994, fig.1
Fig. 9. Le mobilier de la nécropole Suuk-Su en Crimée: 1: tombe 91; 2: tombe 56, inhumation 5. D’après Furasiev 2009, fig. 5, 10
Fig. 10. La tombe de Lezoux. D’après Vertet, Duterne 1999, fig. 3-8
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Fig. 11. Les objets provenant de la région de Badajoz, la collection de Calzadilla. D’après Koenig 1980, Taf. 61-63
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Fig. 12. Les objets provenant de la nécropole de Mérida appartenant aux tombes. 1-3: tombe 1; 4: tombe 4; 5: tombe 2; 6: tombe 7; 7: tombe 8. D’après Heras Mora, Olmedo Gragera, 2015, Fig. 15.3-9
Fig. 13 (gauche haut). Les boucles de la tradition ponto-danubienne dans la péninsule ibérique: 1: Cordoue; 2: «Castiltierra»; 3: Galicie; 4: Bueu; 5: Málaga; 6: la villa de «La Olmeda». 1: d’après Ager 2001; 2: d’après Koch 1999, Abb. 27.4; 3: d’après Koch 1999, 189, Abb. 27.1; 4: d’aprèsPérez Rodriguez-Aragón 1997, 634, fig. 4.8; 5: d’après Quast 2005, Abb. 21A; 6: d’après Pérez RodriguezAragón 1997, 634, fig. 4.11 Fig. 14 (gauche bas). Le collier de Granada-Albaicín et ses parallèles pontiques: 1: Granada-Albaicín; 2: Tanaïs, sépulture 295.1981; 3: Tanaïs, sépulture 3.1990; 4: Gourzouf (?). D’après Mączyńska 2005, fig. 1,6 Fig. 15. Les colliers de la tradition ponto-danubienne: 1: Beiral; 2: Kertch; 3: Bakodpuszta. 1: d’après Quast 2005, Abb. 27; 2,3: d’après Kiss 1983, Abb. 4.3, 16
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Fig. 16. Le mobilier de la tombe de Beja. D’après Kazanski 1999, fig. 3.7-12
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Fig. 17. Le mobilier de la tombe d’Arzignano. D’après Possenti 2011, fig. 8-25
Fig. 18. Les petites fibules à deux plaques et les fibules en arbalète en Gaule du Sud et dans la péninsyle ibérique: 1,3: Herpes; 2: Chasseneuilsur-Bonniere; 4: Monségur; 5: Sta-Vitoria do Amexial; 6-8: Conimbriga. 1-4: d’après Kazanski 2013, fig.1; 5-8: d’après Kazanski 2000, fig. 1.1,6,9
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Fig. 19. Duratón, tombe 79. D’après Molinero Pérez 1948, lám. xxvii. 1 xxxvii; I Goti 1994, IV.3
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Fig. 20. Duratón, tombe 526. D’après Molinero Pérez 1971, lám. IL
Fig. 21. Castiltierra, tombe 455. D’après Arias Sánchez, Balmaseda Muncharaz 2015, 956-960
Fig. 22. Castiltierra, tombe 432. D’après Arias Sánchez, Balmaseda Muncharaz 2015, 1002-1009
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Fig. 23. Les fibules espagnoles à tôle d’argent avec les appliques du type Kosino. 1, 3: «Castiltierra»; 2: province de Valencia. D’après Koenig 1980, Taf. 4.a, b, 65.b
Fig. 24. Madrona, tombe 12. D’après Jepure 2006, Taf. 2
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La Orfebreria de los «príncipes barbaros» Estudio de las técnicas de fabricación en oro y plata de los ajuares funerarios (siglos iii-vii) Jorge LÓPEZ QUIROGA (Universidad Autónoma de Madrid) Natalia FIGUEIRAS PIMENTEL (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla)
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on ocasión de la celebración de la exposición In Tempore Sueborum1 hemos tenido la posibilidad de estudiar y analizar un elenco único de objetos, mostrados simultáneamente por primera vez, pertenecientes en su mayoría a conjuntos funerarios (depósitos y ajuares de indumentaria y/o adorno personal) que se vinculan a lo que en la historiograf ía se conoce como «tumbas principescas» (López Quiroga 2011). Se trata de objetos hallados en contexto funerario que permiten documentar el status y/o rango social, político y económico de los individuos inhumados, relacionados con los Bárbaros entre el Danubio y la Península Ibérica desde el siglo III al VII de nuestra era. En todos ellos observamos un común denominador, además de su status, puesto que evidencian elementos de vestimenta y/o adorno personal idénticos, particularmente entre los siglos IV y VI (período conocido como de las «Grandes Migraciones» bárbaras en Occidente), elaborados como veremos con técnicas y métodos de fabricación muy similares, que han sido definidos muy acertadamente como «moda póntico-danubiana» (Kazanski). Este carácter homogéneo en el tipo de objetos, que documentamos desde el Mar Negro hasta el Norte de África, nos permite conocer de primera mano (sin el «filtro» que supone la interpretatio romana2: López Quiroga 2011) algunos aspectos de estas «sociedades bárbaras», en este caso a partir de los ritos y prácticas funerarias, que muestran un hilo conductor común para las élites bárbaras durante la Antigüedad Tardía, a través de un elemento tan identificativo como es la vestimenta. La mayoría de los objetos analizados, como indicábamos, poseen un claro contexto funerario, incluyendo un registro arqueológico más o menos fiable, fechándose entre mediados del siglo del III y finales del siglo VI: la f íbula de plata y oro de la tumba II de Krakovany-Stráže (Eslovaquia) (Fig. 4.7) (Kolník 1964: 417-420), situada en la segunda mitad del siglo III; el collar de oro con crismón: Fig. 4.8 y la f íbula de arco3: Fig. 3.1, halladas en una tumba femenina de Répcelak4, en Hungría, fechadas en el tercer cuarto del siglo V (Kiss 2001); varios objetos de la tumba 5 de Keszthe-
1 Celebrada en Ourense entre el 15 de diciembre de 2017 y el 6 de mayo de 2018, con el título In Tempore Sueborum. El Tiempo de los Suevos en la Gallaecia (411-585). La creación del primer reino medieval de Occidente, promovida y patrocinada por la Diputación Provincial de Ourense. Comisariada por Jorge López Quiroga y Artemio Martínez Tejera. 2 La «visión romana» de los Bárbaros, puesto que es Roma la que trasmite un relato sobre ellos tan subjetivo como interesado. 3 Se trata de un par de f íbulas, entre las de mayor tamaño en su tipología, que se hallaron a los pies de la difunta, junto con un fragmento de hebilla de cinturón, lo que evidencia que estas piezas de vestimenta fueron colocadas directamente en la tumba; habitualmente el par de f íbulas se localiza a la altura de las clavículas. 4 Sabemos de su contexto funerario por el hallazgo casual de un habitante de la aldea de Répcelak de una tumba femenina mientras trabajaba en un pozo, aunque los objetos llegarían al Museo Nacional de Hungría (Budapest) a través de un conocido anticuario.
ly-Fenékpuszta5 (Hungría), entre ellos un par de pendientes de oro en forma de media luna: Fig. 2.2, un alfiler para la ropa en oro, plata y perlas, con la inscripción Bonosa: Fig. 5.2, junto con un collar en oro, granate, vidrio y lapislázuli: Fig. 5.1, y un anillo de bronce dorado: Fig. 3.2., todos ellos de mediados del siglo VI (Barkóczi 1968; Garam 1991, 2001; Vida 2011; Horváth-Rácz 2016; Heinrich-Tamáska 2016); diversos objetos documentados en la rica tumba XXXII6 de la conocida necrópolis de Smolín (Moravia, República Checa), entre los cuales hemos analizado una f íbula de plata: Fig. 3.5, una pulsera o brazalete, también de plata: Fig. 2.8, dos pendientes de oro: Fig. 4.6, un anillo: Fig. 2.4 y una hebilla de cinturón: Fig. 3.3, ambos de plata, y por último un par de pendientes de plata y bronce: Fig. 4.4 (Tejral 1973, 1982); varios objetos de la tumba de un adolescente hallada en 1874 en Bailleure (Etrigny, Saône-et-Loire, Francia), y concretamente un par de f íbulas de plata dorada: Fig. 3.4, un utensilio de tocador de plata: Fig. 2.5, y cuentas de collar y colgantes en oro y plata: Fig. 5.3 (VV. AA. 1990, 2001); y una serie de objetos formando parte de elementos de vestimenta y adorno personal hallados en la necrópolis tardo-antigua de Mérida (Badajoz), como una serie de placas en oro: Fig. 4.2, un par de pendientes igualmente en oro con remate poliédrico: Fig. 2.3, un collar o diadema en oro y granates: Fig. 4.5, unas cuentas tubulares también en oro: Fig. 4.3, y un par de agujas realizadas en oro: Fig. 2.7, fechados en la primera mitad del siglo V (Heras Mora-Olmedo Gragera 2014). Otra serie de piezas son fruto de hallazgos «fortuitos», por lo tanto sin ningún tipo de contexto: el broche de Baamorto (Monforte de Lemos, Lugo)7: Fig. 5.4, datado de la primera mitad del siglo V (Vázquez Seijas 1956-1957; Núñez Rodríguez 1976; Arias Vilas 1991; Casal García-Blanco Sanmartín 1998; Koch 1999; López Quiroga 2004, 2010; Pérez Rodríguez-Aragón 2008); el anillo de Romelle: Fig. 2.1 (Reinhart 1947; Vázquez de Parga 1947; Ruiz Trapero 2004; Balmaseda Muncharaz 2009; Gutiérrez Cuenca 2009); el anillo signatario de Alarico II8: Fig. 5.5, fechado entre los
5 Esta tumba forma parte del llamado cementerio-horreum de Keszthely-Fenékpuszta (un castrum de 15 hectáreas), hallado en 1959, y en el que se documentaron 31 inhumaciones, precisamente al este del granero; la tumba 5 se corresponde con una inhumación femenina infantil con ataúd de madera con depósitos y ajuares funerarios. 6 La importante necrópolis de Smolín fue descubierta en 1951 en un yacimiento de amplia secuencia ocupacional; la tumba xxxii que nos ocupa fue parcialmente dañada, tratándose de una fosa funeraria de 2,5 m de longitud y 2,1 m de profundidad, siendo el cráneo el único resto óseo conservado correspondiéndose con un individuo femenino de unos veinte años de edad. 7 Se trata de un broche hallado casualmente en 1920 compuesto de dos partes: una f íbula de forma ovalada unida a otra placa metálica casi circular, realizado en chapado de oro y cabujones de pasta vítrea. 8 El anillo de Alarico II es uno de los tesoros del Kunsthistorisches Museum de Viena, y fue adquirido en 1784. El anillo que sostiene el sello es del siglo xvi y fue probablemente añadido por Graf Ulrich IX de Montfort-Rothenfels (fallecido en 1574). La matriz del sello fue grabada en una de las piedras preciosas más duras que existen: zafiro, esmeralda o rubí azul pálido.
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siglos V y VI (Schramm 1954; Wolfram 1967; Breckenridge 1979; Schulze-Dörrlamm 1990; Zwierlein-Diehl 1991; Schmauder 2002; Silvan 2003; Spier 2007; Kornbluth 2008); o la hebilla de plata dorada y nielada con inscripción rúnica de mediados del siglo V9: Fig. 1, junto con un par de f íbulas de plata10 de mediados del tercer cuarto del siglo V: Fig. 4.1, ambas procedentes de Szabadbattyán, en Hungría, situada a mediados del siglo V (Beninger 1931; Fettich 1928; Bona 1971; Kiss 1980). Contamos, también, con piezas que son el resultado de excavaciones sobre las que carecemos de registro estratigráfico conocido: como la necrópolis descubierta en Beiral (Ponte de Lima, Portugal), en la que se localizaron una serie de depósitos y ajuares funerarios, entre los que hemos procedido a analizar un anillo de oro con granates y decoración cloisonné: Fig. 5.6, y una diadema de oro con colgantes: Fig. 2.6 (Viana 1961; Almeida 1986; Barroca 1987; López Quiroga 2001, 2010; Arezes 2012; 2017; Pinar Gil-Ripoll López 2008); idéntica situación es la de la tumba hallada en Beja (Alemtejo, Portugal), en donde se documentaron varios elementos de vestimenta y adorno personal junto con una gran spatha, habiendo analizado en el marco de este estudio una de las hebillas de cinturón con decoración cloisonné: Fig. 5.7 (Campos 1906; Martínez Santa Olalla 1934; Supiot 1934; Figueiredo-Paço 1947; Viana 1953, 1960, 1961; Almeida 1962; Cardozo 1967; Hauschild 1986; Barroca 1987; Kazanski 1991; Pérez Rodríguez-Aragón 1998; Lebedynsky 2001; Rodríguez Resino 2003, 2004; López Quiroga 2004, 2010; Arezes 2011, 2012).
Origen y vinculación, a nivel técnico, entre estos objetos bárbaros y la tradición que les precede. El estudio pormenorizado de la topograf ía de las piezas y especialmente, de la técnica de fabricación, nos ha permitido aproximarnos a los objetos estudiados desde un aspecto material que nos hace establecer una serie de relaciones y conclusiones a mayores de su dimensión formal, tipológica o histórica. Al tratarse de una primera fase del proceso de investigación en el que el método de análisis ha sido principalmente microscopía óptica (MO), hemos puesto el acento en el procedimiento de fabricación y en lo que ello podía suponer de revelador para comprender el sistema de trabajo, la organización del mismo y aproximarnos a quiénes y cómo realizaron la orfebrería de este período, asociada a una moda concreta y a unas élites determinadas. La especialización de los artesanos que están detrás de esta orfebrería y su gran pericia en los resultados, nos hace pensar entre otras cosas, que no es algo nuevo y que estamos ante un trabajo de gran tradición artesanal milenaria, que llega a estos momentos, cargado de influencias en todos y cada uno de los procesos de ejecución y que, como en otros periodos históricos, supone un pequeño avance e innovación en la fusión de múltiples tradiciones anteriores, de culturas y orígenes diversos. Esto da lugar a unos tipos con carácter propio como resultado de una labor de fusión tecnológica, que suele caracterizar a los procesos de configuración de la historia material. Es por ello necesario identificar, en los objetos estudiados, cuántos procedimientos históricos hallamos en ellos y de qué manera se produce su adaptación o transformación en este periodo cronológico (siglos III-vii), hasta
9 Ingresó esta pieza a través de un anticuario en el Museo Nacional de Hungría (Budapest); en el interior de la placa de cinturón, por la parte que no presenta decoración, hay una inscripción en caracteres rúnicos con el nombre Maring, que se interpreta como un antropónimo «suevo». 10 Estos objetos, junto con otras piezas similares en plata y vidrio, se hallaron a proximidad de la ciudad romana de Gorsium y llegaron al Museo Nacional de Hungría (Budapest) a través de un anticuario. El contexto funerario de este hallazgo se puede deducir por la localización de una rica tumba femenina en el lugar de Szabadbattyán, fechada en el siglo V, con motivo de la construcción de la línea de ferrocarril.
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llegar a lograr la singularidad de los objetos característicos de la moda póntico-danubiana, una orfebrería que podríamos denominar, de mestizaje y tradición. Nos hemos centrado en el uso del oro y la plata, con aplicaciones de materias semipreciosas, por tratarse de objetos que contienen una alta especialización técnica y excepcionalidad en su ejecución. Los mejores procedimientos, las técnicas más elaboradas y dificultosas, la excelencia en el virtuosismo técnico, son aspectos que vamos a encontrar en la orfebrería vinculada a estas élites bárbaras. El uso del bronce, el cobre o el hierro, estará más en relación a otro tipo de talleres artesanos que por interpretación e imitación, se inspirarán en motivos similares tipológicos, pero recurriendo a técnicas de fabricación simplificadas y aptas para los materiales manipulados. Es importante entender desde un principio, que el aspecto formal y tipológico de la orfebrería es consecuencia en una parte notable de los procesos tecnológicos, es decir, el granulado por ejemplo, o la filigrana al aire, van a dotar a la pieza de una serie de características concretas estéticas, a diferencia del uso del esmalte o el dorado aplicados. Diseño y tecnología van de la mano, pero una es consecuencia de la otra y viceversa. Cuando el objeto creado en cuestión utiliza una técnica diferente, como la imitación del granulado o la filigrana por estampación de matrices, entonces estamos ante objetos similares en lo formal, pero completamente diferentes en cuanto a la ejecución, pasando a un segundo nivel en la categoría técnica del objeto, por ser fruto de la simplificación y economía del proceso. Nos interesan pues aquellos que recurren en su producción a un proceso tecnológico propio. Si nos remontamos según datación por radiocarbono al 4.600-4.200 a. C., concretamente a la tumba nº 43 de la Necrópolis de Varna en Bulgaria, hallada en 1972 por Mijaií Lazarov e Iván Ivanov, podemos comprender cómo el uso del oro, su tecnología de transformación y la funcionalidad de dicha orfebrería se mantendrían con tímidas variaciones durante los 4.800 años siguientes. El uso de estos objetos con fines de distinción social son ya aquí de uso generalizado (Todorova 1982), del mismo modo que en la orfebrería póntico-danubiana, las élites y sus escalas se diferencian en sus enterramientos precisamente por el tipo de objetos, artificiosidad técnica y valor material de los mismos. Si además tenemos en cuenta que estos objetos contenían una marcada dimensión simbólica, de memoria y que engalanaban al difunto en el momento de sus exequias, es fácil concluir que los artesanos gozarían de algún tipo de reconocimiento social y/o proximidad a las élites demandantes. Este reconocimiento, de algún modo, ya es presente en esta necrópolis de fines del Calcolítico, ya que junto con tumbas de líderes de grupo se encuentran enterramientos específicamente de artesanos, aspecto muy interesante para nuestro estudio ante las evidencias de herramientas presentes en dichos enterramientos, de las que destacan los troqueles y cinceles. La existencia pues de un artesanado o grupo de artesanos, con tecnología, aunque limitada, definida, está vinculada al poder. De alguna manera, sus objetos y útiles suponen un instrumento que es imagen de su virtud en el arte de la orfebrería, por lo que en su última exhibición ante su comunidad, en el lecho de muerte, se muestran públicamente engalanados por sus creaciones y los recursos que las hacen posibles. Esto nos hace pensar que, ya en este periodo, la destreza tecnológica, además del material noble, fueron motivo de exhibición. No es de extrañar que, según el rango del individuo inhumado, siglos después la complejidad de los objetos sea un elemento diferenciador. En esta necrópolis se hace patente que los orfebres ya empleaban técnicas como la lámina de oro batida, recortada y perforada, la lámina repujada y troquelada en forma de brácteas circulares semiesféricas, el fundido y vaciado de oro para la obtención de cilindros, brazaletes y cuentas, el uso de alambre de oro torsionado en espiral y las cuentas de ámbar y cornalina para las aplicaciones. Podemos decir de hecho, que estas técnicas de ejecución se van a mantener, con variaciones y perfeccionamiento en algunos objetos sometidos a estudio en este proyecto, como es el caso de las brácteas de las tumbas de la necrópolis de Mérida, los cilindros de plata que acompañan tumbas
como la de Beiral, el uso de oro macizo vaciado a molde del brazalete cuado de la tumba de Zohor, los collares de ámbar de la necrópolis de Vigo (Rúa Hospital) o la tumba infantil del Museo de Stuttgart, respectivamente. Si algo, además, llama especialmente la atención, es la disposición y ubicación de algunos de estos elementos, y hablamos concretamente de las brácteas de oro. Se trata de aplicaciones sobre la indumentaria, placas ornamentadas que se fijan por cosido a los tejidos con los que visten al difunto. Puede tratarse de una costumbre extendida ya en la propia vestimenta de uso (gala) o destinarse exclusivamente para el momento de la muerte, con otro sentido. Si atendemos a la evolución de la indumentaria regia y cortesana de siglos posteriores, así como a las representaciones de las mismas, en pinturas, mosaicos, miniaturas e incluso en escultura, cabe pensar que no distaría mucho de esta realidad protohistórica. Estas placas presentan perforaciones para ser fijadas por hilo al tejido de base, las hallamos aquí 4.600-4.200 a. C. y las encontramos de nuevo en la primera mitad del siglo V d. C. con las brácteas de la necrópolis de Mérida. Tras el análisis de su procedimiento técnico (Estudio estereoscópico de la topograf ía y sedimentos a 1x-20x), así como de las huellas dejadas por el uso, especialmente en el reverso, podemos confirmar, que efectivamente estaban cosidas a un soporte blando; ¿tocado?, ¿sudario?, esto todavía por determinar (Fig. 4.2) o en la tumba femenina de Hochfelden (Alsacia, Francia). Es muy interesante este tipo de ornamento de indumentaria por su belleza, riqueza visual y pervivencia en el tiempo; no hay que olvidar que se trata de un recurso que llegará hasta la Edad Moderna y que podemos encontrar en la indumentaria litúrgica, en especial en las representaciones escultóricas y pictóricas de santos, profetas y apóstoles con la técnica conocida como el brocado aplicado; no muy diferente, si pensamos en el modo de ejecución del repujado en oro que ahora destacamos. El uso de la cera perdida a molde abierto, el pulido de ensambles o rebabas creadas por el corte del metal, las perforaciones a golpe de cincel, el puntillado punto a punto y el plegado de los bordes de lámina recortada, forman parte de ese acabado tecnológicamente mejorable, pero cronológicamente admirable, que ya encontramos en la Necrópolis de Varna.11 Métodos de ornamentación y acabado que son comunes a muchos de los objetos aquí estudiados, con modificaciones, no excesivamente sustanciales, si pensamos en los miles de años transcurridos. Que el oro es maleable y que su obtención era relativamente sencilla es sabido desde este período (Perea 1991) y que, por lo tanto, resulta agradecido al golpeo y a la fusión, también. Por ello no es de extrañar, que el uso de lámina batida, repujada y cincelada sea una técnica recurrente con el paso del tiempo, alcanzando perfecciones posteriores a la necrópolis de Varna, como en la Capa de Oro de Mold (Flintshire, Norte de Gales) realizada entre 1.900 y 1.600 a. C. De alguna manera es aquí donde comienza la tecnología del oro, con un proceso de ejecución en el martillado en frío muy desarrollada, tras un proceso de fundido en crisol y vaciado en lingotera, encontrándolo también en la Península Ibérica, en el Calcolítico Campaniforme (Perea 1991: 43), como vemos en la lámina de revestimiento decorada del sepulcro de corredor de Las Canteras, en Sevilla (Perea 1991: 47). Para la fabricación, en este caso, de la lámina durante el batido era necesario el recocido, posteriormente el moldeado para adaptarla, el recortado y, por último, el acabado (Perea 1991: 49). Dicho procedimiento, aquí muy abreviado, lo hallamos en numerosos objetos de las élites bárbaras, tal es el caso de la hebilla de cinturón en plata con inscripción rúnica, correspondiente a la tumba xxxii de Smolin (República Checa) o el par de f íbulas de plata de mediados del tercer cuarto del siglo V de Szabadbattyán (Museo Nacional de
11 Armbruster, Bárbara: «El oro en los inicios de la metalurgia: Orfebrería en el cementerio calcolítico de Varna, Bulgaria», in: Congreso Internacional de Arqueoloxía do Ouro (7, 8 y 9 de noviembre de 2018, Museo Provincial de Lugo), Lugo, en prensa.
Hungría, Budapest), entre otros. También es un procedimiento, el del metal batido en frío y recocido, de los primeros a efectuar en los trabajos de orfebrería vinculada a los bárbaros, antes de proceder con ornamentos más elaborados que se aplican a dicha placa. En este caso, el metal es preparado y recortado, adquiriendo forma de plancha o caja sobre la que se dispondrán aplicaciones, repujado, incrustaciones, filigrana, granulado, o cualquier otro trabajo de carácter más preciso, tal y como encontramos en las cuentas de collar de lunas (Fig. 5.3) y las f íbulas de plata de la tumba de una adolescente hallada en Balleure (municipio de Etrigny, Saône-et-Loire), procedente del Musée Denon (Chalon-sur-Saône, Francia) (Fig. 3.4), el Broche de Baamorto de la primera mitad del siglo V (Museo Provincial de Lugo) (Fig. 5.4), o el collar de la tumba número 5 de Keszthely-Fenékpuszta de finales del siglo V principios del VI, procedente del Balatoni Museum (Keszthely, Hungría) (Fig. 5.1). En una serie de piezas póntico-danubianas localizadas en la colección Martí Esteve (Barroso-Morín 2014), identificamos el uso de la lámina batida en frío como primera fase del trabajo del orfebre, el recortado de la misma y una segunda fase de repujado y en algunos casos plegado, a falta de finalizar el proceso completamente. A pesar de que consideramos que se trata de objetos inacabados, sirven de muestra perfecta para comprender la importancia de este procedimiento del batido en frío común a la orfebrería del Calcolítico, a la que hacíamos referencia en la necrópolis de Varna, o a la orfebrería que estudiamos de las élites bárbaras. Este procedimiento, que consideremos una de las bases-orígenes de la tecnología en orfebrería, se va a perfeccionar en gran medida, gracias a la labor precisa de los artesanos del mundo sumerio; teniendo en cuenta que la tradición desarrollada por estos artífices se expande con posterioridad al oeste de Asia y Mediterráneo, con su llegada a Turquía, se observan técnicas comunes en un espacio tiempo muy próximos, que van a permanecer en la cultura y tradición del artesanado orfebre. El dominio de la hoja batida es tal en Mesopotamia (3.000 a. C) que si analizamos las numerosas tumbas reales de Ur (Molina 2010: 521-551) y en especial, las de diez cortesanas cuyos tocados exuberantes y llenos de riqueza visual ornamental destacan por su aspecto formal, podemos identificar un avance en la técnica del batido en frío, con el posterior recortado y repujado, donde la lámina, siendo de menor espesor, se pone al servicio del objeto de adorno y configura una gran variedad de formas. Al tratarse de tocados, las posibilidades de combinación entre elementos es mayor, de ahí que la asociación entre hoja de oro y hoja de vegetación sea un recurso natural, no obstante, a pesar de su sencillez, es la composición entre elementos la que le dota de preciosismo ornamental. Esto mismo lo encontramos en los objetos de orfebrería póntico-danubianos, donde la riqueza formal en tocados, diademas y collares, hará que definamos sus influencias siempre con un marcado carácter oriental. Tal referencia, que con razón continuadamente se establece con la orfebrería bizantina, establece sus vínculos mucho más atrás en el tiempo, concretamente con la orfebrería realizada por los artesanos sumerios; y es de ahí de dónde procede su fuerte inspiración oriental. En estas Tumbas Reales de Ur del periodo Dinástico Antiguo III 2.600-2.300 a. C. (descubiertas en 1926-1927 por Sir Leonard Woolley), como la tumba del rey Meskalamdug y la Tumba de la reina Pu-abum, es donde encontramos las técnicas de orfebrería que después formarán parte de la metodología habitual de los artesanos de los «príncipes bárbaros», siendo los Sumerios los primeros en utilizarlo: el granulado, la filigrana, el hilo de oro con variaciones (liso, trenzado, moldeado y cortado hasta hacer U o lágrimas), la soldadura, el calado-opus interrasile, la lámina batida, el repujado y los acabados conocidos de limado, pulido, etc. Lo que evidencia que estos artesanos Sumerios, además de ser los primeros en emplear estas técnicas, fueron a su vez los que establecieron la base de la orfebrería que marcaría los siglos sucesivos, en lo que a técnicas de ejecución se refiere. El repertorio tipológico-formal será el que en base a los diseños diferenciados, vaya suponien87
do realmente una evolución o renovación, más que tecnológica, artística, en todos los periodos que le suceden. Ya en estos momentos, tanto hombres como mujeres, empleaban pendientes, diademas, brazaletes, ornamentos pectorales, etc.; pero era la mujer la que mayor ornamento portaba, destacando sobre todo el tocado. Los paralelos que identificamos son los pendientes en forma de media luna y sobre todo las cuentas huecas romboédricas de la diadema de la necrópolis de Beiral (Fig. 2. 6), la cuenta romboédrica con filigrana visigoda del Forte de Lovelhe de Vila Nova de Cerveira (Portugal), el característico troquelado en círculos del brazalete cuado de Zohor (Último tercio del siglo I, Slovenské Národné Múzeum - Archeologické Múzeum (Bratislava, Eslovaquia) o el alambre-hilo enroscado en forma de espiral, como el anillo de plata de la tumba xxxii de Smolin (Región del sur de Moravia,, Regionální Muzeum v Mikulově, Mikulov, República Checa) (Fig. 2. 4). Igualmente, es común en el mundo sumerio el uso del lapislázuli y cornalina como materiales semipreciosos para cuentas, asistiendo a la combinación del oro con el color rojo y azul ultramar, como también veremos en la orfebrería de los «príncipes bárbaros», aunque el predominio del color rojo sea mayor y el material mude al uso del ámbar y el granate, y a la pasta vítrea mayoritariamente para los azules, aunque encontremos también lapislázuli en el collar de la tumba número 5 de Keszthely-Fenékpuszta (Hungría). El empleo de estos materiales procedentes de la India o Afganistán, nos hablan del comercio existente entre Oriente Medio y Extremo Oriente ya en estos momentos (3.000 años antes), aunque dada la calidad técnica en el trabajo de las piedras y el oro, puede remontarse a mucho tiempo atrás, puesto que la tradición técnica-tecnológica se transmite, al igual que se comercian las materias primas y su proceso de perfeccionamiento es lento. A su vez, es probable que estos artesanos sumerios, bebiesen de los modos de hacer de aquellos territorios con los que tenían relaciones establecidas. El flujo entre Oriente y Occidente se hace también palpable en la orfebrería, y se mantiene hasta el momento que nos ocupa, los siglos III al VI. El caso de los granates pertenecientes a diversos elementos de adorno y vestimenta personal de la reina merovingia Aregonda, evidencia estos contactos comerciales a larga distancia. En efecto, el análisis f ísico-químico de dichos granates ha permitido documentar que proceden de la India, lo que estaría indicando la llegada de dichos materiales a Occidente al menos hasta la segunda mitad del siglo VI, como consecuencia de un cambio en la situación política que motivó la interrupción de ese flujo comercial y por lo tanto de los granates (Périn et al. 2005; Périn 2015). Cuando analizamos objetos del siglo I, como el brazalete cuado de Zohor, vinculado a estos pueblos bárbaros, y atendemos al trabajo casi escultórico de las cabezas que lo rematan, así como cuando intentamos valorar el nivel de modelado preciso y estudiado de las piezas en cera que serán vaciadas en los moldes cerámicos que dan lugar a orfebrería de este tipo, como el par de f íbulas de arco de Répcelak del tercer cuarto del siglo V (Museo Nacional de Hungría, Budapest) (Fig. 3. 1), sabemos que el proceso de modelado y vaciado tiene que tener un claro precedente tecnológico. Lo encontramos no muy lejos cronológicamente, en los artesanos del imperio sasánida (226-651 d. C.), que llegan a perfecciones técnicas y formales ya habituales en este procedimiento, como podemos reconocer en una cabeza de caballo sasánida del siglo IV, hoy en el Museo del Louvre. De igual manera, la técnica de lámina de oro batida, recortada y cosida a un tejido, el hilo de oro trenzado en cadenas loop in loop, la técnica de cloisonné y sobre todo, el granulado sobre placas triangulares, serán paralelos tecnológicos que hayamos tanto en la orfebrería de la moda póntico-danubiana, como siglos antes en el periodo aqueménida (550 a. C. – 330 a. C.), en el tesoro de Oxus (Museo Británico de Londres y Victoria and Albert Museum), de las que destacan las brácteas repujadas, las placas votivas, las cabezas de oro, el brazalete de cloisonné con cabezas de grifos alados y las cuentas triangulares con granulado que son el paralelo inmediato de una de las caras del collar de Keszthely-Fenékpuszta (Hungría) (Fig. 5. 1). 88
Otra de las técnicas recurrentes en la orfebrería de los pueblos bárbaros, extendida hasta la actualidad, es el dorado aplicado sobre un metal de menor valor, con fines de imitación del oro macizo, o intencionadamente para obtener combinaciones de tonalidades entre el oro y la plata especialmente, que se documentan en objetos de gran valor artístico, como el par de f íbulas de arco de Répcelak (Hungría) del tercer cuarto del siglo V (Fig. 3. 1), o la hebilla de plata nielada con inscripción rúnica (Fig. 1) (ambas procedentes del Museo Nacional de Hungria, Budapest), o las f íbulas de plata de la tumba de una adolescente de Balleure (municipio de Etrigny, Saône-et-Loire, procedente del Museo Denon, Chalon-sur-Saône, Francia) (Fig. 3.4). La tradición del dorado sobre otro metal, especialmente la plata, en ocasiones sobre bronce, como sucede en el Broche de cinturón de Baamorto (Museo Provincial de Lugo) (Fig. 5. 4) y el anillo de la tumba de Keszthely-Fenékpuszta (Hungría) (Fig. 3. 2), es una técnica artesanal orfebre que presenta una tradición de al menos 3.000 años. Si tenemos en cuenta la influencia que el mundo egipcio ejercerá en todas las artes suntuarias en los siglos posteriores, así como la extensión e integración en las tradiciones técnicas siguientes, entenderemos que el dorado, como recurso perfeccionado sumamente utilizado y explotado en todas sus posibilidades, lo encontramos ya en la orfebrería egipcia, así como en las artes de policromías y dorados de este momento. El oro era abundante y se extraía de los depósitos fluviales próximos y posteriormente cribado de la arena, así como de la roca de cuarzo por fractura con martillos, separación a fuego y posterior lavado en el Nilo (Garnet 1972: 39, 40). En la técnica del dorado se aplicaba, al igual que encontramos en las piezas antes referenciadas, el oro en pan, lámina o en chapa con todas las posibles fórmulas de unión con el metal de base. El uso reiterado de la lámina aplicada mediante diferentes procedimientos se debe al uso de técnica del martillado, cada vez más perfeccionada, hasta el punto de superar el espesor mínimo de las placas sumerias de las tumbas de Ur, para obtener el finísimo pan de oro de hasta 6 micras de espesor (Garnet 1972: 39, 40), aplicados la mayor parte de las veces sobre un alma de madera. Si la placa era de espesor medio gruesa, entonces se fijaba por martillado y adhesivo orgánico a la estructura interior hasta adquirir la forma, pero si ésta era pan de oro se adhería mediante el proceso artesanal conocido como dorado al agua, empleando yeso arcillas y adhesivos orgánicos animales sobre la superficie también de madera. Si el oro fino era aplicado sobre metal, podía adherirse a éste mediante bruñido, aplicando un tipo de fricción en superficie que genera calor y presiona la lámina hasta fijar ésta al metal de base. Encontramos numerosos ejemplos de dorado sobre metal en la orfebrería de la moda póntico-danubiana con placa (Fig. 5.4), (Fig. 3.2) y con pan de oro (Fig. 1.9), (Fig. 3.1) y (Fig. 3.4), en el primer caso, con un espesor mayor y adaptada por martillado al alma de bronce y, en el segundo caso, con lámina fina o pan de oro refundido o con dorado por amalgama de mercurio. El uso de almas de otros materiales y su fijación a estas, además de en el proceso de dorado, lo hayamos también en el uso de la plata batida y recortada, dispuesta sobre alma de madera, esté o no dorada. Tal es caso de los broches de cinturón cómo el de Szabadbattyán (Hungría) de mediados del siglo V (Fig. 1.10 y 1.11), donde identificamos el sistema de remachado, mediante clavos de plata con cabeza esférica que unen el anverso y reverso de una misma placa, que se pliega sobre sí misma para construir el broche. En el interior suponemos hubo un alma de madera, para dar estabilidad y resistencia al metal, y el remachado tenía la función de unir ambas caras de la placa entre sí con la madera, así como ornamentar en forma de tréboles el frontal aprovechando la forma de dichas cabezas de plata. El uso del remachado, como sistema de ensamble, se utiliza con los egipcios y su empleo continuará en la orfebrería hasta la actualidad, por lo que su presencia en objetos de los siglos IV-VI, entre los pueblos bárbaros, es algo de fuerte tradición y común en los sistemas de fabricación, como también reconocemos en el broche de cinturón del «periodo de las migraciones» (Fig. 3.3) de la tumba xxxii de Smolin (Región del sur de Moravia, República Checa).
¿Se puede afirmar que la tecnología egipcia y sus procedimientos llegan hasta el tiempo que nos ocupa y que son el referente, aunque pretérito, de la tradición que estudiamos? Ni qué decir tiene que de ser así, hasta llegar a la tardoantigüedad, van a experimentar transformaciones y adaptaciones a nuevas manos artesanas, aunque no en lo substancial, sí en el perfeccionamiento o adaptación de las técnicas. Así sucede con el cloisonné como proceso sumamente elaborado que identificamos en numerosos objetos de las élites bárbaras: el anillo de la necrópolis de Beiral (Ponte de Lima, Portugal) del siglo V y la f íbula la primera mitad del siglo V (procedente del Convento de Santa Clara, en Beja, Portugal) (Fig.5.6 y 5.7), ambas de oro y granates, o la f íbula de Alovera, de la necrópolis del Camino de la Barca (Guadalajara) del siglo VI, en este caso de bronce dorado con pasta vítrea. Estos objetos están realizados mediante un sistema de cloisonné alveolado con celdillas que albergan las aplicaciones, a base de tabiques de oro macizo o bronce en placa batida, recortada y fijada a la caja por soldadura con aporte de aleación soldante. No obstante, el nivel de maestría ya era destacado en la orfebrería egipcia, incluso pervive el sistema de celda alveolada creada por placas en formas de U, con la diferencia de los materiales aplicados predilectos, éstos de mayor variedad, como la fayenza, diferentes piedras semipreciosas (granate procedente de Assuan, lapislázuli de Afganistán u otras piedras de Sudán y Oriente Medio) o la pasta vítrea con diversidad de colores y otros procedimientos de soldadura y engarce12, como el cloisonné virtuoso del Pectoral de Sit-Hathor-Yunet (regalo su padre Sesostris II, Dinastía XII, alrededor de 1880 a. C.) en oro con incrustaciones de cornalina, lapislázuli, turquesa y granate) (Scott 1964: 228; Lansing 1940:14). El uso de cuentas de oro realizadas mediante la técnica de la lámina plegada con ornamentación por batido a molde (Fig. 2.6) y (Fig. 4.6); el empleo de alambre e hilo de oro obtenido por rodado de lámina (Fig. 4. 4, 5, 6, 7 y 8); el vaciado a la cera con relieve rehundido de oro fundido a molde como en el anillo de Teuderici de Romelle (Samos, Lugo), de los siglos VI-VII, procedente del Museo Arqueológico Nacional (Fig.2.1), hallado en los anillos signatarios del Nuevo Reino y del Periodo Dinástico Tardío (1580-332 a. C) (Lansing 1940:20); el granulado obtenido a partir de hilo cortado y rodado; junto con el procedimiento habitual de reutilización de objetos anteriores, son otras técnicas de orfebrería que, desde que los artesanos egipcios perfeccionaron en su desarrollo, han ido transmitiéndose al resto de las civilizaciones posteriores como una tecnología sobradamente desarrollada, conocida y especializada (Garnet 1972:42). El granulado, por ejemplo, obtenido de diferentes modos y con variedad de opciones ornamentales, presenta un gran desarrollo en este momento, y no como una excepción, ya que en la ciudad de Ur los artesanos sumerios (2.500 a. C.) aplican esta tecnología; posteriormente, en el mundo etrusco, obtendremos el mayor nivel de virtuosismo técnico en el proceso de granulado. De hecho, el granulado egipcio se extiende en su uso hasta el 300 d. C., combinado con la filigrana de hilo sentada, creando formas triangulares en racimo o pirámide (Perea 1991: 175), de gran similitud a las realizadas en una de las caras del collar de la tumba número 5 de Keszthely-Fenékpuszta (Hungría), de finales del siglo VI principios del siglo VII (Balatoni Museum, Keszthely, Hungría) (Fig.5.1)13. ¿Quiere esto decir que los objetos de las élites bárbaras mantienen en su ejecución una tradición foránea, histórica, milenaria y dominada ya con anterioridad?
12 «La caja la realizan con pequeñas tiras de lámina de oro soldada a la placa base, creando las celdillas, mediante soldadura coloidal dura o soldadura suave con aleación de punto de fusión más bajo con natrón, un mineral natural. Para fijar las piezas en cada celdilla se empleaba una pasta de cemento» (Garnet 1972: 42). 13 La estructura ornamental triangular del granulado, así como su combinación con la filigrana sentada de hilo de oro en ondas, según Ambrose Lansing, es fruto de la suma entre la tradición egipcia de dos mil años antes y la orfebrería greco-romana, que se han ido fusionando a lo largo de estos últimos siglos, entre el 300 a. C. y 300 d. C. (Lansing 1940: 24).
Es evidente que sí, por ello la técnica empleada, de marcado carácter oriental, se mantiene hasta ese momento. El empleo del tocado con tejido y aplicaciones de oro cosidas ya vistas (brácteas de oro de Mérida por ejemplo), hallan también en Egipto un paralelo como objeto de lujo para el cabello, a modo de velo que cubre toda la cabeza, realizado en oro y con las incrustaciones de cornalina y pasta vítrea, como vemos en el tocado de una dama de la corte del reinado de Tutmosis III (1501-1447 a. C.) (Lansing 1940:16). En cuanto a la técnica de ejecución de las brácteas de disco de la tumba de mujer adulta de Mérida (primera mitad del siglo V), realizadas en oro batido, recortado, troquelado y perforado, que buscan imitar la ornamentación de alambre de oro perlado con organarium, que sí encontramos en el collar-diadema de la misma necrópolis, es ya habitual su uso en objetos de tocado y ornamento femenino también en la orfebrería egipcia grecorromana, como vemos en la cadena de Taposiris Magna del siglo III a. C., la cadena de la Bahía de Abuqir, o el Collar en forma de red con eslabones semiesféricos, supuestamente del Fayum, en este caso sí con alambre perlado por organarium y soldado a la placa batida y repujada (Petrina 2014:40 y 41). Esta orfebrería egipcia que evoluciona influida por nuevas tendencias que se fusionan con su propia tradición, marcará la tecnología posterior, y al igual que la tradición sumeria permanecerán de algún modo en los sistemas de ejecución de orfebrería posterior, como la etrusca, grecorromana, bizantina o la los pueblos bárbaros que nos ocupan. Sabemos que la organización de los talleres de orfebres que trabajaban para la corte, estaban perfectamente organizados14, por lo que no es de extrañar que pensemos, todo lo contrario, que el sistema de fabricación exige la presencia de talleres similares en el tiempo de los bárbaros, estructurados en base a cada uno de los procedimientos a realizar en su orfebrería, con la factura de igual precisión, que 2.500 años antes ya encontramos en esta franja del Mediterráneo. Además, es interesante ver como la plata ya era importada desde Asia en este momento, nos hace ver de nuevo que estamos ante un comercio habitual entre Oriente próximo y el lejano Oriente, como ya indicábamos en los pueblos sumerios. También el uso del vídrio es algo común a todas las civilizaciones del mediterráneo y mantendrá su uso en la orfebrería de los bárbaros. Si analizamos objetos como los pendientes de la tumba XXXII de Smolin del «periodo de las migraciones» (Fig. 4. 6), la f íbula de Krakovany-Stráže de la segunda mitad del siglo III (Fig.4.7), el collar con crismón de Répcelak (Hungría) del tercer cuarto del siglo V (Fig. 4.8) y el collar de la tumba 5 de Keszthely-Fenékpuszta, de finales del siglo VI-principios del siglo VII (Fig. 5.1), veremos que existe una técnica común ya referenciada antes, el granulado. Como se ha avanzado, en la orfebrería del periodo etrusco (silgo XI-IV a. C.) es cuando encontramos un nivel de granulado superior, al que vinculamos por pervivencia tecnológica la mayor similitud a las piezas estudiadas. Los cuatro ejemplos referidos presentan unas proporciones en el tipo de gránulo variable, que podemos relacionar con la orfebrería troyana y griega principalmente: collar Keszthely-Fenékpuszta 1,1mm de gránulo de mayor tamaño a 0,7mm de diámetro, la f íbula de Krakovany-Stráže entre 0,25 y 0,4mm de gránulo e hilo de 0,12mm de sección, los pendientes de Smolin 0,6- 0,9mm y el collar con
14 «Se tiene conocimiento de la existencia de un «jefe de los fabricantes de oro fino» (Papiro funerario del Museo Británico, para Neferronpet, que vivió alrededor del año 1300 a. C.). Encontramos aquí ya la referencia a un artesano y «jefe», lo que nos indica la existencia de una jerarquía» (Garnet 1972: 41). Existen además representaciones de talleres de joyería donde se observa la estructura del trabajo organizado, las herramientas empleadas, el tipo de objetos fabricados, los sistemas de calibrado de los materiales, incluso el procedimiento de vidrio soplado, o la fundición del metal (Henry 1972). Hablamos pues de talleres reales para una minoría, para una élite.
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crismón 0,6-1mm.15 Por lo tanto, no identificamos ni el granulado etrusco ni el sumerio en cuando a escala, pero sí se mantiene la tecnología de fabricación y el sistema de soldadura. Sin embargo, en estos objetos de las élites bárbaras identificamos esta pervivencia etrusca en el preciosismo ornamental, riqueza técnica, laboriosidad tecnológica, el dominio del proceso de soldadura y la escala de los objetos con tendencia a ser pequeña, lo que nos hace pensar que empleaban sistemas de visión aumentada para trabajar con precisión16. El comercio intenso en el Mediterráneo y la comunicación constante entre pueblos y culturas, favoreció el intercambio no sólo de materias primas, sino de los objetos en sí, y probablemente de alguna manera los procesos tecnológicos de orfebres se comparten y se adquieren, hasta ser integrados en nuevas formas de ejecución. El comercio marítimo intensificado con los fenicios (1.200-539 a. C.), extendió también sus técnicas de orfebrería como el uso de esmaltes, piedras talladas, la lámina repujada y el dorado, en este caso sobre cobre, como se aprecia en el Pectoral del rey Ip Chemu Abi que representa un halcón (siglo XIX a. C.), de oro repujado (Museo del Louvre, París.) o el anillo signatario fenicio del yacimiento arqueológico ‘Casa del Obispo’, en Cádiz (siglo VII a. C.). Así mismo, ellos extienden el comercio de cadenas loop in loop de eslabones encadenados, que aparecen por primera vez en Troya y se extienden desde allí gracias a las corrientes comerciales fenicias, haciéndose el uso de estas cadenas muy abundantes en la costa sirio-palestina y que encontramos frecuentemente en la orfebrería de los pueblos bárbaros (Fig. 4.8), como en el collar con crismón de Répcelak (Hungría) o el collar de los depósitos funerarios de la tumba femenina de Hochfelden (Francia), siglo V. Si regresamos de nuevo al conjunto de placas de oro ornamentales de vestimenta (brácteas) de la necrópolis de Mérida, en su variedad: de disco, cuadradas, en espiral o piramidales (Fig. 4.2) y atendemos a cómo están realizadas y cuáles pudieron ser sus referentes, más allá de los coetáneos cronológicos, a mayores de los paralelos milenarios establecidos anteriormente, es imprescindible hacer referencia al Tesoro de Tillya Tepe en Oriente Medio del año 100 a. C. (Afganistán) y descubierto en 1978, concretamente a las cinco tumbas de mujer que se encontraron cubiertas de joyas, pendientes y brácteas de oro de diversas formas: rosetas, cuadrados, cilindros, etc.17 Éstas se disponen sobre el torso y formando parte de la indumentaria exterior, alineadas, en unas tumbas próximas a la cabeza y en otras a modo de banda recorriendo el cuerpo. Se trata de las aplicaciones de oro sobre tejido realizadas a partir de placas de oro batido, repujado y recortado de excesiva similitud a las placas de Mérida (Fig. 4.2), así como las cajas circulares con guarnición de lámina de oro batido, halladas en estas tumbas y que son claramente iguales a las encontradas en el collar de los depósitos funerarios de la Tumba de una adolescente de Balleure de principios del siglo V (municipio de Etrigny, Saône-et-Loire, Francia) (Fig. 5.3).
15 «Los etruscos utilizan gránulos muy pequeños (0,14 mm en lugar de granos 2mm usados por los sumerios, 1.1 a 0.4mm granos utilizados por los troyanos y granos 0.25mm utilizado por los griegos)» (Perea-Montero-Gutiérrez-Climent-Font 2008: 119). 16 Hablamos de pervivencia etrusca que será posible identificar a través de la tradición griega y romana, a la que se suma la fuerte influencia estilística oriental. Tenemos como ejemplo las representaciones de damas romanas de ‘El Fayum’ en sus retratos funerarios, donde observamos la presencia de diademas, el tipo de pendientes y collares, así como un tocado ataviado de ornamentación en placas de oro, éste ya imitado con tejido enyesado y policromado que rodea la tabla, sobre la que se pinta el retrato. 17 ‘Tesoro de Tillya Tepe’, ‘Tesoro de Kabul’ o ‘El tesoro de la Colina del Oro’. Región de Amu-Daria. Excavado por Víktor Sarianidi en 1978 y 1979, miembro de un equipo afgano-soviético financiado por la Academia de Ciencias de Moscú: «Jamás se han encontrado en un mismo lugar tantos objetos de la antigüedad, procedentes de tantas culturas diferentes: espejos chinos, adornos griegos, dagas de Siberia, monedas de origen romano o indio» (Sarianidi 1990).
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Seiscientos años antes, el tipo de bráctea de disco de oro batido y repujado imitando el puntillado que ya hallábamos a su vez 4.600 años a. C. en la Necrópolis de Varna (actual Bulgaria) nos hablan de una tradición milenaria, donde el uso de placas de oro para ornamentar partes de la vestimenta había sido algo habitual, en el Mediterráneo Oriental, Oriente Próximo y Oriente Medio a lo largo de cinco milenios, y que ahora las élites bárbaras hacen llegar a través de la moda póntico-danubiana hasta lugares como Mérida, en el extremo occidente. Encontramos un elemento también reiteradamente empleado por las mujeres de las élites bárbaras, en esta necrópolis de Tillya Tepe, los alfileres o acus, para fijar el tocado a la cabeza sobre las orejas, sosteniendo las telas engalanadas (Fig. 2.7). Pero si con unos talleres concretos se ha relacionado la orfebrería de las élites de los «príncipes bárbaros», ha sido con los de Constantinopla, talleres de orfebres bizantinos (auríferes specierum) que pudieron exportar o comerciar objetos ante su posible demanda18. Si analizamos la orfebrería bizantina (395-1050 d. C.), así como la indumentaria y las prácticas de ornamento y tocado, especialmente en las mujeres, encontraremos sin duda un paralelismo claro. No obstante y después de las relaciones establecidas a nivel técnico en la fabricación de los mismos, hay que tener en cuenta que la tradición bizantina es heredera de todas aquellas referidas anteriormente, mediante un proceso de fusión y reutilización de esquemas y patrones tecnológicos, al igual que otras civilizaciones lo hicieron antes. Es en la indumentaria donde hallamos la máxima exuberancia del ornamento de Oriente, gracias al empleo de piedras preciosas, sedas ricas19 y esencialmente el oro, combinando los brocados con la pedrería, en manos, zapatos y vestimenta. El superhumeral, el maniakis y el tablion, eran elementos de la indumentaria de carácter regio que se ornamentaban con orfebrería y bordados, aunando la tradición romana con el tipo de prendas de vestir y la influencia intensa oriental con la riqueza de los materiales que se empleaban, damascos, bordados y tejidos de oro (Ducellier-Kaplan-Martin 1989: 154). Pero si tenemos que destacar algún adelanto a nivel tecnológico podemos decir que los procesos de fabricación ya están completamente desarrollados y perfeccionados, por lo que en estos talleres así como en la orfebrería posterior se producirá un fenómeno de pervivencia de la tradición, transmisión y enseñanza, de marcado carácter oriental, atendiendo a las múltiples épocas que les han precedido. Asistimos en esencia a la creación de repertorios iconográficos, al nacimiento de tipologías específicas para estas indumentarias concretas y probablemente, al empeño y diferencia que concentrará toda su atención en el diseño y en la forma. Es
18 «Los motivos y los estilos en la joyería bizantina temprana solo pueden ser explicados por la importante influencia, de un taller o grupo de talleres. Este taller o agrupación se encontraba probablemente en Constantinopla, donde la producción de joyería se puede dividir en tres sectores: Producción de insignias para altos funcionarios y élite militar realizados por los bárbaros y/o orfebres; la Producción de insignias imperiales y joyería realizada por auríferes specierum y la producción de hombres y mujeres ordinarios. No es fácil saber qué sector fue el responsable de la creación de la «moda interregional», aunque sabemos que la joyería imperial fue creada por auríferes specierum (orfebres de joyas). Los auríferes solidorum eran los que acuñaban moneda de oro. El que crea pues la moda y las influencias es la joyería imperial y la moda interregional se extiende y difunde a través de modelos, libros de patrones o artesanos viajeros» (Stolz 2010:37). 19 «Hay muchos oficios manuales que no son descritos en el ‘Libro del Eparca’, pero sí en otras fuentes. No obstante, la industria de la seda y los gremios son importantes. Cuidadosamente desglosada para así evitar cualquier concentración vertical: comerciantes seda cruda, fabricantes de telas, aprestadores, comerciantes de ropas fabricadas in situ, comerciantes de sederías importadas; se dice que la seda es un material imperial que sirve para confeccionar los vestidos del emperador, de la corte y de los dignatarios y para los regalos del emperador a los extranjeros; su exportación está casi prohibida: la seda es un producto político, severamente controlado.» Ducellier, Kaplan Martin (1989: 154).
el momento de proceder a combinar todas las técnicas de ejecución, para obtener todo tipo de diseños ricos y fastuosos. Así como existe ese vínculo entre la orfebrería bizantina y la de las élites bárbaras, de manera coetánea y con fuerte proximidad geográfica, no la hallamos en los pueblos eslavos de entre el siglo VI al X, salvo en ciertas excepciones. Analizando diversas tipologías de objetos en su función y diseño, podemos decir que los modelos eslavos difieren mucho de los creados, en la misma cronología, por los pueblos bárbaros, aunque sí encontramos similitudes en los aspectos tecnológicos (Szymons 2010:167 y 170). Hallamos un elemento similar en ejecución e incluso en diseño en los pendientes de filigrana en oro del museo Mikulov de Chequia (Fig. 4.6), donde encontramos semiesferas de lámina soldados entre sí y con posterior filigrana y granulado superpuesto, para los que se utiliza el proceso de ejecución de los aretes tipo Borschchevka, basados en un ejemplo de Torsta, Suecia. Se sueldan entre sí en la parte central, utilizando un hilo troquelado por organarium. También destacamos la fabricación de hilos de oro con formas concretas, tal y como hallamos en la f íbula de filigrana de Bratislava, Eslovaquia (Fig. 4.7), donde el hilo una vez fundido en molde y batido o entorchado, se enrolla sobre un alma de metal de un diámetro específico, a continuación se corta y se obtienen muchos hilos en forma de herradura, con el mismo tamaño. Igualmente sucede si empleamos una U de metal sobre la que entretejemos en zigzag el hilo de oro, que después se corta y de él se obtienen lágrimas de hilo. Tanto con las C y las U se procede a la soldadura de la filigrana, sobre la que se procederá a continuación a realizar el granulado y su soldado. Se puede decir que estos son los procedimientos técnicos contemporáneos entre ambas tradiciones, a su vez llenas de variaciones y matices.20
Conclusiones El estudio de los elementos de vestimenta personal en contexto funerario, pertenecientes a las élites bárbaras Occidentales, se aborda, generalmente, desde una perspectiva tipo-cronológica, apoyándose en el registro arqueológico. La presencia de objetos en oro en estas inhumaciones socialmente privilegiados, desde el Mar Negro al Norte de África, es recurrente, informándonos sobre el status del individuo, los ritos y prácticas funerarias. Sin embargo, conocemos todavía muy poco sobre las técnicas de fabricación, que revelarán aspectos claves para comprender el comercio y el valor de estos objetos más allá de su función estrictamente ornamental. En la conocida como moda póntico-danubiana, los elementos más relevantes son precisamente, los fabricados en oro. Las conocidas como «tumbas principescas», con una variada y rica serie de depósitos y ajuares (elementos de vestimenta y/o adorno personal), evidencian el elevado status de estos individuos, conformando
20 La influencia de Bizancio en los pueblos Eslavos se produce principalmente al Norte del Bajo Danubio, gracias a los artesanos itinerantes bizantinos, posteriormente esta influencia se extiende al centro de Europa a través de los nómadas de la zona de la Estepa. Y por último, durante el período de la Gran Moravia, las técnicas de la filigrana y granulado, tal y como se ha visto, unifican las influencias bizantinas, orientales y adriáticas y llegan hasta los eslavos del norte y los occidentales. A mediados del siglo XI, llegan las técnicas del cloisonnée, nielado y las variaciones de filigrana. Por lo que los pueblos eslavos, realizarán estas técnicas de manera más tardía que los artesanos de los bárbaros ya que la f íbula de Bratislava es del 2ª mitad del siglo III y los pendientes de filigrana de Chequia del siglo V. Lo que vincula directamente la orfebrería que nos ocupa mayormente al mundo Egipcio, posteriormente Etrusco y directamente al Bizantino. Por lo tanto estamos ante la entrada de la tradición transmitida a través de los artesanos nómadas del imperio bizantino y no de los coetáneos y vecinos eslavos.
un escenario privilegiado para el estudio de las élites bárbaras a través de los ritos y prácticas funerarias. Las denominadas como «Grandes Migraciones» y/o «Invasiones» bárbaras, que tuvieron lugar entre los siglos IV y VI en el Occidente europeo, constituyen el punto de llegada de un complejo proceso migratorio de amplia diacronía desde al menos el siglo I. Entre los numerosos objetos que componen los ajuares funerarios de estas élites destaca la orfebrería en oro y plata lo que nos ha permitido, a través del estudio de las técnicas de producción y los mecanismos de distribución, aproximarnos al estudio de quiénes los han elaborado: los artesanos de los «príncipes bárbaros». Estamos ante talleres de producción permanentes y/o itinerantes cuyo radio de acción se extiende desde el Mar Negro al Norte de África; es decir, el ámbito espacial por el que se propaga esta moda de vestimenta común, representativa de las élites bárbaras que alcanza su máxima difusión entre los siglos IV y VI. No estamos, por tanto, ante objetos que se vinculen a grupos poblacionales concretos (Suevos, Vándalos, Alanos, Godos, etc.), identificativos de los mismos, sino ante elementos distintivos de rango social y poder socio-político. Se trata de objetos de orfebrería en oro y plata, de un elevado valor económico, artístico y técnico en su contexto. Realizados mediante procedimientos de ejecución muy diversos y combinados a su vez entre sí, en una misma pieza, como algo recurrente. Tras un primer estudio analítico de 200 objetos aproximadamente con todos sus apliques y elementos compositivos, se identifican una variedad importante de técnicas de fabricación: fusión (metal fundido vaciado a molde y fusión para posterior batido), vaciado a la cera perdida, lámina batida, plata sobredorada (mediante lámina o baño), recortado, repujado, repujado embutido, talla incisa, estampado por impresión, estampado por repujado, filigrana sentada y filigrana calada (en ambos casos con fabricación de hilo por torsión, hilo a molde y batido, e hilo perlado por organarium), granulado, embutido sobre macizo, cloisonné y engarzado. Los sistemas de ensamble se realizan por remachado o con el método más complejo y preciso, la soldadura, en todas sus variantes, hasta obtener resultados virtuosos como en la f íbula de plata y oro de la tumba nº11 de Krakovany-Stráže (Museo Nacional de Bratislava). En cuanto a los acabados, identificamos el limado, lijado, pulido, limpieza y abrillantado, para lograr texturas diferentes en el objeto. A esto hay que añadir, el uso de pasta vítrea, materiales como el nácar y las perlas y, especialmente, piedras preciosas y semipreciosas (granate, zafiro, lapislázuli y ámbar). Las conclusiones del proceso analítico permiten identificar una gran complejidad en el proceso de ejecución desde su carácter tecnológico y estético. Son objetos que presentan un diseño previo y sus correspondientes variaciones, planificación del trabajo en fases diferenciadas y requieren de un espacio de fabricación con una perfecta infraestructura y variedad de herramientas. Es orfebrería manufacturada, con cierto mecanizado en algunos procesos, así como semi-industrial en la producción y seriado en ocasiones. El manejo de las diferentes temperaturas para la manipulación del metal es excepcional y la combinación de técnicas en un mismo objeto sobresaliente. Estamos ante la fabricación de una orfebrería de clara tradición técnica y completamente organizada. Puede decirse que de tradición milenaria y más que con identidad cultural diferenciada, sí con carácter tecnológico artesanal propio, fruto de la fusión de tradiciones y mestizaje, de un grupo de individuos que aplican procesos conocidos y transmitidos entre generaciones, que adaptan o orientan estas técnicas a los diseños-tipos propios de una moda en cuestión, esta sí de marcado carácter cultural y diferenciador. Necesariamente tiene que existir un cuerpo de artesanos, con formación y jerarquía que desarrolla esta producción, desembocando en lo que serán en la Plena Edad Media, los gremios de orfebres, plateros y doradores, entre otros.
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Fig. 1. Hebilla de plata con inscripción rúnica. 1/2 siglo V. Szabadbattyán (Hungría). 8,3 cm x 10,2 cm. Hungarian National Museum (Budapest, Hungría). Núm. inv.: 10/1927 1 y 2. Plata fundida vaciada a molde maciza, sobredorada y nielada. Troquelado el modelo en arcilla, con posterior negativo en el molde. 3. Inscripción por incisión en frío. 4. Estampación por impresión con troquel. 5. Puntillado, por repujado embutido a cincel y Nielado. 6 Nielado de plata y plomo (incrustación de esmalte fundido). 7. Incisión. 8. Ensamblaje macho-hembra, sin soldadura. 9. Plata Fundida y Sobredorada con lámina. 10 y 11. Plata batida en frío, recocida, recortada, plegada y remachada. Posible alma de madera, hoy no conservada. Acabado: limado, lijado y pulido. (© J. López Quiroga - N. Figueiras Pimentel)
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Fusión de metal (oro fundido), vaciado a molde y calado por calor-fusión (opus interrasile)
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Fusión de metal (plata fundida), vaciado a molde y posteriormente recortado, martillado y moldeado en caliente
Fusión de meyal (oro fundido), vaciado de molde, posteriormente batido y moldeado en frío 3
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Fig. 2. Técnicas de fabricación: Fundido y vaciado (© J. López Quiroga N. Figueiras Pimentel)
Fusión de metal (oro fundido), vaciado a molde y posteriormente martillado en frío
Vaciado de oro a la cera perdida y en macizo
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Fusión de metal (plata fundida), vaciado a molde, posteriormente martillado, trepanado y noldeado en caliente
Fusión de metal (plata fundida), vaciado a molde en macizo, posteriormente martillado, tallado con incisión y moldeado en caliente 95
Fig. 3. Técnicas de fabricación: Batido y dorado (© J. López Quiroga N. Figueiras Pimentel)
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Fig. 4. Técnicas de fabricación: Repujado y filigrana (© J. López Quiroga N. Figueiras Pimentel)
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Fig. 3. Técnicas de fabricación: Aplicaciones (© J. López Quiroga N. Figueiras Pimentel)
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Britannia and the Barbarians Ian Wood (Universidad de Leeds)
The threats to Roman Britain The Roman province of Britannia (or technically the provinces of Britanniae, since the territory was divided into four or five provinciae) was threatened by barbarian groups from the North, the West and the South-East long before the fifth century. The northern threat was initially that of the Caledonians, and resulted in the building of first Hadrian’s Wall in 112 AD, and then the Antonine Wall in 142.1 This was followed by retrenchment to the Hadrian’s Wall zone after 162, and this remained the central line of the frontier except for a brief period from 208 under Septimius Severus, when the more northerly fortification was reinstated. One should, however, note that the Walls were only one element in a frontier zone that extended both to the north and to the south. By the late-Roman period the Caledonians had been replaced by the Picts, and also by a very shadowy group called the Attacotti. The threat to Britannia from the West came from Ireland, whose population was known in sources from the end of the fourth century onwards as Scotti: they would later given their name to Scotland, but the migration of Irish to the far northwest coast of Britain, and their later amalgamation with the Picts, was a development of the post-Roman period. There are occasional references to Irish raiders, alongside Picts and Attacotti, in late-antique written sources,2 and we can gain some idea of the threat that they posed from the existence of Roman forts in Wales, especially that of Caer Gybi on Anglesey (whose walls still stand to a height of four metres), and perhaps from the fort built at Cardiff by the rebellious emperor Carausius, at the end of the late third century.3 We might also see results of their raiding in the presence of Roman objects in archaeological deposits in Ireland, although these are more often associated with trade.4 The most famous evidence for Irish raids, however, is to be found in the career of saint Patrick, who was seized from the western side of Britain (some have argued that he came from the valley of the Severn in the South, and others from the Solway in the North), and then spent six years in Ireland as a slave, an experience that he describes in his autobiographical Confessio.5 In addition to raiding and trading, the Irish may also have been involved in peaceful settlement, particularly in Demetia (modern Dyfed, south-west Wales), in the fourth century – as is indicated by the presence of inscriptions in the ogham alphabet.6 These are a clear indication of communication across a considerable expanse of water. Although the distance between Ulster and Galloway in the North is short, it is worth remembering that the sea-crossing from the south-east of Ireland across to Wales was a good deal longer than that across the Channel to south-east England: and most scholars would argue that the Anglo-Saxon invaders usually opt-
1 David J. Breeze and B. Dobson, Hadrian’s Wall, 4th edn. (London, 2000). 2 Philip Rance, ‘Epiphanius of Salamis and the Scotti: new evidence for Late Roman-Irish relations’, Britannia 43 (2012), pp. 227-42. 3 P. J. Casey, Carausius and Allectus: the British usurpers (London, 1994), pp. 115, 124: Hugh P. G. Williams, Carausius: a consideration of the historical, archaeological and numismatic aspects of his reign (Oxford, 2004), p. 17. 4 Barry Raferty, ‘Iron-age Ireland’, in Dáibhí Ó Cróinín, ed., A New History of Ireland, volume 1, Prehistoric and Early Ireland (Oxford, 2005), pp. 134-181, at p. 179. 5 T. M. Charles-Edwards, Early Christian Ireland (Cambridge, 2000), pp. 216-7. 6 T. M. Charles-Edwards, Wales and the Britons 350-1064 (Oxford, 2013), pp. 154-73.
ed for a short crossing, which involved following the line of the continental coast down to the Dover Straits, rather than making a major journey across the open sea.7 The threats from the North and the West were a constant factor throughout the Roman period, but they never overwhelmed the province of Britannia. They thus play a lesser role in accounts of the history of fifth- and sixth-century Britain than do the tribes known to scholars as the Anglo-Saxons. The late third- and early fourth-century sources talk initially of Frankish raiders active in the English Channel, and then of Franks and Saxons.8 Thereafter the fifth-century sources talk of Saxons raiding and subsequently invading Britain. In the sixth century the Byzantine historian Procopius describe the invaders as Angles, and this term was borrowed by Gregory the Great.9 The pope’s adoption of the Byzantine word would, in the long run, have a major impact on the identification of the Germanic invaders of Britain, and by the eighth century they had come to be defined as Angles and Saxons, and subsequently as Anglo-Saxons.10 These continental incomers, however, did not, on their own, destroy Britannia, which was only left open to them as a result of the severance of Britain from Rome. This was a result of the crises that shook Italy, Gaul and Spain in the early fifth century – the move of the Visigoths from the Balkans into Italy, which culminated in the sack of Rome in 410, and the crossing of the Rhine by the Vandals, Alans and Sueves in 406, and their subsequent advance into Spain. Indeed Britannia seems initially to have survived the crisis of 406-410 rather better than did those parts of the Western Empire directly affected by the passage of barbarian incomers,11 although it must certainly have suffered from the removal to the continent of troops to cope with the invaders of the late fourth and early fifth centuries, and thus from the economic downturn which that removal must have caused. The collapse of Roman Britannia, which was ultimately more severe than that suffered by the continental provinces, really dates to the period after 446, the traditional (albeit questionable) date for the so-called Adventus Saxonum.
The traditional narrative of the Anglo-Saxon migration and settlement The standard narrative of the arrival of the Anglo-Saxons in Britain is that of the Northumbrian monk and scholar, Bede, writing in 731 or shortly thereafter. His account of fifth-century events, which is to be found in his Ecclesiastical History, ulti-
7 John Cotterill, ‘Saxon raiding and the role of the Late Roman coastal forts of Britain’, Britannia 24 (1993), pp. 227-39, at pp. 227-8. 8 I. N. Wood, ‘The Channel from the 4th to the 9th Centuries’, in S. McGrail, ed., Maritime Celts, Frisians and Saxons (London, 1990), pp 93-7. 9 Patrick Wormald, ‘Bede, the Bretwaldas and the Gens Anglorum’, in id., The Times of Bede: studies in early English Christian society and its historian (Oxford, 2006), pp. 119-20. 10 M. Richter, ‘Bede’s Angli: Angles or English?’, Peritia 3 (1984), pp. 99-114: S. Reynolds, ‘What do we mean by ‘Anglo-Saxon’ and ‘Anglo-Saxons’’, Journal of British Studies 24 (1985), pp. 395414: S. Foot, ‘The making of Angelcynn: English identity before the Conquest’, Transactions of the Royal Historical Society 6 (1996), pp. 25-49: N. Brooks, Bede and the English, Jarrow Lecture (Jarrow, 1999). 11 Peter Salway, Roman Britain (Oxford, 1981), pp. 446-71.
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mately derives from the De Excidio Britonum, a moral tract by a British cleric called Gildas, who probably wrote in the late 530s,12 although the later writer embellished the information that he provided with what appear to have been oral traditions current in the South, and particularly in Kent.13 According to Bede’s composite version of events, the Saxons came to Britain in 449: this is the so-called Adventus Saxonum. In 446, or thereabouts, the provincial government of Britain, led, according to Bede, by Vortigern (although it is unclear whether this name was in Gildas’ original), failed to get help against the Picts and Scots from the Roman magister militum Aetius. As a result the British ruling council decided to make use of Saxon federates from across the Channel. In doing so, the council was merely following a traditional imperial policy of employing barbarians in frontier regions. At this stage the numbers of incomers involved would not seem to have been large: Gildas speaks of only three ships, although it is probable that this figure belongs to the realm of folklore.14 The best surviving example of the type of boat used by the Germanic migrants is that known from the Nydam Bog, and displayed in the museum of Schleswig, had thirty oars, and would have boasted around 80 to 90 crewmen, so three ships would have meant a force of three ships around two hundred and fifty men,15 which would surely have been too small a group to have caused much damage, unless they had support from fighting men already in Britain. All we can say is that the Britons recruited a small mercenary force from among the continental Saxons. However, the federates subsequently claimed that they had not been remunerated as promised, and rebelled. They were joined by more barbarians from the continent. These Bede (though not Gildas) describes as Angles, Saxons and Jutes, who he claims came from Angeln (the border area between modern Denmark and Germany), Saxony, and Jutland.16 The incomers are traditionally said to have settled in different regions: the Angles in Northumbria, Mercia and East Anglia, the Saxons in what became Sussex, Essex and Wessex, and the Jutes in Kent and the Isle of Wight. This narrative is further elaborated in the Historia Brittonum, written probably in Anglesey in c.828,17 and yet more fully in the Anglo-Saxon Chronicle, compiled in Wessex in the last decade of the ninth century, where origin stories are provided for the kingdoms of Kent (which is said to have emerged out of a grant supposedly made in the context of the employment of Saxon federates), Sussex (the origins of which are assigned to a raid of 477 led by Ælle) and Wessex (where the foundational raid led by Cerdic is said to have taken place in 495).18
Challenges to the traditional narrative in the written sources Unfortunately almost every aspect of this traditional account is questionable. First, the notion that the Anglo-Saxon invasion and settlement began in c.449, and was
12 M. Winterbottom, ed., Gildas, The Ruin of Britain and other documents (Chichester 1978): David Woods, ‘Gildas and the mystery cloud of 536-7’, The Journal of Theological Studies 61 n.s. (2010), pp. 226-34. 13 Bede, Historia Ecclesiastica, I, 15, ed. Bertram Colgrave and R. A. B. Mynors, Bede’s Ecclesiastical History of the English People (Oxford, 1969). 14 Gildas, De Excidio Britonum, 23, ed. Winterbottom 15 Cotterill, ‘Saxon raiding and the role of the Late Roman coastal forts of Britain’, p. 233. 16 Bede, Historia Ecclesiastica, I, 15. 17 Historia Brittonum, 31, 36-8, 43-6, 56, ed. John Morris, Nennius (Chichester, 1980): N. J. Higham, King Arthur: myth-making and history (London, 2002), pp. 116-65. 18 The Anglo-Saxon Chronicle. s.a. 449-73, 477-91, 495-534, ed. G. N. Garmonsway (London, 1953): Steven Bassett, ed., The Origins of Anglo-Saxon Kingdoms (Leicester, 1989).
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nearly complete by the end of the fifth century, is undermined by historical, archaeological, and philological evidence, which makes it clear that the process began much earlier in time, and ended much later. Second, the ever-expanding evidence supplied by archaeology has shown that the division of the incomers into three groups that subsequently settled in different parts of Britain is a vast oversimplification. Although Gildas, Bede, and the Anglo-Saxon Chronicle place the ‘Coming of the Saxons’ in the late 440s, continental evidence makes it clear that the Roman province of Britain was harassed by barbarians from at least the third century onwards – indeed, if one includes the Caledonians, Picts and Scots among the barbarians, the threat dates back to the second century, and to the erection of Hadrian’s Wall, which was begun in 122 AD. With regard to continental raiders, we know of Frankish and Saxon piratical activity in the English Channel in the days of the emperors Maximian (285-305) and Constantius Chlorus (293-306).19 There were a number of significant raids on Britain during the fourth century, most notably that associated with the so-called Barbarica Conspiratio of 367/8, when the Picts, Attacotti, Scots, and Saxons supposedly collaborated in attacking the Roman province.20 It is possible to question whether there was any premeditated collusion, but all four groups certainly caused major problems for the Roman army within Britain at that time. In addition, there are references to the Empire having to deal with further threats to Britannia from the barbarians in the last decades of the fourth century.21 Despite the known threat, especially from the Picts and Scots, Roman troops were moved out of Britain in the course of a series of continental conflicts. The two most important transfers of soldiers were associated, first, with Stilicho, who used troops from the island province to counter the threat of Alaric in Italy in 402,22 and, second, with Constantine III, in his bid for the imperial throne in 406, as a result of the imperial failure to deal with the danger posed to the Rhine frontier by the Vandals, Alans and Sueves.23 Stilicho, whose actions are clearly mentioned by Claudian, may well have taken the larger number of troops, but, on the basis of very vague statements by Orosius and Zosimus, it has been conjectured that Constantine took all the remaining comitatenses (mobile units which could be rapidly deployed) when he left Britain in 406/7. This, however, would still have left a sizeable number of limitanei (frontier defence troops) in the region of Hadrian’s Wall. The so-called Chronicle of 452 (a text which was certainly not written at the date with which it is associated, but which does appear to have been compiled in the late fifth century)24 mentions a devastating attack by the Saxons around 410. Although the chronology of the Chronicle is consistently problematic, and the event is not directly mentioned in other sources, it may be alluded to by Gildas.25 More certain evidence is to be found in the Life of bishop Germanus of Auxerre, written in Lyon by Constantius around 470.26 This records a raid in 429, during a visit of Ger-
19 Wood, ‘The Channel from the 4th to the 9th Centuries’: Cotterill, ‘Saxon raiding and the role of the Late Roman coastal forts of Britain’, pp. 229-31. 20 Rance, ‘Epiphanius of Salamis and the Scotti: new evidence for Late Roman-Irish relations’. 21 M. Miller, ‘Stilicho’s Pictish War’, Britannia 6 (1975), pp. 141-5. 22 Salway, Roman Britain, pp. 420, 424-5. 23 Salway, Roman Britain, pp. 426-8. 24 Richard Burgess, ‘The Gallic Chronicle of 452: a new critical edition with a brief introduction’, in Ralph W. Mathisen and Danuta Shanzer, ed., Society and Culture in Late Antique Gaul (Aldershot, 2001), pp. 52-84: I. N. Wood, ‘The End of Roman Britain: continental evidence and parallels’, in Michael Lapidge and David Dumville, ed., Gildas: New Approaches (Woodbridge, 1984), pp. 1-25, at pp. 16-18. 25 Gildas, De Excidio Britonum, 16-18. 26 E. A. Thompson, Saint Germanus of Auxerre and the End of Roman Britain (Woodbridge, 1984): Wood, ‘The End of Roman Britain: continental evidence and parallels’.
manus to Britain.27 The details of the raid as described by Constantius are, however, problematic. He talks of a miraculous defeat of a combined force of Saxons and Picts. Traditionally this is thought to have taken place somewhere in North Wales, which is highly unlikely.28 The Chronicle of 452 provides evidence for a subsequent and supposedly devastating Saxon invasion, in an annal which is usually dated to 441/2.29 As with other entries in the Chronicle, the dating is completely uncertain. It is possible that the event is the same as the so-called Adventus Saxonum, described by Gildas and Bede, although it has proved impossible to explain the slight narrative and chronological differences between the sources.30 Yet, however one understands the annal of the Chronicle of 452, it is clear that Saxons had launched raids on Britain long before the traditional date of their invasion and settlement. The continental sources make it clear that the Adventus Saxonum needs to be set within a long history of barbarian threats to Britain. At the same time it did not mark the end of that history. Although Gildas talks of major barbarian successes during the initial stages of the revolt of the Saxon federates against their Romano-British paymasters, he also says that these victories were reversed by a military leader called Ambrosius Aurelianus, as a result of whose victories the Saxons were very nearly driven out of Britain.31 Unfortunately Gildas’ account of the Saxon arrival and uprising and of the British counterattack is extremely imprecise. Above all he provides no geographical detail for the Saxon revolt or for the subsequent British military successes. It is possible that he is only talking about a particular region (most probably the South, although some have seen his narrative as relating to other parts of the Roman province).32 He does, however, state clearly that, following the British revival, the dominance of the Britons continued until the time in which he was writing, apparently in the late 530s.33 It is important to remember Gildas’ view that the Britons had the upper hand against the incoming Saxons in the late fifth and early sixth centuries. That the Britons were the dominant group in the island in the late fifth century seems to be confirmed by a comment made by Constantius, in the Life of Germanus, when he claims that at the time of writing (around 470) orthodox faith was flourishing in Britain.34 If we stick with the written evidence, the decades after Gildas finished writing the De Excidio Britonnum, in other words from around 540 onwards, must have witnessed a complete change. By the time that Augustine of Canterbury was sent by pope Gregory the Great to evangelise the pagan Angles in 597 the Britons were very much on the defensive. We know for sure from Bede’s account that the kingdom of Kent was already well established by that time.35 It may well have originated, as later tradition had it, in the military activity of Hengest, who is said to have been one of the mercenaries employed by Vortigern.36 The later ruling dynasty of Kent traced its origins back to Oisc, who was said to be the son or grandson of Hengest. It is also possible that in its early years Kent was in some way dominated by the Merovingian
rulers of the Franks.37 Certainly that is what the Merovingians claimed in letters sent to the imperial court in Byzantium in the 540s, and the claim would seem to be supported by comments of Gregory the Great, and perhaps by Merovingian legislation. Moreover, the first of the Kentish rulers for whom we have any detailed information, Æthelberhrt, married a minor Frankish princess. Bede claimed that Æthelberht exerted authority over neighbouring Saxon kingdoms in Essex and Sussex, and that his influence even extended as far West as the River Severn.38 However, in Bede’s account he was not the first Anglo-Saxon ruler to dominate the land south of the Humber: such overlordship had already been achieved by Ælle of Sussex and Ceawlin of Wessex.39 We have no reliable chronology for Ælle’s reign – the date of 477 that is given for his arrival in Britain in the Anglo-Saxon Chronicle does not fit with Gildas’ picture of a British revival following the defeat of the Saxons by Ambrosius Aurelianus. The dates given for a sequence of victories ascribed to Ceawlin, dating to the years, 556-84 are equally suspect, although the events themselves are plausible.40 Since written records of some sort were surely set down in Kent following the arrival of Augustine’s mission in 597, it is likely that they included relatively accurate information relating to the previous generation, that is dating back to the 560s, but that events of the period before the mid sixth century were only vaguely remembered. It would seem, then, that a number of Anglo-Saxon kingdoms had been established in the south of Britain by the second half of the sixth century, and that they subsequently expanded at the expense of the British.
27 Constantius, Vita Germani, III, 12-18, ed. R. Borius, Constance de Lyon, Vie de saint Germain d’Auxerre, Sources Chrétiennes 112 (Paris, 1965). 28 Borius, Constance de Lyon, Vie de saint Germain d’Auxerre, pp. 86-7. 29 Wood, ‘The End of Roman Britain: continental evidence and parallels’, pp. 15-16. 30 Wood, ‘The End of Roman Britain: continental evidence and parallels’, p. 20. 31 Gildas, De Excidio Britonum, 25-6. 32 N. J. Higham, The English Conquest; Gildas and Britain in the fifth century (Manchester, 1994), pp. 90-117. 33 Woods, ‘Gildas and the mystery cloud of 536-7’ 34 Constantius, Vita Germani, V, 27. 35 Bede, Historia Ecclesiastica, I, 23, II, 2. 36 N. P. Brooks, ‘The creation and early structure of the kingdom of Kent’, in Bassett, ed., The Origins of Anglo-Saxon kingdoms, pp. 55-74, at pp. 58-64.
37 I. N. Wood, The Merovingian North Sea (Alingsås, 1983). 38 Bede, Historia Ecclesiastica, II, 2. 39 Bede, Historia Ecclesiastica, II, 5. 40 Barbara Yorke, ‘The Jutes of Hampshire and Wight and the origins of Wessex’, in Bassett, ed., The Origins of Anglo-Saxon kingdoms, pp. 84-96, at pp. 87-8: id., Kings and Kingdoms of Early Anglo-Saxon England (London, 1990), pp. 132-5 41 Cotterill, ‘Saxon raiding and the role of the Late Roman coastal forts of Britain’, pp. 231-2: S. Johnson, Roman Forts of the Saxon Shore (London, 1976): V. Maxfield, ed. The Saxon Shore (Exeter, 1989): Andrew F. Pearson, The Construction of the Saxon Shore Forts (Oxford, 2003). 42 Ammianus Marcellinus, xxvii, 8, 1, ed. John C. Rolfe (Cambridge, Mass, 1935-9). 43 Robert I. Ireland, ed., Notitia Dignitatum (Leipzig, 1999): R. Goodburn and P. Bartholemew, ed., Aspects of the Notitia Dignitatum, British Archaeological Reports 15 (Oxford, 1976). 44 Notitia Dignitatum, Pars occidentalis, xxviii.
The Litus Saxonicum Thus, although the literary evidence is slight, and for the fifth and sixth centuries confusing, it is clear that the Saxon settlement should be seen as developing out of a long period of relations, largely but not always entirely antagonistic, between the Roman province of Britain and the inhabitants of the lands stretching from the Rhine to southern Scandinavia. In some way these relations should be related to the establishment of the Litus Saxonicum, or Saxon Shore,41 which seems to be mentioned in the history of Ammianus Marcellinus, writing around the year 380.42 Following the evidence of the Notitia Dignitatum, which includes various lists of officials and of troops, of which the most recent would seem to belong to the early fifth century,43 the Saxon Shore was a military command that covered both sides of the Channel. Its most distinctive feature was the chain of forts, some of which still stand to a remarkable height. In the Notitia Dignitatum nine are listed in Britain (Brancaster, Burgh Castle, Bradwell-on-Sea, Reculver, Richborough, Dover, Lympne, Pevensey and Portchester), and a tenth fort (Walton Castle)44 may
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have been omitted by accident. Another fort in the continental province of Belgica Secunda (Marcis – Marquise or Marck) is, however, also linked to the Saxon Shore command.45 Other forts on the south coast of the North Sea and of the Channel, including Oudenburg, Boulogne, Étaples, and one at the mouth of the Somme, are also listed as being under the command of the Dux of Belgica Secunda,46 while a further series running along the French coast from the Seine to Nantes was under the Dux of the Tractus Armoricani et Nervicani.47 Despite its fortifications, many of which survive to an impressive height, the Litus Saxonicum is not easily interpreted. Although the name only appears in the late fourth and early fifth century, some of the forts date back to the third century and earlier. It would seem, then, that a number of forts, which had been built at different occasions and for different reasons, were organised into a defensive systems in the decades before 400. Moreover, it would appear from excavations carried out at individual sites, that they did not all contain the permanent barrack buildings that were standard within Roman fortifications.48 They seem, therefore, to have been fortified strongpoints that could be used as transit camps, for men or for materials, or for storage, as well as providing defence, but that they were only brought into use when necessary.49 Although the line of fortresses would seem to have been used in the Roman attempts to deal with Saxon piracy in the late fourth century, there has been a suggestion that the name Litus Saxonicum refers not to a defensive system against the Saxons, but rather to a set of forts established in an area of Saxon settlement.50 In all probability this explanation for the name is wrong. The Litus Saxonicum does not, therefore, prove the existence of Saxon settlements in the coastal regions of East Anglia and south-east Britain before the end of the fourth century. The name does, however, indicate that the Roman government thought that that the coastal region of Britannia, from East Anglia down to the Solent, was open to, and indeed defined by, Saxons, and probably by the threat that they posed to the area.
Archaeology and the Anglo-Saxon migration The written evidence taken as a whole thus undermines the simple story of an Anglo-Saxon migration and conquest, beginning in 449. The archaeological evidence for the presence of barbarians in Britain further complicates the picture. The majority of this evidence comes from the excavation of cemeteries, rather than from settlement sites, of which few have been excavated. One early settlement site, at Mucking in Essex, however, does provide more detailed information.51 Here, a Roman settlement on the lower Thames was apparently abandoned in the late fourth century, only to be followed by the establishment of a Saxon settlement in the early fifth century, and thus arguably before the traditional date of the Adventus Saxonum. Whether there was any sort of connection between the Roman and Saxon settlements is uncertain, but, placed as it is on the lower reaches of the Thames, Mucking surely had a role in controlling access to the city of London. However one understands the site at Mucking, it would appear that its post-Roman phase begins
45 Notitia Dignitatum, Pars occidentalis, xxxviii. 46 Notitia Dignitatum, Pars occidentalis, xxxviii. 47 Notitia Dignitatum, Pars occidentalis, xxxvii. 48 Cotterill, ‘Saxon raiding and the role of the Late Roman coastal forts of Britain’, p. 235. 49 Cotterill, ‘Saxon raiding and the role of the Late Roman coastal forts of Britain’, p. 236. 50 Michael E. Jones, The End of Roman Britain (Ithaca, 1996), pp. 33-4, n. 77. 51 H. Hamerow, Excavations at Mucking, vol. 2, The Anglo-Saxon Settlement (London, 1993), pp. 93-8.
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in the early fifth century, and thus indicates that groups of Germanic barbarians were already settled in Britain before 446. The majority of the fifth- and sixth-century archaeological evidence for the Anglo-Saxons, however, comes not from settlement sites, but from cemeteries. Unfortunately most of this material is not precisely enough dated to give any clear indication of whether the federate revolt of the late 440s led to any immediate increase in the migration of Germanic peoples into Britain. We, therefore, have no means of assessing the statement of Gildas that the rebels were joined by fellows from the continent. Some excavations, however, do seem to add further evidence for the presence of Germanic barbarians in Britain before 446. What the archaeology makes even clearer, however, is that Bede’s classification of the incomers as Angles, Saxons and Jutes is a considerable oversimplification. Admittedly some of the archaeology does almost fit Bede’s classification of the origins of the incomers. There is continental evidence, particularly from the site of Feddersen Wierde, near Cuxhaven in the north German region of Lower Saxony, of significant abandonment of some coastal areas in the course of the fifth and sixth centuries, caused by a rising of the sea level (the so-called marine transgression, which in fact affected both sides of the North Sea).52 That some of those who deserted the increasingly waterlogged coast of the area round the mouth of the river Elbe in Lower Saxony subsequently settled in Britain is indicated by the archaeological evidence – there are, for instance, similarities between the pottery to be found at Feddersen Wierde and in early Anglo-Saxon sunken-featured buildings excavated in Colchester in Essex.53 A connection between Lower Saxony and Essex might be seen as conforming to Bede’s statement about the continental origins of the Saxon kingdoms of England. Other sites indicate connections with adjacent, regions of the continent – and might be taken as further evidence for Bede’s claim that the peoples of the Anglian kingdoms came from Angeln, that is a zone in the Bay of Kiel at the eastern side of the base of the Jutlandic peninsula. Between 1972 and 1981, a huge cemetery was excavated at Spong in Norfolk, revealing 2259 cremations, together with a discrete group of 57 inhumations.54 The material from what is judged to be the oldest section of the cemetery is similar to material to be found in Schleswig-Holstein, in other words in the region of Angeln, and it would seem that a core group came from that region, although some aspects of the pottery also suggest ties with Lower Saxony. The Anglo-Saxon cemetery at Spong is reckoned to have been in use for around a century and a half, and it is thought to have begun in the early fifth century. Thus, although chronologically the finds at Spong do not fit easily with the standard narrative of the Adventus Saxonum, they do support the notion of some significant migration during the fifth century, and indeed from the region of Angeln, just as the evidence from Feddersen Wierde suggests migration from Lower Saxony. However, despite the near uniformity of the burial rite at Spong, the excavator allowed that some of those buried in the cemetery might well have been indigenous Britons, who were merely adopting the funerary customs of the dominant group.55
52 P. Murphy, The English Coast: a history and a prospect, London, 2009: www.continuumbooks.com: D. Meier, ‘The North Sea Coastal Area: Settlement History from Roman to Early Medieval Times’, in D. H. Green and F. Siegmund, ed., The Continental Saxons from the Migration Period to the Tenth Century (Woodbridge, 2003), pp. 37-76. 53 John T. Baker, Cultural Transition in the Chilterns and Essex Region, 350 AD to 650 AD. (Hertford, 2006), p. 119. 54 Catherine Hills, ‘Spong’, in Pamela Crabtree, ed., Medieval Archaeology: an Encyclopedia (New York, 2000), pp. 324-6. 55 Hills, ‘Spong’.
The archaeology becomes more complicated when one turns to the evidence of the early barbarian cemeteries known from south of the Thames, which are by no means exclusively Saxon, as typologically defined – nor are the cemeteries of Kent and the Isle of Wight Jutish, if by that is meant similar to finds in Jutland. Rather, finds can be paralleled with material to be found in Francia, Frisia, and even Thuringia.56 This cultural variety might be compared with a second, less famous, statement regarding the origins of the Anglo-Saxons to be found in Bede’s narrative, where he says that the incomers came from a variety of peoples, and he lists the Frisians, the Rugini, the Danes, the Huns, the Old Saxons and the Boructuarii.57 The meaning of this list, which is provided not in the context of Bede’s account of the Adventus Saxonum, but in his description of the christian mission to the lands east of the Rhine undertaken by Willibrord, is far from clear.58 It does, however, indicate that Bede knew that his division of the Germanic incomers into Britain into Angles, Saxons and Jutes was over-schematic.
Linguistic and genetic questions The picture of an extended process of settlement, rather than one in which the Adventus Saxonum of 449 marked a major new development, has been further both supported, and radically modified, by a recent radical, and indeed controversial genetic and linguistic study of the origins of the English. Traditionally the division of Britain into Celtic and Germanic linguistic groups, with the Celts confined to the North and to the Western third of the island, has been seen as being the direct outcome of the Saxon invasions. Stephen Oppenheimer, however, has dramatically challenged this, arguing that the division goes back to the pre-Roman period, and that already by the arrival of the Romans Eastern Britain belonged to a Germanic North-Sea province, while Wales and the west of Britain belonged to a Celtic, Irish Sea, province – and that there was already a linguistic division between the two.59 Since the linguistic map of Britain has been used as an indication of the scale of Anglo-Saxon settlement, and indeed of the extermination, expulsion or subjection of the indigenous Celtic-speaking Britons, this suggestion that the division is much older than the sixth century has major implications for an understanding of the Saxon migration. Following this interpretation the linguistic map of Britain has little to say about the Anglo-Saxon invasions and settlements of the fifth century. Whether or not the detail of Oppenheimer’s argument stands, it is clear that he is correct to point to the fact that eastern England had long-standing contact with Germanic and Scandinavian territories across the North Sea, and that it is highly likely that already in the Roman period some, at least, of the population of Eastern England, and most especially of the south-eastern coastal area, was indeed Germanic.
The Germanic limitanei of Hadrian’s Wall and the origins of Northumbria One other group that we can certainly identify as Germanic in the Roman period is to be found along Hadrian’s Wall. We know from surviving inscriptions that Roman
56 Vera Evison, The Fifth-century invasions south of the Thames (London, 1965). 57 Bede, Historia Ecclesiastica, V, 9. 58 I. N. Wood, ‘Before and after migration to Britain’, in John Hines, ed., The Anglo-Saxons from the Migration Period to the Eighth Century (Woodbridge, 1997), pp. 41-64, at p. 41. 59 Stephen Oppenheimer, The Origins of the British (London, 2006).
emperors in the second and third centuries used groups of barbarians to garrison the Wall forts.60 Inscriptions name Germani, Batavians, Frisians, Toxandrians and Tungrians, suggesting a deliberate deployment of soldiers whose origins lay in the Rhineland. Unfortunately the tradition of erecting inscribed monuments in the Wall zone seems to have come to an end before the fourth century, so there is no proof that the garrisons continued to be staffed in large measure by barbarians, or indeed that the established military population of the area continued to think of itself as having its origins in the Rhineland or elsewhere on the continent – but it is likely that by the early fifth century the frontier forces (limitanei), as opposed to the comitatenses (who were liable to be deployed where they were most needed), were largely drawn from the military families settled in the region. There are references in third- and fourth-century literary sources to the deployment of Franks and Alamans within Britain, although it is not explicitly stated that these were stationed on the Wall.61 It is, however, highly likely that when the comitatenses were withdrawn from Britain in c.402 and 406/7, the limitanei remained. They had, after all, long integrated themselves into the local population. In other words, quite apart from the possibility, following Oppenheimer’s work, that eastern England was already part of a culturally Germanic zone, there were certainly men of Germanic extraction to be found in the military zones of the Roman province, and especially along Hadrian’s Wall. That the descendants of Germanic troops settled by the Roman may have formed one core of the later Anglian kingdom of Northumbria is made all the more likely by the relatively small number of Anglo-Saxon cemeteries to be found north of the river Humber.62 Here is it important to understand that Northumbria was divided into two distinct regions in the late sixth and early seventh centuries. A northern zone, centred on Hadrian’s Wall, known as the kingdom of the Bernicii, and a southern zone, centred on the territory to the north of York, known as the kingdom of the Deiri. The territories of the Deiri and Bernicii would only be amalgamated into a single Northumbrian kingdom in the course of the seventh century. These two names, it should be noted, (like Cantia – the origin of the name ‘Kent’) were in origin British, and not Germanic.63 To these it may be that we should add the original name for the people of Wessex: the Gewissae. There has been some debate over whether the name is Germanic or Celtic,64 but it is unquestionable that a high proportion of the names of the earliest rulers of the group later known as the West Saxons, including Cerdic, Cyrnic and Caedwalla, appear to Brythonic or British.65 The northern zone has very few early Anglian cemeteries, and lacks any evidence for significant immigration. Like the territory of the Deiri, but unlike Kent, Sussex and Wessex, the province of the Bernicii has no origin legend that suggests that its ruling family came from overseas:66 the first Northumbrian king, Ida, is simply said to have been the son of Eoppa, and grandson of Oessa, and to have fortified
60 Fred Orton and Ian Wood, with Clare Lees, Fragments of History: Rethinking the Ruthwell and Bewcastle Monuments (Manchester, 2007), pp. 112-5. 61 Orton, Wood, and Lees, Fragments of History, p. 114. 62 See the distribution map in Sam Lucy, The Anglo-Saxon Way of Death (Stroud, 2000), p. 2. 63 Ian Wood, ‘Monasteries and the geography of power in the Age of Bede’, Northern History 45 (2008), pp. 1- 15, at pp. 1-2. 64 R. Coates, ‘On some controversy surrounding Gewissae/Gewissei, Cerdic and Ceawlin’, Nomina 13 (1990), pp. 1-11. 65 Kenneth Jackson, Language and History in Early Britain (Edinburgh, 1953), pp. 554, 447, 613, 680: Patrick Sims-Williams, ‘The Settlement of England in Bede and the Chronicle’, Anglo-Saxon England 12 (1983), pp. 1-41, at p. 30: Yorke, Kings and Kingdoms of Early Anglo-Saxon England, pp. 138-9. 66 D. N. Dumville, ‘The origins of Northumbria’, in Bassett, ed., The Origins of Anglo-Saxon kingdoms, pp. 213-22.
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Bamburgh (Din Guaire), on the north-east coast.67 We are also told that the British ruler Urien of Rheged was assassinated while blockading Ida’s son on Lindisfarne (just across from Bamburgh).68 The family of Ida are, thus, not depicted as immigrants. It may be that they should rather be seen as the descendants of men who had been stationed on Hadrian’s Wall,69 and whose transformation from Roman federates to local warlords might be mirrored in the rebuilding in timber of parts of the Roman fort of Birdoswald, which resulted in two large wooden halls taking the place of the original granaries.70 It is worth noting that many of those Roman sites that have been excavated using modern archaeological techniques have revealed unexpected levels of continuing occupation. The land of the Deiri, the southern region of Northumbria, does have a small number of early Anglian cemeteries, particularly in the region of the Humber, to the east of York.71 Arguably, however, these are the cemeteries of groups that had been settled with the intention of guarding the riverine route up the Humber and the Ouse to York. A little further to the north, in the valley of the Derwent, the archaeology also suggests that immigration from across the North Sea was relatively low. Extensive study of West Heslerton and the surrounding district – the region of England that has been most extensively subjected to archaeological survey – has not shown evidence for any major disruption in the fifth, sixth and seventh centuries.72 Moreover, the stable isotope analysis of the skeletons from the cemetery points to a largely indigenous population (60%), with as many incomers originating from Britain itself, west of the Pennines, as from Scandinavia and Germany.73 As for the Roman city of York, the archaeology suggests some continuing occupation, although the centre seems to have been in an advanced state of decay before the establishment of an episcopal church in the 620s.74 Yet, the building of a church by Paulinus, possibly in the centre of the praetorium, implies that York had remained a focus for historical memory, even if it was no longer a centre of military power. Where the ruling dynasty of the Deiri came from we do not know – but like the Bernician neighbours to the North, it may have emerged out of the remnants of a Roman military command, focussed in this instance on York and Malton.75 Certainly the land immediately to the west of Malton, and indeed of Heslerton, seems from early ecclesiastical evidence, to have been central to Deiran rulers.76 The Northumbrian evidence, therefore, does not suggest that Anglian kingdom was created as a result of invasion or major migration. The possibility that the kingdom of Northumbria, and especially the sub-kingdom of the Bernicii, developed out of the military structure of the frontier zone is thus all the stronger.
67 Historia Brittonum, 57, 61. 68 Historia Brittonum, 63. 69 Orton, Wood, and Lees, Fragments of History, pp. 110-5. 70 Tony Wilmott, Birdoswald Roman Fort: 1800 Years on Hadrian’s Wall (Stroud, 2001), 113-26. 71 Bruce N. Eagles, The Anglo-Saxon Settlement of Humberside, 2 vols., British Archaeological Reports (Oxford, 1979), vol. 1, pp. 43-6: David Rollason, Northumbria, 500-1000: Creation and destruction of a kingdom (Cambridge, 2003), p. 47 72 Dominic Powlesland, 25 Years of Archaeological Research on the Sands and Gravels of Heslerton (Colchester, 2003). 73 Paul Budd. A. Millard, C. Chenery, S. Lucy and C. Roberts, ‘Investigating population movement by stable isotope analysis’, Antiquity 78 (2004), pp. 127-41, at pp. 134-6. 74 Derek Phillips and Brenda Haywood, Excavations at York Minster, vol. 1, From Roman fortress to Norman cathedral, ed. M. O. H. Carver (London, 1995). 75 C. O’Brien, ‘The emergence of Northumbria: artefacts. archaeology, and models’, in R. Collins and L. Allason-Jones, eds, Finds from the Frontier: Material Culture in the 4th-5th Centuries (York, 2010), pp. 110-9. 76 Wood, ‘Monasteries and the geography of power in the Age of Bede’.
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Reconstructing the Anglo-Saxon migration and conquest Where does this leave the traditional picture of the Adventus Saxonum? We can surely accept that during the 440s the sub-Roman administration of Britain, led by Vortigern, deliberately employed Germanic federates, probably of Saxon origin, to defend the surviving Roman province against attacks by the Picts and Scots, and also that those federates revolted against their paymasters. However, although Gildas tells us that the mutineers were joined by other barbarians there is no reason to think that the immediate influx was substantial, and indeed he gives us good reason for thinking that the Britons were able to gain the upper hand against the Saxon forces active in Britannia in the decades of the later fifth century. At the same time we should allow the presence of a grain of truth in the traditional stories, to be found in Bede, the Historia Brittonum and the Anglo-Saxon Chronicle, perhaps even that the rebels were led by Hengest, and that they established a breakaway centre in Kent – though one might note that the name of the kingdom, Cantia, was in circulation long before the Adventus Saxonum, which perhaps suggests the re-emergence of region which had long had very substantial continental contacts.77 The name Cantia has associations with both the river Canche, which flows into the Channel south of Boulogne, and with the settlement site of Quentovic, near Étaples.78 Clearly there was migration from the continent into south-eastern Britain during the second half of the fifth century, but the numbers of incomers seem to have increased substantially during the sixth century – and we can reasonably associate this influx with the so-called Marine Transgression, which led to the flooding of coastal land between the mouth of the Rhine and of the Elbe, which is best exemplified at the site of Feddersen Wierde. The stories in the Anglo-Saxon Chronicle relating to the establishment of Kent, Sussex and Wessex should certainly not be read as migration stories, but as the origin legends of kingdoms, and more precisely of a select group of ruling dynasties – which may very well have emerged in the course of the sixth century.79 We can only be sure of their status from the end of sixth century, when Bede’s narrative begins in earnest. Notably there is no origin story for Northumbria, which arguably develops not out of a migration, but of a reorganisation of forces along the Wall, many of whom are likely to have been of Germanic extraction, and by the seventh century chose to see themselves as Germanic. Certainly, the self representation of the Northumbrians as Anglian (or sometimes as Saxon) can be set against the development of British polities, that of the Gododdin, in the Edinburgh region to the North, and of the kingdom of Rheged, in the region of the Solway, but also stretching south of Carlisle, to the West.80 It is important to remember that although the Britons of the West and the North were unquestionably the indigenous population of the region, their kingdoms were not much older than those of the Angles and Saxons, since they also emerged out of the remains of the Roman province – even if in some instances they look back to pre-Roman political geography. The kingdom of the Gododdin, whose central place at Traprain Law has recently been the subject of important archaeological
77 Brooks, ‘The creation and early structure of the kingdom of Kent’, p. 57. 78 S. Lebecq, B. Béthoart and L. Verslype, ed., Quentovic, Environnement, Archéologie, Histoire (Lille, 2010). 79 Bassett, The Origins of Anglo-Saxon Kingdoms: B. Yorke, ‘Anglo-Saxon Origin Legends’, in J. Barrow and A. Wareham, eds., Myth, Rulership, Church and Charters: Essays in Honour of Nicholas Brooks (Aldershot, 2008), pp. 15-30. 80 M. McCarthy, ‘Rheged, an early historic kingdom near the Solway’, Proceedings of the Society of Antiquaries of Scotland 132 (2002), pp. 357-81.
study,81 can reasonably be traced back to the late Roman period, but the kingdom of Rheged, like those of Wales and the far South-West, emerged in the course of the fifth and sixth centuries. Northumbria thus developed in competition with these newly emergent Celtic polities. Its self-representation as Anglian or Saxon marked it out as different from its Celtic neighbours. This question of self-representation is also an issue in Wessex and in Mercia, kingdoms that presented themselves respectively as Saxon and Anglian, but where a significant proportion of names within the ruling dynasties would seem to be British.82 This suggests that whilst there may have been barbarian conquest (or perhaps military take-over) in the South-East (Kent, Essex, East Anglia and Sussex), elsewhere there was an integration of Germanic incomers into post-Roman society, and that this only subsequently led to the identification of the groups in question as Saxon or Anglian. As for Bede’s Angles, Saxons and Jutes, this is surely also a post-factum description. By the early eighth century, when Bede was writing, the various kingdoms had come to classify themselves. We can see the process most clearly in the case of Wessex, where Bede even tells us that the people chose to designate themselves not as Gewissae, but as West Saxon.83 And despite Bede’s own insistence that the Northumbrians were Anglian, in other sources we find them described as Saxon. The preference for the name Angli would seem to go back to a supposed pun made by Gregory the Great, who when seeing Anglian slaves in the market place in Rome announced that they were not Angles but angels.84 In other words the standard picture of the Adventus Saxonum is nothing more than a neat fiction, developed around a small grain of truth (that a particular party of Germanic federates did establish themselves in Britain in the late 440s). But this was only one moment in a very much longer history, probably dating back to the pre-Roman period (following Oppenheimer’s argument that eastern England had long belonged culturally to a North Sea Province), and certainly including the settlement of Germanic peoples as part of the garrison of Hadrian’s Wall, as well as a long history of minor conflict along the coast. While the so-called Adventus Saxonum did not apparently lead to immediate mass immigration, or to the destruction of the British, there clearly was an escalation of population movement in the late fifth and early sixth centuries (caused in part by changing sea-levels), which in turn led to the establishment of the Anglo-Saxon kingdoms. And this whole complicated process was then forced into a simple narrative of representation in the late seventh and early eighth centuries. The history of the barbarians in Britain, like that of the history of the Germanic peoples of the Rhineland, does not fit in to the standard narrative of barbarian invasion, which is dominated by what we know of the Goths, the Vandals, the Sueves and the Lombards. It is more complex, and it cannot be simply associated with a particular moment of migration or invasion. Although it is tempting to treat the Adventus Saxonum as equivalent to the crossing of the Danube by the Visigoths, and that of the Rhine by the Vandals, Alans and Sueves, or even of the Straits of Gibraltar by Gaiseric and his followers, it is part of a very different story of barbarian migration and settlement.
81 Colin Haselgrove, The Traprain Law Environs Project: fieldwork and excavations 2000-2004 (Edinburgh, 2009): Fraser Hunter, ‘Hillfort and hacksilber: Traprain Law in the late Roman Iron Age and early prehistoric period, in Fraser Hunter and Kenneth Painter, ed., Late Roman silver: the Traprain treasure in context (Edinburgh, 2013), pp. 3-10. 82 Jackson, Language and History in Early Britain, pp. 554, 557, 613, 680. 83 Bede, Historia Ecclesiastica, III, 7. 84 Wormald, ‘Bede, the Bretwaldas and the Gens Anglorum’, pp. 119-20.
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Fig. 1. Porchester
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Fig. 2. Sagranus Commemorated at St Dogmaels
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La tombe de Hochfelden Michel Kazanski (CNRS-Colegio de Francia), Anna Mastykova (Academia de Ciencias de Rusia, Moscú)
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a tombe «princière» de Hochfelden a été découverte lors des travaux en 1964. C’est une l’inhumation située à 1,8 m de profondeur, les pieds sont détruites par la pelle mécanique. La défunte a été mise en cercueil trapézoïdal en planches en bois (longueur -1,7 m, largueur en tête 0,45 m et largueur aux pieds 0,35 m), fabriqué sans clous. Le squelette se trouvait sur le dos, les bras le long du corps, la main droite placée sur le bassin, la tête au nord (fig. 1; 2: 11). Les appliques du vêtement, - 120 plaquettes en or - étaient groupées en lignes autour de deux poignets, les deux coudes et du col. Deux fibules la tête en bas étaient placées obliquement, de chaque côté du thorax, au milieu des humérus. Deux boucles d’oreille se trouvaient de chaque côté du crâne, un collier en chaîne d’or a été placé autour du cou, un miroir en bronze a été mis au jour sous les vertèbres du dos, enfin, un gobelet en verre a été posé à dix centimètres à nord-est du crâne (fig. 2 et 3) (Hatt 1965; Pilet 1990; L’Or des princes barbares 2000, N°13). Le squelette de la tombe de Hochfelden, qui se trouve aujourd’hui dans le Musée archéologique de Strasbourg, a été étudie par les anthropologues. Il appartient à une femme de 50 à 70 ans, de faible stature (153- 158 cm). Le squelette porte les stigmates d’un surmenage des fléchisseurs et pronateurs du bras et surtout des adducteurs, extenseurs et rotateurs de la hanche, ce qui évoque la pratique cavalière prolongée et régulière. Par contre, certains indices qui suggèrent la déformation volontaire du crâne ne sont pas totalement convaincantes (Alduc-Le Bagousse et alii 1992). D’après son mobilier la tombe appartient au horizon «princier» Untersiebenbrunn (période D2, selon la périodisation chronologique des antiquités du Barbaricum, c’est à dire 380/400-440/450), dont le nom vient d’une découverte d’une tombe en Autriche. La culture aristocratique de cet horizon, qui se forme dans le milieu des «chefs» barbares, germaniques et non germaniques (alaines, sarmates) dans la région ponto-danubienne, possède des origines diverses et reflète en cela l’hétérogénéité des élites dirigeantes barbares de l’époque hunnique et post-hunnique. La zone de diffusion de cette culture «princière» englobe une large zone géographique, de la mer Noire aux Pyrénées. Les tombes masculines se distinguent par la présence d’épées d’apparat, des éléments de garniture des ceintures, de chaussures et de porte-épées, ornées du décor cloisonné, de torques et de bracelets en or. Les sépultures féminines, comme cela est le cas de Hochfelden (fig. 3), contiennent un riche costume (Kazanski 1996). Le costume féminin de type Untersiebenbrunn comporte au moins trois composantes ethno-culturelles différentes. L’apport germanique oriental y est très net: la paire de fibules à tête semi-circulaire ou, plus rarement, triangulaire et à pied losangique, portée sur les épaules, caractéristique des tombes de l’horizon Untersiebenbrunn, est connue à l’époque antérieure essentiellement chez les Germains orientaux. La seconde composante du mobilier est d’habitude considérée comme d’origine alano-sarmate. Mais dans ce cas il vaut mieux parler de tradition «pontique», diffusée à partir des centres urbains du Nord de la mer Noire (Bosphore Cimmérien, Tanaïs). Cet apport est visible dans des plaques-appliques géométriques et tubes en tôle d’or et dans le dépôt de miroirs métalliques. On peut probablement considérer comme pontiques les bracelets à têtes zoomorphes ou encore les colliers en or en chaîne tressée, avec des pendentifs coniques (Untersiebenbrunn, Hochfelden). Ces deux composantes, germanique et «alano-sarmate» ou «pontique» sont
déjà attestés dans le costume «mixte» ponto-germanique du Nord de la mer Noire au début de l’époque hunnique, vers la fin du IVe s., qui sert de prototype pour celui d’Untersiebenbrunn. En revanche, la troisième composante, qu’on peut appeler «romaine», apparaît d’une façon visible seulement dans les découvertes de l’horizon Untersiebenbrunn. Cet apport romain est représenté notamment par les grandes plaques-boucles de ceinture à plaque rectangulaire, attestées par ex. dans les tombes de Maklár (Hongrie), et Airan (France), ainsi que dans le trésor de Katchin (Ukraine). Les boucles d’oreille à pendentif polyédrique sont probablement de même origine romaine, même si actuellement on ne peut pas trancher sur leur provenance exacte, danubienne ou pontique. La présence de bagues, notamment à Untersiebenbrunn, tombe déjà cité, et dans la tombe de Kruglica-Porschnino, en Russie centrale, est également due, à notre avis, à une influence romaine (Kazanski 1996; 2009, 239-241; Kazanski, Mastykova 2003; Tejral 2011). Examinons à présent les éléments principaux du mobilier de la tombe de Hochfelden. Les deux fibules (fig. 2:1,2) d’une taille relativement petite (8,2 cm), en tôle d’argent, à tête semi-circulaire et pied losangique, avec deux appliques imitant la palmette aux extrémités d’anse représentent un élément germanique oriental du costume (L’Or des princes barbares 2000, N° 13,3). Très probablement elles représentent les copies miniaturisées des grandes fibules en tôle d’argent. Ces dernières sont connues grâce aux découvertes, telles que le trésor de Katchin, déjà mentionné, la tombe de Siniavka, en Russie méridionale ou encore dans la tombe de Balleure+ en France. A part Hochfelden, dans le contexte «princier» les petites fibules représentant les copies des grandes fibules sont attestées dans la tombe 29 de la nécropole de Djurga-Oba, en Crimée orientale (Ermolin 2012: fig. 3:9,10). La tombe de Hochfelden a également livré un collier en chaîne d’or avec 30 pendentifs coniques (fig. 2: 6), de la longueur de 36,4 cm (L’Or des princes barbares 2000, N°13,1,2). En Occident romain, deux pièces comparables ont été mises au jour à Beiral, au Portugal et à Valleta del Valero, en Catalogne. Sur le Danube ces colliers sont attestés dan les tombes de Untersiebenbrunn et de Bakodpuszta (Hongrie). Ils sont également bien connus en Crimée orientale à l’époque des Grandes Migrations, à Kertch et à Djurga-Oba Il souligner que les colliers en or à pendentifs coniques sont bien attestés en Méditerranée orientale depuis l’époque hellénistique, notamment sur les portraits égyptiens de l’époque romaine (pour plus de détails voir Kiss1983, 111; Kazanski 1996, 118; Kazanski 2009: 241; Pinar Gil2006-2007; López Quiroga 2010, 116-118). De nombreuses appliques en tôle d’or, 120 en tout, (fig. 2:8-10) ont été mises au jour dans la tombe de Hocfelden - circulaires, de diamètre de 7 mm, sur le col et les poignets, celles en forme de losanges sz longueur de 15 mm et enfin en forme en double spirale, de longueur de 12 mm, sur les couds (L’Or des princes barbares 2000, N° 13,4-6). L’origine sarmate ou alaine du costume avec des appliques en tôle d’or est indéniable, car ces plaquettes sont bien connues dans le contexte alano-sarmate et, d’une façon plus large, celle de la steppe eurasienne au ier-iiie s. Cependant, les plaquettes en or sont pratiquement inconnues dans la steppe de la deuxième moitié du IIIe et du IVe s. En revanche on les a mis au jour dans quelques tombes du IIIe-IVe s. de la population sédentaire hellénisée à Kertch/Panticapaion, la capitale du royaume du Bosphore Cimmérien. A l’époque hunnique (dernier tiers du IVe-première moitié du Ve s.) les plaques-appliques en or, plus rarement en argent 109
ou en bronze, de forme géométrique sont bien attestées dans le costume de la population sédentaire pontique. Elles sont également présentes dans celui des tombes «princières» de l’horizon Untersiebenbrunn, notamment en Occident romain, à Airan, en Normandie et à Mérida, en Estrémadure. Dans le dernier caslLa tombe n° 1 contenait une paire de grandes fibules en tôle d’argent sur les épaules, et des appliques géométriques en or (Heras Mora, Olmedo Gracera 2015, fig. 15.4 et 15.5; López Quiroga 2010,fig. 116, 81; López Quiroga 2015, fig. 1, 17, 21). Pour le costume d’Untersiebenbrunn il s’agit plutôt de l’influence du costume de la population pontique sédentaire, d’autant plus que la position des appliques dans le costume de la dame de Hochfelden, est identique à celle des tombes de Kertch et de Tanaïs. Les plaquettes en tôle d’or à l’époque des Grandes Migrations proviennent surtout des tombes féminines. Cependant on les retrouve parfois, mais rarement, dans des ensembles clos à caractère guerrier, notamment à Lébény ou à Szeged-Nagyszéksós, tous les deux sur le territoire de la Hongrie actuelle. Très souvent elles décoraient la bordure du col et parfois des manches de robe. Cette position des appliques est attestée, à part Hochfelden, notamment à Kertch en Crimée orientale. Dans la tombe de Kudiat-Zateur (Tunisie) les plaquettes étaient éparpillées sur toute la partie supérieure du corps, la même position des appliques est attestée dans la tombe d’Airan. Il s’agit, soit d’un décor cousu sur la poitrine ou sur le col, soit d’une sorte de décor pectoral en réseau, qu’on connaît d’après les parures protobyzantines en Egypte (Kazanski, Mastykova 2006). La reconstitution d’un diadème, formé des appliques a été proposée pour la découverte dans la nécropole de Lučistoe, en Crimée du Sud-Ouest (Aibabin, Khairedinova 1999, fig. 14-II). Cependant elle ne nous semble pas être bien argumentée. Deux boucles d’oreille à pendentif polyédrique (fig. 2: 3,4), de 2 cm de diamètre, ont été retrouvées de deux côtes du crâne de la défune (L’Or des princes barbares 2000, N° 13,1). Les petites boucles d’oreille à pendentif polyédrique apparaissent vers la fin du Ive siècle à la fois dans la région pontique, dans le bassin du Dniepr moyen et sur le Danube moyen. Son origine exacte reste donc à préciser, cependant les chercheurs supposent l’origine romaine de ces bijoux. Les boucles e’oreille de cette forme existent pendant longtemps et leur zone de diffuison couvre pratiquement tout le continent européen, de l’Oural jusq’aux Pyrénées (Kazanski 2009, 115, 137, 138). Un miroir métallique dit du type Tchmi-Brigetio/Anke I provient de la tombe (fig. 2: 5). Il possède une anse de suspense et porte le décor en relief formé des cercles concentriques et lignes radiales. L’autre côté est lisse, le miroir est de 5,2 cm de diamètre (L’Or des princes barbares 2000, N° 13,8). Les miroirs de ce type, étudiés par les chercheurs allemands J. Werner (1956) et B. Anke (1998) sont connus pour l’époque hunnique depuis le Caucase du Nord jusqu’au Danube moyen. Il s’agit d’une invention alano-sarmate, car on connaît leur prototype, dans le Caucase du Nord-Ouest. La découverte de Hochfelden est isolée en Occident (Kazanski 2009, 208). Enfin, la tombe contenait un verre de 7,62 cm de hauteur et de 8 cm de diamètre à l’embouchure, de couleur verdâtre (fig. 2: 7), qui représente un gobelet cylindrique à fond semi-sphérique et le bord ourlé (L’Or des princes barbares 2000, N° 13,7). Cette forme, appartenant au type Isings 106b (Isings 1957), est bien connue pratiquement partout dans les provinces romaines pour la première moitié du ve siècle (Tejral 2011, 232-240). Pour conclure, il faut dire quelques mots sur l’interprétation historique de l’apparition des tombes «princières» du horizon Untersiebenbrunn en Occident romain et en particulier en Rhénanie, sur la frontière de l’Empire. Les découvertes de ce type y sont attestées aussi bien par les tombes masculines – Fürst, Wolfsheim, Altlussheim, Mundolsheim, Beja - que par celles féminines - Hochfelden, Balleure, Airan. Le fait que ces découvertes se situent parfois hors de la zone d’invasion 110
et d’installation des Barbares «orientaux», telle la tombe Airan en Normandie, ne perme pas les attribue toutes à des envahisseurs venant de l’Est européen. La concentration de ces tombes sur les frontières de l’Empire est évidente. Ainsi les découvertes d’Altlussheim, de Hochfelden, de Mundoshiem et de Wolfsheim se situent sur la frontière rhénane, le lieux du passage obligé pour toutes les invasions venant du Barbaricum en Gaule. La tombe d’Airan, en Normandie actuelle, se situe sur la fronitère maritime, un autre point sensible, à cause des pirates saxons. Ainsi, on peut supposer, que les sites «princiers» du horizon Untersiebenbrunn, la tombe de Hochfelden y compris, appartiennent aux chefs barbares et memres ee leurs familles, chargés de la défense des frontières de l’Empire romain.
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Fig. 1. La tombe de Hochfelden au moment des fouilles (D’après Hatt 1965, fig. 1)
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Fig. 2. Le mobilier de la tombe de Hochfelden (D’après Mastykova, Kazanski 2006, fig. 5)
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Fig. 3. Les objets venant de la tombe de Hochfelden (D’après L’Or des princes barbares 2000, n° 13)
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CAPÍTULO III IN TEMPORE SUEBORUM. EL TIEMPO DE LOS SUEVOS EN LA GALLAECIA
III. 1. EL REGNUM SUEBORUM
Los suevos y el reino suevo Un viaje historiográfico y un preámbulo para una historia sin principio Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid) Adquirir una nueva identidad no significa traicionar la primera, sino enriquecer la propia persona con una nueva alma. (…) La identidad es una búsqueda siempre abierta e incluso la obsesiva defensa de los orígenes puede ser en ocasiones una esclavitud tan regresiva como, en otras circunstancias, cómplice rendición al desarraigo (Magris 2010: 38-39)
Los Suevos y el Reino Suevo: un recorrido historiográfico entre el mito y la realidad La historiograf ía sobre los Suevos permite distinguir dos tipos de estudios, bien diferenciados cronológicamente: por una parte, aquellos dedicados a lo que se considera la «Prehistoria» (Vorgeschichte) de la gens suevorum, que se extiende desde sus primeras menciones en los textos (hacia mediados del siglo I a. C.) hasta la travesía del Rin en el 406; por otra parte, la Historia, propiamente dicha, de los Suevos que viene centrándose, por lo que concierne al Reino Suevo, en el período entre el 411 y el 585, creando el que fue el primer reino bárbaro del Occidente post-romano. Entre 1861 y 1909, el jurista alemán Felix Dahm (1834-1912) (Fig. 1) publicó la monumental obra Los Reyes de los Germanos, una colección de doce volúmenes, calificada por él mismo como «la obra científica principal de su vida»1, en la que dedicó un escueto apartado, prácticamente un apéndice con apenas dos epígrafes, dentro del tomo seis consagrado a los Godos, al Reino de los Suevos en España (Dahn 1871). A pesar de su brevedad, esas páginas han servido de referente para la mayoría de los trabajos posteriores sobre el que se denomina como «reino hispano-suevo». Para Dahn, no hay ninguna duda respecto al carácter heterogéneo de los Suevos y, partiendo de la base de que estarían integrados por grupos de Cuados y Marcomanos, valora la posibilidad de que los Semnones hubieran liderado el proceso migratorio desde el bajo Danubio hasta el Rin a comienzos del siglo V. De igual modo, sostiene Dahn que los Suevos en Hispania, debido precisamente a su dispar composición interna, no habrían conformado nunca un liderazgo único, sino que éste habría sido siempre compartido en una bicefalia al frente de dos grandes grupos, ocupando ámbitos espaciales diferentes, liderados cada uno de ellos por un monarca. Como reflejo de una lectura en clave étnica de lo «germano» y de la «expansión de los pueblos germánicos», Dahn considera determinante la influencia de la «sangre goda y sueva» en la Historia de la Península Ibérica2. La obra, mejor diríamos la novela, de Benito Vicetto (1824-1878) (Fig. 2), Los Reyes Suevos de Galicia, publicada en tres tomos en A Coruña en 1860 (diez años antes que el texto de Dahn sobre el «reino de los Suevos en España») es representativa de un tipo de narración más propia de los relatos de un Alejandro Dumas que de un
1 Dahn, F., Erinnerungen, 3, 352. 2 »..doch ist auf die Verschiedenheit der Spanier und Portugiesen die Verschiedenheit des Germanischen in der Mischung der beiden romanischen Völker. Dort gotisches, hier suebisches Blut, nicht ohne Einfluss geblieben» (Dahn 1871).
historiador del xix3, algo que, por otra parte, el propio Vicetto nunca pretendió ser. En su obra, los monarcas suevos hispanos aparecen como personajes novelescos; es el caso de los dos príncipes hermanos Hermengario y Genserico, hijos de Hermenerico, el «Príncipe Negro o de la noche» y el «Príncipe Blanco o del día», aquél triste, jovial éste4. Los tópicos sobre las «gentes del norte» se evidencian, por ejemplo, en la narración de la batalla entre los Vándalos, liderados por Genserico (hermano de Gunderico) y Froarico («capitán de la escolta del rey» Hermengario): «Eran los combatientes de elevada talla, y de una musculatura soberbia. Sus formas hermosas, fuertes y elásticas, no desmentían la bondad privilegiada de sus razas scandinavas» (Vicetto 1860: 52). Tópicas son también las descripciones de la vestimenta supuestamente característica de los Suevos, que los diferencian de los Godos, como hace al describir al rey Rechila I5 en el momento de su coronación en el Mons Sacro «gallardo, ardiente y belicoso» (Vicetto 1860: 119). En el prólogo, Vicetto habla de la llegada de los Suevos como si estuvieran predestinados a llegar y asentarse en la Gallaecia: «El (los Suevos) se ha infiltrado en el nuestro desde las nebulosas costas del Báltico y, en dos siglos de monarquía, borró la huella de las dominaciones anteriores, vigorizó nuestra raza calaica, nos legó su constitución civil, y puede decirse que su sangre es nuestra sangre» (Vicetto 1860: 10). En este relato novelado de los Reyes de los Suevos hispanos, Vicetto se jacta de no apoyarse en los textos de Hidacio de Chaves, Isidoro de Sevilla, Gregorio de Tours, Juan de Biclaro, etc.: «Si a guiarnos fuéramos por Idacio, San Isidoro, Huerta, y demás, nuestra obra sería una disertación erudita sobre los reyes suevos de Galicia, cosa que no escribiríamos nunca por carácter ni por pretensiones»; y justifica su razonamiento argumentando que se trata de una obra «hija de las memorias y tradiciones no publicadas aún, que hemos recogido y conservado inéditas», sin pretensiones de ser un ejemplo de erudición porque «Si esto no convence a los eruditos
3 Un ejemplo de ello lo vemos al comienzo del capítulo I: «Iba a terminar el siglo IV. Por los floridos valles, por las pintorescas montañas, por las perfumadas márgenes de nuestros batientes ríos, no se veían cruzar sino soldados romanos que, arrojando a un lado la espada vencedora en cien y cien batallas, tomaban la espiocha del minero y estraan los mas preciosos minerales de las entrañas calaicas» (Vicetto 1860: 17). 4 «El mayor llamado Hermengario, por los suyos, y por los calaicos el Príncipe Negro (…) era como indica su sobrenombre, de ojos y cabellos negros, y muy moreno de rostro, cosa rara en la raza sueva, y alto y flexible de cuerpo (…) El menor de los hijos del rey, llamado Genserico por los suyos, y por los calaicos el Príncipe Blanco, así como más tarde Genserico el Alevoso, era como indica su sobrenombre, de ojos y cabellos castaño-claro, y muy blanco de rostro, cosa natural en la raza sueva, y bajo y poco flexible de cuerpo» (Vicetto 1860: 28). 5 «la figura de un rey (…) con el pelo en cresta sobre la frente, y lo demás de su negra y abundante cabellera majestuosamente tendida sobre la espalda: no ostenta vestiduras de telas preciosísimas de oro como los reyes godos: su ropaje es corto y bien apretado al cuerpo, con las mangas tan escasas que dejan desnudos la mitad de sus nervudos brazos: su coselete es de finísimo metal templado en las orillas del Cabe; cuelga de su hombro derecho una espada ricamente guarnecida de plata y marfil, y sobre su sien, indómita y altiva, irradia la corona de Galicia’ (Vicetto 1860: 119).
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no es indiferente; pues no por eso dejaremos de dotar a nuestro país de este libro original 2y altamente dramático» (Vicetto 1860: 80-81). El propio Vicetto nos hace partícipes de su particular visión de lo qué es la Historia: «La historia no es ni más ni menos que esas bolas de nieve que descienden de la montaña del Pasado, y que cuando llegan al valle del Presente, donde paran, son aludes que apenas puede abarcar la vista por su inmenso volumen (...) así el Regnun Suevorum fue rodando de autor en autor hasta formar hoy un libro bajo la vibración de nuestro pensamiento (…)» y él mismo advierte «Que no se alarmen pues los eruditos con lo que vamos a escribir, auxiliados por nuestros datos arqueológicos, ya que San Isidoro no lo podía saber desde Sevilla, ni Idacio cuya crónica comprende hasta el año 469» (Vicetto 1860: 261-262). Elabora una cronología que él mismo califica como «la más completa hasta la fecha», no dudando en añadir adjetivos a algunos monarcas (Requila «el Glorioso» o Miro «el Clemente») en un ejercicio de pura fantasía y desbordante imaginación adornados de exquisitas recreaciones literarias6 (Fig. 3). Un buen ejemplo de ello, lo constituye la «historia de amor imposible» entre Hermengario, el «rey Cintola» y Alira de Elfe (hija del «conde de Elfe» y hermana de Heurico): «Singular era, pues, la posición de aquellas dos personas que Dios había formado para amarse con delirio, y que la fatalidad reuniera tarde y entre torrentes de sangre» (Vicetto 1860: 45). Hermengario había mandado ejecutar al padre de Alira y a su hermano Heurico, puesto que estaban implicados en una supuesta conspiración para asesinarle pero, señala Vicetto, su amor era indestructible, hasta el punto que en la batalla que enfrentaría a Suevos y Vándalos, antes de perder la vida Hermengario sus pensamientos no fueron ni para su mujer Nitigia, ni para sus hijos Thalarico, Argheberto y Hermenerico «solo se acordó de una mujer encantadora, Alira de Elfe. Para ella fue el último suspiro de su vida» (Vicetto 1860: 58). Diferencia Vicetto entre la elección, como sistema característico de la monarquía goda, y la sucesión, dentro de una misma familia, como algo que estaba en el «sentimiento nacional de los Suevos, más que en ningún otro pueblo»7. Describe igualmente con tintes literarios la ceremonia de la proclamación del rey por las armas8, siempre en el Pico Sacro santiagués según Vicetto, en el momento del ascenso al trono de Genserico, el hermano de Hermengario, «Colocado de rodillas sobre la roca que había en la cima, con la cara vuelta a su pueblo, que permanecía de pie y cubierto, y con las espadas levantadas, los sacerdotes suevos pusieron la corona sobre su frente. Entonces el rey Genserico (…) desnudó la espada (…) todos los demás se arrodillaron (…) todas las demás se inclinaron con las puntas hacia la tierra» (Vicetto 1860: 63-64). Y, como no podía ser de otro modo, la «genealogía» de los Reyes Suevos de Galicia elaborada por Vicetto, que es otro producto de su desbordante imaginación
6 Evidente cuando describe el proceso generalmente conocido como «invasiones y/o migraciones» bárbaras: «y en vano pudieron detener (los Romanos) el aluvión de guerreros que bajaron del Chersoneso y de la Scandinavia sobre las deliciosas campiñas de Europa, semejante a una manga destructora de gavilanes que cae de la montaña sobre un valle alfombrado de palomas» o «En aquella evolución inmensa de razas en que el norte se lanzaba como una tromba marina sobre el Mediodía» (Vicetto 1860: 21). 7 «Los suevos mas espiritualistas que los godos, contaban en la Germania una cronología regia desde Moravino, el Fundador, hasta Withigavo, padre de Hermenerico I de Galicia, en que los príncipes sucedían a sus padres en el trono; es decir, que la práctica de sucesión en la familia real, aunque no era una ley de Estado, estaba en el sentimiento nacional de los suevos, mas que en ningún otro pueblo, por lo que monárquicamente considerado, era mas esencialmente espiritualista que los demás. En la nacionalidad sueva, al morir un rey se volvía naturalmente los ojos al hijo mayor, y si reunía altas prendas guerreras, nadie osaba disputarle la corona, y a falta del hijo mayor, otro príncipe de la sangre» (Vicetto 1860: 61). 8 Mientras que en el caso de los Godos, según Vicetto, la proclamación del rey se hacía poniéndolo sobre un escudo, alzándolo en alto (Vicetto 1860: 64, nota 1).
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(Fig. 4), «reasume en sus sobrenombres la historia de aquel pueblo, que se considera por algunos historiadores del país como una calamidad, y que ha sido para nosotros el que más contribuyó moralmente a su significación religiosa y política; pues este pueblo tuvo un rey, Rechiario, que fué el primer monarca católico del occidente de Europa; y este pueblo creó la nacionalidad calaica, y con ella el espíritu de independencia, que debía hacerla la más prepotente de todas las de la Península» (Vicetto 1860: 12), toda una declaración de intenciones que, en ocasiones, ha sido asumida por algunas formaciones políticas contemporáneas9. En los Suevos Vicetto ve la conjunción de dos elementos que para él son esenciales: el Cristianismo y la Monarquía10; y han sido, precisamente, los Suevos los que consiguieron unificar ambas en el solar hispano «Sin la irrupción de los suevos, la España católica no hubiera nacido en Galicia. Sin la irrupción de los suevos, la España monárquica tampoco hubiera nacido en Galicia» (Vicetto 1860: 14). La «singularidad nacional» de la «católica Galicia» se vería no obstante dramáticamente truncada por el arriano Leovigildo que «funde la corona de los reyes suevos en la corona de los reyes godos, borrando del plano del mundo nuestra esplendente nacionalidad» (Vicetto 1860: 15). La obra de Vicetto ha influido notablemente en una buena parte de la historiograf ía gallega de finales del xix y hasta prácticamente mediados del siglo XX, surgida en el marco de los relatos históricos de corte decimonónico muy imbuidos por los movimientos románticos y de exaltación «nacional» del momento visibles tanto en la Literatura, como en la Música y en el Arte. La visión del «nacionalismo» gallego, transmitida por los miembros de la Xeración Nós respecto al período correspondiente al Reino Suevo (al igual que todo lo referente a lo «Celta» y el «mundo castreño»), evidencia ese pasado mítico empleado para reivindicar la singularidad de lo «celto-suevo» como elemento identitario de Galicia. En su monumental obra sobre la Historia de las tribus alemanas hasta el final del período de las migraciones de los pueblos11, el hecho de que los Suevos hubieran constituido, en algún momento, una unidad política y poblacional perfectamente diferenciada y con entidad propia, era una realidad tan clara para Ludwig Schmidt como para los autores greco-romanos. A partir, precisamente, de las fuentes greco-latinas, y siempre según Schmidt, era posible seguir con una «precisión razonable» la expansión de los Suevos y la génesis de las diferentes tribus con ellos relacionadas (Schmidt 1938: 129). Hacia finales del siglo I la «patria» de los Suevos (los «Suevos prehistóricos», para ser más exactos) era coincidente con la de los Semnones, uno de los pueblos más «antiguos y nobles» de entre los Suevos, según señala Tacitus en su De origine et situ Germanorum (Tac., Germ., 39); a saber: al norte de las actuales regiones alemanas de Brandenburg y Mecklenburg (Schmidt 1938: 128). A la gens suebica pertenecían también los Marcomanos (los «hombres de la frontera»), ubicados en la actual Bohemia, y los Cuados, situados en Moravia y Eslovaquia occidental. El de Ludwig Schmidt forma parte de una serie de estudios, de mediados del siglo XX, que trazan una historia linear de los Suevos como una «tribu» cuya identidad habría permanecido a lo largo de los siglos (Weller 1944; Obermeier 1949).
9 El preámbulo de la propuesta de Estatuto de Autonomía para Galicia, elaborado por el Bloque Nacionalista Galego, (BNG) comienza: «Conscientes de que la llegada de los Suevos consolidó el marco político de un Reino de Galicia…en Galicia se mantuvieron unas líneas específicas que permiten identificar ya desde la Baja Eda Media a la Nación gallega actual…». 10 ‘El cristianismo como espíritu y la monarquía como organización constitutiva, son las dos fórmulas más bellas y grandiosas del entendimiento humano, para progresar indefinidamente hasta la solución más portentosa del drama de la creación, drama resplandeciente de magnificencia y misterio’ (Vicetto 1860: 14). 11 Schmidt 1938: Obra publicada inicialmente entre 1904 y 1918 como parte de la colección «Fuentes e Investigaciones de Historia Antigua y Geograf ía» coordinada por W. Sieglin.
En la segunda mitad del siglo XX publica Wilhelm Reinhart en 1952 su Historia General del Reino Hispánico de los Suevos (Reinhart 1952), prologada por Julio Martínez Santa-Olalla y editada por el Seminario de Historia Primitiva del Hombre. Esta obra surge en un contexto historiográfico marcado por la fuerte influencia pangermanista en la España de los años cincuenta y sesenta, y el desarrollo de lo que se llamó la «sistematización de la arqueología hispano-goda» bajo la égida de Santa-Olalla, siguiendo las directrices marcadas por H. Zeiss. En el prólogo a la monograf ía de Reinhardt subraya Santa-Olalla que el conocimiento acerca de la Historia de los Suevos en España se basa en la utilización reiterada de los tópicos recogidos en los textos «Desde comienzos de siglo se siguen repitiendo una serie de manidos textos, de citas y lugares comunes que ya hasta rehúyen indicar los textos decimonónicos de que fueron extraídos y que ya eran de enésima mano» (Reinhart 1952: 9). Pero más que en los textos de los autores greco-romanos, es en la propia concepción de lo «germánico» y lo «suevo» por parte de Santa-Olalla, y luego con Reinhart, donde encontramos los tópicos y estereotipos que no hacen sino evidenciar una concepción y modelo historiográfico vigente en Europa en ese momento: «Podemos encontrar en el reino suevo creencias y ritos, que pueden llegar hasta el bronce mediterráneo con su culto de la fertilidad; abarca, después, elementos célticos con su arrastre precéltico, con todo género de combinaciones y sincretismos. Este aspecto animológico puede investigarse en la región que fue ocupada por los suevos, porque su carácter geográfico de Finisterre de Europa se presta particularmente a ello» (Reinhart 1952: 10). Reinhart no duda en identificar a los Suevos con los Cuados a la hora de hablar de su Prehistoria, o de lo que él denomina como «Historia Primitiva», trazando así una Historia de los Cuadosuevos hasta su llegada a Hispania (Reinhart 1952: 13-33). Siguiendo esencialmente a Schmidt (Schmidt 1938), E. Beninger y a G. Schwantes, los Suevos formarían parte de los Herminones, ubicados en el noroeste de Alemania y Sur de Escandinavia en la Edad del Bronce y expandiéndose hacia el Sur, a ambos lados del Elba, en la Edad del Hierro, y posteriormente hacia el tramo medio del Rin y en torno al Main, donde se estaban asentados ya hacia el 600 a. C. (Reinhart 1952: 13). Se habla, por lo tanto, de una migración en varias fases desde Escandinavia hacia el continente europeo, por parte de conjuntos homogéneos de individuos desplazándose en bloque. En 1971, realiza Stefanie Hamann en la Universidad de Regensburg su tesis doctoral sobre la Preshistoria y la Historia de los Suevos en España (Hamann 1971), probablemente el trabajo más citado, y de obligada referencia, de todos los realizados sobre los Suevos. La obra de Hamann, sigue la estela, obviamente, de la «escuela histórica alemana» y en ese sentido constituye un trabajo de síntesis a partir de los datos históricos en sentido literal, dando poco lugar a la interpretación. La obra de Casimiro Torres, Galicia Sueva (Torres 1977), es una miscelánea amalgama de historia política y apuntes descontextualizados de diversos hallazgos materiales que, por localizarse en Galicia y fecharse en los siglos V y VI (en lo que constituye una tendencia que se mantiene prácticamente hasta nuestros días), se relacionan de forma sistemática y mecanicista con los Suevos. A partir del trabajo de Casimiro Torres, y hasta fechas muy recientes (Díaz Martínez 2016)12, no se ha elaborado, con carácter monográfico exclusivo, ningún estudio de conjunto sobre los Suevos, ni en lo que respecta a su «Prehistoria», ni a la Historia de los «Suevos hispanos». Existen, por supuesto, las referencias a los Suevos un buen número de trabajos de diversos especialistas del mundo bárbaro, que han abordado su estudio a través de diversos enfoques y proble-
12 La monograf ía de Díaz Martínez 2016; y, sobre todo, la exposición In Tempore Sueborum. El tiempo de los Suevos en la Gallaecia (411-585). La creación del primer reino medieval de Occidente (15-12-2017 al 6-05-2018), la única realizada hasta la fecha con carácter monográfico sobre este período fundamental de la Historia de Galicia.
máticas en diferentes momentos de su Historia (Wenskus 1977; Claude 1978; Goffart 2007: 210-213; García Moreno 1989; Koller-Laitenberger eds. 1998; Kulikowski 2004: 197-209; López Carreira 2008; López Quiroga 2011). Una relativamente actualizada «visión de conjunto», de la mano de tres autores, la encontramos en la entrada «Suevos» (Sweben) del Reallexikon der Germanischen Altertumskunde (RGA), apenas una treintena de páginas en las que se aborda el nombre, desde una perspectiva filológica (Rübekeil 2005: 184-188); la Historia de los Suevos desde Caesar hasta Tacitus (Scharf 2005: 188-193); y, finalmente, el recorrido histórico de los Suevos hasta la conformación de reino suevo-hispano en la Gallaecia (Castritius 2005: 193-212). Una mención especial merece la obra de Luis A. García Moreno, quien a pesar de no haber dedicado un estudio exclusivamente de carácter monográfico sobre los Suevos hispanos, sí ha publicado numerosos artículos dedicados no sólo a los Bárbaros, en general y en Hispania en particular, sino a diversos aspectos de la Historia de los Suevos en la Península Ibérica y, concretamente, en la Gallaecia, introduciendo en España la metodología de análisis fundamentada en los procesos de etnogénesis sociopolítica (Wenskus 1977), en lo que se viene considerando como una perspectiva de análisis «interna» al mundo bárbaro (García Moreno: 1986, 1996, 2006). Destacamos, entre todos ellos, la tesis doctoral de Javier Pampliega (Pampliega 1998), Los Germanos en España13 y la «tesina» de Manfred Trambauer (Trambauer 2008), Gescheirtete Reichsbildungen im Frühmittelalter. Die hispanischen Sueben und die Rugier14. En ambos, se aborda el reino de los Suevos hispanos durante los siglos V y VI en la Gallaecia desde una concepción y metodología básicamente idénticas, en el marco de los procesos de etnogénesis sociopolítica, con esquemas conceptuales e interpretativos muy similares (quizás demasiado «rígidos» en el trabajo de Pampliega) respecto a la conformación de los «Estados» (mejor diríamos reinos) proto-medievales europeos. Tanto Pampliega como Trambauer, estudian el proceso de configuración y desarrollo de la monarquía sueva en Hispania desde lo que se ha venido denominando como una «óptica fundamentalmente interna a esos mismos pueblos» (García Moreno 1987); es decir, intentando evitar en la medida de lo posible, y teniendo en cuenta que las fuentes de las que disponemos son de origen greco-romano, la «visión romana» sobre los Bárbaros. En esta misma línea, pero bajo la «óptica romana», encontramos el breve, pero compacto, estudio de Jorge C. Arias, Identity and Interaction. The Suevi and the Hispano-Romans (Arias 2007), en donde el autor se suma a los numerosos trabajos que en la reciente historiograf ía abordan las cuestiones de identidad, no como una única identidad (antaño circunscrita al ámbito estrictamente étnico) sino como una suma de identidades situacionales que se utilizan ad hoc (en la línea propuesta por Patrick Geary: Geary 1983, 2002). El último trabajo monográfico, de muy reciente aparición15, dedicado al reino hispano-suevo (411-585), es el escrito por Pablo de la Cruz Díaz Martínez (Díaz Martínez 2011), quien relata el devenir de los Suevos en Hispania desde su conformación como reino con Hermerico hasta su desaparición tras la integración en el reino godo hispano por Leovigildo. Díaz Martínez, ofrece la «visión romana» sobre los Bárbaros y, en este caso concreto, sobre los Suevos-hispanos, a partir de quienes fueron sus principales narradores: Hidacio, Orosio, Isidoro de Sevilla y Juan de Biclaro, esencialmente16.
13 Dirigida, precisamente, por L. A. García Moreno. 14 Dirigida, en este caso, por el Walter Pohl (Academia Austriaca de Ciencias/Universidad de Viena), discípulo de Herwig Wolfram (Universidad de Viena), dos de los máximos exponentes en el estudio del mundo bárbaro en el marco del paradigma interpretativo de los procesos de etnogénesis socio-política. 15 La reciente monograf ía de Lorenzo Sueiro, como su propio título indica, no es un relato histórico sino una «nueva versión» de la romántica novela de Vicetto (Lorenzo Sueiro 2016). 16 Una perspectiva contraria a los trabajos de autores que ofrecen la que consideran como una perspectiva de análisis «interno» (la «visión germana») (García Moreno: 1986, 1996, 2006;
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Esta contraposición entre «romanismo» y «germanismo», bien se aborde su estudio desde un punto de vista «externo» (el romano) o «interno» (el «germano»), ha estado latente en la mayoría de los estudios históricos realizados sobre los Suevos y otros pueblos bárbaros (caso de los Godos) hasta prácticamente hasta la actualidad17. Esta dicotomía, que refleja una cierta visión maniquea de la Historia, está siendo en parte sustituida por el que actualmente casi se ha convertido en el «monotema» en el estudio de las sociedades antiguas: la identidad; entendida desde un punto de vista socio-político y socio-económico.
Bissula y Ermengon, dos mujeres «suevas» para comenzar una historia sin principio Dos mujeres con orígenes similares, pero con destinos diversos, nos permitirán ofrecer una perspectiva sobre el concepto de identidad entre los Bárbaros, y concretamente sobre los Suevos, pues en efecto, ambas son «suevas» de nacimiento. Bissula era, con seguridad, natural del alto Danubio; en cuanto a Ermengon, podemos tan sólo suponer un origen geográfico similar (incluso podría haber nacido en la Gallaecia), aunque sencillamente lo ignoramos. Ermengon probablemente fuera de condición noble, incluso podría haber pertenecido a la stirps regia de los «Suevos hispanos», creada por Hermerico, y se casó con Ingomaris, ¿un vándalo? Bissula fue capturada como esclava, liberada y finalmente «compañera sentimental», diríamos hoy, del insigne poeta Ausonius Decimo Magno (310-395), un muy ilustre romano. Bissula y Ermengon representan de forma paradigmática la compleja historia de las gentes barbarae, y en el caso concreto que nos ocupa de la gens suevorum, tanto vista desde «dentro», y por lo tanto inherente a la propia dinámica evolutiva interna de las sociedades bárbaras (Ermengon) como desde «fuera», la perspectiva romana (Bissula), en lo que fueron las consecuencias de una interacción, más violenta que pacífica, entre Roma y los Bárbaros. Pero, detengámonos un poco en nuestras dos protagonistas, viajemos con ellas en el tiempo y analicemos los problemas e interrogantes que sus identidades, como historiadores, nos plantean. Nuestro viaje nos lleva, en primer lugar, a Augusta Treverorum (Treveris, en la actual Alemania), hacia finales del siglo IV. Volviendo Ausonio de una campaña militar de Valentiniano en la región entre el Danubio y el Neckar, hacia el 36818, trajo como prisionera a una jovencita esclava (tenera puella)19 sueva (Sueuae uirguncula)20 que en poco tiempo, y tras su liberación, se convirtió en su compañera. Poco tiempo después de su llegada a la corte imperial compondría Ausonio el opúsculo De Bissula, a ella dedicado, y de la que habla profundamente enamorado a su buen amigo Axius Paulus21. En el año 368, un Ausonio casi sesentón, rondaría ya los 58 años, se encontraba en el limes danubiano siguiendo, una vez más, una campaña
Pampliega 1998; Trambauer 2008). 17 Como bien se refleja en uno de los títulos que más se emplearon en la universidad española en los años ochenta del siglo pasado, en la colección de la Historia de España dirigida por Manuel Tuñón de Lara, Romanismo y Germanismo: el despertar de los pueblos hispánicos (siglos IV-X), escrito por Sayas Abengoechea y García Moreno (Sayas Abengoechea-García Moreno 1981). 18 Viaje de Ausonio durante el período en el que era instructor del príncipe Graciano, y al que seguiría hasta la frontera en una campaña contra los Alamanes, componiendo dos epigramas y el opúsculo (más bien elegía) a Bissula (Cazzuff í 2010: 134). 19 Biss., 31. 20 Biss., 19. 21 Manejamos la edición de Green 1999 (epist, 27, 5); junto con la clásica de Ausonio, «Bissula», M. G. H. A. A. 5, 2, (éd. E. Schenkl, Munich, 1883), 126; y las más recientes de Dräger 2002 y Kay 2001.
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militar romana, en este caso contra los Alamanes asentados en el sudoeste de la actual Alemania. La victoria militar de Valentiniano proporcionó a Ausonio una esclava, que él llamó Bissula, y que le seguiría hasta Roma, convirtiéndose, tras la prácticamente inmediata liberación de su condición de esclava, en ciudadana romana y libre. La descripción de Ausonio, obedezca a una realidad histórica o no, refleja los reiterativos tópicos y estereotipos sobre el aspecto f ísico de los «Germanos» y entre ellos de los Suevos (Fig. 5), puesto que retrata a Bissula con «el aspecto de una germana, de ojos azules y cabellos rubios» (germana maneret, ut facies, oculos caerula, flaua coma)22, y al mismo tiempo como «romana» de costumbres latinas que la habrían influenciado favorablemente (Sic Latiis mutata bonis)23. Esta mezcla o simbiosis entre su origen «germánico» (suevo) y sus costumbres actuales «romanas» refleja, una vez más, esa dicotomía entre lo romano y lo bárbaro, lo «civilizado» y lo «salvaje» que Ausonio contrapone entre la forma, su belleza, que hace de ella una «hija del Rin» (Rheno genitam)24 de «voluptuosidad bárbara» (voluptas, barbara)25 (Fig. 6), y la lengua, que la convierte en latina. Hacia el 368, cuando Ausonio conoce y comienza su relación con Bissula, los Alamanes, objetivo de la campaña de Valentiniano, ocupaban los Agri Decumates, en el suroeste de la actual Alemania, un sector geopolíticamente estratégico en la frontera (limes) romana, situado entre los cursos altos del Rin y el Danubio. Los Alamanes (aller männer: todos los hombres), se considera, como otros conjuntos de Bárbaros, que habrían llegado al suroeste de Alemania y Bohemia en un proceso «migratorio» desde el curso del Elba, y que entre las poblaciones que los componían los Suevos constituirían una de los más relevantes. No en vano, aunque ya a mediados del siglo VI, Gregorio de Tours identificó y/o confundió a los Suevos con los Alamanes, en el momento de su asentamiento en el noroeste de la Península Ibérica: Suebi, id est Alamanni, gallitiam adpraehendunt. Que Ausonio considere a Bissula una sueva, entra dentro de una lógica razonable según los esquemas inherentes a la Etnograf ía construida por los autores greco-romanos sobre las gentes barbarae desde tiempos de César y Tácito. Eso sí, y siempre aceptando la existencia de un supuesto, y ciertamente dif ícilmente demostrable, movimiento migratorio desde el Elba al Danubio de los Alamanes (junto con grupos de Suevos-semnones), Bissula habría nacido en los Agri Decumates (las provincias de Germania superior y Raetia) y pertenecería a la segunda generación de emigrantes en estas tierras. Hoy en día los Alamanes, al igual que los Francos, son interpretados como el resultado de la política de gestión de la frontera romana, en un área estratégica del limes renano-danubiano, en el sentido de haber visto favorecida su configuración y evolución socio-política bajo el estímulo e influencia de Roma, una especie de glacis protector (como en su momento lo fueron, y lo siguen siendo hoy en día, por ejemplo, Israel o Jordania) frente a las gentes barbarae (Vándalos y Godos, entre otros) (López Quiroga 2011). Un efecto, el de la configuración de Francos y Alamanes, de lo que se ha definido muy acertadamente como «una de las mayores creaciones del genio político y militar romano» (Geary 1983: 2002), a través del «arte de la gestión de clientelas» (Heather 2001). Bissula, una adolescente bárbara por su origen, romana por su educación posterior ¿es una genuina representante del mundo bárbaro o más bien el resultado de la acción de Roma en su desigual relación con las gentes barbarae? ¿Cuánto hay de «sueva» en Bissula y cuánto de «romana»? El recorrido vital de Bissula no habrá sido muy diferente del de numerosos individuos procedentes del Barbaricum que
22 Biss., 25-26. 23 Ibidem. 24 Biss., 27-28. 25 Biss., 29-30.
optaron y/o se vieron obligados a integrarse en la civilización romana no siempre en las favorables condiciones en las que se desarrolló la de Bissula), o en el caso de los hombres, y en incontables ocasiones, mediante su participación como soldados y/o mercenarios en el ejército romano26. Ignoramos, no obstante, cuál era la condición social originaria de Bissula. En su opúsculo, Ausonio habla de su condición de libertad, lo que supone una situación social previa como esclava. Pero ¿era Bissula ya una esclava entre los Suevos a los que pertenecía? ¿Fue hecha esclava por los romanos tras la campaña de Valentiniano contra los Alamanes, como era frecuente? Cierto es que los esclavos existían entre las sociedades denominadas bárbaras, al igual que los hombres y mujeres libres, pero desconocemos si Bissula tenía tal condición. Fuera una esclava o perteneciera a la élite alamano-sueva, no es dif ícil imaginar que, con independencia de su apariencia f ísica (el color de su pelo y de sus ojos), Bissula podría haber llevado algunos de los elementos de vestimenta y adorno personal que se evidencian a través del estudio del mundo funerario27 de la época, finales del siglo IV/comienzos del V, localizados en el suroeste de la actual Alemania, en los Agri Decumates. Las necrópolis de este sector no evidencian realmente una profusión de elementos de vestimenta como característicos de las mujeres alamano-suevas. Aunque sí son muy frecuentes entre las niñas y mujeres alamanas, como Bissula, y hacia mediados del siglo IV, los collares con cuentas de collar azul cobalto. Collares que, no obstante, no denotan ningún rasgo de identidad característico de un grupo poblacional determinado, puesto que este tipo de materiales son de procedencia claramente romana, consecuencia del intercambio de objetos llegados desde tierras del Imperio hasta el suroeste de Alemania y Bohemia. Hecho que viene corroborado, además, por la ausencia de este tipo de collares en el norte de Alemania, Escandinavia y al este del Oder (Böhme 1974; Koch 1976). En la breve, a través de las palabras de Ausonio, historia de Bissula encontramos pues toda una serie de elementos a los que se enfrenta cualquier estudioso del mundo bárbaro y, entre ellos, los Suevos, pertenecientes éstos al grupo de lo que los especialistas consideran como «Germanos occidentales»: • el «filtro romano» en la descripción de los Bárbaros y del Barbaricum plagado de topos y estereotipos que se reflejan en los textos de los autores greco-romanos y en la iconograf ía que representa a las gentes barbarae (Fig. 5 y 6); • la compleja interacción de las relaciones entre Bárbaros y Romanos que ignorándolo todo, o casi todo, de los primeros por parte de los segundos, acaba configurando un universo diferente entre dos mundos con niveles de desarrollo social, político y económico a años luz de diferencia (Heather 2010). Ambos elementos, el «filtro romano» y la interacción entre ambas sociedades (la romana y la bárbara), se encuentran lógicamente imbricados en la propia Historia de los Suevos. El camino emprendido, no de forma voluntaria obviamente, por Bissula, el de la integración y/o asimilación, constituye una de las vías posibles
26 La participación de mercenarios de origen alamánico en el ejército romano se evidencia por algunas, aunque poco numerosas, inhumaciones de elites bárbaras en este sector, como el denominado «guerrero de Gütlingen» y concretamente en la tumba 1901, fechada entre los años 460 y 480. Esta tumba contiene casco, spatha, umbo, «franciska», cuenco de vidrio, un broche en forma de cruz con almandinas, objetos pertenecientes probablemente a un mercenario bárbaro que sirvió en el ejército romano y, sin duda, de alto rango (Kokkotidis 2008: 319). 27 Mundo funerario que muestra todavía para los siglos III y IV, una coexistencia entre la incineración y la inhumación, tanto en el área de los «Germanos del Elba» como en el suroeste de Alemania y en Bohemia (Schach-Dörges 1997: 87).
que ofrece el resultado del contacto, del «descubrimiento» por parte de Roma del mundo bárbaro, pero no es la única28. En efecto, el caso de Ermengon nos enfrenta a una de las cuestiones claves, por ineludibles, a la hora del estudio del mundo bárbaro y, en este caso concreto, de los Suevos: la identidad/es. Desplacémonos, por lo tanto, hacia el sur, al norte de África y concretamente a Hippona (Annaba, en la actual Túnez), la ciudad natal de San Agustín, y situémonos hacia la segunda mitad del siglo V, prácticamente un siglo después del episodio de Bissula. En este lugar, y en lo que son los restos de la catedral tardo-antigua de Hippo Regius, en pleno «barrio cristiano» de la ciudad, se halló una tumba, en su apariencia de clara tipología tardo-romana construida con lajas y tegulae de sección rectangular (Fig. 7a), que contenía los restos de una mujer con un depósito funerario en su interior (una vasija: Fig. 7b), colocado con toda probabilidad en un momento posterior. Hasta aquí nada que llame extraordinariamente nuestra atención, salvo por el hecho de que la tumba de esta mujer, por la inscripción a la que se asocia (Fig. 8), habría pertenecido a una denominada Ermengon, identificada en dicho epitafio como Svaba29 siendo, a su vez, esposa de un tal Ingomaris (Coniuves Ingomaris). Se trata de una tumba doble (la vasija, Fig. 7b, habría sido depositada en una «segunda inhumación»), en la que el epitafio, que señala una fecha estimada para el fallecimiento de Ermengon hacia el 47430, se colocó posteriormente sobre el piso ya destruido del mosaico (König 1981: 301). En esa fecha, y desde un punto de vista de la organización socio-política, el poder era ejercido en ese territorio norteafricano por los Vándalos, en lo que se conoce como «el reino vándalo del norte de África» (Courtois 1955). Con independencia de los problemas cronológicos, no menores, que plantea este hallazgo (la propia tipología de la tumba; la existencia de, al menos, una doble inhumación; la colocación del epitafio, etc.) (König 1981; Eger 2001; Gil Egea 2007), y si aceptamos, no habiendo razones objetivas para afirmar lo contrario, la autenticidad de la inscripción (aún cuando el campo epigráfico de ésta pueda corresponder a dos momentos cronológicos diferentes, no necesariamente muy distantes en el tiempo), surgen de inmediato una serie de interrogantes que encierran toda la problemática histórica y también, porque no decirlo, el «halo de misterio» que parece envolver todo lo que rodea a los Suevos. Observemos, en primer lugar, la propia inscripción (Fig. 8) y fijemos nuestra atención en la sexta línea que compone el campo epigráfico del epitafio. Aquí se evidencia, creemos que con bastante claridad, que pudo haber sido añadida una línea más en un momento posterior a las cinco que conforman el epígrafe funerario de Ermengon. En efecto, las letras de esta sexta línea son significativamente de menor tamaño que las de las cinco restantes, hecho derivado del menor espacio disponible. El tipo de letra es idéntico en todo el epitafio (obsérvese, por ejemplo, los trazos característicos de la G y la A en ambos antropónimos: Fig. 8), por lo que
28 La historia de Ausonio y Bissula, como ejemplo de esta interacción entre dos mundos, el bárbaro y el romano, es recogido en el sugerente y documentado libro de Claudio Magris El Danubio, en el que destaca al Danubio (la «civilización danubiana») como «un mundo detrás de las naciones», en contraposición al particularismo y exclusivismo del nacionalismo alemán, representado simbólicamente por el Rin. Magris considera a los alemanes «los romanos de Mitteleuropa» (concepto político, el de Mitteleuropa creado también por el propio Magris) (Magris 2004). 29 No son muchos los epígrafes que hacen referencia a Suevos, además del de Ermengon, podemos mencionar la inscripción hallada en Colonia, correspondiente al siglo II, que menciona a una matribus Suebis Euthungabus (CIL XIII 8225); y, seguramente no por casualidad, otro localizado también en Hippo Regius, mencionando a Suabila (Fig. 5) (http:// www2.rgzm.de/foreigners). 30 Courtois señala que la fecha indicada en el epitafio haría referencia a la era de Cartago, no a la edad de Ermengon al fallecer (Courtois 1955: 375).
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la mano que las elaboró bien pudo haber sido la misma. Ahora bien, lo significativo no es sólo el hecho de existir una escritura posterior a la del epitafio original, sino el significado de las dos palabras que se añaden: Coniuves Ingomaris (Fig. 8). Ello nos está indicando que Ermengon, una sueva, fue la esposa de Ingomaris, que en nuestra opinión no era suevo, y que, probablemente, era un vándalo (Gil Egea 2007). Por lo tanto, estas cuatro palabras: dos antropónimos Ermengon e Ingomaris, y dos sustantivos, sueva y esposa (en un epitafio con una formulación claramente cristiana _ bon(a)e memori(a)e in p/ace_ omnipresente en inscripciones funerarias de la época a lo largo y ancho de todo el mediterráneo), posibilitan que, como historiadores, nos planteemos ciertas cuestiones. El primero de los sustantivos, define la identidad y la adscripción de Ermengon a un conjunto poblacional determinado entre las gentes barbarae, los Suevos. El segundo, hace referencia al estado civil de la fallecida, puesto que estuvo casada con un tal Ingomaris, del que no se menciona su identidad, tan sólo su nombre. ¿Por qué fue necesario señalar que Ermengon era la esposa de Ingomaris? ¿Por qué a Ermengon se la identifica como sueva, mientras que no es necesario hacerlo con su marido Ingomaris? ¿Por qué era también suevo o por qué era un vándalo? ¿La identidad de ambos era una cuestión relevante en la segunda mitad del siglo V? ¿Y si dicha identidad constituía un asunto de cierta importancia, ante quién lo era y por qué? ¿Qué hacía una sueva alrededor del 474 en el norte de África? ¿Cómo pudo haber llegado Ermengon a Hippo Regius y en qué circunstancias lo hizo? ¿Habría sido «capturada» Ermengon, 32 años antes y quizás siendo casi una niña como Bissula, en la incursión vándala en las costas de la Gallaecia hacia el 44231? ¿Cuál pudo ser la condición social de Ermengon e Ingomaris dentro de sus respectivas comunidades? ¿Estamos ante un matrimonio tradicional al uso o la relación entre ambos refleja algo más desde un punto de vista socio-político? Y vayamos incluso más allá ¿Ermengon, que fallece en la segunda mitad el siglo V en el norte de África, es un eslabón más de la cadena de una historia que podría comenzar con Ariovisto hacia finales del siglo I a. C.? ¿O ambos individuos, separados por casi veinte generaciones, no tienen nada en común, salvo el hecho de ser considerados, a los ojos de los romanos, como Bárbaros y por algunos representantes de la élite cultivada greco-romana como Suevos? ¿Si Ermengon y Ariovisto se hubieran encontrado se reconocerían como pertenecientes a un mismo pueblo, encontrarían algo que los relacionase, tendrían realmente algo en común? ¡Veinte generaciones! Más de medio mileno, tal es la distancia, y no solo geográfica, que separa a Ermengon, la sueva, de Ariovisto, otro ¿suevo? Y, sin embargo, ambos tienen muy poco o casi nada en común. No tanto por el hecho del arco temporal que separa a Ermengon de Ariovisto, sino más bien porque la Historia de los Suevos, como la de aquellos que los greco-romanos denominan como Bárbaros, no es una historia linear, su recorrido histórico está lleno de lagunas, las de las propias fuentes que evidencia largos períodos sin mencionarlos, y las procedentes de nuestra incapacidad para percibir un mundo tan complejo y heterogéneo como el de los Bárbaros y, entre ellos, la gens suevorum. No obstante, los Suevos han sido objeto de estudios, ciertamente no muy numerosos en relación a otros pueblos Bárbaros, que sin embargo dejar muchas más sombras que luces. Entre ellas, la ineludible cuestión de la identidad entre los Bárbaros, presente en el recorrido vital de Bissula y Ermengon, y significativamente las identidades, como acertadamente señala Claudio Magris, puesto que concordando absolutamente con él «adquirir una nueva identidad no significa traicionar la primera» sino enriquecerla, y la Historia de
31 Hyda. 123: «Vandali nauibus Turonio in litore Galleciae repente aduecti familias capiunt plurimorum».
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los Suevos, como la de los Bárbaros, evidencia ese continuo enriquecimiento de la identidad propia a través de múltiples y cambiantes identidades que se «negocian» y se adaptan «a conveniencia»; en definitiva, identidades entrelazadas, como las de Bissula y Ermengon, dos mujeres para comenzar una historia sin principio: la Historia de los Suevos.
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32 No se trata de una bibliograf ía exhaustiva y sistemática de todos los trabajos publicados o que hacen referencia a los Suevos, tan sólo una selección personal de algunos trabajos que permiten trazar la evolución historiográfica de los estudios a ellos dedicados.
125
Monarca
Fig. 1. Felix Dahm (1834-1912)
Fig. 2. Benito Vicetto (1824-1878) 126
Reinó en
Murió en
Hermenerico I, el fundador
409
429
Hermengario, su hijo
429
433
Genserico, el Alevoso, su hermano
433
434
Hermenerico II, el Victorioso, hijo de Hermengario
438
441
Rechila I, el Glorioso, hijo de Hermenerico
441
448
Requiario, el Católico, hijo de Rechila I
448
456
Fraula, el Fastuoso
456
460
Maldras, el Marino
460
462
Frumario o Frumarico, el Incesto, hijo de Maldrás
462
464
Remismundo, el Vengador, hijo de Rechiario
464
470
Heurico II, el Combatiente
470
474
Genthamundo, el Envenenador
474
474
Hermenerico III, el Afortunado, hijo de Remismundo
474
483
Hermenerico IV, el Denodado, hijo de Hermenerico III
483
492
Theodomundo, el Sanguinario
492
497
Hermenerico V, el Excomulgado
497
518
Rechila II, el Verdugo
518
539
Cariarico, el Bondadoso
539
552
Teodomino I, el hijo de Dios
552
560
Ariamiro, el Cazador
560
563
Theodomiro II, el Grande
563
570
Miro, el Lidiador
570
583
Eborico, el Tonsurado
583
583
Andeca, el Fementido
583
585
Malarico, el Mártir
585
586
Fig. 3. Cronología de los Reyes Suevos, según Benito Vicetto (© J. López Quiroga)
Fig. 5. Busto de bronce representando a un «guerrero suevo», hallado en el campamento militar romano de Brigetio (Hungría). © Museo Nacional de Hungría, Budapest
Fig. 4. Genealogía de los Reyes Suevos, según Benito Vicetto (© J. López Quiroga)
Fig. 6. Sarcófago de Portonaccio (Roma) (180-200 d. C.). Representa a los Bárbaros capturados bajo grandes trophei romanos o trofeos de batalla. La iconograf ía evidencia la imagen estereotipada de los Bárbaros: los hombres con la característica «trenza sueva» y larga barba; las mujeres con el cabello y rasgos también predeterminados (como podría ser el aspecto de Bissula) y diferentes a las mujeres romanas. © Museo Nazionale Romano, Palazzo Massimo alle Terme 127
Fig. 7a. Planta del exterior e interior de la tumba de sección rectangular correspondiente a Ermengon Suaba (Túnez). © http://www2.rgzm.de/foreigners
Fig. 8. Estela funeraria de Ermengon (Hippo Regius, Annaba, Túnez): Die III idus septe/mbres recessit E/rmengon, Suaba, / bon(a)e memori(a)e in p/ace, ann(o) XXXV. Coniuues Ingomaris (König 1981, Taf., 50a) 128
Fig. 7b. Vasija localizada en el interior de la tumba de Ermengon (Túnez); probablemente procedente de inhumación posterior © http://www2.rgzm.de/foreigners
Fig. 9. Inscripción de Svabila (Hippo Regius, Annaba, Túnez) © http://www2.rgzm.de/foreigners
Requiario (448-456): un rey para un reino frustrado Pablo C. Díaz (Universidad de Salamanca)
L
a historia de los suevos de Hispania podría ser vista, como el encabezamiento de esta colaboración da a entender, como una historia frustrada. A pesar de haber construido un reino territorial que se instaló en los límites occidentales del Imperio romano y le sobrevivió largamente alcanzando a pervivir más de 170 años, los suevos no tuvieron la fortuna de encontrar quien historiase su periplo vital, quien ensalzase el valor y la nobleza de sus reyes, la antigüedad de sus estirpes, que les sacase de la denigrante categoría de bárbaros para darles un puesto digno en la emergente Cristiandad. Su historia debemos reconstruirla a partir de los lamentos de un agraviado, el cronista y obispo Hidacio, que les consideró los destructores de un mundo feliz (Díaz Martínez 2011: 35-46); o del relato de los conquistadores visigodos que hicieron lo posible por enterrar su recuerdo y borrar su rastro en beneficio de su propia celebración. Y lo hicieron con tanta eficacia que un historiador francés llegaría a escribir hace medio siglo que de no haber existido el reino suevo de Galicia, la historia no se habría resentido en demasía (Musset 1965, 54-56). Afirmación que se vierte sobre un pueblo que constituyó el primero de los reinos bárbaros de lo que más tarde sería Europa, y que lo hizo casi 65 años antes de que el Imperio romano desapareciese formalmente; que sobrevivió al acoso de algunos de los generales romanos más prestigiosos del momento y de los federados godos, amén de otras incursiones bárbaras que ocasionalmente también actuarían en beneficio del Imperio,1 así podrían interpretarse algunos ataques de vándalos y de hérulos sobre las zonas de asentamiento suevo en el noroeste. Que lo hizo con la suficiente eficacia como para, en algunos momentos de mediados del siglo V, extender su soberanía prácticamente sobre toda la península ibérica, con la excepción de la Tarraconense costera, las zonas de lo que hoy abarcan Cataluña y el norte de la Comunidad Valenciana aproximadamente. Ese momento de mayor esplendor vendría a coincidir con el reinado de Requiario. En agosto de 448 Requiario sucedió a su padre Requila quien muere en Mérida (Hydat 129), donde parece haber instalado su corte tras la toma de la ciudad en el 439. Y desde la cual ha llevado a cabo una serie de campañas que le han permitido la conquista, además de la Lusitania, de la Baetica y la Cartaginensis. Es posible que no fuese un dominio permanente y bien estructurado pero el control de Sevilla parece haber sido continuado durante casi dos décadas. Incluso ha sido capaz de desalentar las incursiones imperiales y ha puesto en fuga a algunos de sus generales, como el magister utriusque militiae Vito que en el 446 había llegado al sur de Hispania con un ejército de auxiliares godos (Ibidem, 126). La noticia del acceso al poder de Requiario viene acompañada de un dato sorprendente, frente al paganismo profesado aún por su padre, Hidacio dice que el nuevo rey es católico (Silva 1953-1954). Y esa puede ser la causa de que su elección contase con la oposición de una parte de su parentela, gente sua dice el cronista, quizás una parte de su séquito que pudo ver en esa conversión una traición a las tradiciones del grupo, una renuncia a sus rasgos de identidad. Sin embargo, es posible que esta conversión, que parece anterior a su elección como rey, no fuese tanto una opción personal como una decisión política, un acto de oportunidad; fuese para ganarse a las poblaciones provinciales diferenciándose del arrianismo de los godos, que vuelven a ser la fuerza de choque de los
1 Hydat 123, 189. Referencias de la edición de Burgess 1993.
emperadores; o fuese para acomodarse con las estructuras sociales dominantes, con la jerarquía católica, por ejemplo, que ha suplantado a las viejas autoridades imperiales como líderes populares. Ahora bien, sin descartar esa intencionalidad, parece claro que Requiario no renunciaba a su condición de jefe guerrero. Inmediatamente después de acceder al trono dirigió sus pasos hacia ulteriores regiones en busca de botín. El término parece evocar la primitiva denominación romana de la Bética como provincia Ulterior, lo que no ha impedido que algunos hayan preferido imaginar que se refiere a zonas de la meseta septentrional, incluso de la costa cantábrica, quizás porque apenas un año después el rey estaba saqueando Vasconia. A pesar de la parquedad de la información, sabemos que Requiario, además de la fuerza y de los intentos de seducción por vía religiosa, recurrió a la diplomacia para consolidar las posiciones alcanzadas frente al Imperio. Tras la mencionada huida de Vito y sus federados godos, Requiario inició una aproximación hacia la corte goda de Tolouse que culmina en el 449 con su matrimonio con la hija del rey visigodo Teodorico (Hydat 132), hecho que es celebrado con la mencionada campaña sobre los vascones. En julio visita la corte visigoda y de regreso saquea Lérida y la región de Zaragoza, Hidacio dice que asociado con los bagaudas (Ibidem, 134; Díaz Martínez 2011: 79-80), Isidoro prefiere creer que lo hace en compañía de los mismos godos, lo que tendría sentido en el contexto de oposición que los godos mantendrían en las décadas siguientes con las aristocracias del valle del Ebro. Caso de ser cierta la colaboración con los bagaudas esta se fundamentaría en el interés común por combatir los restos del poder romano en la provincia Tarraconense. Pero las décadas centrales del siglo V son convulsas. La corte de Rávena ha encontrado un respiro cuando Aezio, con el concurso de los godos de Teodorico, quien muere en la batalla, derrota a los hunos en el 451 en los Campos Cataláunicos. Alejados los hunos, el Imperio retoma la actividad diplomática con respecto a Hispania. En el 452 el comes Hispaniarum, Mansueto, acompañado de otro comes de nombre Fronto, llegaron ante los suevos a negociar los términos de un acuerdo de paz (Hydat. 147). La imprecisión de la noticia deja a la interpretación si se pretendían reestablecer los términos de un acuerdo precedente (Burgess 1993: 103), o si se trataba de un primer tratado de convivencia. En cualquier caso, el alto rango de la delegación enviada desde Rávena implica una consideración hacia el reino suevo hasta ahora desconocida. Dos años después, Valentiniano III envió una nueva embajada ante los suevos, encabezada por el legado Justiniano; parece que el emperador, tras la ejecución de Aecio, simplemente estaba confirmando los acuerdos alcanzados por iniciativa de su anterior protegido (Gillet 2003: 36-83, 273-277). Aunque no hay referencias directas a los acuerdos adoptados, parece que se habría establecido un reparto de áreas de influencia entre el rey suevo y el Imperio. Los suevos devolvieron la Cartaginense a los romanos (Hydat. 161), y probablemente el Imperio reconoció el control suevo sobre Gallaecia, incluidos los territorios del antiguo conventus de Clunia, y Lusitania. Toda la franja occidental de la península, incluyendo aparentemente el control de Sevilla, en la Bética. Un testimonio del historiador godo Jordanes, parece situar la frontera meridional en el Tajo, aunque probablemente esté mezclando dos momentos distintos de definición del territorio suevo. Las noticias no parecen mostrar la renovación de ningún foedus precedente, sino que se trataría de un acuerdo entre iguales (Díaz Martínez 2011: 81). 129
Este contexto favorable parece haber reforzado de una manera evidente el papel de la monarquía sueva y contribuiría a generar una ficción de poder que el monarca parece haber querido rodear de una serie de iniciativas simbólicas de enorme interés. El paso desde un liderazgo guerrero asociado a la riqueza de un tesoro y a la fidelidad de su séquito, a una monarquía territorialmente fijada cuya soberanía se ejerce sobre un espacio delimitado, supone un salto cualitativo de enorme trascendencia hacia la conformación de soberanías territoriales autónomas respecto a Roma. La fijación de una sede del poder y la emisión de moneda, como símbolo de esa autonomía, suponen un paso fundamental que ningún otro poder bárbaro había materializado. Cinco siliquae de plata, algunas de ellas aparecidas en contexto arqueológico (Cebreiro Ares 2012: 41-44), acuñadas a nombre de Requiario, constituyen la prueba de que el reino suevo había dado con este rey un cambio drástico de lo que hasta ahora eran las relaciones entre el Imperio y los pueblos que se están instalando en sus fronteras. En el reverso de estas monedas una leyenda, ivssv richiari reges, rodea una corona de laurel en cuyo centro se inscribe la abreviatura BR, inequívocamente identificada con la ceca bracarense. Esta proclamación de la monarquía de Requiario, asociada a la ceca de Bracara, es una muestra de la emulación de formas de poder imperiales; el rey es el centro del poder y Braga su sede, su capital. El reino asume la lengua del Imperio que es el latín, y remite su comparación a la figura de Honorio, muerto bastante antes de que el mismo Requiario llegase al poder. Honorio ocupaba el trono imperial cuando los suevos se asentaron en Gallaecia y aunque se negó a firmar un acuerdo con ellos, el uso de su modelo probablemente pretenda reivindicar un pacto, fuese real o ficticio, reclamar que el reino suevo había sido reconocido legalmente por Honorio o quizás simplemente evocar un reinado que interpretaban como prestigioso (López Sánchez 2010). No sabemos cuántas monedas se acuñaron, es imposible detectar si hubo diversas emisiones, imposible también saber si se emitieron coincidiendo con un acontecimiento específico, pero parece claro que no tenían una finalidad económica sino autocelebrativa, lo que justificaría la misma elección de la plata como metal de acuñación. Dentro de los planes de Requiario por hacerse dueño de toda Hispania (Torres Rodríguez 1957), las acuñaciones le situaban al nivel de un Caesar, con poderes sobre toda la Península. La muerte de Valentiniano III alteró profundamente el equilibrio en el Mediterráneo occidental. Los suevos se sienten liberados de sus compromisos con Rávena, rompen sus pactos e invaden la Cartaginense. Avito envió al comes Fronto, Teodorico II a sus propios embajadores, para que los suevos respetasen las promesas dadas. Sin embargo, los suevos despidieron a los legados y rompiendo todos los juramentos, invadieron la provincia Tarraconense que estaba sujeta al Imperio romano. Una nueva embajada visigoda al año siguiente fue seguida de otra invasión por parte de Requiario sobre la misma provincia Tarraconense, con saqueo y toma de numerosos cautivos. La respuesta fue entonces contundente. Por orden de Avito, el godo Teodorico II entró con su ejército en Hispania y el 5 de octubre del 456 derrotó a los suevos en las proximidades de Astorga, en las riberas del Órbigo. Requiario que estaba al frente de las tropas fue herido y huyó hacia las regiones más alejadas de Gallaecia (Hydat. 166), Teodorico saqueó Braga el 28 de octubre, sometiéndola a un humillante saqueo que afectó tanto a romanos como a suevos. Hidacio manifiesta principalmente la enorme frustración que le producen las vejaciones que los godos infringen a la población romana, a las vírgenes consagradas, a los clérigos y a los lugares sagrados (Ibidem, 167). Entretanto, Requiario se había refugiado en Porto, quizás con la pretensión de huir por mar, pero fue capturado y llevado ante el rey visigodo que por un tiempo lo mantiene prisionero, aunque en diciembre lo hace ejecutar (Ibidem, 171). Los suevos supervivientes del combate del Órbigo se rindieron, parte de ellos fueron ejecutados igualmente, debían ser individuos importantes 130
dentro del entorno del poder por cuanto la conclusión del cronista no puede ser más clara: «el reino de los suevos fue destruido y eliminado» (Ibidem, 168). La anarquía se apoderó ahora de las relaciones intrasuevas y de estos con los provinciales. Cuando unos años después el reino consiga restaurar unas bases territoriales, estas se habrán circunscrito a la Gallaecia y el norte de Lusitania, el sueño de un reino peninsular había quedado definitivamente roto.
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131
Fig. 1. Mérida, ciudad donde Requiario parece haber sido elegido rey a la muerte de su padre
132
Fig. 2. Lanhoso, lugar del hallazgo de una de las monedas acuñadas a nombre de Requiario
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Fig. 3. Mértola, puerto sobre el Guadiana y punto fuerte de control suevo en época de Requila y Requiario
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Monarquia e Igreja na Gallaecia na segunda metade do século vi1 Leila Rodrigues da Silva (Universidad Federal de Río de Janeiro)
T
endo1 em vista o propósito desta publicação, objetivamos no presente texto refletir brevemente sobre as relações entre Monarquia e Igreja na segunda metade do século VI. No contexto de transformações experimentadas pelo mundo antigo em princípios do século V, a chegada dos «bárbaros» na Península Hispânica marcou uma etapa significativa na história da região. A despeito do desagrado de parte da elite local,2 não tardou até que a estrutura geopolítica desenhada pelo Império Romano fosse superada e novas configurações estabelecidas. Embora a monarquia já pudesse ser caracterizada entre os suevos como uma instituição relevante, representando, inclusive, um elemento capaz de lhes conferir unidade e identidade antes do assentamento,3 as dificuldades decorrentes da relação com os visigodos, militarmente superiores, inviabilizaram por um longo período qualquer perspectiva de autonomia plena. Assim, ainda que um Regnum, mesmo incipiente e sem fronteiras claramente definidas, tenha se iniciado desde o deslocamento suevo ao noroeste peninsular,4 apenas com a aproximação e mútua colaboração entre as lideranças políticas e eclesiásticas, em meados do século VI, pode-se reconhecer a constituição de um reino bem-sucedido, mesmo que, como sabemos, de curta longevidade. Com o fim da Crônica de Idácio, em 469, a escassez de documentos desfavoreceu o conhecimento detalhado do relacionamento entre autoridades políticas e eclesiásticas, por quase um século.5 Em contrapartida, um valioso corpus documental foi produzido a partir de meados do século VI. Deste conjunto, destacam-se as referências feitas por Gregório de Tours que apontam para a importância da
1 O presente texto reúne uma breve síntese de algumas das considerações apresentadas no livro, resultado da minha tese de doutorado defendida em 1996: Silva, L. R. da. Monarquia e Igreja na Galiza na segunda metade do século VI: o modelo de monarca nas obras de Martinho de Braga dedicadas ao rei suevo. Niterói. Rio de Janeiro: EdUFF, 2008. 2 A crônica de Idácio se notabilizou pelo relato dos movimentos de suevos, vândalos e alanos na Península em princípios do século V. Sua perspectiva, como integrante da elite local, ressaltou, via de regra, o caráter belicoso dos recém-chegados. Cf.: Hydace. Chronique. Intr., et trad. par Alain Tranoy. Paris: Cerf, 1974. 2 v. 3 Embora, como destaca P. C. Díaz Martinez, não haja como garantir a existência de um rei permanente nos primeiros anos pós chegada à península, bem como a observação do caráter eventualmente dinâmico assumido por esta instituição entre os germanos, a estabilidade alcançada pelos monarcas suevos até Requiário, à qual se relaciona as condições sucessórias, indica a legitimidade da monarquia como fenômeno reconhecido entre os suevos desde os primeiros deslocamentos no interior do Império. Cf.: López Quiroga, J. et Lovelle, M. R. De los romanos a los bárbaros: la instalación de los suevos y sus consecuencias sobre la organización territorial en el norte de Portugal. Studi Medievali, Spoleto, 3ª serie, ano 38, fasc. II, p. 529- 560, diciembre 1997. p. 529-550; Díaz Martinez, P. C. El reino suevo (411585). Madrid: Akal, 2011. p. 103-152. 4 Torres Rodríguez, C. El reino de los suevos. La Coruña: Fundación «Pedro Barrie de la Maza Conde Fenosa». Instituto «P. Sarmiento» de Estudios Gallegos, 1977. p. 70; Arce Martínez, Javier. Bárbaros y romanos en Hispania. Madrid: Marcial Pons, 2007.p. 132. 5 Embora a carta em resposta à consulta do bispo Profuturo de Braga ao Papa Vigílio evidencie a manutenção de atividade eclesiástica na região em torno de 538, apenas em meados do século VI, notícias mais regulares sobre tais atividades ressurgem. Cf.: Vigilio, Papa. Epistola ad Profuturum episcopum. In: Patrologiae. Cursus Completus. Series Latina. ed. J. P. Migne. Paris: Garnier, 1879. v. 84, 829-832.
conversão dos monarcas suevos ao cristianismo niceno,6 as atas dos concílios bracarenses7 e os escritos de Martinho de Braga.8 A conversão dos reis suevos,9 em torno de 559, representa um marco fundamental no processo de aproximação entre as autoridades políticas e religiosas, promovendo um ambiente favorável à consolidação política do reino. Tal aproximação transformou a causa religiosa em preocupação também dos governantes, diretamente interessados na maior assimilação entre as populações locais e sueva. Em outras palavras, junto às populações identificadas com práticas pagãs e priscilianistas10 pelos eclesiásticos, buscou-se a uniformidade da fé, com a perspectiva de integração da maioria dos habitantes do reino. Os monarcas suevos investiram, portanto, a partir da conversão, na construção da unidade política por meio da unidade religiosa. A sua ação, em conjunto com os eclesiásticos, possibilitou o fortalecimento do reino e da Igreja na região. A partir do reconhecimento da mútua colaboração, há que valorizar, dentre outros aspectos,
6 Grégoire de Tours. Histoire des Francs. Trad. Robert Latouche. Paris: Les Belles Lettres, 1996. Liv. 5, 37, p. 299-300; Gregorii Turonensis Episcopi. De Miraculis Sancti Turonensis. In: Patrologiae. Cursus Completus. Series Latina. ed. J. P. Migne. Paris: Garnier, 1879. v. 71. Lib. 1, 11. p. 923-925. 7 Concilios visigóticos e hispano-romanos. Ed. J. Vives. Madrid: csic. Instituto Enrique Florez, 1963. p. 65-106. 8 Martini Episcopi Bracarensis. Opera Omnia. Ed. C. W. Barlow. New Haven: The American Academy in Rome, 1950. 9 Não há uma datação definitiva para o período de governo de cada um dos monarcas suevos. Também não foram ainda dissipadas todas as dúvidas sobre a existência de alguns reis e consequentemente sobre o primeiro a se converter. Consideramos, até o presente momento, como satisfatórias duas propostas para a referida cronologia: a apresentada por Reinhart para o período de 409-458; 570-585 e a sugerida por Alberto Ferreiro para o período de 550-570. De acordo com estas proposições, a cronologia dos reis suevos é a seguinte: Hermerico (409-441); Réquila (438-448); Requiário (448-456); Maldras (456-460); Frantano (457458); Frumário (460-464); Remismundo (458-?); Carrarico (550?-558); Ariamiro (558-561); Teodomiro (561-570); Miro (570-583); Eborico (583); Audeca (583-585); Malarico (585). Cf.: Reinhart, W. Historia General del Reino Hispánico de los Suevos. Madrid: Publicaciones del Seminario de Historia Primitiva del Hombre, 1952. p. 62; Ferreiro, A. Braga and Tours: Some Observations on Gregory’s De virtutibus sancti Martini (1.11). Journal of Early Christian Studies, n. 3, fasc.2, p.195-210, 1995. p. 207. 10 O priscilianismo surgiu na Hispânia, na primeira metade do século IV. À primeira vista era apenas mais um movimento religioso que poderia ser caracterizado, fundamentalmente, por se opor ao comportamento pouco ascético do episcopado, com simpatizantes nas camadas mais populares e dentro da própria Igreja. Embora vários pontos vinculados ao movimento tenham sido tratados pela historiografia, tal fenômeno nos interessa, aqui, apenas nas suas nuanças mais diretamente relacionadas ao reino suevo e à Igreja na Galiza no século VI. Nesse sentido, há que destacar sua penetração nas áreas rurais do noroeste peninsular, bem como a identificação com as questões sociais e religiosas locais. Cf.: Blázquez, J. M. Prisciliano, Introductor del ascetismo en Gallaecia. Primera Reunión Gallega de Estudios Clásicos. Santiago-Pontevedra, 1979. p. 218-219; Cabrera, J. Estudio sobre el Priscilianismo en la Galicia Antigua. Granada: Universidad de Granada, 1983. p. 157-230; Olivares Guillem, A. Prisciliano entre la ortodoxia y la heterodoxia. Influencia del ambiente político y religioso en la evolución histórica del priscilianismo (ss. IV-VI d. C.). Revista de Ciências de las Religiones, 7, p. 97-120, 2002. p. 112-113.
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a participação dos monarcas suevos nas convocatórias conciliares.11 De uma maneira geral tal aliança propiciou, assim, condições para que a Igreja experimentasse, a partir de meados do século VI, um significativo movimento de reorganização interna e fortalecimento. A ausência por um longo período de assembleias mais amplas, como os concílios, justificada especialmente pelo clima geral de instabilidade política, e o isolamento dos membros da Igreja promoveram a relativa desestruturação do ambiente clerical. Após, a conversão, com a realização dos dois concílios bracarenses, em um intervalo de apenas onze anos, constatou-se um novo vigor eclesiástico. As atas das duas reuniões ocorridas em Braga,12 em 561 e em 572, colocam em relevo, por um lado, a existência de um peculiar momento de intensa atividade da Igreja, e, por outro, as suas principais dificuldades e estratégias para superá-las. Não obstante a pluralidade dos temas tratados, o conjunto composto por cento e trinta e três artigos13 exibe especial atenção ao relaxamento da disciplina eclesiástica, no seu sentido lato. As evidências de tal relaxamento apontam para várias questões mas ressaltam, sobretudo, a preocupação com o fortalecimento da hierarquia eclesiástica. Nesse sentido, a documentação indica um zelo especial à uniformização da liturgia e ao estabelecimento de normas de conduta e instrução para o clero, condições fundamentais à instrumentalização das autoridades e membros da Igreja para a atuação mais eficiente em uma causa maior, qual seja, a cristianização das populações do reino. A identificação de interesses entre a Monarquia sueva e a Igreja galaica, em meados do século VI, permitiu que a ação pastoral do clero local se confundisse com a sua atuação política. Assim, o esforço de cristianização clerical não pode ser reconhecido somente como um processo de ordem meramente religioso. Tal esforço possibilitou desdobramentos concernentes à construção e à ampliação de poderes também no âmbito político. Referimo-nos, particularmente, ao fato de que, com a intensificação da cristianização, a ascendência dos eclesiásticos pôde ser exercida, não apenas no que se refere às populações cristãs, mas igualmente no que diz respeito aos monarcas. Em relação às populações cristãs, a autoridade dos religiosos, relacionada à sua reivindicada capacidade de interpretar a palavra divina, constituía-se como um dado que advinha naturalmente da cristianização. Identificados como porta-vozes do sagrado, os clérigos desfrutavam tanto mais de legitimidade e de crédito quanto mais amplo fosse o número de fiéis. Quanto aos monarcas, embora não tenhamos condições de avaliar a sinceridade da sua fé, não é esse o elemento que deve ser destacado na análise da relação que estabeleceram com os membros da Igreja. Aqui convém realçar outro aspecto deste processo: a percepção por parte dos monarcas, em particular Teodomiro (561-570) e Miro (570-583), de que o vínculo estabelecido entre os religiosos e as populações cristianizadas do reino interagia com a construção e reforço de legitimidade do poder real e de unidade do reino. Tal dado, por si só, independentemente das convicções religiosas dos reis, certamente beneficiou o estreitamento dos laços entre os membros da alta hierarquia da Igreja e os monarcas suevos. O que mais nos importa, portanto, é observar dois dos aspectos que marcam a relação. Primeiro, aos reis suevos, a despeito dos seus verdadeiros estímulos, inte-
11 Embora o procedimento não seja inédito, visto que os imperadores romanos já o haviam adotado, evidencia o envolvimento dos monarcas no projeto de reorganização e fortalecimento da Igreja naquele momento. Cf.: Concilios visigóticos e hispano-romanos. Op. Cit., ICB. p. 65; IICB, p. 78. 12 Concilios visigóticos e hispano-romanos. Op. Cit. 13 Denominação que conferimos ao somatório de cânones e capítulos que compõem as duas atas.
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ressava a ampliação do cristianismo entre os habitantes do reino. Segundo, se, por um lado, a identificação de objetivos entre as autoridades religiosas e políticas se apresentava como um elemento a favorecer o reconhecimento do monarca junto às populações cristãs, por outro, possibilitava aos eclesiásticos a ascendência, também, sobre tais governantes. Essa ascendência foi especialmente exercida por Martinho, bispo de Dume e Braga. Proveniente do Oriente, e tendo chegado ao noroeste peninsular por volta de 550, é reconhecido por sua estreita vinculação à conversão dos monarcas suevos. Sua autoridade, evidenciada em sua participação nos concílios bracarenses, na titularidade da mais importante sé do reino e por seus escritos,14 associa-se, ainda, ao conjunto de obras dedicado ao monarca Miro: Formula Vitae Honestae, Pro Repellenda Iactantia, De Superbia e Exhortatio Humilitatis. Nestas obras, em proposição singular, Martinho reuniu elementos da cultura clássica e pressupostos cristãos, objetivando fornecer ao monarca suevo parâmetros de um dado comportamento considerado ideal. Assim, duas expectativas se vincularam simultaneamente. Por um lado, a intenção de apresentar um perfil modelar de governante e, por outro, o desejo de que Miro se adequasse a esse paradigma, tornando-se, desse modo, o governante idealizado. Para tal, a argumentação martiniana priorizou a abordagem de virtudes e vícios e se estruturou em torno de pontos básicos que se complementavam: em quais circunstâncias determinados vícios deveriam ser evitados; em quais momentos certas virtudes poderiam se apresentar, e, ainda, quais procedimentos teriam que ser adotados pelo monarca para que se mantivesse em consonância com um comportamento virtuoso. A aproximação, no reino suevo, entre a Igreja e a Monarquia, a partir de meados do século VI, proporcionou vantagens às duas instituições. Assim, se tal aliança tornou possível a existência de um espaço no qual a ação eclesiástica pôde contribuir para o desenvolvimento de mecanismos de consolidação do reino e reconhecimento ou ratificação do caráter legítimo do monarca suevo, a referida ação não se configurou incondicionalmente. Dessa forma, vinculado ao processo de reorganização e fortalecimento da Igreja na Galiza, Martinho de Braga, como porta-voz do episcopado local, formulou um padrão de monarca que, embora não subordinasse o rei à autoridade dos eclesiásticos, indicava-lhe diretrizes de conduta. Ao monarca se atribuiu uma função moral e isso lhe conferia um caráter especial. Verifica-se, pois, a estratégia eclesiástica de disciplinamento do monarca «bárbaro» a partir da consideração de princípios e valores cristãos. Os benef ícios da estreita relação entre Monarquia e Igreja favoreceram o reino suevo por algumas décadas. O expansionismo visigodo e sua já conhecida superioridade militar, entretanto, interromperam definitivamente, em 585, aquela próspera experiência.
14 Cf.: martini episcopi bracarensis. Op. Cit.
Bibliografia Arce Martínez, J. Bárbaros y romanos en Hispania. Madrid: Marcial Pons, 2007. • Blázquez, J. M. Prisciliano, Introductor del ascetismo en Gallaecia. Primera Reunión Gallega de Estudios Clásicos. Santiago-Pontevedra, 1979. • Cabrera, J. Estudio sobre el Priscilianismo en la Galicia Antigua. Granada: Universidad de Granada, 1983. • Concilios Visigóticos e Hispano-Romanos. Ed. J. Vives. Madrid: CSIC. Instituto Enrique Florez, 1963. • Díaz Martínez, P. C. El reino suevo (411-585). Madrid: Akal, 2011. • Ferreiro, A. Braga and Tours: Some Observations on Gregory’s De virtutibus sancti Martini (1.11). Journal of Early Christian Studies, n. 3, fasc.2, p.195-210, 1995. • Grégoire de Tours. Histoire des Francs. Trad. Robert Latouche. Paris: Les Belles Lettres, 1996. Liv. 5, 37. • Gregorii Turonensis Episcopi. De Miraculis Sancti Turonensis. In: Patrologiae. Cursus Completus. Series Latina. ed. J. P. Migne. Paris: Garnier, 1879. v. 71. Lib. 1, 11. • Hydace. Chronique. Intr., et trad. par Alain Tranoy. Paris: Cerf, 1974. 2 v. • López Quiroga, J. et Lovelle, M. R. De los romanos a los bárbaros: la instalación de los suevos y sus consecuencias sobre la organización territorial en el norte de Portugal. Studi Medievali, Spoleto, 3ª serie, ano 38, fasc. II, p. 529- 560, diciembre 1997. • Martini Episcopi Bracarensis. Opera Omnia. Ed. C. W. Barlow. New Haven: The American Academy in Rome, 1950. • Olivares Guillem, A. Prisciliano entre la ortodoxia y la heterodoxia. Influencia del ambiente político y religioso en la evolución histórica del priscilianismo (ss. IV-VI d. C.). Revista de Ciências de las Religiones, 7, p. 97-120, 2002. • Reinhart, W. Historia General del Reino Hispánico de los Suevos. Madrid: Publicaciones del Seminario de Historia Primitiva del Hombre, 1952. • Silva, L. R. da. Monarquia e Igreja na Galiza na segunda metade do século VI: o modelo de monarca nas obras de Martinho de Braga dedicadas ao rei suevo. Niterói. Rio de Janeiro: EdUFF, 2008. • Torres Rodríguez, C. El reino de los suevos. La Coruña: Fundación «Pedro Barrie de la Maza Conde Fenosa». Instituto «P. Sarmiento» de Estudios Gallegos, 1977. • Vigilio, Papa. Epistola ad Profuturum episcopum. In: Patrologiae. Cursus Completus. Series Latina. ed. J. P. Migne. Paris: Garnier, 1879. v. 84. •
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El I y II Concilios de Braga y el «parroquial suevo» Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid)
Élites eclesiásticas y control del territorio en la gallaecia del siglo vi
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n Bracara (Braga) se celebraron en época tardo-antigua tres Concilios, dos de ellos (el primero en el año 561 y el segundo en el año 572) tuvieron lugar bajo el dominio suevo en la Gallaecia, mientras que el tercero (reunido en el año 675) se desarrolló en el marco del Reino Godo de Toledo. Nadie cuestiona, ya desde principios del siglo xvi, la falsedad del supuesto Concilio celebrado en Braga entre los años 408 y 411, evidente por los numerosos anacronismos que contiene en lo tocante a los cargos de los dignatarios eclesiásticos presentes, sedes episcopales todavía inexistentes a comienzos siglo V, uso de fórmulas impropias del momento, cuestiones litúrgicas fuera de época, etc. Sin duda, esta falsificación es preciso entenderla en el contexto de las disputas territoriales diocesanas entre diferentes sedes episcopales del noroeste peninsular, intentando justificar la primacía de la sede bracarense sobre las demás. El I Concilio de Braga (561) permite constatar como todavía en la segunda mitad del siglo VI el priscilianismo continuaba fuertemente asentado, especialmente al norte del Miño, razón que explica la necesidad de la jerarquía católica de configurar y estructurar una verdadera iglesia ortodoxa en el reino suevo (Díaz y Díaz 1976, 1977, 1991; Tranoy 1977). Para ello, era necesario organizar convenientemente la red eclesiástica de este territorio reforzando las estructuras jerárquicas tanto en el ámbito urbano, donde se ubicaban las sedes episcopales, como en el rural. Esta nueva estructuración y reforzamiento de la jerarquía católica comenzaría por los propios obispos. Así, en los Capitula Martini1, vemos toda una serie de medidas antipriscilianistas destinadas fundamentalmente a fijar en cada sede episcopal un único obispo, sometiéndolo a la autoridad del metropolitano correspondiente (Isla Frez 1992: 12). Es preciso señalar, que los dos primeros Concilios de Braga aunque tuvieron lugar durante el Reino Suevo (411-585), fueron convocados en un período muy diferente al de los inicios y primer desarrollo del poder suevo en la Gallaecia. En efecto, en la segunda mitad del siglo VI, y en concreto en los once años que se extienden entre la fecha del I (561) y II (572) Concilios bracarenses, la monarquía y el poder político suevo vivían una etapa de relativa tranquilidad y ef ímero esplendor, fruto de la estratégica alianza establecida entre la élite sueva y la Iglesia católica galaica. Los Concilios I y II de Braga nos permiten conocer directamente la estructuración eclesiástica del territorio en la segunda mitad del siglo VI2 a partir de los obispados, calcando el organigrama administrativo tardo-romano en función de las aglomeraciones principales (las ciuitas) y secundarias (uici), y la presencia o no de
1 La obra de Martín de Braga es fundamental para la comprensión del progreso y desarrollo de la cristianización en el medio rural del noroeste peninsular, las mejores ediciones de sus obras son: Martini Episcopi Bracarensis (ed. obra completa en Barlow 1950); De correctione rusticorum, (ed. Caspari 1833; ed. Clos 1981; Naldini 1991). 2 El Concilio de Elvira sigue constituyendo, hasta la fecha, el documento más antiguo que menciona para el conjunto de Hispania 38 comunidades cristianas (19 obispos y 10 sacerdotes) a principios del siglo IV, de ellos uno para la Gallaecia (el obispo de León y un presbítero para Braga) (Sotomayor 1996).
los obispos de las diferentes sedes (Fig. 1). En lo que respecta al territorio al norte del Miño, prácticamente la Galicia actual, el I Concilio de Braga (561) se mencionan las sedes episcopales de Iria Flavia, y Britonia, mientras que en el II (572) se nombra a la sede de Tude. Estas tres localidades se ubican en la costa norte del conventus lucensis (distrito de Lugo), caso de Britonia, y en la costa occidental del mismo, Iria y Tude. Éstas dos últimas eran, además, dos importante aglomeraciones secundarias, antiguas mansiones viarias de la via per loca maritima del Itinerario de Antonino, ya en época romana (Pérez Losada 2002; Fernández Ochoa- Morillo Cerdán- López Quiroga 2005). Ello está reflejando una profunda reordenación del organigrama administrativo eclesiástico en el norte de la Gallaecia, puesto que no sólo se crearon «nuevos» obispados sino que, y como consecuencia de ello, otros desaparecerían, es el caso de Celenis (Caldas de Reis, Pontevedra), que dejó de ser obispado en beneficio del recién creado de Iria, y geográficamente muy cerca de aquél. El territorio diocesano de Iria se configuró así a partir del que anteriormente correspondía a Lucus (coincidiendo prácticamente con la extensión del conventus bracarensis), mientras que el de Tude, lo fue a partir del que correspondía a Bracara, al sur del Miño, en el conventus bracarensis (Fig. 1). La diócesis de Iria comprendía todo el sector occidental costero de ‘Galicia’ hasta el río Verdugo (desde el cabo de Estaca de Bares) (López Alsina 1989), puesto que al sur de este río comenzaría el territorio diocesano de Tude. En cuanto a esta última sede episcopal, Tude, formaba parte de la última transformación que se produjo en el cuadro diocesano del noroeste juntamente con las de Portumcale Castrum Novum (Oporto) y Auria (Ourense), creadas las tres probablemente en el mismo momento. El territorio diocesano de Tude se extendió desde el río Verdugo al Limia (López Quiroga-Rodríguez Lovelle 1996). Por lo que concierne a la sede de Britonia, debemos señalar que se trata de un obispado con un carácter bastante particular. Algunos autores sostienen que fue creado por inmigrantes bretones que llegaron a la costa cantábrica de «Galicia» huyendo de las invasiones anglo-sajonas (David 1947), bajo forma de «comunidades cristianas célticas» estructuradas alrededor de un monasterio central, el monasterio Maximo en el caso de Britonia (identificándose con la actual Santa María de Bretoña), y en el que el abad sería al mismo tiempo el «obispo» de la sede (David 1947). Este esquema organizativo recuerda el que conocemos para el monasterio de Dume, en el suburbium de Bracara, construido sobre una villa suburbana de la ciudad (Fontes 1987, 1988, 1990; López Quiroga 2004), como es frecuente en los monasterios tardo-antiguos (Díaz Martínez 1998), en el que el abad (Martín de Dumio o Fructuoso de Braga) fue al mismo tiempo el obispo de su diócesis, en este caso de la sede episcopal bracarense. Ello concuerda, también, con la propia tradición del tipo de monacato impulsado por Fructuoso de Braga en el siglo VII, una simbiosis de tradiciones celto-irlandesas y orientales (basadas en la regla de San Pacomio en Egipto), en la que era característica la figura del «obispo-abad», ya que el obispo era ante todo un monje, primando así la función eremítica sobre la propiamente pastoral y episcopal (López Quiroga 2002). Para la Gallaecia meridional, hasta el I Concilio de Braga (561) carecemos de informaciones sobre la evolución de la organización territorial eclesiástica al sur del Miño. En la segunda mitad del siglo VI, la situación había variado considerablemente respecto a la que conocíamos por el I Concilio de Toledo (397-400). No figura entre los ocho obispos que firman las Actas del I Concilio de Braga (561), por ejemplo, 139
el que debería corresponder a Chaves. Son 13 los obispos que suscriben las Actas del II Concilio de Braga (572), aunque de este hecho no es posible concluir que dichos obispados hubiesen sido creados en ese período, pues habrían podido no estar presentes por múltiples razones y, sin embargo, existir el obispado con anterioridad. No olvidemos que las Actas del I Concilio de Toledo (397-400) permiten deducir la presencia de 12 obispos para el conjunto de la Gallaecia. Estos obispados estaban divididos en dos distritos –el de Bracara y el de Lucus–, con Braga como sede metropolitana de la provincia de Gallaecia (López Quiroga-Rodríguez Lovelle 1996). A Braga pertenecerían: Coimbra, Idanha, Viseu, Lamego, Magneto y Dume. A Lugo: Tui, Ourense, Astorga, Iria y Britonia. Sólo Braga poseería el rango de sede metropolitana, siendo la pretensión de Lugo, en este sentido, una consecuencia de la reorganización de la estructura eclesiástica del territorio en época alto-medieval. La división en dos distritos constituye una reforma en la organización eclesiástica del territorio que tiene un marcado carácter descentralizador (López Quiroga 2004). Una última modificación fue la desaparición del obispado de Magnetum (Meinedo) y la creación del de Oporto. Podríamos, por lo tanto, diferenciar tres etapas en este largo proceso de reorganización de la estructura eclesiástica del territorio entre el I Concilio de Toledo (397-400) y el II de Braga (572): • Hasta el 561 (I Concilio de Braga), tendríamos los obispados de Lugo, Aquae Celenae (Caldas de Reis), Braga, Chaves, León y Astorga. • Entre el 561 y el 572 (I y II Concilios de Braga), se añadirían los obispados de Iria, Tui, Oporto, y Ourense, desapareciendo definitivamente Chaves. En esta etapa tendría lugar un proceso de territorialización de las diócesis; es decir, una mejor definición de los límites correspondientes a cada obispado. • Entre el 572 y el 582, el Parroquial Suevo reflejaría la estructuración de la red diocesana y «parroquial» existente para el último cuarto del siglo VI en el noroeste peninsular. La red episcopal que contiene permanecería invariable hasta las posteriores modificaciones de época alto-medieval; sobre todo en lo que respecta al Norte del Miño, ya que entre Miño y Duero dicha red no va a sufrir ninguna modificación. El Parrochiale suevum, o falso Concilio de Lugo, para el conjunto de la Gallaecia y el norte de la Lusitania en la segunda mitad del siglo VI d. C., es un texto posterior al II Concilio de Braga (572). Pierre David fechó este texto, del que hoy nadie pone en duda su autenticidad, entre el 572 y el 589, aunque finalmente limita la fecha al año 582 (David 1947). En efecto, entre el 572 y el 576 tuvieron lugar una serie de conflictos militares en la Gallaecia (David 1947), lo que no constituyó precisamente el contexto más adecuado para emprender este tipo de reformas eclesiásticas. La única posibilidad, si seguimos la cronología propuesta por David, es que el Parrochiale suevum haya sido redactado entre el 576 (una vez conquistado e integrado el reino suevo en el reino godo de Toledo por Leovigildo) y el 582. En el caso de adoptar la primera cronología propuesta por David, podría darse una segunda opción, la de una organización territorial en el interior de los obispados anterior a la conversión al catolicismo de todo el pueblo godo en el III Concilio de Toledo (589), lo que haría necesario suponer que la imagen que refleja el Parrochiale suevum se situaría en el contexto de la conquista y unificación de este sector por parte de la monarquía toledana (López Quiroga-Rodríguez Lovelle 1996). En lo que respecta a la lista de «parroquias» contenidas en el Parrochiale es necesario subrayar que la lista de topónimos para el norte de la Gallaecia se corresponde de forma mayoritaria con amplias circunscripciones territoriales y antiguos populi prerromanos, a diferencia de lo que ocurre en la Gallaecia meridional, en donde las menciones de ecclesiae como núcleo central de estas «parroquias» era la característica principal (López Quiroga 2004). Esta vertebración eclesiástica del territorio se apoya en una mayoritaria presencia de topónimos de raigambre pre140
rromana que hacen mención de antiguos populi (López Quiroga 2004; Fernández Calo 2015). Como hemos tenido ocasión de señalar en otras ocasiones, en realidad el «Parroquial Suevo» (un texto ciertamente objeto de numerosas interpolaciones) es un palimpsesto que trasluce la organización y vertebración del poblamiento y el territorio de la Gallaecia de la segunda mitad del siglo VI, que fue aprovechado por la administración eclesiástica para sustentar su organigrama jerárquico en esa provincia (López Quiroga-Rodríguez Lovelle 1996). Para el territorio al sur del Miño el «Parroquial Suevo» menciona la existencia de una serie de «parroquias», diferenciando para las diócesis de Oporto y de Braga entre «iglesias» y pagi. La identificación de los 133 topónimos contenidos en la lista del Parroquial ha dado lugar a propuestas diversas, unas veces respecto a lo que sería el núcleo o sede principal de la «parroquia» y otras sobre lo que sería su hipotética extensión territorial (López Quiroga-Rodríguez Lovelle 1996; López Quiroga 2004; Sánchez Pardo 2014) (Fig. 2). Sin ser imposible, dicha labor de identificación encierra una gran dificultad ya que muchos de los topónimos contenidos en el «Parroquial Suevo» han desaparecido completamente, requiriéndose para ello un minucioso trabajo filológico. Otra cuestión importante es la de definir la categoría precisa de los núcleos en los que se situaba la sede de estas «parroquias». Los uici, castella y pagi son aquellos que Isidoro de Sevilla considera como próximos a las ciudades por su categoría y número de sus habitantes. Si bien los uici y los castella se identifican siempre con un núcleo principal, los pagi pueden ser designados por éste o por el nombre de los habitantes que allí viven. Es decir, los pagi poseerían una significación territorial que no tendrían los otros núcleos. Así, y en lo que se refiere a las diócesis de Braga y Oporto, si bien integran algunos pagi, estarían en su mayor parte formadas por «parroquias» situadas en uici o en castella. El «Parroquial Suevo» constituye una excelente fuente de información para conocer la red de poblamiento (y una auténtica guía para futuras prospecciones y excavaciones arqueológicas: López Quiroga 2004; Sánchez Pardo 2014) ya que al tener como objetivo un control del territorio, quizás con fines económicos y recaudatorios, mostraría el grado de vertebración territorial del noroeste para la segunda mitad del siglo VI. En nuestra opinión, en dicho documento se refleja una clara dualidad territorial, ya presente en época prerromana y romana, entre las zonas costeras y las interiores de la Gallaecia (López Quiroga 2004, 2013). En este sentido, es posible diferenciar dos tipos de «parroquias», en lo que a su organización territorial se refiere: • «Parroquias», con un núcleo urbano bien definido y un poblamiento concentrado en torno a ese núcleo donde estaría un complejo cultual de tipo «parroquial»: los vici (como Occulis calidarum – Caldas de Vizela–, o Magneto -Meinedo-), los castella (como el caso de Oporto –Portumcale castrum novum–) (Fig. 3) e importantes ciuitates (entre ellas Tongobriga –en Freixo–, Marco de Canaveses) (Fig. 4)3. Sería este el caso del territorio que se extiende entre la desembocadura del río Verdugo, en Galicia, y la del Duero, en el Norte de Portugal, espacio que se correspondería grosso modo con la franja costera de las diócesis de Tui, Braga y Oporto (Fig. 2). • «Parroquias», sin un centro urbano claramente definido, con un poblamiento disperso en torno a su iglesia principal, de grandes dimensiones y con un acusado carácter territorial. Serían esencialmente los pagi, con denominaciones que se identificarían con un grupo de habitantes (Bibali, Tepori, Geurri) o con una
3 Tongobriga (Freixo, Marco de Canaveses), es un importante enclave romano, situado en la confluencia del Támega con el Duero, mencionada como una «parroquia» en la segunda mitad del siglo VI y en donde bajo su iglesia parroquial se documentó un edificio cultual cristiano fechado en el siglo VI (Fig. 4).
zona geográfica (Senabria). Se correspondería este tipo de «parroquias» con el resto del territorio, esencialmente las zonas interiores montañosas de los distritos de Lugo y Braga, caso de la diócesis de Auria (Ourense) (Fig. 5). En este caso los edificios y complejos cultuales cristianos podrían haber funcionado como polos eclesiásticos para amplios conjuntos espaciales, constituyéndose en verdaderas células propagadoras del Cristianismo en los sectores más alejados de las capitales de las diócesis. En definitiva, el «Parroquial Suevo» fue más un punto de partida, al reflejar una organización ancestral del territorio que hunde sus raíces en época prerromana y romana, que un punto de llegada, puesto que la red parroquial no tomará su forma casi definitiva hasta el siglo XII, en el marco de la reforma gregoriana. Deberíamos, por tanto y para la segunda mitad del siglo VI, hablar de «pre-parroquias» y no de «parroquias» en sentido estricto (López Quiroga 2013).
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Fig. 1. Sedes episcopales de la Gallaecia en época sueva (siglos V y VI) (© J. López Quiroga)
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Fig. 2. La vertebración eclesiástica de la Gallaecia en la segunda mitad del siglo VI a partir del denominado «Parroquial Suevo». © J. López Quiroga – M. Rodríguez Lovelle
Fig. 3. «Parroquias» de la diócesis de Auria (Ourense) en la segunda mitad del siglo VI, según el denominado «Parroquial Suevo», diferenciando entre la «iglesia principal» (la sede episcopal auriense) y pagi. © J. López Quiroga
Fig. 4. «Parroquias» de la diócesis de Oporto en la segunda mitad del siglo VI, según el denominado «Parroquial Suevo», diferenciando entre ecclesiae y pagi. © J. López Quiroga
Fig. 5. Tongobriga (Freixo, Marco de Canaveses, Oporto), una de las «parroquias» mencionadas en el «Parroquial Suevo» en la segunda mitad del siglo VI. © fotograf ía: J. Caramanzana 144
La moneda de época sueva: Un destello fugaz en la historia monetaria de Gallaecia Ruth Pliego (Universidad de Sevilla)1 1
L
a historia monetaria del territorio de la actual Galicia se remonta a la moneta castrensis, acuñada durante las guerras cántabras en los momentos finales de la República Romana (García-Bellido 2006; Vila 2012), pero debieron pasar varios siglos hasta que, en el tránsito entre la Antigüedad Tardía y la Temprana Edad Media, tuviera lugar el capítulo de mayor esplendor desde el punto de vista numismático. Dicho capítulo comenzó con las emisiones monetarias realizadas durante la vigencia del reino suevo, y tras la absorción de este pueblo por Leovigildo (585), continuó con el desarrollo de la peculiar acuñación de los visigodos en Gallaecia. Las características de esta última permiten entrever una marcada identidad cuya más destacada manifestación es la enorme cantidad de cecas que acuñaron en este territorio en algún momento del periodo visigodo. Si, en efecto, esta es una peculiaridad de la moneda visigoda en lo que afecta a las emisiones en el conjunto peninsular, cabe destacar que aproximadamente la mitad del centenar de cecas visigodas de las que se tiene constancia pertenecen a localidades de la Galecia (Pliego 2009: I, 128 y ss.; 2012).
Aproximación al estudio de la moneda sueva Uno de los obstáculos más reiterados por los investigadores que se han enfrentado al periodo suevo es la falta de testimonios literarios, que unido al silencio de la documentación arqueológica hacen su interpretación muy compleja2. En líneas generales esa falta de documentación literaria y arqueológica, puede ser solventado en parte cuando el periodo de estudio cuenta con producciones monetarias. La moneda, como fuente primaria de la historia, constituye uno de los documentos más preciados en la interpretación histórica, y en ocasiones resulta clave a la hora de responder interrogantes que otras fuentes ocultan. No obstante, en el caso que nos ocupa, y por motivos que en seguida comentaremos, el acercamiento a las acuñaciones del periodo suevo suscita más dudas que certezas. El repertorio de la moneda de época sueva es uno de los más reducidos en el conjunto de las producciones de los reinos germánicos. Los cálculos más fiables proporcionan una cifra que no sobrepasaría los 200 especímenes registrados3 aunque obviamente debe haber muchas piezas dispersas en colecciones desconocidas. Asimismo, no se descarta lo que el futuro puede deparar con respecto a hallazgos arqueológicos, puesto que en estas actividades se observa una creciente preocupación y cuidado por la recuperación del material numismático, muy diferente a lo que sucedía en décadas pasadas. A pesar de su escueto volumen, este numerario presenta una serie de características que hacen su estudio muy atractivo. Por citar solo algunos de ellos diremos que se trata de un repertorio compuesto por deno-
1 Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación ‘La invención del pagano: Las fronteras de la identidad religiosa en el mundo tardoantiguo’ (HAR-2014-51946), Ministerio de Economía y Competitividad. 2 La utilización arbitraria de los vacíos de documentación es expresada magistralmente por Díaz - Menéndez 2016: 162. 3 Cabral - Metcalf 1997: 33. Señalamos que las citas a esta obra bilingüe se harán de su versión inglesa.
minaciones en varios metales, así sólidos y tremises en lo que respecta al oro, y silicuas, a la plata. Por otro lado, el pueblo suevo fue el primer pueblo en incluir el nombre de un monarca en sus monedas, en concreto el de Requiario (a. 448-456), y también es la primera amonedación peninsular en aludir a nombres de ciudades en sus acuñaciones. Estas y otras peculiaridades que tendremos la oportunidad de exponer la distinguen del resto de la amonedación germánica, en particular, y de manera destacada debido a su cercanía geográfica, resulta sorprendente la diferencia con la moneda visigoda. Pero acercarse al estudio de las acuñaciones de época sueva supone, además, conocer la problemática de la misma que algunos investigadores han puesto de relieve desde casi los inicios de la investigación4. El primer obstáculo al que nos enfrentamos es que no se cuenta con documentación suficiente para atribuir todo el repertorio comúnmente considerado suevo a este reino. Ello no es debido a que el nombre del monarca solo aparezca de manera ocasional en una –o dos– de las emisiones consideradas, es decir la ya aludida silicua de Requiario y el cuestionado, como se verá, tremis de Audeca (a. 584-585), puesto que en este contexto histórico las imitaciones de la moneda oficial está ampliamente documentada (Grierson Blackburn 1986). El motivo fundamental se debe a que ni las denominaciones geográficas que recogen las monedas de la serie Munita5, ni los hallazgos del conjunto de estas emisiones permiten una vinculación directa con el territorio del reino suevo. En lo que respecta a este último asunto, debemos hacer hincapié en que el estudio de la moneda sueva está condicionado de manera importante por la falta de tesoros y añadiríamos que también de hallazgos aislados, puestos que estos no son muy sobresalientes, proviniendo en su mayoría de noticias antiguas o basadas en testimonios orales. Esto hace que las cuestiones planteadas no terminen de concretarse, creando incertidumbre en muchos aspectos de este numerario, entre los que deben ser destacados la cronología y la organización de las cecas, así como la clasificación de las piezas. A la mencionada parvedad del repertorio, compuesto además por monedas en metales preciados, se añade el interés del coleccionismo galaico-portugués por un periodo histórico propio y diferenciado en tiempos tan tempranos, lo que ha propiciado la falsificación de esta serie, que al igual que ha sucedido con la visigoda, se remonta a casi los inicios de su coleccionismo y que viene a complicar más el asunto.
El nacimiento de los estudios sobre el numerario suevo A pesar del escueto repertorio que la conforma, el interés por esta serie se remonta a las «Congeturas» de J. de Velázquez (1759)6, si bien fueros investigadores posterio-
4 Un análisis de esta problemática en Cebreiro 2012, con bibliograf ía anterior. 5 Tal como se explica más adelante preferimos esta denominación a la de «Latina Munita». 6 A pesar de su esfuerzo, en la selección realizada por Velázquez (1759, 108-120) no hay ninguna moneda sueva sino tremises pseudo-imperiales visigodos con reverso Victoria.
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res quienes pusieron las bases de su estudio7. El primer intento de sistematización de la moneda sueva vino de manos de Heiss (1891)8 aunque fue W. Reinhart, sin embargo, quien tuvo la oportunidad de publicar un más amplio repertorio, clasificando el material en diferentes categorías entre las que se incluyeron por primera vez los sólidos de imitación9. Muchos e importantes trabajos se sucedieron tras los mencionados y a la mayoría de ellos se hará alusión en las líneas siguientes10 pero sin duda el trabajo más importante sobre el numerario suevo lo debemos a Cabral - Metcalf (1997). Estos autores analizaron todos los aspectos numismáticos de la serie, incluido el de la composición metálica de los especímenes, y esa obra, a pesar de no ser un corpus al uso, constituye el más completo compendio de la moneda sueva, siendo imprescindible para acercarse a su estudio.
El numerario de Gallaecia en época sueva Líneas atrás ya comentamos que no existe documentación que sustente que todas las acuñaciones tradicionalmente incluidas entre el numerario suevo los son realmente. Asimismo, también se ha comentado las enormes diferencias que encierra con respecto a la moneda visigoda. De hecho a grandes rasgos y salvando discrepancias evidentes, se observa una mayor similitud con la amonedación merovingia11 en la medida en que esta serie galaica, como aquella, cuenta con excepcionales emisiones ‘reales’, si bien la mayoría de ellas incluyen el nombre de taller o un nombre personal12 y o en ocasiones aparece el de ambos13. Tras habernos acercado a su análisis, el repertorio comúnmente considerado suevo estaría formado, en nuestra opinión, por diversas series monetarias de carácter desigual y diferenciado, cuya fabricación no responde a una autoridad emisora única e inequívoca como expondremos en su lugar. Es posible distinguir, por un lado, 1) las emisiones ‘reales’ suevas que serían por un lado (a) la silicua a nombre del rey Requiario (a. 448-456); por otro, de ser auténtico, (b) el tremis a nombre del rey Audeca (a. 584-585). Además habría evidencia de otras 2) emisiones áureas cuya autoridad emisora no es evidente, entre las que se distinguen (a) los sólidos de imitación a nombre de Honorio (m. s. V), y (b) los tremises, que a su vez pueden ser agrupados entre los de carácter (b.1) ‘pseudo-imperial’ a nombre del emperador (b.1.1) Honorio (c. m. s. V) y (b.1.2) Valentiniano III (c. 550) además de los de (b.2) la Serie Munita (c. 550). Dif ícil de incluir en este repertorio el sólido a nombre de Honorio y ceca de Bracara conocido desde no hace mucho y que será el primero en ser analizado.
7 Destacan en los estudios de Eckel 1798, Lelewel 1835, Allen - Teixeira 1865, Dias 1877, Keary 1878 y Engel - Serrure 1891. 8 No más de 23, puntualizando que todos ellos procedían de colecciones o hallazgos portugueses (Heiss 1891: 146-147). 9 Los conocimientos de Reinhart sobre la moneda sueva fueron publicados en tres trabajos en los años 1937, 1942 y 1952. Un acierto el de Cabral - Metcalf (1997: 315-329) al incluir en un anexo los inventarios y láminas del trabajo publicado por Reinhart en 1937. 10 Entre los que debemos destacar a Beltrán Villagrasa (1955, 1957, 1960); Mateu - Llopis 1936, quien publicó la serie sueva perteneciente a la colección numismática del Museo Arqueológico perdida durante la Guerra Civil española que incluía el aludido tremis a nombre de Audeca; y Barral i Altet 1976, que, aunque dedicada a la circulación monetaria visigoda, incluye una acertada síntesis sobre la moneda sueva además de registrar los hallazgos conocidos hasta esa fecha. 11 Tal como ya vio García Moreno 2006: 47 y ss. 12 Que en la moneda merovingia es el del monetario (Grierson - Blackburn 1986: 121). 13 Ver con respecto a la moneda merovingia: Ibidem, 120.
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El sólido de Honorio con marca BR ¿sólido oficial acuñado en Bracara? Hace una década apareció en el comercio numismático un sólido a nombre de Honorio con las letras BR en el lugar de la marca de ceca, y que procedía al parecer de un hallazgo de Huelva14. La inmediata atribución al taller de Bracara quedaba fuera de dudas debido al precedente de la marca de este taller que presentan las silicuas de Requiario. Llama la atención del sólido de Bracara su magnífica factura, muy similar a la de la ceca de Mediolanum, que nos hizo pensar desde el principio que estábamos ante un ejemplar oficial y no una imitación. La interpretación más actual sobre el tema la debemos a F. López-Sánchez15 para quien, en efecto, se trataría de un sólido oficial acuñado hacia el año 423 y en el contexto de la captura del usurpador Máximo que trajo consigo la alianza de las tropas imperiales, visigodas y suevas entre los años 420 y 422, y que ocasionó una ceremonia triunfal en Ravena16. Para este autor esta emisión, que suponemos conmemorativa, probablemente se habría acuñado en Rávena u otra ceca como Roma o Milán aunque para ser distribuida en Bracara17. El fenómeno de acuñaciones en una determinada ceca, principalmente en la de Roma, para su circulación en otra bien distinta es conocido en el mundo romano (Asolati et alii 2009), y si bien no conocemos nada comparable en lo que respecta a este periodo, esta es la interpretación más plausible para explicar esta rara pieza con los escasos datos que tenemos (Fig. 1).
La silicua a nombre de Requiario (a. 448-456) La emisión de plata de Requiario muestra en anverso el busto del emperador Honorio (394-423) con la fórmula epigráfica habitual en sus amonedaciones DN HONORIVS PF AVG, mientras que el reverso es ocupado por un tipo muy original con cruz dentro de corona flanqueada por las letras B y R alusivas a la ceca de Bracara, y leyenda alrededor IVSSV RICHIARI REGES. Esta silicua es conocida al menos desde fines del siglo xviii cuando Eckel (1798) y Lelewel (1835) incluyeron el único ejemplar conocido hasta entonces18 en sus respectivas obras generales. Tal como explicó Reinhart (1942: 326), ya en el trabajo de Eckel se cuestionó la autenticidad de esa pieza hoy perteneciente a la colección de la Bibliothèque Nationale de France (París) (Fig. 2), si bien él mismo se retractó de su primera opinión negativa en 1952 debido a que entonces ya había aparecido un ejemplar en las excavaciones arqueológicas de Castro Lanhoso (Póvoa de Lanhoso, distrito de Braga)19 (Fig. 3). En este último trabajo Reinhart reconoció que su condena se debió a que él mismo había visto otro ejemplar de París posteriormente propiedad de F. Stefan, y actualmente en la colección numismáticadelBode Museum de Berlín20, «exactamente del mismo cuño» que aquél de la Bibliothèque Nationale, y que le pareció una falsificación (Reinhart 1952: 136). Varias cuestiones nos suscitan este asunto. En primer lugar, el hallazgo de una silicua de Requiario en excavación no acredita automáticamente la autenticidad las piezas de París y Berlín como así consideraron muchos autores incluido Reinhart. De hecho, las características tipológicas
14 Vendida en septiembre de 2007 por la casa de subasta londinense Dix Noonan Webb. Ver también López-Sánchez 2015: 185, n. 41. 15 En este mismo volumen. 16 López-Sánchez, en este mismo volumen, cit. McCormick 1986: 57-59, notas nº 76 y 80. 17 Según comunicación oral. 18 Procedente del mercado numismático en concreto de M. Gossellin. 19 Teixeira 1940. Este ejemplar está conservado en el Museu D. Diogo de Sousa (Braga). 20 Enlace permanente: http://ikmk.smb.museum/object?id=18206270
que muestran los especímenes no inducen por sí mismas a dudar de ellas y por tanto se entendería la existencia de un prototipo auténtico para las falsificaciones, aunque sí tanto su fábrica como el aspecto general y de detalle de las mismas. Esto fue lo que debió suscitar sospechas desde el principio a personas habituadas a trabajar con monedas como Eckel o Reinhart. En este sentido, y aun sin haber tenido el ejemplar en la mano, a la vista de la fotograf ía digital consideramos que estos numísmatas no se equivocaron al condenar el ejemplar de Berlín. Por otro lado este autor tampoco erró del todo al considerarla del mismo cuño que la de la Bibliothèque, si bien se podría plantear que la alemana se hubiera realizado a partir de un molde de esta última21. Debemos confesar que nuestra impresión sobre la moneda de París también fue negativa, incluso antes de leer la etiqueta de ‘Faux’ que la acompaña. Pero también es cierto que la calidad de la parisina es superior a la de Berlín, lo que unido a que otros investigadores cuyas opiniones respetamos no están de acuerdo con su condena, nos lleva a mantener nuestra decisión en suspenso esperando que nuevos datos propongan novedades al respecto. Tras el de Lanhosos, varios ejemplares más han sido hallados en contexto arqueológico. Dos silicuas similares fueron recuperadas en las excavaciones de Casa do Infante (Porto) cuyas piezas se guarda en la Casa da Moeda de esa ciudad22. Más recientemente ha sido hallado otra pieza más en Alcáçovas de Santarém23. No menos problemática, aunque más satisfactoria, es la explicación de esta emisión en su contexto histórico. En este sentido ya se ha comentado que se trata del primer caso entre los incipientes reinos germánicos en incluir el nombre de un rey en sus monedas. A diferencia de las series en oro, que veremos más adelante, la cronología de ésta es clara puesto que Requiario fue rey suevo entre el 448 y el 456. Pero además la inclusión del nombre del emperador Honorio, muerto 25 años antes del inicio del reinado del suevo supone una diferencia adicional entre el comportamiento de éste y otros pueblos24. Requiario profesó además la de fe católica frente al más que seguro paganismo de sus predecesores (García Moreno 2006: 42), lo que pudo estar encaminada a atraerse a la poderosa jerarquía católica galaica que debían sentirse muy alejados de la autoridad de Rávena. Tanto su fe como la acuñación de estas silicuas pudieran entenderse como símbolos de ‘civilización’ y ‘romanidad’ frente a ‘barbarie’ (Ibidem, 44). En ese clima de hostilidades entre los diferentes pueblos que luchaban por imponerse en la Península, estas monedas vendrían a proclamar la legitimidad del reino suevo frente al resto, aludiendo a un ficticio pacto entre Honorio y este pueblo en los primeros años de su asentamiento peninsular25. En este sentido aunque Requiario buscó establecer una alianza matrimonial con los visigodos casándose con una hija de Teodorico I hacia el año 449, su intención de dominar la totalidad de la Península provocó la gran expedición militar de Teodorico II en España en 455-456, que acabó con la vida de Requiario y casi supuso la desaparición total del reino suevo.
21 No olvidemos que ambas proceden del mercado numismático del París de finales del siglo xix. 22 Cabral - Metcalf 1997: 236 (ilustrada en la página 7 de esa obra). Ver también López-Sánchez 2015: 193, fig. 4.2. Ver Catálogo de la exposición nº ¿?-¿?. 23 Arruda - Viegas - Almeida 2002. Ver todos los ejemplares en Barroca, e.p. 24 En este sentido, es aceptado que el pueblo visigodo acuñó siempre a nombre del emperador vigente o muy cercano en el tiempo. 25 Ver Grierson - Blackburn 1986: 79. Otros autores en la misma línea López-Sánchez 2010: 511-515; Díaz Martínez 2011: 106.
Los sólidos de imitación con marca MD, H-±, H-И Como ya se ha comentado fue Reinhart el primero en plantear que algunos de los sólidos de imitación de los oficiales romanos a nombre de Honorio hallados en la Península Ibérica podrían haber sido acuñados por los suevos. Estos sólidos, que incluyen el busto y el nombre de Honorio en sus anversos, presentan en reverso la figura del emperador de cuerpo entero y en actitud victoriosa, sosteniendo un estandarte con su mano derecha y una victoria con la izquierda, mientras el pie izquierdo descansa sobre un cautivo. La tipología de los sólidos oficiales fue introducida en la parte occidental del Imperio por Honorio hacia 395-402 en la ciudad de Milán, ciudad en la que estableció la corte tras la derrota de Eugenio (394)26. Se trata de la misma tipología que imitaron los visigodos en sus primeras emisiones realizadas tras su asentamiento en el sur galo durante el reinado de su rey Teodorico (418-451) y que también fueron analizadas por Reinhart (Reinhart 1938; Pliego 2015). Algunas de las atribuidas por el autor austríaco a los suevos llevan en reverso MD, imitando así también la marca del taller Mediolanum (Fig. 4), aunque en este grupo se incluyen piezas sin marca de ceca encontrado al parecer cerca de Coimbra (Reinhart 1937: lám. xxxiii-1) (Fig. 5) además de unos sólidos en que se graba una H y un monograma ± en ambos lados del campo del reverso (Fig. 6) o H-И. La endeble muestra presentada por Reinhart llevó a Beltrán a afirmar que no hay ninguna razón para atribuir estas monedas a los suevos puesto que los hallazgos son muy escasos, a diferencia de Guadan - Lascaris quienes dieron por sentada la existencia de un taller monetal suevo que habría realizado moneda oficial romana, no imitaciones, en el marco del pacto entre suevos y el emperador (Beltrán Villagrasa 1957/1972: 75; Guadán - Lascaris 1958: 17). Por su parte Cabral - Metcalf muestran un panorama de abundantes tesoros de sólidos oficiales de Honorio en la península dejando fuera de dudas que hubo numerosas copias de los mismos (Cabral - Metcalf 1997: 54). Además consideraron que probablemente todas las copias de la ceca de Milán tenga el mismo origen y que casi con toda probabilidad ese origen sea suevo (Ibidem, 55-56, 236). Los autores fundamentaron esa opinión no solo en lo que respecta a los hallazgos, en su mayoría portugueses, sino también en que resulta improbable que dos autoridades utilizaran la misma marca –MD– para sus imitaciones, refiriéndose a las que pudieran haber emitido los visigodos (Ibidem, 54, 56). Sin duda esta interesante hipótesis tiene sentido (Ibidem) puesto que lo cierto es que aunque fueron los visigodos el primer pueblo en acuñar moneda y fue precisamente el que nos ocupa el primero de los tipos elegidos, la marca de ceca elegida por estos fue la de Rávena –RV–, siendo anecdóticos los ejemplares con marca de Milán –MD–27. No obstante esta tesis parece llevar a los autores a cuestionare la oficialidad de todos los sólidos de Honorio. En este sentido, el primer sólido de Honorio con marca MD incluido por Cabral - Metcalf (pl. 1-2) es en nuestra opinión un ejemplar oficial a nombre de Honorio y ceca de Milán y no una imitación28. Asimismo parecen dejarse llevar por la creencia, ya mencionada, de que algunos sólidos de Honorio considerados tradicionalmente oficiales sean en realidad copias. Es lo que dejan entrever en relación con el conjunto de sólidos que formó parte del Tesoro
26 Estas emisiones occidentales (RIC X, 318, nº 1205-1206) se realizaron en paralelo a las acuñadas por Arcadio en el taller oriental de Sirmium (SM) entre 395-407 (RIC X, 123; 239, nº 1-2). 27 Kent solo recoge uno RIC X, 221; RIC X, 451, n. 3754. Desconocemos si es el mismo incluido por Reinhart en 1938 (Tafel 2, nº 1) hallado en Badajoz que hizo preguntarse a Cabral - Metcalf 1997: 55, el motivo que llevó a ese autor a considerarlo visigodo y no suevo. 28 Cabral - Metcalf 1997: 236, nº 2. No obstante para ser justos los autores dejan abierta la cuestión, haciendo hincapié en que esta moneda, aunque de colección privada, parece provenir de Portugal.
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de Sevilla hallado en esta ciudad en 197229, aunque con poca contundencia puesto que esas piezas no han sido publicadas hasta recientemente y eran desconocidas por la investigación numismática (Pliego 2016). En ese trabajo ya expusimos que los sólidos tanto los 39 a nombre de Honorio como los dos de Arcadio, en nuestra opinión, serían oficiales. De nuevo fue Beltrán Villagrasa quien no consideró probada la atribución de estos sólidos a los suevos (Beltrán Villagrasa 1957/1972: 74; Marques - Ribeiro 1998: 100), e incluso sobre la base de los hallazgos se han propuesto centros emisores de estas imitaciones incluida Mérida (Marques - Ribeiro 1998: 100). Por nuestra parte también consideramos que la relación entre hallazgos portugueses y su vinculación automática con el reino suevo debe ser matizada. Las localizaciones de los escasos hallazgos de norte a sur serían Covilhã, Castelo Branco30, Portalegre y Badajoz (Cabral - Metcalf 1997: 207), ninguno de ellos con marca MD –sino con H-± o H-И–, a excepción del extremeño que sin embargo fue considerado por Reinhart como visigodo31. Tampoco entre las nuevas piezas registradas por Cabral - Metcalf, hay novedades al respecto (Ibidem, 207) y aunque la mayoría de los sólidos con MD incluidos en su obra pertenecen a colecciones particulares portuguesas resultaría arriesgado dar por sentado que se trata de hallazgos de esa zona (Ibidem, 33) habida cuenta del interés, con base científica o no, que pueda despertar entre los coleccionistas de ese país las piezas consideradas propias desde mucho tiempo atrás. Sobre la cronología de estos sólidos solo es posible decir que debieron ser posteriores a Honorio tal vez de la segunda mitad del siglo V32. Si bien es cierto que su adscripción sueva queda lejos de quedar confirmada, lo cierto es que, tampoco es posible negar la existencia de producciones imitativas de sólidos a nombre de Honorio en el territorio de la antigua Lusitania, con las marcas de ceca mencionadas incluida la de Milán, y cuya atribución sueva pudiera no ser descartable ante la evidencia de emisiones en tiempos de Requiario.
Los tremises pseudo-imperiales suevos Siguiendo la denominación de Grierson - Blackburn33, se ha considerado a los tremises suevos como series ‘pseudo-imperiales’ en la medida en que no estamos ante fieles copias de la moneda oficial romana, pudiendo observar en ellos no solo la elección de un tipo preferido y diferenciado del resto de las acuñaciones no oficiales de la época, sino que nos permite reconocer ciertas características de estilo y factura propias. La tipología elegida para todos los tremises presenta en anverso el busto del emperador con leyenda a nombre de Honorio o Valentiniano III mientras el reverso muestra una cruz dentro de corona o láurea, como aquí la denominaremos, sin leyenda, a excepción del exergo en el que se graba CONOI o alguna de sus
29 Cabral - Metcalf 1997: 53 ss. Aunque López-Sánchez parece seguir esta idea en 2015, el análisis visual de las piezas de Sevilla le hizo cambiar de opinión (ver López-Sánchez 2015: 185, n. 40) y Fisher - López-Sánchez 2016: 165, n. 82. 30 Reinhart 1942: 321. Ver n. anterior. Ambas localidades, Covilhã y Castelo Branco se encuentran aproximadamente a 191 km y 159 km, respectivamente, de la ciudad de Cáceres. 31 Ver nota (Kent solo recoge...). Por otro lado la misma lectura de Reinhart (1942, 321) sobre la marca H-± o H-И que interpreta como Norba Caesarina, la Colonia Norbense de Plinio identificada con la actual ciudad de Cáceres, vendría apoyado, en su opinión por esos hallazgos. 32 Cabral - Metcalf 1997: 54, consideran que pudieron haber sido acuñadas en tiempo de Requila (438-448) aunque condiciona esta cronología a su hipótesis sobre el carácter imitativo de los sólidos del Tesoro de Sevilla. 33 No solo para la moneda sueva sino para las series de otros pueblos como los visigodos (ver Grierson - Blackburn 1986: 79 y 46, respectivamente).
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variantes. No obstante existe una diferencia evidente entre los ejemplares a nombre de ambos emperadores. En nuestra opinión no debe verse como una evolución de la misma serie e incluso se podría plantear, como se verá, dos autoridades diferentes para los tremises a nombre de Honorio. Es destacable que el modelo oficial de estos tremises fue introducido por Arcadio (395-408) en la ceca de Constantinopla a nombre de su madre Eudocia hacia 39740234. En la parte occidental esta tipología no fue acuñada por Honorio (a. 393-423) no siendo adoptada de manera oficial hasta c. 430-455 por Valentiniano III (a. 425455) en la ceca de Milán (RIC X, nº 2029-2031). La evidencia de numerosos ejemplares no oficiales, llevó a Kent a afirmar que es innegable la producción de muchas imitaciones póstumas de Honorio (RIC X, 124). La fecha más aceptada para el inicio de la acuñación de los tremises aquí analizados se sitúa en la década de los 430 o 44035 o incluso posteriormente, puesto que Kent habla de c. 452 or later (RIC X, 466, nº 3787-3788). En este sentido, debe considerarse no solo que la tipología es la propia de los tremises que Valentiniano III acuñó entre los años c. 430-455 (RIC X, 367) sino que probablemente la vía a través de la cual pudo llevarse a cabo esa adopción habría sido a través de las imitaciones de esa misma tipología realizadas por los visigodos (Grierson - Blackburn 1986: 79). Para Cabral - Metcalf los primeros tremises a nombre de Valentiniano III pudieron tener lugar c. 453 en el marco tratado entre Requiario y el emperador, aunque estos autores consideraron que mucho de ellos son claramente más tardíos algunos de los cuales son con toda certeza posteriores a 550, durante el denominado ‘segundo reino suevo’ (Cabral - Metcalf 1997: 69) tras el vacío de información que sobre este pueblo se tiene de casi un siglo entre mediados del siglo V y VI aproximadamente. a) Tremises a nombre de Honorio En su trabajo de 1937 Reinhart incluyó también cuatro tremises a nombre de Honorio (Reinhart 1937: tafel 2, 5-8), dos de ellos pertenecientes a instituciones portuguesas en concreto al Museu da Cidade de Lisboa y al Museu Numismático Português, ambos recogidos también por Cabral – Metcalf (Reinhart 1937: tafel 2, 5 y 8; Cabral - Metcalf 1997: pl. 6.1-2). Los otros dos ejemplares pertenecen a la colección del Instituto de Valencia de Don Juan y del Münzkabinett, Staatliche Museen zu Berlin (Reinhart 1937: tafel 2, 6 y 7). Reinhart en su trabajo de 1952 registró como novedad un ejemplar del British Museum (Reinhart 1952: lám. IV-9)36 que es también recogido por Barceló posteriormente junto a otros tres37, que han sido aceptados como tales en la revisión más actualizada de la colección británica. Cabral - Metcalf, sin embargo, no atribuyen este grupo de tremises a nombre de Honorio a los suevos con certeza (Reinhart 1937: tafel 2, 5 y 8; Cabral - Metcalf 1997: pl. 6.1-2). En este sentido en tal vez sea posible distinguir una autoridad diferente que podría venir apoyado por la mayor presencia de estos ejemplares en varias colecciones españolas, pese al escaso número conocido, como la mencionada del Instituto de Valencia de Don Juan, la del Museo Arqueológico Nacional (Fig. 7) o la más desconocida del Archivo Municipal de Sevilla (Perez Sindreu 1980: 30, nº 47). En este sentido, aunque las imitaciones visigodas con tipología de cruz y láurea
34 RIC X, 242, nº 21. De hecho en las producciones de la pars orientis esta tipología fue elegida exclusivamente para las emisiones monetales de las mujeres de la familia imperial. 35 Ver por ejemplo Grierson - Blackburn 1986: 79. 36 El único considerado suevo por Beltrán Villagrasa (1957/1972: 79) de los publicados por Reinhart. 37 Barceló 1974: nº 1, 3-4, puesto que el nº 2 no parece ser a nombre de Honorio y no la hemos encontrado en la colección de ese museo.
reconocidas como tales son todas a nombre de Valentiniano III38, existen pocas diferencias tipológicas entre estas y algunas de las portadoras del nombre de Honorio. Si bien es cierto que no fue hasta los reinados de Amalarico (526-531) y Teudiselo (549) cuando debió producirse el definitivo traslado del centro de gravedad del Reino visigodo desde el sur galo a la Península Ibérica (García Moreno 1989: 87), también lo es que en momentos anteriores, desde al menos finales del siglo V, los visigodos ya controlaban ciudades como Mérida y Beja (Idem, 2006: 47, n. 53). Pero además existen indicios incluso de momentos de mediados del siglo V que podrían mostrar ese interés visigodo en esta zona39. Por tanto la atribución de una emisión de tremises con la tipología cruz-láurea a nombre de Honorio a los visigodos podría ser planteada sin grandes problemas. b) Tremises a nombre de Valentiniano III A diferencia del anterior, el grupo de tremises a nombre de Valentiniano III es muy amplio. En estos tremises, además de la corona de reverso, claramente lemniscata, suelen aparecer grabados símbolos que en muchos casos, no todos, pueden identificarse con letras que Heiss (1891: 156 y ss.), quiso relacionar con nombres de ciudades y por tanto de talleres monetales. Los tremises a nombre de Valentiniano III fueron agrupados por Cabral - Metcalf basándose en su estilo entre varios subtipos, entre los que destacamos los que muestran una punta de lanza introducida en la leyenda (Fig. 8) o los que presentan una marca de media estrella. c) Tremises de la serie ‘Munita’ Este es quizás el tipo más interesante de las emisiones aquí analizadas si bien plantea no pocos problemas de interpretación. Se trata de un grupo de tremises cuyo reverso es ocupado por la tipología ya vista de cruz en el interior de una corona lemniscata y con la única leyenda de CONOI y sus variantes –acompañado a veces de letras aisladas40–, mientras que el anverso, con busto de perfil diademado al uso, muestra una leyenda que incluye casi invariablemente la expresión de Munita41 –menos habitualmente, Moneta u otras variedades–. Es por ello que como se ha mencionado en el principio de estas líneas preferimos denominar a ésta como serie Munita, puesto que consideramos que la palabra Latina no solo no es un elemento común a todas ellas sino que probablemente la presencia o ausencia de la misma podría ser significativa. En primer lugar cabe señalar que en las leyendas de acuñaciones de la etapa temprano-medieval no es extraño encontrar alusiones relacionadas con el status de la ceca o su carácter. Con respecto a estas últimas, junto a la más extendida de civitas encontramos otras expresiones como castrum, castellum o vicus, aunque justamente una de las más comunes es moneta42. Munita o moneta haría alusión
38 De hecho, entre las de ‘incierta atribución’ recogidas por Cabral - Metcalf 1997: 256, consideramos que al menos dos podrían ser visigodas (pl. 4 y 6). 39 Para Domínguez Monedero (1986: 61) la noticia de la Chronica Cesaraugustana (Ad a. 449), referida a la penetración de un ejército visigodo por la Tarraconensis, tendría como objetivo asegurar la ruta que comunicaba Cesaraugusta con Emerita a través de Toletum, lo que llevaría a establecer guarniciones en esta ruta destinadas a controlar en parte el interior peninsular. 40 Las letras aisladas fueron asociadas por Heiss (1897: 156 y ss.) a cecas idea fue desechada ya por Reinhart. Entre las letras registradas estaría la L en el anverso de una emisión de Leone (Iacotis); una B en las de Bergidense Munita; la P en Murelense Munita y la de Iuli y la R en Emerita. Estas letras no aparecen en todos los ejemplares conocidos de estas cecas y aunque se le ha tratado de dar una explicación está lejos de ser solventada. 41 Con la única duda del ejemplar en el que se lee Polle siendo ilegible la parte final de esa leyenda. 42 Ver Grierson - Blackburn (1986: 198) con respecto a la moneda carolingia.
directa no ya a la ceca como sitio f ísico –lo que explicaría que en no todos los casos vaya acompañada de un topónimo–, sino al propio acto de acuñación. Con respecto a las fórmulas epigráficas de la serie Munita es posible distinguir 1) un grupo en el que la expresión Munita se encuentra precedida por el adjetivo Latina seguido de (1.a) un topónimo, probablemente alusivo al taller emisor, (1.b) por un nombre personal; o (1.c) aquel en el que Latina Munita aparecen juntos, acompañados de unas letras indescifrables; 2) un segundo en el que el término Munita se ve precedido de (2.a) un topónimo, o (2.b) un topónimo seguido de un nombre personal; y 3) un tercer grupo en el que Munita es (3.a) precedido por un topónimo y seguido por Clara o Pax; (3.b) un nombre personal. –en un ejemplar de Leione también el anverso– que aparecen retrógradas y/o giradas verticalmente43. En la tabla que adjuntamos es posible observar estas variedades (Fig. 9)44. Si bien consideramos que no es este el lugar para hacer un análisis exhaustivo de cada grupo debemos, sin embargo, comentar algunos aspectos de los mismos. En primer lugar, como es posible observar en la tabla de las leyendas, a diferencia de las leyendas que carecen del adjetivo Latina (G. 2) en las que el topónimo aparece claramente, en general en su forma gentilicia así Bergidenses, Murelense, Leone(n)se, en el G.1 los nombres de lugar que siguen a la palabra Latina no son tan evidentes. El único ejemplar en el que la asociación con un topónimo parece más clara –aunque la pieza no muestra una leyenda en las mejores condiciones– sería el de Tude45 (G.1a) (Fig.10). Sobre el resto de las leyendas quizás el caso más destacado sea el de Emeri (G.1b) (Fig. 11) y su identificación con la ciudad de Emerita puesto que su inclusión en el ámbito suevo en momentos tan tardíos del siglo VI no resulta aceptable. No solo esta ciudad se encontraba en el ámbito visigodo desde finales del siglo V (García Moreno 2006: 47, nº 45), sino que los visigodos llevaban acuñando su tremis de la victoria desde tiempos de Alarico II (a. 484-507). De hecho esta identificación toponímica que parte de Reinhart –aunque con poca convicción–46 fue puesta en duda ya por Beltrán Villagrasa (1960/ 1972: 88) planteando un nombre personal como posteriormente hicieron Marques – Ribeiro (1998: 77). Es por ello que la encontramos más cercana al ejemplar que incluye Iuli del que se hablará algo más abajo. Pero además de Emeri el resto de los supuestos topónimos que aparecen con Latina serían Bene, Eli y Gatti cuya identificación con nombres de lugar son más que dudosas. Lo mismo podemos decir de la pieza que muestra Polle, mientras que el final de la leyenda es casi ilegible aunque con respecto a las últimas letras cabría proponer Mu(nita)47 (Fig. 12). Debemos mencionar también la leyenda atribuida a Murello en base a la interpretación de la leyenda Latina Mures, puesto que en nuestra opinión a la vista de la fotograf ía el lugar de la R parece ocuparlo una N y de ser así Munes quedaría desvinculado de aquella ceca. Por tanto a la vista de lo que acabamos de exponer y a pesar de que podrían asociarse topónimos a muchas de las
43 Entre las letras registradas estaría la L en una emisión de Leone (Iacotis); una B en las de Bergidense Munita; la P en Murelense Munita y la de Iuli y la R en Emerita. Estas letras no aparecen en todos los ejemplares conocidos de estas cecas y aunque se le ha tratado de dar una explicación está lejos de ser solventada. 44 Se ha excluido un grupo cuyas leyendas son en su mayor parte indescifrables que no aportan datos para esta discurso. Entre las leyendas ilegibles se ha interpretado e identificado con escasa fiabilidad lugares como Viseu (Reinhart 1952: 134, nº 39) o Attei (Porriño) (Livermore 1989: 46). 45 Parroquial Suevo (XII, 1), metrópoli de la sede Tudense. 46 Reinhart (1942: 323) dice «Las piezas número 40 a 42, con la indicación de Emeri entre aquellas palabras, se atribuye generalmente a Emérita». 47 La lectura de la American Numismatic Society a este ejemplar allí conservado es Latina Polle(ilin) y la de Cabral - Metcalf (1997: 304, nº 5) es Latina Polle(iiina), en ambos casos con dudas. Agradecemos a David Yoon el envío de la fotograf ía de esa pieza.
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leyendas vistas48, lo mismo podría decirse de su asociación con nombres personales (Marques - Ribeiro 1998) (G.1a/b). Por otra parte, aunque no han sido incluidos algunos ejemplares con leyenda indescifrable, sí hemos registrado tres que nos parecen peculiares puesto que en ellos se lee relativamente bien Latina Munita que a diferencia de lo que se ha visto, en estos ambos términos aparecen juntos, acompañados de unas letras indescifrables: III, NTV, NRI (G. 1c). Entre los topónimos claramente atribuibles estarían los de Tude, Laurentio/Labrentio. En el G.2a el topónimo aparece claramente, en general en su forma gentilicia y se han registrado hasta la fecha cuatro localidades identificadas con Morello49 (Fig. 13), Bergio/Bergidum50, Laurentio/Labrentio51 y Leione52 todas ellas presentes en el Parroquial Suevo53 y a excepción de la primera, con con talleres conocidos en época visigoda. Pero además en este grupo encontramos otra modalidad con topónimo, entre los que se encontrarían los ya vistos de Morello y Leione además de Senabria54, seguido de un nombre (G.2b). La opinión más plausible sobre dichos términos –Iuli55, Iacotis/Iacotes56 y Talassi57– pasa por aceptar que se trate de alusiones antroponímicas. Ya Beltrán Villagrasa consideró la posibilidad de que determinadas palabras incluidas en algunas leyendas refirieran nombres personales aunque en su opinión al ir en genitivo no haría alusión a los monetarios sino a los señores encargados de la emisión (Beltrán Villagrasa 1955: 205; 1972: 61; 1960/1972: 88; Martín Viso 2008: 244-245; 2011: 195-200; 2013: 74). Esta opinión fue desarrollada posteriormente por Marques – Cardim (Marques - Ribeiro 1998) quienes al contrario que Beltrán, consideraron que dichos antropónimos podían aludir a los monetarios tal como se encuentran en la amonedación de otros reinos germánicos58. Además de los mencionados encontramos otras estructuras diferentes: así, una con topónimo –solo conocido en el caso de Leones– seguido de Munita y del ad-
48 En este sentido aparte de la más conocida de Emerita, Livermore planteó la identificación de Polle(...) con Pallentia (Palencia) y Bene con Benavente (Livermore 1989: 46 y 48, respectivamente) y por tanto con la Ventosa visigoda (Beltrán Villagrasa 1915: 164-165); Pliego 2009: I, 140). E incluso se nos ocurre que Eli y Munes podrían tener su identificación con Elissa y Monecipio, ambas cecas visigodas. 49 Aunque localizada en Cinfaes (Tras-os-Montes, Portugal), debe tenerse en cuenta que se trata de una parroquia de la diócesis de Asturica que es mencionada en el Parroquial suevo entre Ventosa (Benavente) y Senimure (Zamora). Martín Viso (2000: 54) lo situó en Tábara y la dualidad entre «superiores et inferiores» en su opinión quizás se deba al doble sistema castral existente en la zona con la «Dehesa de Misleo» y «El Castillón». 50 Parroquial Suevo (X, 3). Ver Pliego 2009: I, 140. 51 Lavrencio en el Parroquial Suevo (II, 19) perteneciente a la diócesis de Portocale. Al igual que Bouza Brey (1942) para el ejemplar visigodo, de Witerico, preferimos Laurentio a Lauruclo (ver Pliego 2009: I, 134). Existe también una emisión de Sisebuto con ceca de Laure (Pliego 2009: 311 a.1), que según Correa (2006) debe ser una localidad diferente debido a que resulta complejo admitir la simplificación del topónimo por suspensión. Recientemente J. C. Sánchez Pardo (2014) ha sugerido que existe un documento del monasterio de Samos datado hacia el año 853 en el que se habla del territorio de Laure. Este territorio se encontraría en el valle del río Lor, es decir, la zona de O Caurel, cerca de Carioca (Quiroga) y de Incio, esta última también ceca visigoda en tiempos de Sisebuto con letrero Inceio. 52 Parroquial Suevo (X, 2). Pliego 2009: I, 141. 53 David 1947. Ver también Díaz Martínez 2004 y Sánchez Pardo 2014. 54 Parroquial Suevo (IX, 10). Pliego 2009: I, 139. 55 Para Iuli Reinhart (1942: 324) propuso Pax Iulia (Beja) y Livermore (1989: 46, 48-49) Iulobriga (Retortillo, Cantabria), opinión seguida por Cabral - Metcalf (1997: 91). 56 Interpretada como Iacotis por Cabral - Metcalf (1997: 92) anteriormente se consideró Gotis (Reinhart 1942: 49; Grierson - Blackburn 1986: 80) y aceptado por Livermore (1989: 49). 57 Beltrán Villagrasa (1960/1972: 88). Reinhart (1942: 325) lo consideró «un mutilado Latina Munita». 58 Siendo la más destacada la amonedación merovingia habiéndose registrado hasta 1500 nombres personales (ver Grierson - Blackburn 1986: 118).
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jetivo Clara – Leones Munita Clara–, que como excepción presenta una letra en anverso–probablemente P girada– (G.3a); otra emisión con Munita precedido por el extraño topónimo Gallica59 y segudo por Pax (G.3b) y que ha sido explicado de distintas maneras si bien en todos los casos aludiendo a una acontecimiento posbélico60. Pero además encontramos este término en una acuñación en el que el nombre de Iacotes precede a Munita en su forma completa –aunque como Moneta– que es seguida por este mismo elemento de Pax (G.3c). La interpretación de esta serie ha dado pie a numerosas teorías. En lo que respecta a la palabra Latina las propuestas han ido desde la simple plasmación del origen municipal –‘Latin’– de las monedas (Grierson - Blackburn 1986: 79), a la expresión de unos enfrentamientos entre suevos y visigodos, ya sea de carácter militar (Livermore 1990), o religioso –entre suevos-católicos y visigodos-arrianos (Metcalf 1992: 355). Beltrán Villagrasa planteó que estas emisiones lejos de haber sido acuñadas por los suevos, habrían sido acuñadas por la población latina-gallega de esta zona (Beltrán Villagrasa 1960/1972: 87). Por su parte Grierson - Blackburn también plantearon que la inclusión de Latina pudo deberse a una instrucción de los monederos, mal entendida por parte de los operarios, sobre que se grabara en latín el nombre de las localidades (Grierson - Blackburn 1986: 79). Para García Moreno la emisión de estas monedas habrían estado bajo la supervisión episcopal y el adjetivo de latina vendría a afirmar «su ‘latinidad’ frente al poder ‘germánico’ del Regnum», como «una manera de propagar una cierta orgullosa independencia frente a este último» (García Moreno 2006: 48). Díaz Martínez (2011: 204) por su parte, considera que si se acepta que esta serie es de finales del reino suevo, esa tesis chocaría con los intentos conciliadores establecidos en ese periodo entre Iglesia y monarquía. La vista del mapa de distribución de las localidades mencionadas (Fig. 14) no aporta información sobre el motivo de la inclusión o no de este término. A no ser que aluda a una autoridad emisora dentro de la propia ciudad y su intención de diferenciarse de algún otro poder fáctico de la misma. La existencia de emisiones con el mismo topónimo en varios de los grupos –Leone o Murello–, así como la presencia de Iuli con Latina y sin ella, quizás hablen en este sentido. Abordar la cronología y la distribución espacial de estas emisiones sobre la base de la referencia toponímica tampoco ha sido tarea fácil. En este sentido no ha pasado desapercibido a la investigación numismática que los núcleos de población aludidos en estas monedas no se corresponden con el corazón del territorio suevo propiamente dicho sino en su zona periférica, tanto el territorio de la diócesis asturicense como al sur del Miño y siendo Tude la única que está en el límite de ese río (Lopez Quiroga – Rodríguez Lovelle 1996). Cabral – Metcalf (1997: 95), comprobaron en su análisis directo de las monedas que la serie Munita presenta un peso aparentemente menor que la acuñada a nombre de Valentiniano, a pesar de haber sido realizada simultáneamente o muy cercanas en el tiempo por haberse hallado cuños compartidos –en particular aquellos que comparten la letra R–. Esto les lleva a plantear una compleja hipótesis sobre la posible existencia de dos patrones metrológicos diferentes. Cabral - Metcalf plantean que esta serie Munita responda al momento de expansión del reino suevo hacia el norte del río Miño en tiempos del rey Miro (Ibidem, 95-96), cuestionándose si tal vez el objetivo de la misma, acuñada en la zona periférica del reino suevo, habría sido el de introducir una emisión sueva
59 Aunque la mayoría de los investigadores asumen que estamos ante una alusión a la región de Gallaecia, Livermore (1989: 43) consideró la Galia. 60 Ver p. e.: Roma Valdés 2002: 84. García Moreno (2006: 49, n. 53) consideró que pax podía ser un «lema propagandístico del gobierno episcopal, instrumento esencial en el siglo V para garantizar la paz entre las comunidades y el poder militar suevo».
en los nuevos territorios. La hipótesis, tal como ellos mismos señalan resulta dif ícilmente aceptable y ni si quiera es sustentada por los hallazgos. Por otro lado tampoco es posible afinar gran cosa sobre la cronología si bien es posible tratar de enmarcarlos en su relación con elementos internos y externos61. En este sentido sobre la base de los datos conocidos es posible establecer que la serie Munita no sería muy posterior a la serie que incluye el nombre de Valentiniano III e incluso podría plantearse su simultaneidad considerando que existe un cuño compartido entre ejemplares en cuyos reversos se recoge el signo R en campo. Por otro lado, aunque se ha planteado un peso menor para esta serie, lo cierto es que en nuestra opinión la muestra utilizada no es lo suficientemente extensa para plantear un patrón diferente62. Asimismo aunque estas emisiones no tendrían cabida en una Gallaecia incluida en el marco administrativo visigodo, la presencia de un ejemplar de esta serie en el tesoro visigodo de Zorita de los Canes confirmaría esta cronología anterior al 57963. d) El tremis a nombre de Audeca (584-585) En el año 1962 el numísmata británico Philip Grierson planteó que uno de los tremises perteneciente a la antigua colección del Museo Arqueológico Nacional e incluidos por Mateu y Llopis en su obra de 1936, pudo ser acuñado por el monarca suevo Audeca. El autor analizó las propuestas anteriores (Engel, cit. Grierson 1962: 29; Beltrán Villagrasa 1960: 87; 1972: 92-93; Reinhart 1942: 325) llegando a la conclusión de que la leyenda, dif ícilmente legible hoy a través de la fotograf ía, incluía los elementos ODIACCA REIGES. Aunque esta interpretación ha sido aceptada por la mayoría de los investigadores con más o menos entusiasmo64, llama la atención la negativa de Cabral - Metcalf alegando cuestiones tipológicas y metrológicas puestas en relación con la serie Munita (Cabral - Metcalf 1997: 96-97). Por nuestra parte no vamos a inclinarnos hacia ninguna de las posturas puesto que como se ha comentado la fotograf ía del ejemplar es prácticamente ilegible y carecemos de la posibilidad de analizarla directamente y por tanto de confirmar su autenticidad. Aun así debemos señalar que los impedimentos señalados por Cabral - Metcalf no solo se sustentan en la desconfianza sobre la genuinidad de la pieza, sino que responden a lo que no encuentran en esta emisión como continuadora de la serie Munita. No obstante la inclusión del término de Reiges, aludiendo directamente a la monarquía, nos llevaría a un panorama distinto con una autoridad emisora clara y evidente diferente a la de la serie anterior. De poder asegurarse su autenticidad, este ejemplar de fechas tan tardías sería, en palabras de Grierson, una prueba de que el reino suevo «se estaba preparando para seguir el ejemplo de sus vecinos visigodos y establecer una acuñación totalmente monárquica, justo en el momento en el que su existencia llegaba a su fin» (Grierson 1962: 32).
Conclusiones La atribución de las imitaciones producidas por los pueblos germánicos presentan enormes dificultades, solo subsanables en parte, tal como puso de relieve Beltrán Villagrasa (1957; 1972: 74) cuando estas piezas forman parte de hallazgos, acompañadas
61 Un intento por Roma Valdés 2002: 82. 62 Consideramos aquí la enorme diversidad metrológica que presentan los ejemplares visigodos aunque la misma no responde a un acto deliberado de cambio del peso teórico sino a causas más relacionadas con el proceso de acuñación y sobre todo con la cantidad de metal disponible. 63 Con leyenda Latina Munita III. Ver Cabré 1946. 64 A este respecto Cebreiro (2012: 54) comenta que el ejemplar se asemeja estilísticamente más a las emisiones anglosajones y merovingias, si bien ambos son repertorios que Grierson conocía a la perfección.
de ejemplares de atribución conocida que evidencien la época y la procedencia. En este sentido ya comentamos que no existe documentación que sustente que todas las acuñaciones tradicionalmente incluidas entre el numerario suevo los son realmente. Si bien es cierto que se encuentran enormes diferencias con la moneda visigoda, su asociación con la moneda merovingia pasaría por considerar todas las emisiones aquí analizadas como pertenecientes a un sistema unívoco, que respondería a algún tipo de organización superior, ya fuera la monarquía u otras autoridades civiles o religiosas, independientemente de que estas se evidencien en las monedas o no. El análisis de la muestra monetaria nos lleva a considerar que solo es posible hablar con certeza de un numerario suevo en lo que respecta a las emisiones reales de Requiario (a. 448-456) y de la incierta Audeca (a. 584-585), que además nos llevan a cronologías muy diferentes: la primera, al momento de máxima expansión sueva y que llevó probablemente al inicio de su retraimiento posterior; la segunda al periodo justamente anterior a la absorción definitiva por el reino visigodo en el 585. La evidencia del nombre del monarca en ambas, así como la marca de la ceca BR en la primera alusiva a Bracara, capital sueva desde 420, y el Reges en la segunda, no dejarían lugar a dudas. Es por ello que los sólidos a nombre de Honorio con marca MD así como con otras marcas que demuestran su carácter imitativo, presentan sin duda graves problemas de atribución puesto que los lugares de los escasos hallazgos no los relacionen con el territorio suevo propiamente dicho. No obstante la evidencia de estas imitaciones en la parte occidental de la Península lleva a tratar de encontrar una autoridad emisora en esta zona. Plantear que alguna ciudad lusitana, incluida Emerita entre las probabilidades, hubiera emprendido una emisión de imitaciones de sólidos de Honorio resulta casi más complejo que atribuirla a los suevos. Pero además la probable existencia de un sólido oficial de Honorio con marca BR producida en circunstancias excepcionales como las que se han planteado (ver supra) hacia el año 423, tal vez hubiera promovido una corta emisión de imitaciones bajo el reinado de Requila (a. 438-448), que habría puesto las bases donde sustentar la osadía de su hijo Requierio en forma de silicua, con su nombre unido al del emperador. Con respecto a los tremises a nombre de Honorio, ni siquiera hay hallazgos que sustenten esta atribución sueva puesto que los pocos ejemplares conocidos se encuentran dispersos entre varias colecciones peninsulares y extranjeras. No obstante existe una diferencia tipológica de la forma de la corona entre los tremises a nombre de Honorio y al de Valentiniano III, estos últimos, con forma claramente lemniscata frente a los otros. Si el prototipo oficial de cruz en corona es de tiempos de Valentiniano III (a. 425-455) e incluso se ha planteado que la serie sueva con lemniscata pudo haberse producido a partir de las imitaciones visigodas con esa misma tipología a nombre de ese último emperador, tal vez haya que aceptar que la atribución de estos tremises a nombre de Honorio a los suevos sea una cuestión aceptada por la tradición. En nuestra opinión, y tal como se ha expuesto líneas atrás, esta serie pudo haber sido realizada asimismo por los visigodos. Por otro lado, tal vez las más dif íciles de explicar en el contexto del reino suevo no ya los tremises a nombre de Valentiniano III, que conforman una serie ‘pseudo-imperial’ perfecta, comparable con otras emisiones germánicas como la visigoda de la Victoria, sino sobre todo por su relación y continuidad con la subsiguiente serie Munita. Si la ausencia de tesoros y la escasez de hallazgos aislados podría quedar solventado ante la realidad de un repertorio escueto, la distribución de los topónimos –que nos llevan a una zona alejada y periférica del centro de Braga–, así como las alusiones a Latina y además nombres personales, muestran un complejo panorama dif ícil de desentrañar. Sin duda estamos ante una de las amonedaciones más originales y complejas de todo este mundo de la Temprana Edad Media, y tal vez un análisis pormenorizado nos lleve a identifica diferentes autoridades emisoras –municipales, religiosas– que pudieron haber participado en su producción. Pero esta labor se nos escapa de momento. 151
Bibliografía Allen – Teixeira 1865; Asolati et Alii 2009; Barceló 1974; Barral I Altet 1976; Barroca (E. P.); Beltrán Villagrasa 1955; 1957; 1960; 1972; Bouza Brei 1942; Cabral - Peixoto - Metcale 1997; Cabré Aguiló 1946; Cebreiro Ares 2012; David 1947;Dias 1877; Díaz Martínez 2004; 2011; Díaz Martínez – Menéndez Bueyes 2016; Domínguez Monedero 1986; Eckel 1737-1798; Engel – Serrure 1855; Faria 1988; Fischer -López-Sánchez 2016; García-Bellido 2006; García Moreno 2006; Grierson 1979; Grierson – Blackburn 2006; Guadán – Láscaris Connemo 1958: 17; Heiss 1891; Keary 1878: 216-258; Kent 1994; Lelewel 1835; Livermore 1990; López Quiroga – Rodríguez Lovelle 1995-1996; 1999; López-Sánchez 2010; 2015; (E. P); Marqués (ed.) 1998; Marqués – Ribeiro 1998; Martín Viso 2008; 2011; 2013; Mateu y Llopis 1936; Metcalf 1988; 1992; Mccormick 1986; Musset 1975; Pérez Sindreu 1980; Pliego Vázquez 2009; 2012; 2015; 2016; Poiares 2003; Reinhart 1937; 1938; 1942; 1952; Ribeiro 1998; Roma Valdés 2002; Sánchez Pardo 2014; Suchodolsky 1989; Taboada Chivite 1976;Teixeira 1940; Uría Ríu 1957; Varela Fernández 1969; Velázquez 1759; Vila Franco 2012.
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Fig. 1. Sólido ¿oficial? de Honorio. Marca de ceca BR (Bracara)
Fig. 2. Silicua de Requiario. 1,80 g; 18 mm. Bibliothèque Nationale de France
Fig. 3. Silicua de Requiario. 1,075 g. Procedente de Castro Lanhoso (Braga)
Fig. 4. Sólido de imitación a nombre de Honorio. Marca de ceca MD. 4,24 g; 22 mm. American Numismatic Society 1956.25.46 (Ex Colección Reinhart)
Fig. 5. Sólido de imitación a nombre de Honorio. Sin marca de ceca. 3,73 g; 23 mm. American Numismatic Society 1956.25.47 (Ex Colección Reinhart)
Fig. 6. Sólido de imitación a nombre de Honorio. Marca de ceca H-±. 3,71 g; 22 mm. American Numismatic Society (1956.25.48 (Ex Colección Reinhart)
Fig. 7. Tremis de imitación a nombre de Honorio. 1,17 g; 14,41 mm. Museo Arqueológico Nacional (1973/24/5243)
Fig. 8. Tremis pseudo-imperial a nombre de Valentiniano III. 1,24 g; 15,5 mm. Bibliothèque Nationale de France 153
SERIE MVNITA
GRUPO a
a/b 1 b c
2
a
b
3
154
a b c
LATINA LΛTINΛ
TOPÓNIMO TVDE
LΛTINΛ
¿MVNES/MVRES?
ANVERSO ¿ANTROPÓNIMO?
MVNITA/MONETA MVNITΛ
ILEG.
OTRO
LETRA
MONETΛ
oINok Io3Iok
LΛTINΛ
ELI
MVNITΛ
LΛTINΛ
BENE
MVNITΛ
oINo
LΛTINΛ
GΛTTIC
MVNITΛ
o3Iok
LΛTINΛ
POLLE
MV(¿NITΛ?) 1
o3Iok
REVERSO EXERGO LETRA IoIIIok
○/○
LΛTINΛ
EMERI
MVNITΛ 2
Io3Iok
Ú
LΛTINΛ LΛTINΛ LΛTINΛ
IVLI
MVNI(TΛ) MVNITΛ MVNETΛ
o3Iok IoãNok o3o
•/ÿ ○/○
III NTV
MVRELENSE BERGIDENSE4
ԜΛИITΛ MVNITΛ MVNITΛ
LΛVRINTINΛ LEIONE(N)SE
MΛNITΛ MVNITΛ
? o3Iok
?
IVLI IΛCOTIS TΛLΛSSI
MVNITΛ MVNITΛ MV(NITΛ)
IoNIok Io3Iok IoNok
Í i
IΛCOTES
MONETΛ MVNITΛ MONETΛ
ИTINΛ 3
MVR(E)LLO LEIO(NE) SENΛPRIΛ LEONES GΛLLICΛ -
C3k kIoNo oNIok
ИRI
CLΛRΛ PΛX PΛX
B
CIoNo» IoNok kIoNo(.)
Í ○/»
Fig. 9. Cuadro sinóptico sobre la serie ‘Munita’ 1 Podría ser MVN pero no es posible confirmarlo. 2 En al menos un ejemplar en el que se lee MIONIT (Reinhart 1942, nº 40; 1952: 24). 3 La И inicial podría ser un nexo entre L y A que vuelve a repetirse al final de la leyenda tras Munita. 4 También BERSIDENS CVNITA con exergo oI3o (Sociedade Martin Sarmiento, Guimarães).
Fig. 10. Tremis con leyenda Latina Tude. 1,15 g; 19 mm. Bibliothèque Nationale de France
Fig. 12. Tremis con leyenda Latina Polle. 1,15 g; 17 mm. American Numismatic Society2014.44.8. Ex Colección Archer Huntington
Fig. 11. Tremis con leyenda Latina Emeri. 1,24; 16 mm. Bibliothèque Nationale de France
Fig. 13. Tremis con leyenda Omurelense Munita. Museu D. Diogo de Sousa (Braga)
Fig. 14. Mapa amonedación de época sueva
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El tipo monetal visigodo de victoria con palma y guirnalda acuñado en hispania: buscando la destrucción del reino suevo de Miro (572-584) Fernando López Sánchez Wolfson College (Oxford, Reino Unido)
La Victoria de las profectiones de Leovigildo y Recaredo: contra el reino suevo
L
as emisiones monetales visigodas con el tipo Victoria corriendo a la derecha, y con palma y guirnalda en sus manos, (llamado «Victory-Palm-Wreath» por W. J. Tomasini y «VPW» por R. Pliego: Tomasini 1964: 1. Pliego 2009: I, 75) son muy diferentes de las acuñaciones habidas por burgundios, ostrogodos o merovingios (Pliego 2009, I: 78, 91-4, 156). Hacen su aparición por primera vez en el sur de la Galia, en tiempos de Alarico II, y acompañan a la conflagración franco-visigoda que culminó en Vouillé en el 507 (Pliego 2009: I. 78, 91. Tomasini 1964: 64-65). Tras unos sesenta años de acuñaciones constantes de este tipo por parte de los visigodos, aunque de forma probablemente irregular y en cantidades escasas, su importancia creció de nuevo, y dramáticamente, con los reinados de Leovigildo, y Recaredo, y hasta el año 584, cuando finalmente desaparecieron1. Este peculiar tipo visigodo resulta ser una contracción de una escena artística y monetal profundamente romana, conocida con el nombre de profectio bellica. En la profectio bellica se representaba al emperador saliendo en campaña con su cortejo militar, y para llevar a cabo un traiectus y una expeditio militar particular (Jones 1990: 254). Existieron varios sub-tipos de profectio en tiempos romanos, pero el más popular, y central para la comprensión de nuestro tipo visigodo, representó siempre a Victoria (figura femenina, con túnica y un par de alas) corriendo hacia la derecha, con palma y guirnalda, y precediendo al emperador a caballo, el cual portaba lanza y se dirigía igualmente a la derecha (Fig 1a). Los grabadores monetales visigodos, no obstante, prefirieron elegir una fórmula de sinécdoque, o de pars pro toto, a partir del completo cuadro romano. Sólo representaron a Victoria con palma y guirnalda, la parte más significativa de la escena de profectio bellica (Fig 1b). La mejor narración que poseemos acerca de un ritual de profectio bellica en relación con un rey visigodo nos la proporciona la Historia de Wamba, de Julián de Toledo. Como en el caso de los ejércitos imperiales bizantinos, y antes de ellos, de los ejércitos romanos, el rey y las tropas visigodas se reunían en un lugar preciso antes de partir para hacer la guerra, extramuros de la capital, y en el caso visigodo tardío, en torno a la iglesia de los apóstoles S. Pedro y S. Pablo, in suburbio toletano (McCormick 1986: 308 y nota 53). Después, y en una ceremonia religiosa en la que se deseaba la victoria al rey y su vuelta como triumphator, se le bendecía (Ibidem, 309). En la secuencia de los acontecimientos históricos y militares ocurridos en la península ibérica entre los años 572 y 585, no se ha resaltado con suficiente vehemencia que lo esencial de la política visigoda durante este período pudo haber estado determinada por la cuestión sueva. Y que muchas de las profectiones que tuvieron lugar durante aquellos debieron haber estado en relación directa con el deseo visigodo de control primero, y supresión después, del reino suevo de Miro y sus sucesores. Juan Bíclaro (10) nos cuenta a este respecto que Leovigildo inició su política expansionista ya a finales del año 568, mientras que el nuevo rey suevo,
1 Pliego 2009: I, 159, para las escasas excepciones que existen en el siglo VII.
Miro, sucesor de Teodomiro desde el año 569, comenzó a conducir una política hostil hacia los godos desde muy pronto también. Es dif ícil establecer quien respondió a quién, pero la secuencia de hostilidades entre ambas monarquías fue constante y creciente a partir del año 572, precisamente cuando la iglesia del reino suevo aparece reorganizada, y convertida al catolicismo, renegando del arrianismo impuesto anteriormente por los godos (Díaz Martínez 2011: 144-147, 229). En el año 571 ó 572 Juan Bíclaro (21) cuenta que Miro llevó la guerra contra los ruccones, fuera del ámbito suevo. Por su parte, la campaña visigoda contra los sappos, en Sabaria, en el Duero limítrofe con el reino suevo, y sin duda a partir de Mérida, parece haber sido una respuesta de Leovigildo al crecientemente expansionista reino suevo. La campaña en Cantabria de Leovigildo en los años 573 y 574 contra los pervasores de esta región, probablemente gentes idénticas o próximas a los suevos, y la toma de Amaya (Ioh. Bicl. 32), prefiguran además la tenaza que tanto desde el valle alto del Ebro, como desde Mérida y hacia el norte, condujeron con posterioridad los godos para asfixiar al reino suevo (Isid. Hist. 49, Ioh. Bicl. 35) (Ibidem, 147), como ya vio en su momento, y de forma harto perspicaz, C. Torres Rodríguez (1977: 244-247). Una primera sumisión del reino suevo por parte visigoda se consiguió en el año 576 (Ioh. Bicl, 39), y en el año 577 Leovigildo pudo proclamar que Hispania se encontraba «pacificada» (Ioh. Bicl. 50). Poco después, en el año 579, se produjo, no obstante, la sublevación de Hermenegildo en Sevilla, revuelta que obligó a una repetición de las operaciones llevadas a cabo durante los años 572 y 576, y ahora hasta el año 584. La emisión por parte de Hermenegildo del tipo de Victoria con palma y guirnalda (Fig. 2), tanto como la ambigüedad de las fuentes literarias acerca de la verdadera intencionalidad del rey suevo Miro cuando se personó con su ejército en Sevilla en el año 583 (Díaz Martínez 2011: 149), hacen pensar, no obstante, que el hijo revoltoso de Leovigildo estuvo también involucrado en el proyecto de sumisión del reino suevo.
La Victoria gótica del año 585 no fue celebrada monetalmente de la misma manera a como lo fue el triumphum del año 423 en territorio suevo En comparación con la profectio, los textos visigodos acerca del regressus victorioso de un rey visigodo no poseen la misma cantidad de información (McCormick 1986: 312). Y puede afirmarse que lo mismo sucede en el panorama monetal. De todas maneras, es harto interesante observar como las monedas de Leovigildo y Recaredo con leyenda EMERITA VICTORIA2 y cruz sobre gradas en el reverso, así como aquellas con leyendas PIVS EMERITA VICTOR, EMERITA VICTOR y EMERITA PIVS (Pliego Vázquez 2009: II, no 56, 75) y doble busto sólo encuentran paralelos en la emisión de Leovigildo con leyenda BRACARA VICTOR (Ibidem, no 58, 76) y en otras acuñaciones
2 Pliego Vázquez 2009: II, nos 54, 55, 73-75 para Leovigildo; nos 113-117, 105-110 para Recaredo.
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galaicas de Recaredo3. Pocas dudas nos caben a este respecto de que estas emisiones son aquellas que conmemoraron la victoria galaica de Leovigildo y Recaredo sobre el reino suevo y a partir de Mérida, el principal punto de partida militar de las campañas visigóticas que doblegaron a Miro. Las Vitae de los Santos Padres de Mérida (5.12.5-6), por su parte, hablan de cómo el obispo de Mérida llegó a celebrar una ceremonia victoriosa de regressus a esta ciudad. A este respecto, y aunque las series monetales muestran que Recaredo debió haber soportado lo esencial del esfuerzo militar en la región del noroeste durante los años 584 y 585, es con Leovigildo, sin embargo, con quien se asocia en las series emeritenses el tipo de cruz sobre gradas. Esta especial asociación de Emérita con Leovigildo indica claramente: • que Leovigildo es honrado por encima de Recaredo y como el verdadero vencedor y responsable de las campañas galaicas. • que Mérida es considerada como una ciudad por encima de Toledo en esta ocasión, probablemente debido a que Emerita fue el punto de acantonamiento de las tropas que intervinieron durante años en la Gallaecia, y de forma semejante a como sucedió ya en tiempos de Augusto con Carisio y Agripa. Además de celebraciones provinciales como esta de Mérida, también existieron en el mundo visigodo celebraciones de carácter nacional y relacionadas con una «victoria total». Julián de Toledo en su Hist. Wamb. 27 describe una ceremonia de este tipo, habida en Toledo, y con inclusión de una calcatio colli (McCormick 1986: 313), el ritual político mediante el cual el victorioso soberano saltaba sobre el cuello de su opositor (en este caso, el conde Paulus) (Martínez Pizarro 2005: 106). La calcatio colli era una ceremonia f ísica que debía hacerse en una ciudad imperial y que podía también implicar a generales delegados del responsable de la victoria, los cuales eran los que realmente marchaban f ísicamente sobre los cuellos y las espaldas de los enemigos derrotados (Casiodoro Variae 3.51.8). A este respecto, el espectacular sólido suevo hallado para la comunidad científica en el año 2006, con leyenda de reverso VICTORI-A AVGGG y marca de ceca B-R (López Sánchez 2015: 185, nota 41) (Fig. 3), se corresponde con este tipo monetal de calcatio colli, llamado por J. Lafaurie y por la historiograf ía francesa como tipo «del Ister» (Danubio), por ponerlo este numísmata en relación con el panegírico pronunciado por Claudiano con ocasión del sexto consulado de Honorio en el año 404 y sus victorias en el Danubio (colla triumphati proculcat Honorius Histri, v. 648) Aunque nosotros mismos hayamos interpretado la acuñación de este sólido en relación con la destrucción del primer reino suevo en el año 456 (López Sánchez 2015: 192, 194), hoy nos inclinamos más por una atribución anterior, y en torno al año 423. La captura de Máximo, el usurpador de Hispania que provocó la unión de tropas imperiales, visigodas y suevas entre los años 420 y 422 motivó también una ceremonia triunfal en Ravena (McCormick 1986: 57-59, notas, 76, 80) ¿Estuvieron en Ravena y con ocasión de esta celebración victoriosa el magister militum romano Asterio, el suevo Hermerico y el visigodo Teodorico I? (Kulikowski 2000). Es muy probable que así fuese, pues las celebraciones triunfales romanas no implicaban sólo al generalísimo responsable de una victoria militar, sino también a sus subordinados principales. La victoria «total» del año 456 contra el primer reino suevo, si se adscribe el sólido B-R al año 423, pudo no haber dejado rastro monetario, posiblemente debido a la inestabilidad del trono imperial tras la desaparición de la dinastía teodosiana. No parece que haya habido tampoco calcatio colli formal sobre ninguno de los últimos reyes suevos. Sólo la figuración del tipo de la cruz sobre gradas en ciertos tipos monetales de Leovigildo y Recaredo puede considerarse a este respecto que hace alusión a una victoria la del año 585 que podemos calificar, y en verdad, como de total.
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3 Pliego Vázquez 2009: II, no 130. Bergancia, no 140. Luco, no 144. Pincia, no 147. Senabria, no 149. Tornio, no 150. Tude, 114-118, López Sánchez 2009: 178-81
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Fig. 1b Trémisis de Leovigildo. Serie dicha de «Curru», anterior a aquella en la que refleja su nombre. Años 570 o principios de los año 580, CVRRV I + I VЯЯV / VIVRI-I-VVVЯЯ / OИO, The Trustess of the British Museum, CEM 283814 C
Fig. 2. Trémissis de Hermenegildo, antes de mediados del año 584 ermenegildi / regia deo vita, The Trustees of the British Museum, Museum number, 1863, 1110.1
Fig. 3. Sólido de Honorio, ceca de Braga. Único conocido. Vendido por Italo Vecchi en Londres en 2007. DN HONORIVS PF AVG / VICTORI-A AVGGG / B-R. Foto del autor 159
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III. 2. POBLAMIENTO Y TERRITORIO EN LA GALLAECIA DE ÉPOCA SUEVA
Hábitat, poblamiento y territorio en la Gallaecia de epoca sueva Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid)
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a llegada e instalación de los Suevos en la Gallaecia, en lo que respecta al hábitat y al poblamiento, no supuso ninguna alteración en lo que hay que entender como un proceso que obedece a una dinámica evolutiva interna en la que debemos analizar dos parámetros que se desarrollan de forma sincrónica: por una parte, la transformación de la morfología y configuración interna de los patrones de asentamiento tardo-romanos, caracterizados por una mayor complejidad tipológica y funcional que no es posible actualmente reducir a categorías estandarizadas; por otra parte, los cambios y las transformaciones que sobre la evolución del poblamiento tardo-romano introducirá el proceso de cristianización durante este período, configurándose como un elemento morfogénetico fundamental en la estructuración y vertebración de la red de poblamiento rural en la Gallaecia tardo-antigua.
La evolución y transformación de los asentamientos rurales tardo-romanos en los siglos V y VI El desarrollo tardío en la Gallaecia, en comparación con otras áreas de la Península y de fuera de ella (Valenti 2004; Francovich-Hodges 2004; Hamerow 2004), de aquellas formas de ocupación rural que, de forma genérica y excesivamente reduccionista, se denominan como villae1, un fenómeno se intensificó de forma generalizada a partir de siglo III, ha debido contribuir probablemente a que dichos asentamientos se encuentren plenamente activos, e incluso muchos de ellos inmersos en un proceso de clara expansión, entre los siglos IV y V (Ripoll-Arce 1999, 2001; López Quiroga-Rodríguez Martín 2000-2001; Chavarría 2004, 2007; López Quiroga 2006a, 2006b, 2009). A la hora de analizar la evolución y final de las uillae tardo-romanas a lo largo de la Antigüedad Tardía debemos considerar a estos asentamientos como una forma más, y no la única como generalmente se ha admitido, del poblamiento rural romano (Leveau 2002; Garmy 2002; Francovich-Hodges 2003). A pesar de la carencia de informaciones cuantitativamente importantes, es posible afirmar, desde un punto de vista cualitativo, que la red de asentamientos rurales, y con ella el sistema de poblamiento tardo-romano, en la Gallaecia no desapareció completamente a principios del siglo V, como consecuencia de la llegada e instalación de los Suevos (López Quiroga 2004, 2006a, 2006b). En este sentido, el mundo rural tardo-antiguo de la Gallaecia se caracterizaría por la continuidad ocupacional de una gran parte de los asentamientos romanos de llanura entre los siglos III-VI. Indudablemente, los progresos en el conocimiento de la cronología de las producciones cerámicas tardo-antiguas, y su cada vez más frecuente aparición en los asentamientos urbanos y rurales del noroeste peninsular, han supuesto un verdadero tournant en la investigación sobre este período (Fernández Ochoa- Morillo Cerdán-López Quiroga 2005; Fernández Fernández 2013, 2014; Barciela-Fer-
1 Una uilla es, fundamentalmente, una explotación rural compleja, con una parte destinada a vivienda de la aristocracia (rural o urbana) propietaria de la misma (la pars urbana), un espacio dedicado a actividades productivas y/o vivienda de los ‘trabajadores’ (la pars rustica), además de un área de explotación de los recursos naturales adyacentes a este tipo de asentamientos (la pars fructuaria).
nández Fernández 2016; Fernández Fernández-Bartolomé Abraira 2016; Fernández Fernández-Morais 2017) permitiendo documentar esa continuidad ocupacional de los asentamientos rurales de época tardo-romana (Fig. 1). No existe todavía, sin embargo, para el conjunto de la Gallaecia, ningún asentamiento de este tipo excavado en su totalidad2. Ello nos priva, sin duda, de una visión más precisa respecto de esa aparente continuidad ocupacional que observamos en algunos asentamientos rurales con materiales que permitirían enmarcar las estructuras exhumadas en un arco cronológico que sobrepasa el siglo V, sin que podamos todavía conocer con exactitud el momento final de su ocupación a falta de un registro arqueológico fiable. Para el conjunto de la Gallaecia la dispersión de los asentamientos rurales tardo-romanos dejaría traslucir con claridad la estructuración y vertebración del territorio a partir de tres ejes fundamentales (Fig. 1): • por una parte, los núcleos o aglomeraciones principales y secundarias (las ciuitates, los uici y los fora, pero también las mansiones viarias), destacando entre ellos el amplio hinterland territorial en torno Bracara (Braga) y Aquae Flaviae (Chaves) el suburbium de Lucus (Lugo), Legio (León) y Asturica (Astorga). • por otra parte, los ejes de comunicaciones terrestres (la red viaria principal y secundaria), sobre todo la franja costera en torno a la via per loca marítima, desde Flavium Brigantium (A Coruña) hasta Portum Cale (Oporto). • y, por último, los principales cursos fluviales, junto con las áreas mineras, y particularmente el tramo medio y final del Sil (estrechamente vinculado a las explotaciones auríferas: Fig. 2). Otra cuestión bien diferente, y para nosotros crucial, es la de intentar determinar cuántos de esos asentamientos rurales evidencian signos de ocupación a partir del siglo V. Nuestra impresión es que una gran parte de las mismas continuaría en actividad durante la época sueva (siglos V y VI)3, siendo bastante probable que se haya producido un cambio sustancial en la red y sistema de poblamiento en el curso
2 Constituyendo, no obstante, el yacimiento de Toralla (Vigo) una excepción en la cantidad y calidad de información, además de tratarse de la única uilla musealizada en Galicia (Vieito Covela-Fernández Fernández-Pérez Losada 2005); al igual que la uilla de Veranes (Gijón, Asturias) (Fernández Ochoa-Gil Sendino-Orejas Saco del Valle 2004). 3 Evidencias de una cierta continuidad ocupacional, con cambios tipológicos y funcionales, se constatan en Adro Velho (Sanxenxo, O Grove, Pontevedra), Moraime (Muxía, A Coruña), Noville (Pontevedra), Toralla (Vigo, Pontevedra), Currás-Tomiño (Pontevedra), Forte de Lobelhe (Vila Nova de Cerveira); San Martín de Dumio (Braga); Martím (Barcelos); Aguas Santas (Santa Eulália de Rio Covo, Barcelos); Meinedo (Lousada); Perrelos (Vila Nova de Famalicâo): Santa María de Vilar (Vila do Conde); Santa Marta (Lucenza, Cualedro); Ouvigo (Blancos); Muradella (Mourazos, Verín); Parada de Outeiro (Vilar de Santos); São Caetano (Chaves); Vilarinho das Paranheiras (Chaves); «A Cortinela» (Xinzo de Limia); Santa María de Eja (Penafiel); y Vila Marín (Vila Real). En estos asentamientos rurales la aparente continuidad ocupacional se documentaría por la presencia de cerámica tardía de importación, especialmente la proximidad de la costa y de los cursos fluviales navegables (Toralla y Noville constituyen, en este sentido, ejemplos paradigmáticos: Pérez Losada 2000; Pérez Losada-Fernández Fernández-Vieito Covela 2008) o de imitación de aquéllas (más frecuente en las áreas del interior, algo alejadas de los circuitos comerciales).
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del siglo VII, vinculada a una significativa ampliación del espacio habitado4 (López Quiroga 2004). Además de estos asentamientos que se vinculan con explotaciones rurales tipo uillae, contamos con aglomeraciones secundarias tipo uici o fora, en los que se constata igualmente una continuidad ocupacional más allá de principios del siglo V (Pérez Losada 2002, López Quiroga 2004)5. Podemos afirmar, por tanto, que el sistema de poblamiento galaico-romano continuó, en gran medida, a lo largo del siglo V su propio desarrollo y evolución interna iniciados en el siglo III6, y que entre los elementos que nos estarían indicando la transformación morfológica y funcional de los asentamientos rurales tardo-romanos, evidenciando una continuidad ocupacional de dichos lugares, estarían: la presencia de actividades de tipo productivo en anteriores sectores de carácter residencial; el uso habitacional diverso (edilicia en materiales perecederos) de previos espacios residenciales; la configuración de áreas funerarias en ámbitos con función primigenia de tipo residencial o productivo; y la construcción de edificios y complejos cultuales cristianos en áreas residenciales o en su proximidad (López Quiroga 2009). La lenta pero progresiva transformación y desaparición de los asentamientos rurales romanos a lo largo de la Antigüedad Tardía, el proceso conocido como el «final de las uillae», en el que la llegada e instalación de poblaciones bárbaras no habría supuesto ninguna interrupción en su secuencia ocupacional, ni mucho menos destrucciones violentas que se hayan podido documentar arqueológicamente (López Quiroga 2006a), estaría directamente relacionada con tres aspectos clave: • la existencia de una realidad más compleja que la que nos ofrece un mundo rural entendido como una sucesión ininterrumpida de uillae, mucho más heterogéneo en las formas y tipos de ocupación rural. En efecto, existen otras unidades de poblamiento intermedias que no encajan en ese esquema y modelo tan rígido7, bien sean factorías, granjas, o pequeñas unidades familiares dedicadas a actividades productivas de tipo diverso (Francovich-Hodges 2003; López Quiroga-Lopes-Fernández Ochoa eds. 2006), como las que se documentan en la «Fase I» (siglos VI-VII) del yacimiento de «A Pousada» (Bornais, San Cristovo do Eixo, Santiago de Compostela) (Fig. 3), a partir de la presencia de varias fosas
4 Que se traduce en una disminución de las áreas de bosque y una cierta intensificación en la ocupación de áreas montañosas o de altura. 5 En Vicus Spacorum (Vigo), Iria Flavia (A Coruña), Carioca (A Ermida, Quiroga, Lugo), Aquis Querquennis (Portoquintela, Bande, Fig. 4), Auria (Ourense), Occulis Calidarum (Caldas de Vizela, Guimarães), Alvarelhos (Trofa), Magnetum (Meinedo), Portum Cale (Oporto), Forum Limicorum (Xinzo de Limia), Forum Gigurrorum (A Pobra de Valdeorras, El Barco, Ourense), Praesidium (San Pedro de O Burgo, Castro Caldelas, Ourense) etc. 6 Como es evidente, existen diferencias cronológicas en el desarrollo de los asentamientos asimilados a uillae a lo largo de las diferentes provincias del Imperio. En el caso del noroeste peninsular su desarrollo tardío (especialmente a partir del s. III) quizás haya permitido un mayor vigencia de este tipo de asentamiento respecto a otras áreas. En efecto, en Italia la ocupación estable tipo villa se verifica desde principios del s. I, consolidándose definitivamente en tiempos de Augusto, observándose una crisis que conllevaría un estancamiento de este tipo de asentamientos en el tránsito del s. II al III, y que se acentuaría en el siglo siguiente, lo que conduciría a su vez a la «desaparición» de las villae en el curso del s. VI. En el caso de la Galia (particularmente en el Norte) y Germania, el desarrollo y consolidación definitiva de las villae tendría lugar algo más tarde que en Italia, en época flavia (hacia mediados del s. I). 7 Como el establecimiento artesanal de Lieusaint (Seine-et-Marne), un pequeño asentamiento ocupado sólo a finales del siglo IV o comienzos del V, al borde de una vía romana, que se compone de dos edificios de madera, uno de ellos dedicado a actividades artesanales (Marcille 2003).
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que se identifican con estructuras de almacenamiento (tipo silo) y el procesado de productos agrícolas (Rebeca Blanco et al. 2009a). • la importancia que para la organización del sistema de poblamiento, articulación y vertebración del territorio supone el tipo de organización y estructura de la propiedad rural (De Francesco 2004; Vera 1999, 2014, 2016; Ariño Gil-GurtPalet 2004; Chouquer 2014). En efecto, existen diversos modelos de propiedad (y aquí el análisis de los textos combinado con la arqueología podría ser muy revelador8) que sin duda podría estar condicionando el tipo y la estructura del poblamiento, las formas y los tipos del hábitat rural en el occidente post-romano. La legislación de época visigoda (Lex Visigothorum, X, 3, 1-5), contiene disposiciones relativas a los límites de las propiedades (los antiguos termini), resolviéndose los problemas existentes al respecto en función del derecho romano y la tradición de los agrimensores (Galleti 1994; López Quiroga 2006a). La cuestión del reparto de tierras entre hispano-romanos y Bárbaros en el caso de Hispania, está en el centro del debate (Código de Eurico, 276) y, con independencia de la existencia o no de grandes programas «estatales» de ordenación del territorio, es evidente que la organización de la propiedad rural constituye la clave del arco del sistema de poblamiento durante la Antigüedad Tardía. • el estudio del paisaje y sus transformaciones (Chouquer 1996-1997, 2000) proporciona informaciones que permiten comprender mejor los dos aspectos indicados anteriormente: las formas de ocupación rural y la estructura de la propiedad. La acción antrópica sobre el medio f ísico es hoy en día abordable a partir de los diagramas polínicos, los estudios de terrazas agrícolas, la edafología, la antracología, pedología, etc.. Contamos hoy con datos fiables para el nordeste de la Península (área costera de la tarraconense), Pirineo oriental, tramo central del Duero, algunas áreas de la cuenca del Guadiana y diversos sectores del noroeste peninsular (Ariño Gil - Gurt-Palet 2004; López Quiroga - Viera da Silva 2007; Sánchez Pardo - Costa Casais - García Quintela - Martínez Cortizas, eds. 2015). Es posible comprobar como en territorios tan diversos (a lo que podríamos sumar los datos de otros ámbitos del Occidente europeo post-romano también coincidentes: Decker 2017) se observa, a partir del análisis de los diagramas polínicos combinado con dataciones de C14, una intensificación de la deforestación y una degradación general del medio vegetal, síntoma y consecuencia de una mayor actividad antrópica sobre el mismo en época tardo-antigua y alto-medieval (Ballesteros Arias 2010: Teira Brión 2012). El tránsito entre el siglo VI y el VII constituye, en este sentido, una significativa fase de cambio con indicadores que apuntan a una menor actividad agrícola y un desarrollo de la ganadería extensiva y el pastoreo en el marco de una estructura económica de tipo silvo-pastoril, especialmente activa al final de la época visigoda (Ariño Gil-Gurt-Palet 2004)9. Los registros paleoambientales están proporcionando actualmente informaciones de tal calibre que hace imprescindible su concurso a la hora de estudiar la evolución y transformación del paisaje en época tardo-antigua Sánchez Pardo - Costa-Casais - García-Quintela - Martínez-Cortizas, eds. 2015). Para el ámbito del noroeste peninsular, las in-
8 Véase, en este sentido, el modélico y pionero estudio de De Francesco sobre la propiedad rural en la región del Lazio (Italia) entre los siglos IV y VIII (De Francesco 2004). 9 Estas informaciones que proporcionan la palinología y las dataciones de C14 no son ajenas a la imagen ofrecida por los textos legislativos tardo-antiguos, puesto que las diversas compilaciones legislativas germánicas en Occidente muestran un paisaje no muy diferente (López Quiroga 2006a). Además, algunas fuentes hagiográficas (Vita Fructuosi, para Hispania) evidencian una actividad importante de ampliación del espacio habitado, deforestación y una economía de tipo silvo-pastoril para amplios sectores del noroeste peninsular (López Quiroga 2002, 2004, 2007; López Quiroga-Rodríguez Lovelle 2005).
formaciones extraídas del estudio combinado de las secuencias estratigráficas, edafológicas, mineralógicas, geomorfológicas, junto con los análisis isotópicos y las dataciones por C14, permiten observar cambios muy relevantes en la configuración del paisaje tardo-antiguo respecto al existente en época romana (Costa Casais-Kaal 2015). Estos cambios parecen estar relacionados tanto con una intensificación de la actividad agrícola evidenciada por una reducción de las áreas de bosque, como con un posible repunte de la actividad minera entre los siglos VI y VII, detectada a través de la presencia de importantes concentraciones de plomo depositados en el suelo y en los restos óseos documentados en algunas inhumaciones de ese período (Mighal et al. 2006; López Merino et al. 2014; Silva-Sánchez 2015; Tallón Armada et al. 2018; López Costas 2015; López Costas-Müldner 2016), coincidentes a su vez con cambios climáticos de cierta entidad al final del período romano (Decker 2017). Es fundamental, en definitiva, al analizar la evolución de los asentamientos rurales durante la Antigüedad Tardía tener en cuenta: • La dimensión espacial del proceso de transformación y final de las uillae como forma hegemónica en el sistema de poblamiento rural presenta dos aspectos en sí mismos aparentemente paradójicos al constituir, simultáneamente, un punto de llegada y un punto de partida. Es evidente que el final de estos asentamientos como residencias de lujo para la aristocracia romana marcaría un punto de inflexión fundamental; pero, al mismo tiempo, las nuevas formas de ocupación que se generan en el seno mismo de las uillae estarían configurando una serie de elementos morfogenéticos que representarían la génesis del sistema de poblamiento característico del mundo medieval. Por ello, es preciso distinguir: a) El final de las uillae como residencias de la aristocracia tardo-romana y tardo-antigua, que fueron objeto de transformaciones radicales en la estructura y función primigenia de los diferentes ámbitos espaciales en la vivienda del propietario. En la mayoría de los casos, los indicadores de estos cambios no suponen la interrupción de la secuencia ocupacional como lugar de hábitat. Todo lo contrario, hay una comunidad (más o menos numerosa) ligada a ese asentamiento, a esa villa, y lo que ha tenido realmente lugar es una modificación de gran calado en la composición y status socio-económico de la población vinculada a esa residencia, empezando, lógicamente, por el antiguo/nuevo propietario de la misma y los coloni/servi dependientes (Vera 2012). No olvidemos, como ha sido recordado con mucho sentido común, que el siglo V marca el momento en el que la unidad fiscal del Imperio romano se fragmenta de forma irreversible y que, por lo tanto, los circuitos annonarios dejan de funcionar a la escala macro-espacial imperial (Wickham 2001: 566). En ese esquema descrito las uillae vertebraban todavía un territorio estructurado en términos de propiedad, algo que ya no sería operativo a esa escala macro-espacial a partir del siglo V (López Quiroga 2004). b) La presencia de nuevas formas de ocupación vinculadas o no a asentamientos rurales de época tardo-romana que es posible detectar a partir de la presencia de distintos indicadores que marcarían el ritmo e intensidad de las transformaciones que tuvieron lugar en estos lugares: inhumaciones; edificios y/o complejos cultuales; construcciones y/o estructuras vinculadas a unidades habitacionales y edificaciones anexas (muretes de mampostería, agujeros de poste, silos, hogares, hornos, talleres de metal, etc.). En este nuevo esquema el hábitat que se configuran, germen de las comunidades de aldea propiamente medievales, estaría representado una forma diferente de estructuración y articulación del territorio no tanto a nivel macro-regional sino local o supra-local.
• La secuencia temporal, es decir, la cronología y concretamente las crono-estratigraf ías constituyen un parámetro tendente a mostrar dos extremos aparentemente irreconciliables y contradictorios: o bien nos encontramos con una secuencia estratigráfica ininterrumpida o, casi en el 100% de los casos, nos hallamos ante discontinuidades o interrupciones en la estratigraf ía que generan sistemáticamente una interpretación de las mismas en términos de ruptura. Estas discontinuidades pueden deberse a un abandono de ese sector objeto de excavación en un momento determinado, lo que aboca inevitablemente a una lectura a favor de la «amortización» de ese espacio. Pero también, y frecuentemente en el caso de las uillae y asentamientos rurales similares, la interrupción en la secuencia estratigráfica puede estar motivada por un cambio de uso o función de un área concreta debido a su inadecuación en un contexto completamente diferente a aquel que originó su función primigenia. El caso más paradigmático en este sentido, aunque no el único, es el de la configuración de espacios funerarios o la presencia de inhumaciones aisladas en el seno de áreas con una función anterior de tipo residencial y/o productivo. Interpretar un cambio de este tipo como una interrupción en la secuencia ocupacional de un lugar aboca inevitablemente a una lectura en términos de una contraposición entre «ruptura» y «continuidad», lo que constituye en realidad un falso debate (Sánchez Pardo 2008). La dimensión temporal posee, precisamente, un componente ineludible que obliga a contextualizar los datos (los hallazgos) en una secuencia temporal de amplia diacronía, además de ubicarlos en el espacio, por lo que resulta a todas luces evidente que a lo largo de la Antigüedad tardía se producen una serie de transformaciones sustanciales en la concepción y gestión de los espacios anteriormente ocupados de forma unitaria por estas grandes explotaciones rurales. Y, sobre todo, no podemos olvidar que la propiedad rural (y con ella la explotación de los recursos y la gestión del territorio) fueron objeto de cambios irreversibles síntoma y a la vez consecuencia de la crisis progresiva del Estado y de sus mecanismos de control fiscal en las diversas provincias del Imperio romano occidental. Una de las instituciones que va a gestionar y acaparar grandes extensiones de propiedades rurales y urbanas, por diversos mecanismos, es la Iglesia, a través de las aristocracias urbanas y rurales, en el marco del proceso de cristianización que actuará como correa de transmisión de los intereses de ambos para un objetivo e interés común: el control de la gestión y explotación de la propiedad. Obviar este contexto, a la hora de analizar la transformaciones que tienen lugar en los asentamientos rurales, aboca a una incomprensión y a una simplificación del complejo proceso de cambio estructural y funcional al que se vieron sometidas un gran número de explotaciones, residencias y asentamientos rurales romanos a lo largo de la Antigüedad tardía que condujeron, como sabemos, a su final como forma hegemónica de ocupación del territorio en el Occidente post-romano. Los asentamientos fortificados de altura en los siglos V y VI En lo que respeta a los castros, se mantendrían como patrón de asentamiento en altura (independientemente de si poseen la categoría de castella) (García Moreno 1998) entre los siglos V y VI. Aunque, como es lógico suponer, esta ocupación no se mantendría de forma ininterrumpida sino con ritmos e intensidades distintas en el tiempo y en el espacio. En todo el territorio de la Gallaecia el castro está omnipresente no solamente como un «elemento residual del paisaje» sino como una unidad fundamental del poblamiento durante toda la Antigüedad Tardía. Sin negar la evidencia que supone la introducción del sistema de uillae y su papel morfogenético, en lo que a ocupación y organización del territorio se refiere, la mítica imagen de una «masiva bajada de la población de los castros a la llanura», como consecuencia de la conquista romana, está destinada a mantenerse más como un topos literario 165
que como un dato que refleje una realidad histórica, por otra parte mucho más compleja. La idea de una prolongada permanencia ocupacional del castro no es, evidentemente, una «novedad» en el ámbito de la investigación sobre este período en el noroeste peninsular, pero se hace necesario dar un paso más respecto a la obviedad que supone la vitalidad ocupacional del castro durante todo el período tardo-antiguo (García Moreno 1998). En este sentido, debemos intentar diferenciar tipos y momentos de ocupación (Steuer 1990; Hoeper 1994, 2001; Hoeper-Steuer 1999) entre aquellos castros que, con una morfología y funcionalidad todavía mal conocidas y definidas, presentan una ocupación entre los siglos V y VI. La repartición espacial de estos castros, a pesar de su distribución más o menos uniforme por todo el territorio, permite observar cómo la parte costera de la Gallaecia, en torno a la via per loca marítima, es la que muestra una mayor concentración de asentamientos de este tipo con ocupación en época tardo-antigua (como el castro de «A Lanzada», en Sanxenxo, Pontevedra), coincidiendo además con un área donde encontramos una serie de hallazgos de TSCD y tesorillos monetarios con piezas de Arcadio y Honorio (395-408) (Fig. 5)10. Ello vendría a coincidir, parcialmente, con el área que constituye la base política y territorial del reino suevo. Los tesorillos con monedas de Arcadio y Honorio, nos indicarían que existe algún tipo de ocupación y/o reocupación de castros con anterioridad a la llegada e instalación de los Suevos en el 411 y que aquélla es especialmente significativa en torno a Braga y Oporto (Fig. 4): es decir, la capital político-administrativa de la Gallaecia meridional y un núcleo portuario primordial y estratégico en la desembocadura del Duero. Ambos lugares poseen un valor geopolítico evidente y debieron constituir objetivos importantes para quien desee controlar políticamente este territorio. La elección de Braga como primera capital del reino suevo, y posteriormente de Oporto (el castrum novum), no dejan lugar a dudas en este sentido. Por otra parte, los hallazgos de fragmentos de TSCD muestran una ocupación o reocupación de castros con un arco cronológico para este tipo de material que se sitúa entre la segunda mitad del siglo IV y la primera mitad del V desde Oporto a Iria Flavia. Es decir, en un ámbito espacial ligado a una fuerte actividad comercial de importación durante toda la Antigüedad Tardía que no se interrumpe ni se contrae, al contrario, con la llegada e instalación de los Suevos (Fernández Fernández 2013, 2014; Barciela-Fernández Fernández 2016; Fernández Fernández-Bartolomé Abraira 2016; Fernández Fernández-Morais 2017). Por ello, es factible suponer que existieron también razones de tipo económico para la ocupación o reocupación de antiguos castros, puesto que éstos contribuirían a asegurar y proteger la intensa actividad comercial y los circuitos que la sustentan en el conjunto del noroeste peninsular durante este período. En consecuencia, y sin negar que la llegada e instalación de poblaciones foráneas hacia el 411 haya influido notablemente en el fenómeno de ocupación y reocupación de antiguos asentamientos de altura fortificados tipo castro, resulta también evidente la existencia de una dinámica evolutiva interna al poblamiento rural tardo-romano, que no es ajena a dicho proceso y que, con independencia de factores externos, continuaría su desarrollo durante las primeras décadas del s. V. Otra serie de castros, independientemente de su ocupación y/o reocupación a principios del siglo V, se mantendrían activos, no sabemos si permanente o estacionalmente, durante algunos momentos de los siglos VI y VII. Estos asentamientos fortificados de altura muestran una distribución espacial en relación
10 Cabe esperar novedades relevantes, en lo referente a la continuidad ocupacional y o estacional de los asentamientos de altura tipo castro con posterioridad a época romana, del recurso a métodos de datación analíticos, como el C14, ya realizados en uno de los mayores castros del noroeste peninsular, el castro de San Cibrán de Lás (San Amaro, Ourense) (Fig. 6), que han evidenciado una amplia secuencia con siete fases entre el siglo VII a. C. hasta el VIII (Prieto Martínez et al. 2017).
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con el trazado de la red viaria y en los bordes de los grandes sistemas montañosos, lo que podría indicarnos que algunos de estos castra y/o castella podrían haber tenido alguna función de tipo militar como puestos de control o vigilancia en época sueva y visigoda (como el castro de Vilandoga, en Lugo; los de San Cibrán das Lás, Santomé y Saceda, todos ellos en la provincia de Ourense; «El Castillón», en Zamora; o el de Monte Mozinho, Penafiel, Portugal) (Fig. 5). Mientras que otros castros, en los que se documentan vestigios o edificios de tipo cultual en relación con el proceso de cristianización, podrían haberse constituido como núcleos jerarquizadores, desde el punto de vista territorial, a nivel de la administración eclesiástica, en correspondencia con las informaciones contenidas en las actas conciliares desde comienzos del s. V11 y del propio «Parroquial Suevo» para la segunda mitad del VI (Fig. 6). Si, en el primer caso, el origen de esa ocupación o reocupación de antiguos castros pudo obedecer a razones geopolíticas, en el segundo, estas serían de tipo religioso en relación con el proceso de cristianización rural, estrechamente relacionado con la administración eclesiástica del territorio, apoyándose en la red de poblamiento preexistente y en la que los castra y/o castella ocuparían, como hemos señalado, un escalón intermedio en la ordenación del territorio entre las ciuitates, los uici y las uillae (López Quiroga 2004). El cambiante e inestable contexto socio-político, como consecuencia del proceso de configuración de las dos formaciones políticas dominantes (el reino suevo y el visigodo) que rigen los destinos de la Península Ibérica en la tardo-Antigüedad, ha podido influir en aquellos castros que presentan indicios de ocupación en los dos siglos anteriores. Así, a principios del s. V, la situación que crea la llegada de los Suevos, pudo haber dado lugar, como Hidacio señala, a que «una parte» de la población local galaico-romana se «organizase» y «aglutinase» en algunos castella tutiora y/o castra, que podrían haber adquirido, por razones geopolíticas, una posición preeminente, aún dif ícil de calibrar con los datos actualmente disponibles, respecto a otros núcleos que conforman la red de poblamiento tardo-antiguan (López Quiroga 2004). En este sentido, estos castra y/o castella, al menos durante el siglo V, constituirían unidades de poblamiento menores respecto a la ciuitas principales, de la que dependerían y en cuyo territorio se encontrarían ubicados. Los habitantes de esos castra y/o castella estarían constituidos en el siglo V por la propia población local galaico-romana. Con posterioridad, especialmente desde mediados del siglo VI en adelante, algunos de los castros con evidencias de ocupación en esos momentos podrían haber servido de asiento a poblaciones no locales con una función asimilable a un carácter militar pero, sobre todo, como puestos de vigilancia sobre la red viaria o de control en pasos montañosos, en relación con el proceso de integración político-territorial de este espacio en el reino godo de Toledo (López Quiroga 2004). En definitiva, entre los siglos V y VII, el castro habría constituido un patrón de asentamiento fundamental cuyo significado no debería ser interpretado únicamente bajo el prisma de un hábitat «fortificado», sino como un asentamiento de altura poli-funcional que estaría mostrando el dinamismo y las transformaciones que tienen lugar en el poblamiento rural tardo-antiguo del noroeste peninsular. La existencia de una actividad comercial, fundamentalmente de importación, en pleno auge y desarrollo durante una buena parte del período tardo-antiguo, es sintomática asimismo de la gran vitalidad y dinamismo que caracteriza al conjunto de la fachada atlántica del noroeste peninsular. Los asentamientos donde se documentan cerámicas de importación no nos están indicando, precisamente, que
11 Concretamente al referirse a los lugares que pueden constituir el asiento de una iglesia fuera del ámbito estrictamente urbano. Ello aparece reflejado en el canon 5 del I Concilio de Toledo (397-400): uel in loco quo est ecclesia aut castelli aut uiucus au uillae, J. Vives, Concilios visigóticos e hispano-romanos..., op.cit.
estemos ante un «decaimiento» y/o «contracción» de la actividad comercial durante el período tardo-antiguo (Naveiro López 1991; Fernández Fernández 2013, 2014; Barciela-Fernández Fernández 2016). Al contrario, ello constituiría un claro exponente de la intensidad de las importaciones que se mantendrían hasta bien avanzado el siglo VII12 y que, con las salvedades que se imponen, sería comparable al que simultáneamente se está produciendo en otras áreas costeras de la Península y en todo el Mediterráneo (Wickham 2005). Además, la importancia e intensidad de esta actividad de producción e intercambio podría no ser ajena al fenómeno de ocupación y/o reocupación de antiguos asentamientos fortificados de altura tipo castro (denominados en las fuentes como castra y/o castella), que estarían asegurando el mantenimiento y sobre todo la protección de una actividad que nos atreveríamos a calificar como vital para la economía tardo-antigua del noroeste peninsular en lo que respecta al mantenimiento de una elite de raigambre tardo-romana que continua ejerciendo todavía un papel preponderante.
Élites, cristianización, poblamiento y territorio en la Gallaecia tardo-antigua. Una buena parte de las transformaciones morfológicas y funcionales en algunos sectores de las uillae y uici rurales, son causa y consecuencia de los cambios acompañan al proceso de cristianización y su progresiva expansión en el ámbito rural. Estos cambios se detectan, fundamentalmente a través de la construcción de edificios y o complejos cultuales (Fig. 7), junto con las transformaciones que se observan en la evolución de la topograf ía funeraria rural con el acercamiento progresivo de las inhumaciones en la iglesia y, por lo tanto, de la configuración de los cementerios cristianos y la desaparición o abandono de las necrópolis paganas (López Quiroga-Rodríguez Lovelle 1999a, López Quiroga 2010). En función de las informaciones disponibles, que no son homogéneas para el conjunto de la Gallaecia, podemos observar como el proceso de cristianización rural sin duda con ritmos e intensidades variables, presenta una dinámica evolutiva (en la que la práctica va siempre por delante de la legislación que la regula) durante el período tardo-antiguo en la que es posible distinguir: • Un primer momento, entre el s. IV y mediados del VI, profundamente marcado por el lento proceso de cristianización de las elites locales galaico-romanas en un contexto rural todavía fuertemente anclado en las prácticas paganas13. Es lo que se ha denominado, para otras áreas, como «la primera generación de iglesias rurales» (Fournier 1982), caracterizada por la construcción de edificios
12 En el caso de la Toscana se detecta hacia el 650 el final de las importaciones cerámicas procedentes del Mediterráneo oriental (Wickham 1999: 10). 13 Lo refleja a la altura del s. VI la legislación conciliar y, sobre todo, el De correctione rusticorum escrito por Martín de Braga como una «demonología» sobre los males y vicios que caracterizarían al medio rural del noroeste peninsular. (Ferreiro 1981). Sobre el problema del paganismo y sus permanencias en el medio rural en Occidente véase ahora Hillgarth ed. 1992.
de culto (oratorios y/o capillas, como Ouvigo14, San Salvador das Rozas15, Santa Marta de Lucenza16 y Santa Eulalia de Aguas Santas17, en Ourense; y Martim, en Barcelos, Portugal18) por parte de los propietarios de las uillae en un sector o extremo de las mismas, en lo que constituiría una forma de evergetismo rural (Pietri 1978; Brown 1981), dependiente en gran medida de la iniciativa privada de estas elites locales (López Quiroga 2004, 2005). Estas transformaciones no afectarían a la continuidad ocupacional de los asentamientos rurales tardo-romanos como tales, pero sí a su morfología y función, ya que éstos se mantendrían como unidades habitacionales durante todo este período. En la Gallaecia se constata la presencia de edificios cultuales en el ámbito rural, tanto en castella, como en uici o en uillae. En lo que respecta a las uillae, encontramos edificios de culto en el entorno, o al menos relativamente próximos, de los dos núcleos urbanos principales existentes en la Gallaecia, Lucus y Bracara. La topograf ía de estos edificios de culto (oratorios, capillas, mausoleos) o de restos significativos de los mismos, nos estarían señalando los canales a través de los cuales el Cristianismo se introduciría en el medio rural (Fig. 7): desde las «ciudades» hacia los otros núcleos de poblamiento que, situados en la proximidad de la red viaria, constituirían el exponente de una ocupación del espacio y una ordenación del territorio todavía fuertemente marcadas por la impronta ro-
14 Ouvigo (en Os Blancos, Ourense) constituye el único lugar para el que poseemos la certidumbre (como han puesto de manifiesto las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo) de hallarnos ante un oratorio o capilla construido en un sector de la uilla preexistente. La primera fase del oratorio (que se corresponde con la segunda etapa constructiva del edificio, cuya primera fase nos revela una construcción cuya funcionalidad cultual no está clara) se sitúa entre los siglos IV y V, mientras que la segunda se enmarcaría en los siglos V y VI. El principal cambio observad entre ambas fases es la aparición de una división interna en el edificio que separaría el espacio reservado al presbiterio, el del coro, el correspondiente a los hombres, a las mujeres y a los catecúmenos según Rodríguez Colmenero 1985. 15 En la capilla de San Salvador das Rozas (en Medeiros, Monterrei, Ourense), es probable que nos hallemos también ante la presencia de una capilla u oratorio relacionado con un posible asentamiento rural romano, que podría intuirse por la presencia de abundantes y significativos hallazgos en superficie (alineamientos de muros, abundante cerámica común y sigillata). El hallazgo de un conjunto de sarcófagos (dos de ellos infantiles con inscripciones) con laudas funerarias decoradas con diversos motivos cristianos (orante y estola) debe enmarcarse en la fase de cristianización de este lugar y que situamos entre los siglos V y VI (Rodríguez Colmenero 1977; Rodríguez Colmenero-López Quiroga 1991; López Quiroga 2004). 16 En la capilla de Santa Marta de Lucenza (Cualedro, Ourense), las excavaciones arqueológicas han permitido exhumar algunos sectores de un asentamiento rural romano de llanura (de unas 12 Ha.) tipo uilla, cuya actividad se prolonga desde el siglo I hasta más allá del siglo IV, como parecerían indicarlo el epígrafe funerario de Vitalina (hallado a la entrada de la capilla) y fechado en los siglos V-VI (Rodríguez Colmenero 1989: 349-350). Aunque no se han hallado restos del probable edificio de culto construido en este sector de la uilla, el mismo podría hallarse debajo o en el entorno de la actual capilla de Santa Marta. 17 En Santa Eulália de Aguas Santas (Río Covo, Barcelos), se hallaron diversos materiales de construcción al lado de la iglesia parroquial, entre los cuales habría TSCD (formas 97 y 104 de Hayes situadas en la primera mitad del siglo VI), un pilar de altar paleocristiano (fechado en torno al los siglos V y VI) y una columna de mármol con paralelos estilísticos y decorativos norteafricanos (Ferreira de Almeida 1972: 126, nota 58; 1979: 312; Martins 1987; 736; Alarcão 1988: 13, n° 229. 18 En Martim (Barcelos), las excavaciones arqueológicas efectuadas al sureste de la iglesia parroquial han exhumado las fundaciones de un edificio en el que han sido reutilizadas piedras romanas. El material cerámico hallado se sitúa en los siglos V y VI, sin embargo, la funcionalidad del edificio no está del todo clara. Podría tratarse, una vez más, de un edificio de culto construido en un sector de una uilla, aunque sólo nuevas excavaciones arqueológicas permitirían dar respuesta a ese interrogante (Ferreira de Almeida 1972: 219326).
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mana (Bonnet 1994; Fevrièr 1974, 1994; Pergola ed. 1999; López Quiroga 2004, 2005). Un tipo de edificio diferente de los señalados, pero cuyo origen se situaría en el ámbito cronológico que estamos tratando, es el constituido por los martyria. Para el período entre el siglo IV y la primera mitad del VI, no se ha señalado hasta ahora ningún edificio de este tipo en el noroeste peninsular. En nuestra opinión, el complejo subterráneo existente bajo la fábrica gótica de la antigua iglesia de Santa Marina de Aguas Santas19 podría haber sido un edificio de este tipo, en lo que sería la segunda fase constructiva recientemente situada gracias a dataciones por termoluminiscencia en el siglo VI (Blanco Rotea et al. 2009b; Blanco Rotea et al., 2015)20 (Fig. 8), en lo que se refiere al uso cultual cristiano del mismo. Un dato a tener en cuenta, con todas las cautelas necesarias, es que la tradición popular refiere el «martirio e inhumación» de Santa Marina en este lugar de Aguas Santas, habiendo un lugar que es conocido como «o forno da Santa». Es sumamente arriesgado, con los datos tan fragmentarios de que disponemos, pasar de la descripción a la interpretación de este singular complejo cultual; aún a pesar de ello, nos inclinamos a considerar esta cripta como un martyrium que habría dado lugar al desarrollo de un tipo de inhumación ad sanctos21 (López Quiroga 2004). • Un segundo momento, entre mediados del siglo VI y del VII, que supondría la plena implantación del Cristianismo de tipo ortodoxo en el medio rural, la instauración de una jerarquía elemental, juntamente con una estructuración y vertebración eclesiástica básica y más o menos homogénea del territorio. Se ha considerado esta etapa tradicionalmente como la de una «segunda generación de iglesias rurales» (Fournier 1982), fuertemente vinculada con la actividad evangelizadora de algunos personajes de gran relevancia, tanto en el plano socio-religioso como político. Es el caso, para el noroeste peninsular, de Martín de Dumio, obispo de dicha ciudad y simultáneamente «abad-obispo» del monasterio suburbano de Dumio, ubicado en las afueras de la aglomeración bracarense (Fig. 9). Para este momento, se documenta una significativa actividad constructiva de edificios de culto que darían lugar a un incremente de las iglesias rurales (López Quiroga 2005, 2013; Sánchez Pardo - Blanco Rotea - Sanjurjo Sánchez - González García 2018), configurando una organización eclesiástica
19 Que podemos describir como sigue: Una vez que se descienden las escaleras que dan acceso a la misma, observamos en el centro del complejo la presencia de un gran sarcófago, del que sólo se conserva la base, alrededor del cual se disponen: por una parte, una serie de inhumaciones de las que se conservarían algunas laudas sepulcrales con signos diversos y, entre ellas, una con la representación del orante; por otra parte, un sistema de canalización de agua procedente del exterior de la cripta, que rodea por ambos lados el gran sarcófago ubicado en el centro de la misma. Un espacio rectangular, a modo de piscina, se sitúa en el ábside de la cripta y, frente a éste y en el otro extremo de la misma, hay un altar, bajo el cual continua la canalización hacia el exterior del complejo. Por último, en el centro del ábside de la cripta existe un orificio que comunica a su vez con el ábside de la iglesia gótica. 20 Los trabajos de toma de datos con láser escáner, fotogrametría, arqueología de la arquitectura, dataciones por termolumiscencia realizados en la cripta donde se ubica el «forno da santa» (Blanco Rotea et al. 2009b; Blanco Rotea et al., 2015) vienen a confirmar las conclusiones extraídas del estudio de este edificio realizado en el marco de nuestra tesis doctoral (1997): López Quiroga 2004. 21 Un edificio sepulcral dedicado al culto de una mártir local, Santa Marina en este caso, en el que tanto la canalización como las inhumaciones que rodean al sarcófago central, tendrían una significación de alto contenido simbólico, en el sentido que señala L. Pietri, al subrayar cómo la intervención del Santo a través de los cuerpos de los otros difuntos necesita la proximidad en el espacio entre ambas inhumaciones: «car la virtus agissante du saint est conçue comme une sorte de fluide qui émane de son corps ou de ses reliques, se répand dans toute le sanctuaire, en imprègne les murs et le sol et infuse aussi la terre autour de l’édifice»(Pietri 1986).
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del territorio mucho más homogénea y dotada también de un marco jurídico más estricto y de marcado carácter ortodoxo. Ello no excluiría la presencia de amplias áreas en las que no se constataría, para estos momentos, la presencia de edificios de culto. Esto nos estaría indicando, lo que ya hemos señalado en varias ocasiones, como la región occidental costera del antiguo conventus bracarensis presentaría una organización y una estructuración, desde el punto de vista de la administración eclesiástica del territorio, mucho más homogénea y desarrollada que la parte oriental montañosa de dicha circunscripción administrativa (López Quiroga 2004). El documento conocido como «Parroquial Suevo» reflejaría lo que acabamos de decir y ello se correspondería, además, con la distribución espacial de los edificios de culto construidos en este período (Fig. 6 y 7). En efecto, son las áreas de valle en relación con la red hidrográfica y viaria en torno a Bracara y, no ya tanto de Chaves sino de Ourense (obispado que se crea precisamente en la segunda mitad del siglo VI), donde hallamos una relativa densa red de iglesias, especialmente en torno a Braga, en parte consecuencia de la intensa actividad evangelizadora de Martín de Dumio (López Quiroga 2005, 2013) (Fig. 6). Podemos suponer que una gran parte, sino la totalidad, de estas iglesias rurales mantendrían una dependencia directa respecto al obispo de la diócesis en la que estarían ubicadas, lo que vendría igualmente a corroborar la insistencia de la legislación conciliar en reclamar para el obispo la propiedad y gestión de esos edificios de culto. Los edificios de culto, desde los inicios del proceso de cristianización, han tenido un papel morfogenético fundamental en la configuración de la red de poblamiento y la vertebración del territorio (Volpe-Favia-Giuliani 1999; López Quiroga 2005, 2013), comparable al que supuso en su momento el sistema de ocupación y explotación romana en la Gallaecia, siendo el germen de la red de poblamiento y la vertebración del territorio que caracterizarán a esta región a lo largo de toda la Edad Media.
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Fig. 1. La red viaria y la vertebración del territorio de la Gallaecia en época romana (© J. López Quiroga).
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Fig. 2. Explotaciones auríferas y red viaria romana en el noroeste peninsular (© J. López Quiroga).
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Fig. 3. Fosas de planta circular y de planta alargada documentadas en la «Fase I» (siglos VI-VII) del yacimiento de «A Pousada» (Bornais, San Cristovo do Eixo, Santiago de Compostela) (Rebeca Blanco et al. 2009: 113, Fig. 3)
Fig. 4. «Tesorillos», depósitos y ocultaciones monetarias y su relación con el poblamiento y la red viaria en la Gallaecia de los siglos IV y V (© J. López Quiroga-M. Rodríguez Lovelle) 174
Fig. 5. Castros y/o asentamientos de altura, con ocupación tardo-antigua en la Gallaecia de época sueva. Fotograf ías: © J. Caramanzana
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Fig. 6. La vertebración eclesiástica del poblamiento y del territorio en la segunda mitad del siglo VI a partir del «Parroquial Suevo» (© J. López Quiroga-M. Rodríguez Lovelle)
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Fig. 7. Edificios, restos arquitectónicos y decorativos cristianos en la Gallaecia tardo-antigua. © J. López Quiroga-M. Rodríguez Lovelle
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Fig. 8. Interior de la cripta, «forno da santa» y «Pedra Formosa» (Santa Marina de Aguas Santas, Ourense). © fotograf ía: J. Caramanzana
Fig. 9a. Yacimiento arqueológico de Dume: asentamiento romano, edificio cultual cristiano (basílica) fechado en el siglo VI. © fotograf ía: J. Caramanzana
Fig. 9b. Sarcófago atribuido a Martín de Dumio. © fotograf ía: J. Caramanzana 178
III. 2.1. LOS ASENTAMIENTOS FORTIFICADOS DE ALTURA
«Cuando los muertos descansaban en la arena». El yacimiento A Lanzada en la tardoantigüedad (Sanxenxo, Pontevedra) Rafael María Rodríguez Martínez (Deputación de Pontevedra)
Primeras noticias, excavaciones y secuencia ocupacional El yacimiento arqueológico de A Lanzada ocupa la totalidad de los terrenos de la zona conocida como Punta Lanzada, pequeño cabo que penetra en el océano en dirección E-W entre las playas de Areagorda y Foxos, que administrativamente pertenece a la parroquia de Noalla, en el municipio pontevedrés de Sanxenxo (Fig. 1). Las primeras noticias escritas sobre los hallazgos de interés histórico en el enclave son del siglo xviii y se encuentran en la obra de Fray Martín Sarmiento, al que llaman poderosamente la atención el descubrimiento casual de sepulturas romanas y los restos de una fortaleza medieval, que identifica con un posible faro de origen fenicio. Todos estos elementos le dan pie a suponer que se tratan de las ruinas de la ciudad galaica de Lambriaca, identificada así por el geógrafo clásico Pomponio Mela. A partir de este momento, el yacimiento generará un escaso debate entre los historiadores gallegos del siglo xix, centrándose en si se trata o no de la citada ciudad galaica. Pero a finales de la década de los años 40 del siglo XX, los trabajos de apertura de la carretera Portonovo-O Grove dejarán al descubierto una serie de sepulturas y materiales arqueológicos que llevarán a que en 1949 se inicien los trabajos arqueológicos de la mano de Filgueira Valverde, Sánchez Cantón y Blanco Freijeiro, que se incorporará un año más tarde. Estas intervenciones se desarrollarán hasta 1970, aunque no tendrán un carácter continuo y se centrarán en la zona habitacional del Campo de A Lanzada, como, sobre todo, en la necrópolis, teóricamente, tardorromana. La llegada a la Universidad de Santiago de Compostela en los años 60 de uno de los grandes referentes de la arqueología clásica del momento en España, el profesor Alberto Balil Illana y la dirección de los trabajos por parte de discípulos suyos, P. Acuña Fernández, J. C. Sierra Rodríguez, A. García Alén y, sobre todo, F. Fariña Busto, revelarán el extraordinario interés científico del yacimiento y su complejidad, ampliándose el área habitacional, la necrópolis e incluso definiendo varios momentos de ocupación medieval en el entorno de la ermita. El yacimiento tendrá una ocupación continuada desde finales de la Edad del Bronce hasta la Baja Edad Media y la secuencia ocupacional propuesta es: • FASE I: Momento de transición Edad del Bronce-Edad del Hierro, posiblemente S. VIII a. C a partir de la existencia de fragmentos cerámicos documentados en la base de un sondeo estratigráfico practicado en la campaña de 1972. • FASE II: Hierro I. Se documentaron restos de cabañas de madera y pallabarro, datables en el siglo VI a. C. Este nivel fue destruido por acción del fuego. • FASE III: Hierro I. Construcciones de mampostería de plantas circulares e anguladas con evidencias de destrucción por acción del fuego. Comienzan a documentarse materiales de origen mediterráneo. Cronológicamente parece que podría encuadrarse en el siglo VI a. C. • FASE IV: Edificaciones similares a las de la fase anterior. Cronológicamente encuadrable en el siglo V a. C. En esta fase los materiales púnicos son bastante abundantes dentro del conjunto general.
• FASE V: Las construcciones de planta circular son escasas en esta fase, cronológicamente podría encuadrarse en el siglo IV a. C. • FASE VI: Cronológicamente se encuadraría en el cambio de Era. Se identificaron restos de edificaciones cuadrangulares. • FASE VII: Restos de edificaciones de plantas complejas en combinación con estructuras habitacionales de mampostería con plantas circulares y ovaladas. Por los materiais aparecidos se puede encuadrar cronológicamente en los siglos II-III d. C. • FASE VIII: Construcciones idénticas a las de la fase anterior que conviven con una gran necrópolis con sepulturas de incineración e de inhumación con ajuar. Cronológicamente estaríamos hablando de los siglos III-IV d. C. • FASE IX: Se cambia el espacio ocupacional y aparece la fortificación levantada por la Mitra Compostelana para la defensa de la costa meridional de la ría de Arousa contra las invasiones normandas.. Cronológicamente esta fortificación se construye a mediados del siglo X.
Una nueva secuencia ocupacional? La secuencia o división en fases realizada, se modificó puntualmente a partir de las excavaciones realizadas por un equipo de la Diputación de Pontevedra y el INCIPIT-CSIC en el año 2010 y por la Diputación de Pontevedra en el 2016. Ambas intervenciones posibilitaron documentar una secuencia estratigráfica menos amplia, que comenzaría en los siglos III-IV a. C. y que se prolongaría hasta el V d. C. Durante esos siglos se produce una constante reestructuración del espacio, superponiéndose elementos que nos indican que la reestructuración no fue sólo urbanística, sino también funcional. A través de las dos campañas promovidas por la Diputación de Pontevedra pudieron documentarse 5 momentos o fases de ocupación claros: La ocupación más antigua documentada se encuadra entre los siglos iii y II a. C. En el espacio del Campo de A Lanzada se construyen una serie de estructuras dedicadas a la transformación/tratamientos/conservación de pescados, una factoría de salazón/conservas prerromana, a la que se asocian otras estructuras de almacenaje, habitacionales o singulares (un muro de lajas de esquisto verticales y una estancia absidiada delimitada por un pavimento de arcilla rojo), aún en proceso de estudio. Primera reordenación del área. Se define gracias a una estructura circular documentada en el 2016 en la esquina SW del espacio excavado. Cronológicamente se encuadran entre finales del siglo II a. C. e inicios del siglo I a. C. Nueva reformulación del área. Se configura un espacio inferior a través de un muro de aterrazamiento en el que se construyen una serie de edificaciones rectangulares de esquinas exteriores redondeadas y otra estructura circular. Presentan un programa arquitectónico definido pues se articulan a partir de un eje N-S. Los materiales documentados asociados son Haltern70, fragmentos de terra sigillata itálica, cerámicas de engobe rojo u ollas indígenas con bordes tipo Vigo, todo ello, establece una cronología relativa de finales del siglo I a. C. hasta mediados del I d. C. 181
El siguiente momento de ocupación no se define por estructuras arquitectónicas, sino por la «invasión» de la zona por un nivel de duna y por la aparición de 13 enterramientos infantiles en un área concreta del espacio. Cronológicamente se encuadra entre mediados del siglo I y mediados del II d. C., así lo establecen los materiales arqueológicos y las dataciones de los restos humanos, Beta – 447672. Cal AD 25 to 130 (Cal BP 1925 to 1820); Beta – 452302 Cal BC 40 to AD 85; Beta – 452303 cal AD 60 - 180 (cal BP 1890 - 1770) and cal AD 190 - 215 (cal BP 1760 - 1735). El último momento de ocupación documentado, se encuadraría entre finales del siglo III y finales del siglo V d. C. Estaría definido por una gran construcción de planta rectangular (excavada parcialmente en los años 70) que ocupa gran parte de la zona sur de la excavación del año 2016, varias construcciones de mala fábrica emplazadas al norte del área y los enterramientos de 3 individuos adultos documentados también en la campaña del 2016. Este momento se correspondería con la fase VIII de Fariña.
Y por fin…. la tardoantigüedad Uno de los elementos que convierten A Lanzada en un yacimiento singular es la extensa necrópolis excavada desde los años 50 y el gran estado de conservación de los restos humanos que la componen, facilitado por los niveles de arena y duna que definen gran parte de la secuencia estratigráfica. Cronológicamente se data entre los siglos II y VI d. C. (López Costas 2012: 40), diferenciando dos períodos, del II al IV d. C. y del V al VI d. C. y en total se exhumaron 102 individuos, de los que 43 pueden adscribirse al período tardío (Ibidem, 111). Además de por dataciones radiocarbónicas, se establece su datación en base a los hallazgos numismáticos que aparecen en las sepulturas y en las diferentes áreas excavadas (monedas de Claudio II Gótico, Alejandro Severo, Maximiano Hércules y un gran número de bronces constantianos). La existencia de esta gran necrópolis, eclipsó cualquier otro resto tardío que pudiera existir en A Lanzada, llegando incluso a centrarse campañas de excavación en los años 60 únicamente en ella, olvidando las imponentes estructuras exhumadas en los años 50 y en los 70, incluso en publicaciones relativamente recientes (Rodríguez Resino 2010) se obvian esos restos (publicados en su momento por F. Fariña Busto en varios artículos) para hacer únicamente mención a la necrópolis. Pero no sólo se moría en A Lanzada en época tardía, en las campañas de los años 50 y 60 se recoge la existencia de un «nivel tardío, con seudo-sigillata, poco metal (1 anilla), algún clavo y una moneda de Galieno (…)» (Blanco – Filgueira Valverde 1965: 138 falta referencia en la bibliografía) y en la campaña de 1974 se documentan varios fragmentos de sigillatas tardías y un derrumbe de tégulas vinculado a una gran estructura rectangular (Filgueira Valverde – Fariña Busto 1975), con lo que la existencia de un espacio habitacional quedaba patente y en la campaña de 2016 esas estructuras y niveles de ocupación quedan al descubierto. La principal de ellas se corresponde con las unidades estratigráficas 020,032, 033 y 074. Se trata de una estructura realizada en mampuesto con mortero y con un pavimento de «xabre», que se cimenta con bolos de granito y esquisto sobre un deposito de arena. Presenta una planta rectangular con un anexo paralelo al W (UE020) que identificamos como la cimentación de un pórtico lateral. Presenta un área de 62,50 m2, con un eje mayor (N-S) de 9,50 m e menor (L-O) de 5,78 m e una anchura de muro de 0,55 m. Cuenta con dos entradas, una orientada al S, definida por una serie de bolos de esquisto negro y la otra al W abriéndose hacia el pórtico lateral. Como elemento significativo hay que destacar un rehundimiento en el paramento norte a modo de hornacina, aunque bastante desmantelada. 182
Este edificio se encontraba excavado en casi su totalidad, por lo que se documentaron escasos elementos asociados, destacando parte del derrumbe exterior en donde se localizaron dos monedas del siglo IV (bronces constantinianos) y dos individuos de terra sigillata africana de las formas Hayes 91B (que se fechan en la primera mitad del siglo V) y Hayes 59 A (datadas en el primer tercio del siglo V) y en las excavaciones de los 70 se documentó otra forma, una gran pátera Hayes 90B (que se fecha entre los siglos V y finales del siglo VII). Tal y como vemos (Fig. 2), en base a los materiales arqueológicos, podemos datar el edificio entre los siglos IV y V e incluso por el tipo de materiales y por su arquitectura vincular su funcionalidad con la gran necrópolis que se extiende hasta este espacio, pudiendo hablar un edificio de tipo religioso (Fig. 3). Pero esta estructura no es la única escribible a este período, en la zona N del espacio intervenido en el 2016 se localizaron una serie de muros de mala fábrica a los que se asociaba material tardío, destacando 3 individuos de Hayes3 de producción focense que se produce a partir del año 425. Se trata de estructuras auxiliares de otros elementos productivos existentes en la zona, como por ejemplo los tanques de sal localizados en las campañas antiguas y en la campaña del 2016 en un área ya próxima a la carretera. Podemos concluir pues diciendo que A Lanzada en época tardía es mucho más que una necrópolis, es un espacio productivo y un espacio religioso que sigue manteniendo contactos con lugares tan, aparentemente, remotos como Focea, Palestina o el África Proconsularis.
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Fig. 1. A Lanzada vista aérea
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Fig. 2. Estructura siglos IV-V
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Fig. 3. Inhumaciones siglo V
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O Castro de Viladonga como asentamento tardorromano Felipe Arias Vilas Exdirector do Museo do Castro de Viladonga Profesor-investigador ad honorem da USC (Fac. Humanidades, Lugo)
Introdución No estado actual da investigación non debe sorprender a mención dun castro do NO. dentro do tema da exposición In tempore Sueborum, e menos aínda tendo en conta o importante nivel de ocupación de época tardorromana documentado no xacemento, castrexo e galaico-romano de Viladonga, que describimos aquí de forma sintética en canto ós seus aspectos máis tardíos, en estruturas e materiais e dentro do seu contexto histórico-arqueolóxico, pois, en efecto, algúns datos sinalan unha ocupación deste castro en pleno século V, xa con presenza sueva na Gallaecia. Viladonga é un xacemento de configuración castrexa, situado a 23 km. ó NE. de Lugo, no borde NE. da comarca da ‘Terra Chá’ e próximo ás serras de Meira e Monciro. Ocupa toda a coroa dun monte a uns 550 m. de altitude e ten unha extensión aproximada de 40.000 m2 entre a súas murallas máis exteriores, dentro das que se inclúen a «croa» ou acrópole central (en forma cuadrangular cos ángulos redondeados, duns 100 x 95 m. nos seus eixos), un complexo sistema defensivo de murallas e foxos (que se sucede ata catro veces polo lado E.) e dous amplos «antecastros» ou zonas de expansión nos lados SSE. e ONO. (Figs. 1 e 2). O xacemento foi escavado desde 1972 ata 1977 por Manuel Chamoso Lamas, descubrindo a maior parte da acrópole e o lado N. da muralla principal. Desde 1982, en que nos fixemos cargo do sitio (e desde 1983, do seu Museo Monográfico, aberto en 1986), continúan os traballos de escavación, limpeza e consolidación, documentación e estudo dos materiais, presentación e uso sociocultural y educativo dos mesmos e do propio Castro, etc (Arias et al. 2013 e Boletín Croa desde 1991). Exhumáronse ata agora numerosas e variadas estruturas, tanto defensivas como de habitación ou doutros usos (talleres, currais, comunais...), predominando as construcións de planta cuadrangular pero en perfecta convivencia e sincronía coas de planta circular, e cunha clara organización do espazo interior do Castro, ó ordenarse os grupos de casas («barrios») en torno a dous camiños ou eixos cruzados (de N. a S. e de E. a O.) e a unha rolda interior paralela á muralla. Engádanse ouros detalles construtivos como enlousados interiores, canalizacións exteriores, ou a coexistencia de tellados de tégulas e ímbrices cos de palla ou «colmo». A esta organización espacial acompáñana moi numerosos e diversos achados materiais, aparecidos en cantidade e cunha calidade extraordinaria (tendo en conta o tipo de asentamento de que se trata) como xa salientaba Chamoso Lamas (1977). Os traballos realizados ata o presente levan a establecer unha cronoloxía de época galaico-romana tardía (s. III ó V d. C., polo menos) para o seu principal e máis estendido e representativo nivel de ocupación, sen prexuízo de que exista unha área de utilización prerromana, moi localizada no tempo (entre o s. II e I a. C.) e no espazo (só no ángulo NE. do xacemento) (Arias et. al. 2013). Estamos, pois, ante un dos castros tardíos, neste caso cunha monumentalidade moi destacable, que cada vez con máis frecuencia se están poñendo de relevo en todo o NO. da Península, conformando un dos tipos de asentamentos que no Baixo Imperio convive (aínda que sexa con carácter minoritario e, quizais, con funcións moi específicas) cos enclaves das zonas máis baixas e accesibles, como as villae ou os vici e, desde logo, cos núcleos urbanos nos seus diversos tamaños e categorías. No caso de Viladonga é evidente a relación, arqueolóxica pero posiblemente tamén
«funcional», co villa de Doncide (en Pol, a 1´5 km. do castro), así como a innegable dependencia, polos seus materiais e o contexto xeográfico-histórico, de Lucus Augusti.
A evidencia arqueolóxica No Castro de Viladonga, como é lóxico, é maioritaria a presenza de materiais propios e de aparición frecuente no NO. nesta época (s. III - V d. C. fundamentalmente), tanto os atribuíbles á máis típica tradición castrexa (aínda que evolucionada), como dos que se deben ó aporte romano foráneo. Entre os primeios, poden mencionarse os tipos cerámicos característicos (olas globulares, cuncos, cuncas, asadores, etc., tanto lisos como decorados), f íbulas (de Sta. Luzia, de pé volto, de longo traveseiro...), puñais de antenas, ferramentas e útiles de todo tipo -de pedra, ferro ou bronce-, etc. Entre os segundos, citaremos unha boa mostra de terra sigillata (hispánica e sobre todo hispánica tardía, en xeral de talleres rioxanos), ademais de formas estampadas tardías e as súas variantes e imitacións, así como abundante cerámica común romana (incluíndo exemplares de paredes finas de Melgar de Tera), bo número de vidros, f íbulas Aucissa e en omega, algunhas fibelas, apliques, broches e botóns de bronce (de persoas e cabalerías), e numerosas moedas, na súa maioría dos séculos III e IV (máis de 1.500 numismas tardíos fronte a só 14 altoimperiais (Durán 2009). Ademais de todo isto, o Castro de Viladonga proporciona tamén outra serie de achados de máis rara presenza no NO. e que son de procedencia, orixe ou filiación na pars orientalis do perio Romano máis tardío (Arias 1998), pois a maioría daqueles materiais encaixan nun amplo período comprendido entre fins do século III e fins do s. V (polo menos), etapa á que corresponden así mesmo boa parte dos achados cerámicos, numismáticos ou de calquera outro tipo producidos neste xacemento, tendo en conta sempre que hai materiais de tradición anterior pero presentes e asociados ó nivel principal e tardío do Castro, e que se poderían considerar arcaizantes ou residuais (e incluso nalgúns casos con certa significación simbólica e/ou votiva). Aquela presenza de materiais foráneos de filiación ou procedencia no Mediterráneo oriental e que non é maioritaria pero si ben significativa, leva a pensar que, pese a tratarse dun castro galaico (tardorromano neste caso) de morfoloxía típica, non permanece desconectado dos contactos e correntes que se coñecen na Antigüidade tardía noutras áreas, sexan veciñas ou non pero en todo caso non tan periféricas como este extremo da Gallaecia. Outra cuestión será discernir se estes contactos de intercambio obedecen só a impulsos comerciais máis ou menos regularmente establecidos, ou ben hai que contar con outros factores máis aleatorios. Non debe menosprezarse tampouco, senón precisamente todo o contrario, a proximidade de Viladonga a Lucus Augusti, cidade onde a arqueoloxía, a epigraf ía e a numismática revelan unha forte relación con moitas outras áreas do Imperio, desde o seu inicio ata o seu final. A relación comercial, a maiores da administrativa e posiblemente ‘vivencial’, entre Lugo e todos os asentamentos da súa contorna (castros, villae, vici e outros) é evidente á luz dos materiais arqueolóxicos, aparte do lóxico contexto xeográfico e histórico. 187
Para exemplificar lo antedito e, obviamente, de modo non exhaustivo nin pechado nin definitivo - xa que as escavacións en Viladonga e o estudo e interpretación dos seus achados e estruturas aínda continúa -, citaremos unha serie de materiais, cremos que suficientemente significativos, considerados de clara cronoloxía tardorromana, algún dos cales figuran e descríbense no Catálogo desta Exposición. Como é habitual, a cerámica é o elemento arqueolóxico máis numeroso entre os achados de Viladonga e neste caso tan frecuente como variado. Procede salientar aquí a aparición de pezas de terra sigillata hispánica tardía, como unha cunca completa Drag.37t, ademais de varias mostras de cerámicas estampadas e claras tamén tardías e nas súas diversas variantes, tanto de importación como imitacións rexionais e locais (que inclúen mesmo decoración brunida de ‘palmetas’) de procedencia aínda discutida (norteafricanas, gálicas e para algúns - xa no século VI - de filiación mediterránea oriental). Citemos tamén aquí a presenza en Viladonga de dous fragmentos de cerámica común romana que poden corresponder ó tipo de ánfora palestiniana, siria ou bizantina, como as atopadas na Lanzada ou Cidadela, datables nos s. V e VI (referencias en Arias 1998). É posible que esta cerámica de uso comercial chegase tanto por vía marítima atlántica como por vía terrestre (neste caso a través de Lugo desde a zona leonesa e meseteña). Entre os materiais metálicos, sobresaen os bronces como un dos elementos tardorromanos máis característicos. É o caso dos dous pasarrendas (camas ou bocados de freo de cabalo) figurando dous felinos afrontados, pezas presentes na Exposición, atopados no barrio central da croa castrexa xusto a carón dunha tibia de cabalo. Outra peza de cronoloxía moi avanzada é o ponderal ou exagium de bronce con marca incisa que corresponde a un quadrans (tres onzas), tamén na mesma Exposición e que se ten posto en relación con outras pezas tardías e incluso bizantinas dos s. V e VI (Arias 1998). Aínda que hai advertir sobre a excesiva extrapolación dos datos numismáticos a outras cuestións históricas xerais, convén citar aquí, como referencia, as moedas aparecidas ata agora en Viladonga que, como xa se dixo, son sobre todo dos s. III e IV, ademais dalgún posible ‘tesouriño’ de pequenos bronces do s. V, xa ilexibles (Durán 2009). En cambio, aparecen dous espléndidos sólidos áureos do 394-395, idénticos e acuñados en Mediolanum a nome de Arcadio Augusto, que no mesmo 395 pasaría a ser o primeiro Emperador de Oriente. (Fig. 3). Outras cecas tardoimperiais presentes no Castro (maiormente semisses e folles de Constantino I e sucesores) son Siscia, Londinium, Ticinum, Lugdunum, Arelate, Treveris e Roma. Por último, entre as pezas de ourivería achadas en Viladonga, hai que citar un anel con aro de ouro decorado con glóbulos que leva engastada unha xema ou chatón liso de pedra verde, quizais prasio (variante da ágata) ou malaquita. Chamoso (1977) considerouno ‘peza bizantina’ e en todo caso é obvio o seu carácter de obxecto de luxo, a súa datación tardía e quizais a súa orixe no Mediterráneo oriental (Arias 1998). Podemos rematar citando outras pezas singulares que presentan elementos moi do Baixo Imperio tardío, como unha cochlear ou ligula de prata cunha marca incisa na pá en alfabeto grego (ΠTΔ) (sobre a filiación grega dalgúns obxectos de Viladonga, vid. Arias 1998), así como tres pequenas contas para ensartar talladas en variscita (ou malaquita para Chamoso), unha con forma de estrela e outra de ‘venera’. En resumo, no Castro de Viladonga documéntanse numerosos e diversos materiais de clara atribución á etapa tardorromana, algúns deles con orixe ou filiación (directa ou indirecta) no Mediterráneo oriental. Moitos deles puideron chegar, en efecto, de modo directo a través das relacións comerciais e doutra índole, pero non é tan habitual e coñecido que isto se produza nun contorno de tradición castrexa (e da zona interior), aínda que si, e cada vez máis, noutros ámbitos, rurais ou non, do extremo NO. Pois a vía indirecta (pero ó final con similares resultados) vén mar188
cada por outro tipo de asentamentos, non castrexos e, en teoría, máis vinculados a outros ambientes máis romanizados e/ou cultos, ben pola procedencia de persoas ou grupos, ben polo papel económico de certos enclaves, é dicir, a través dos señores potentiores das villae tardías ou por medio dos intercambios ligados a cidades como Lucus. Un último aspecto pode traerse a colación a propósito da etapa máis tardía do Castro de Viladonga e mesmo a súa relación coa posterior implantación do Reino Suevo. Non é gratuíto pensar que se trata dun dos castella tutiora que describe a ben coñecida cita de Hidacio como lugar de refuxio dos galaico-romanos ante os suevos durante o s. V e aínda despois. Viladonga pode exemplificar a continuidade da ocupación habitacional en varios castros (Arias 1996), aínda que convivindo con moitos outros tipos de asentamentos (cidades, mansións viarias, canabae, villae, vici...). que son xa de creación romana. A chegada do elemento suevo-xermánico prodúcese cando eses castros galaicos (algúns, re-ocupados ou incluso re-fortificados) xa están integrados nos sistemas romanos de organización territorial, social e económica, xunto coa xeneralización daqueles novos asentamentos.
Bibliografía Arias Vilas, F. (1996): «Poblamiento rural:la fase tardía de la cultura castreña», Los Finisterres atlánticos en la Antigüedad. Época prerromana y romana, (Actas Coloquio 1995) (Ed. Electa), Gijón 1996, p. 181-188. • Arias Vilas, F. (1998): «Materiales del Mediterráneo oriental en el Castro de Viladonga (Lugo)», Congreso internacional «La Hispania de Teodosio» (Segovia-Coca 1995), Salamanca, p. 339-351. • Arias Vilas, F. et al. (2013): Museo do Castro de Viladonga (Castro de Rei – Lugo), (Xunta de Galicia), (Lugo). • Chamoso Lamas, M. (1977): «Las excavaciones del Castro de Viladonga y la problemática que plantean sus resultados», Actas del Coloquio sobre el Bimilenario de Lugo, Lugo, p.41-46. • Croa. Boletín do Museo do Castro de Viladonga (V. índices, desde 1991, on line: http://www.aaviladonga.es/index.php?componente=boletin&arch=index&id=0&clase=marron&idmenu=32). • Durán Fuentes, MªC. (2009): Moedas do Museo do Castro de Viladonga, (Xunta de Galicia), Lugo. •
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Fig. 1. Plano del Castro de Viladonga (2010). Museo do Castro de Viladonga
Fig. 2. Vista aérea del conjunto patrimonial del Castro de Viladonga. 2015. Fot. FOAGA para BIC, Museo do Castro de Viladonga
Fig. 3a y 3b. Sólidos áureos (anverso e reverso) acuñados a nombre de Arcadio (394-395 d. C.). Fot. Marta Cancio, Museo do Castro de Viladonga 190
O conxunto arqueolóxico-natural de Santomé en época tardo-romana y tardo-antiga Xulio Rodríguez González
O
conxunto arqueolóxico-natural de Santomé, no lugar do mesmo nome, concello de Ourense, dentro da focha ourensá formada polo val do Miño e os seus afluentes, constitúe un bo exemplo do que foi a ocupación e articulación do poboamento na «hoya» ourensá nun marco referencial amplo, dentro do complexo esquema de profundas transformacións que tiveron no NW peninsular no longo proceso de romanización, e en relación directa coa orixe e desenvolvemento do asentamento que co tempo daría lugar ao nacemento da cidade de Ourense. No acontecer histórico de Santomé cómpre distinguir diversos momentos cronolóxico-culturais e diferentes tipos de poboados na ocupación do territorio. Por unha banda, contamos cun xacemento castrexo, con todas as características que os definen, e por outra, cun poboado galaicorromano, nas súas inmediacións, no que se distingue unha primeira fase altoimperial, que coincide parcialmente no tempo coa ocupación do castro, da que apenas se conservan restos inmobles, e outra tardo-romana construída basicamente sobre as ruínas da anterior, á que pertencen as estruturas visibles na actualidade tras o proceso de escavación, etapa da que nos vamos ocupar nesta comunicación. Desta última están escavadas dúas unidades estruturais que, con lixeiras variantes reproducen o mesmo esquema funcional, estructurado en torno a un espazo central aberto, a modo de patio con reminiscencias no atrium da casa romana, a partir do que se distribúe o resto dos habitáculos. A situada ao E presenta unha maior complexidade, cun patio de forma irregular, dando acceso ao resto das estancias. O núcleo principal, destinado a vivenda propiamente dito, está formado por tres habitáculos, un dos que presenta un peculiar sistema de calefacción que, con antecedentes no hipocausto romano, mostra concomitancias coa «gloria» castelán, e sobre todo coa «trébede» característica de Terra de Campos. Unha escaleira exterior, da que se conservan os cinco primeiros pasos, daría acceso a un piso superior con corredor cara o N sustentado por piares de madeira. Ao W deste núcleo e con acceso desde o mesmo, atópase unha ampla zona que polas características construtivas e polo material atopado interpretamos como unha área dedicada a obradoiros relacionados cos metais. Fronte ao corpo principal da casa formada pola vivenda e os talleres, a outro lado do patio, atópanse outros edificios auxiliares comunicados ao exterior por unha escaleira de pedra, salvando así o desnivel existente, que a tenor do material arqueolóxico exhumado, especialmente un dolium de gran capacidade, indican que estas construcións adxectivas funcionaban como almacéns en relación coa produción agrícola-gandeira. A outra unidade situada ao W está formada por catro estancias contiguas, precedidas dun corredor porticado a modo de peristilo, diante do que se dispón un patio rectangular tipo atrium con compluvium por onde penetraría a luz e a auga, que era evacuada por un canle a un sumidoiro no exterior, cumprindo, a pesar do seu desprazamento, a función de impluvium. As estruturas escavadas e os restos mobles recuperados correspondentes a esta etapa do xacemento permiten observar as novas formas de explotación e de propiedade da terra. Xunto as estruturas arquitectónicas dedicadas a fins agrícola-gandeiros, o estudio do material agrícola é, sen dubida, outro dos elementos que hai ter en conta, a pesar de que o seu estado de conservación sexa a miúdo moi deficiente,
o que dificulta a súa valoración. Soamente contamos con dous instrumentos, unha aixada de pequenas dimensións tipo sarcula, empregada para cavar e remover a terra, e un pequeno podón, flax vinitoria, utilizado para a poda de vides, oliveiras e árbores froiteiras, nun momento de expansión destes cultivos. A análise dos restos de fauna permítenos facer unha aproximación á dieta alimenticia, ao tempo que proporciona información sobre a utilización da forza animal no traballo cotiá. Hai un predominio de gando vacún, que en función da idade de sacrificio en fase adulta, indica a súa utilización en traballos agrícolas e tamén noutros aspectos secundarios, como a produción de leite a partir da estabulación, segundo testemuña a presenza de chocas de ferro, ademais do aporte cárnico. Síguelle en importancia o ovicaprino que representa o 40% da cabana gandeira. Chama a atención a total ausencia de restos de gando porcino, o que non quere dicir que non existira, aínda que os valores porcentuais sexan moi baixos respecto aos anteriores. A presenza de cabalos está asegurada, non por restos de fauna, senón pola presenza dunha cama circular dun bocado de freo de cabalo. A aparición de restos de valva de ostras documenta a existencia dun comercio de produtos alimenticios mariños, por medio do que, desde a costa, abastecíanse os asentamentos máis importantes do interior, a tenor do documentado noutros xacementos, e que parecen ter unha forte demanda durante a romanización. Outras actividades produtivas coma a téxtil, a pesar da total ausencia de fusaiolas, está ben representa pola abundancia de pondera, testemuño do uso de teares verticais nos que os f íos da trama eran tensados por estas pezas cerámicas. A actividade metalúrxica constátase pola aparición de escouras, carbóns e residuos metálicos, asociados a determinadas estruturas arquitectónicas, que denotan a existencia dun taller relacionado co traballo do metal. Trataríase dunha pequena forxa dedicada o mantemento, recuperación e restauración de pezas de ferro e bronce para o seu uso na explotación, mais que para a fabricación de obxectos orixinais. A circulación monetaria pon de manifesto que os inicios deste asentamento non poden ser considerados con anterioridade a mediados do século III d. C., pois as tres únicas moedas que corresponden a primeira metade do século, de Caracalla, Gordiano e Decio, deben ser interpretadas como pertencentes a unha circulación residual, tendo en conta a ampla representación de numerario que se documenta para os seguintes períodos. O resto do século caracterízase pola abundancia e uniformidade da moeda circulante, sendo o antoniniano a dominante, e os emperadores Galieno e Claudio II os máis representados, xunto coa serie «DIVO CLAUDIO», emitida despois da morte de Claudio II por Quintilo e Aureliano. A pesar de que nesta etapa prodúcese a descentralización da ceca de Roma a favor doutros centros emisores, en Santomé, Roma segue sendo a que aporta maior numerario, figurando só esporadicamente Siscia, Ticinum e Cizico. Durante o século IV, o asentamento, tamén ben provisto de moeda, intégrase nos circuítos monetarios da baixa romanidade na Península, sendo os emperadores máis representados Constantino I e Constancio II, procedentes dos talleres galos, sobre todo Aralete e Lugdunum, ata o ano 330, momento a partir do que empezan a despuntar a ceca de Roma e as orientais. A última etapa está sinalada por tres moedas de Honorio, un sólido, froito dun achado casual, un AE2 e unha siliqua, que apareceu xunto a un denario de Marco 191
Aurelio en medio de dúas plaquiñas de prata con perforación nos extremos, para poder ser suspendidas dun cordón a modo de bula ou amuleto, polo que é de supor que a peza xa perdera valor monetal, adquirindo un valor simbólico e de protección. Resulta evidente que o enclave goza dunha peculiar dinámica comercial, onde conflúen as diferentes correntes, marítima e continental, responsables da chegada a este punto alonxado do Imperio de determinados produtos. A presenza de terra sigillata norteafricana clara D, nas súas formas Hayes 59B, 61A e 67, procedentes na súa maioría do val do río Mejerda en Túnez, evidencian un comercio marítimo de longa distancia, desde mediados do s. IV ata a primeira metade do s. V. Así mesmo, a terra sigillata hispánica tardía producida no val do Douro e do Ebro, xunto con outra serie de produtos, constatan unha relación e unha unidade cultural coa Meseta e co curso superior do Ebro. Un feito que chama a atención, e que pode axudar a entender as características do xacemento e das persoas que o habitaron, é a documentación dun importante número de elementos da cultura material, vinculados ao ameto coñecido como «necrópolis del Duero» ou «necrópolis de la subcultura del Duero». Así, xunto a placas de cinto de diferentes tipos, atopamos un coitelo tipo «Simancas» e unha cama dun bocado de cabalo, entre outros compoñentes, que definen unha realidade sociocultural concreta e múltiples influencias. As placas de cinto están representadas por tres pezas, dúas de tipo Simancas, decorada unha con arcos de ferradura e outra con roleos vexetais, e unha terceira coa figura dun cabalo, coñecida como «tipo Santomé», inscrita entre as denominadas «pseudo-hispanas». O cingulum, nome co que se coñecen estes cintos, aínda que cunha orixe no mundo militar, a súa aparición en contextos civís, como o caso que nos ocupa, evidencia a súa utilización na esfera civil, asociado á administración do Imperio, sobre todo os «pseudo-hispanos», que parecen ser usados por persoal que exercía a representación do Estado. Todo isto nun momento histórico, no que debido a inseguridade, asístese a unha forte militarización da sociedade. Do mesmo xeito, os coitelos tipo «Simancas», asociados aos arreos de cabalo, falan unha vez máis, da condición destacada das persoas que os posuiron, o que nos leva a sospeitar que o propietario de Santomé debeu de pertencer a un colectivo de certo prestixio dentro dos asentamentos rurais, que desempeñaron funcións importantes na administración do Estado, pois eran portadores de obxectos cunha forte carga simbólica do seu rango social. Neste mesmo sentido inciden outra serie de obxectos, como unha caixa de selo, que servía para protexer ós fráxiles selos persoais de cera, que garantían a inviolabilidade e segredo do material enviado por medio do servizo postal, cursus publicus, que xunto cun stylus, demostran un certo nivel cultural e a existencia dunha correspondencia epistolar, prebenda da que só podía gozar unha determinada elite dirixente.
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Fig. 1. Vista xeral da unidade habitacional situada ao este
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Fig. 2. Vista xeral da unidade habitacional situada ao oeste
Fig. 3. Reconstrucción hipotética da casa con piso superior 194
Recintos fortificados de cronología indeterminada en el valle del Baixo Miño: apuntes para una interpretación histórica Brais X. Currás Refojos (Ceaacp-Universidade de Coimbra) [emailprotected]
A
lo largo del valle del Baixo Miño encontramos un conjunto de recintos fortificados con unas características formales y locacionales bien definidas (Fig. 1), que constituye una forma de ocupación del territorio con personalidad propia, claramente diferenciada del resto del poblamiento, pero para la que apenas contamos con datos a cerca de su cronología, articulación interna o sobre su papel en la configuración del paisaje.1 El peso historiográfico de la arqueología de la Edad del Hierro en la investigación del noroeste peninsular ha sido determinante en la clasificación de los espacios fortificados y a menudo ha llevado a la reducción de todo recinto a la categoría de castro. Es por medio del desarrollo de proyectos sistemáticos de análisis territorial cuando comprobamos la complejidad de la evolución del paisaje y nos percatamos de las diferentes formas de apropiación y control del espacio que van surgiendo desde la Protohistoria hasta la consolidación de los territorios feudales. Con este pequeño trabajo pretendo avanzar en el estudio de un tipo de poblamiento identificado en torno al núcleo de Tude y para el que defiendo como hipótesis de trabajo que podría situarse dentro de un intervalo cronológico muy amplio comprendido entre la Tardoantigüedad y la Alta Edad Media. A partir de una aproximación llevada a cabo desde la arqueología del paisaje, centrada en la caracterización formal y locacional de los sitios fortificados, busco establecer las líneas que permitan comprender una forma de articulación del territorio muy poco conocida, que probablemente se asocia a los procesos de disolución de la civitas que había fijado el marco fundamental de funcionamiento administrativo durante el Imperio Romano.
Los recintos fortificados del Baixo Miño Los sitios aquí analizados se distribuyen a lo largo de la margen derecha del valle del Miño, estando aparentemente ausentes al otro lado del río, en la zona portuguesa. Una estructuración territorial muy particular que podría tener una significación histórica que todavía no llegamos a comprender y que quizás se relacione con la definición y evolución de las entidades políticas de la Antigüedad tardía. Por otro lado, tampoco podemos descartar de ningún modo que esta distribución sea más aparente que real, fruto de la diferente intensidad de las prospecciones llevadas a cabo, así como de los medios de teledetección disponibles para una y otra banda del Miño. Atendiendo a sus características formales, podemos aislar dos conjuntos de fortificaciones: grandes recintos amurallados y pequeños recintos establecidos sobre farallones graníticos. Los grandes recintos se caracterizan por su extensa superficie –en todos los casos desocupada en su mayor parte– y por la definición de todo
1 Este trabajo forma parte del proyecto HAR2015-64632-P Paisajes rurales antiguos del Noroeste peninsular: formas de dominación romana y explotación de recursos (CORUS), del Ministerio de Ciencia e Innovación, dirigido desde el Instituto de Historia (CSIC), así como del proyecto posdoctoral financiado por la FCT en el CEAACP de la Universidade de Coimbra.
su perímetro mediante una muralla que, ocasionalmente, se complementa con los afloramientos rocosos. Aquí destaca el Monte Aloia (Fig. 2) (Garrido 2001; 2011), una amplia penillanura fortificada de 29 ha. Su muralla llega a superar los 2 m de ancho y rodea todo el perímetro a lo largo de unos 2500 m, de forma intercalada en algunos puntos con bolos graníticos. El Alto de San Cibrán (Fig. 3) (Alonso - Viñas 1991) es un promontorio amesetado, con un recinto de 4,6 ha y un perímetro amurallado conservado que alcanza los 700 m. En la zona oriental del recinto no se ha documentado la muralla, quizás alterada por el acceso actual y el paso de la carretera. Fuera del Baixo Miño encontramos un paralelo en el recinto de Castro Valente (Fernández Abella 2014), situado en una posición de control sobre el valle del río Ulla, con una superficie de 9,5 ha rodeada en todo su perímetro de 1200 m por una muralla. En el segundo grupo encontramos recintos con un tamaño mucho más reducido, que aparecen ocupando grandes crestas graníticas. Su fortificación se define a través de la configuración natural del sitio, definida por los afloramientos rocosos. Los lienzos de muralla se emplean tan sólo para cerrar los espacios desprotegidos entre las peñas y en ningún caso delimitan más del 50 % del recinto. Su superficie es irregular y se forma en su mayor parte por un peñascal, por lo que el espacio total aprovechable no es más que una parte muy restringida del área delimitada. Aquí encontramos el Monte Faro de Budiño (Garrido 2001), un recinto de 1,5-2 ha –habitables en menos de la mitad de su superficie– que se asienta sobre un imponente farallón granítico, protegido por el sur y por el oeste por paredes verticales. El resto del recinto lo forman peñas de gran tamaño, que se cierran con pequeños tramos de muralla situados en el norte y sureste, en los dos únicos puntos en donde la plataforma superior es accesible. En lo alto del monte Galiñeiro (Garrido 2001), sobre una cresta rocosa, se sitúa un recinto de 1,5-2 ha, cuyo espacio apto para su ocupación no supera las 0,5 ha. La fortificación se define en su mayor parte por los afloramientos rocosos, que crean un espacio cerrado y protegido sobre todo por el suroeste y noroeste. La muralla aparece en varios tramos en el sector este del recinto, y de forma aislada cerrando el espacio abierto entre dos peñascos en la zona oeste. Este tipo de fortificaciones aparece también en otras zonas del Noroeste. El mejor ejemplo quizás sea el recinto situado en la sierra del Gerês que la tradición culta ha denominado como Calcedonia (Corrêa - Teixeira 1946). Un sitio de gran interés que requiere un análisis detallado que permita determinar su extensión y las características de sus defensas. Hacia el interior, al sur del Duero, otro caso podría ser el de A Muralha das Portas do Montemuro, en Castro Daire. En Galicia, en el corazón del Macizo Central se encuentra el Castelo de Cerveira, que presenta ciertas semejanzas con estos recintos, aunque no sabemos nada acerca de su cronología ni de cuál podría haber sido el sentido de una fortificación situada en un lugar extremadamente apartado e inaccesible. Existe todavía un tercer conjunto de recintos, cuya atribución a uno de los dos tipos anteriores es más ambigua. En el Alto de Pedrada, también conocido como Alto da Madanela, encontramos un recinto de 1,5 ha de tendencia cuadrangular con las esquinas redondeadas, delimitado por una muralla (Constenla - Perles - Beltrán 2000). En su interior se observa una estructura circular de unos 35-40 m de diáme195
tro. Se localiza en un roquedal granítico pero que no parece desempeñar una función activa en la delimitación del sitio, que se rodea en todo su perímetro por una muralla. Un segundo tramo de muralla de 600 m se extiende al norte del recinto pero no llega a cerrar y a formar un espacio fortificado, por lo que la interpretación de su función no está clara. El sitio de A Barroca, muy próximo al Monte Faro, presenta una plataforma de 1 ha. El análisis por medio de teledetección muestra evidencias de una muralla localizada en todo el perímetro que parece complementarse en algunos puntos por los afloramientos rocosos. Las malas condiciones de visibilidad para la prospección del sitio no permiten concretar nada más sobre la morfología de la muralla y la naturaleza del sitio que incluso podría ser un castro. En el Coto de San Martiño encontramos un recinto de 5 ha formado por dos plataformas, cuya adscripción dentro de la categoría de los recintos fortificados aquí analizados es también dudosa. Presenta algunos elementos formales en la definición de su recinto amurallado que nos llevan a incluirlo dentro de este tipo de sito, aunque a la vez posee también características que nos hacen pensar en la Edad del Hierro. El tipo de emplazamiento, situado en una posición de control sobre el río pero muy próxima al valle, no es tampoco del todo convergente con el resto de recintos. Se podría mencionar por último un tipo de sitios que aparecen sobre crestones rocosos, ocupando emplazamientos destacados en el paisaje con un claro dominio del territorio, en cuyo interior aparece tegula, y que en gran medida recuerdan a los pequeños recintos de fortificación parcial como el Galiñeiro, pero que a diferencia de estos no presentan evidencias de amurallamiento. Se trata del Alto da Picaraña y de O Castelo, ambos en Ponteareas. En la sierra Amarela, junto al valle del Limia, en el lugar de a Torre Grande (Fontes 2011, 71) encontramos otro ejemplo de este tipo de sitio.
Definición formal Este tipo de sitios comparte una misma estrategia en su configuración morfológica. Su edificación se ejecuta siempre primando la minimización de la intervención constructiva necesaria, adaptando para ello la delimitación artificial del espacio a la topograf ía del mismo. En el Monte Faro y O Galiñeiro el recinto se define fundamentalmente a partir de grandes afloramientos graníticos, que se cierran con tramos de muralla. En el Aloia, en San Cibrán y A Barroca, aunque es la muralla la que delimita la mayor parte del recinto, el roquedal permite reducir ocasionalmente la parte construida. En estos tres casos, se aprovecha una penillanura y se establece la muralla siguiendo su extremo. La única inversión de trabajo en la delimitación se reduce a unos amurallamientos precarios que se levantan utilizando la siempre abundante piedra del entorno, por medio de un aparejo irregular y de tamaño muy variable, apenas trabajado, mal aparejado y dispuesto a seco. No se documentan otras soluciones constructivas como fosos, plataformas o taludes. Esta minimización del trabajo dedicado a la definición del sitio implica además que la obra no refuerza visualmente su posición en el paisaje, que viene dada exclusivamente por las condiciones naturales del emplazamiento. Una lógica constructiva que, en cierto modo, se puede entender como una inversión de las estrategias de poblamiento de la Edad del Hierro. Otra característica común es la ausencia de evidencias de ocupación en su interior. Se trata en gran medida de recintos aparentemente vacíos o muy parcialmente ocupados. En O Galiñeiro se conserva el arranque de un edificio cuadrangular y material latericio. En el Aloia aparecen evidencias aisladas y muy dispersas de algunos edificios rectangulares (Garrido 2011: 111), también asociados a tegula, construidos por medio de ortostatos sobre los que se levantaría un alzado de material perecedero. Este mismo tipo de construcción tiene un paralelo directo en las edifi196
caciones que se han documentado en el asentamiento abierto de As Penizas, localizado al pie de A Barroca (Alonso - Valeiras 1991), en el poblado situado al pie de Castro Laboreiro (Lima 1995), en el interior de Calcedónia (Corrêa - Teixeira 1946) y en A Torre Grande y Chã da Torre (Lima 1995. Fontes 2011), en todos los casos asociadas a tegula. En el Monte Faro (tanto en el interior del recinto como a su pie), en A Barroca y en el Alto de San Cibrán se documentan igualmente concentraciones de tegula en superficie que parecen corresponder a algún tipo de construcción. En general, son restos aislados, que aparecen dispersos, dentro de unos recintos cuya superficie está ocupada en gran medida por afloramientos y litosoles en donde no se registran restos de ocupación.
Definición locacional Los recintos del Baixo Miño, con la excepción del Coto de San Martiño, responden a una misma estrategia territorial marcada por una extraordinaria proyección en el paisaje y un amplio control visual del territorio. El análisis de los parámetros locacionales mediante SIG (Currás 2014, 886-892) revela valores notablemente elevados de altura y visibilidad relativa en el paisaje, muy superiores a los de los castros de la Edad del Hierro, tanto en el entorno inmediato como en la larga distancia. A la vez, el control visual es también muy pronunciado, sobre todo en la larga distancia definida por el intervalo de 15 km. La posición destacada en el paisaje de este tipo de sitios queda patente en su índice de prominencia, el mayor de todos los tipos de poblamiento identificados en el Baixo Miño. Esta proyección sobre el territorio está directamente relacionada con el tipo de emplazamiento, que sistemáticamente busca las cotas más elevadas. Al mismo tiempo, son lugares que presentan un acceso muy restringido sobre el entorno, consecuencia de la ocupación de zonas escarpadas y de pendientes pronunciadas. La relación con los recursos potenciales de la tierra muestra además una estrategia en donde se accede preferentemente a la tierra de uso potencial agrícola nulo. Un comportamiento locacional en relación los recursos de la tierra que parece mostrar la disociación de estos recintos respecto a las tareas productivas, que necesariamente tendrían lugar en puntos más próximos al valle. Existe no obstante otra hipótesis posible que nos lleva a considerar el espacio de uso agrícola nulo desde el punto de vista de su potencial como zona de captación y susceptible de ser empleado en labores de pastoreo. La lógica locacional que adoptan estos recintos parece responder en suma a una clara vocación de control territorial, en donde se privilegia la prominencia sobre el paisaje en detrimento de las condiciones de habitabilidad. La elección de cotas máximas, en localizaciones expuestas a los vientos y espacios ampliamente ocupados por afloramientos depara unas condiciones precarias que no parecen las más adecuadas para un asentamiento estable.
Los recintos fortificados en el territorio. Reflexiones para el análisis histórico. Todo intento de aportar una interpretación sobre el significado histórico de estos sitios y de su papel dentro de la estructura territorial se topa de partida con un problema fundamental: la total ausencia de una incardinación cronológica precisa. La presencia de tegula en el Aloia, Monte Faro, O Galiñeiro, A Barroca y Alto de San Cibrán es significativa pero comprende un arco temporal excesivo, mientras que en el Alto de Pedrada y en el Coto de San Martiño ni siquiera se ha observado material. Contamos únicamente con un pequeño sondeo realizado en las murallas
del Monte Aloia (Torres Bravo 2001) en donde se documentó tegula e imbrex que poco aportan a su datación. Sólo el desarrollo de excavaciones sistemáticas permitirá avanzar tanto en la definición temporal de la ocupación de estos recintos como en su caracterización funcional. Por su conformación morfológica y por el tipo de emplazamiento se puede descartar su relación con la Edad del Hierro. No responden a la misma lógica locacional y morfológica que define al castro como el espacio de habitación de un grupo campesino. Su carácter fortificado nos aleja también del Alto Imperio. Estos recintos ponen de manifiesto una segmentación y una fragmentación del poder dif ícil de entender en el marco de la organización territorial altoimperial. La estructuración de la civitas funciona de un modo orgánico y centralizado, que responde a su vez a una centralización respecto al poder de la administración de Roma. Carece de todo sentido pensar que puedan estar surgiendo este tipo de fortificaciones en el contexto de la dominación imperial romana, precisamente en el mismo momento en el que el castro desaparece y la población se extiende por el fondo del valle en formas de hábitat abierto. La aparición de estos recintos parece cobrar sentido más bien en un momento todavía sin precisar encuadrado dentro del proceso de desintegración del poder central de Roma y de disolución de la civitas como forma de estructuración del territorio. En fin, sabemos lo que no son, pero sin excavaciones es muy dif ícil precisar lo que sí son. La argumentación por vía negativa nos permite descartar con cierta seguridad una cronología altoimperial o incardinada en el Hierro, pero nos deja ante un abismo comprendido entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media dentro del que –a falta de unas apremiantes excavaciones– apenas nada podemos concretar. Con poco más que un marco cronológico aproximado, es dif ícil avanzar en la comprensión de este tipo de sitios. Tan sólo llegamos a barajar una serie de hipótesis que una investigación más detenida deberá confrontar. Hipótesis no necesariamente del todo excluyentes entre sí y que más bien nos sirven a modo de una necesaria reflexión que siente la base de futuros trabajos. De partida es indudable que resulta más que tentador pretender identificar estos recintos con los castella tutoria de los que nos habla Hidacio y ver en ellos los espacios fortificados en donde las poblaciones locales buscaron refugio durante las razzias suevas a lo largo del conflictivo siglo V. Recintos construidos en un corto espacio de tiempo, sin grandes inversiones en la monumentalización del espacio. Las construcciones precarias y la opción por emplazamientos de dif ícil acceso que ofrecen condiciones naturales muy favorables para su defensa se podrían entender como una solución de urgencia ante una situación de inestabilidad sobrevenida. Una hipótesis alternativa pasa por analizar estos recintos en relación a la evolución política del territorio como la expresión de una nueva realidad política y de una configuración del poder –que en gran medida nos son desconocidas–, surgidas tras la desaparición de la civitas. Su carácter fortificado sería así la materialización de la aparición de un fraccionamiento del poder en unidades regionales que extienden su dominio sobre un territorio. No parece que estos sitios se correspondan con la residencia de una élite, pero pudieron haber sido lugares en donde se hacía manifiesta la apropiación de un territorio por parte de la aristocracia y desde donde se establecía un control estratégico sobre un dominio. La preferencia por las cotas máximas, por los sitios más visibles y que marcan verdaderos hitos en el paisaje como O Galiñeiro o O Monte Faro, se puede entender así como una forma de señorear un territorio. De este modo, estos recintos podrían haber desempeñado una función simbólica como lugares de concentración o exhibición de un poder local, en donde el contenido estrictamente defensivo de las fortificaciones no tendría por qué tener más que un carácter marginal o secundario. Es muy interesante al respecto la propuesta de C. Tente (2012) para el alto Mondego, en donde se han documentan sitios
de características semejantes, datados en el s. VI, que se interpretan como espacios fortificados para el control del territorio. La articulación de los recintos fortificados en torno a Tude, sede de un importante centro de poder bajo las monarquías sueva y visigoda, es fundamental para entender su papel en la estructuración de paisaje. Su disposición parece responder a una función estratégica, capaz de ejercer un amplio dominio sobre valle del Louro, que se extiende por el tramo del Miño que desde Tude llega hasta su desembocadura y que incluso alcanza buena parte de la ría de Vigo. El análisis de la visibilidad, intervisibilidad y visibilidad acumulada muestra una maya de fortificaciones que crea un control cerrado sobre el núcleo de Tude y sobre la región circundante. Control que se hace especialmente patente sobre la antigua vía romana que desde Bracara se dirige hacia el norte, atravesando Tude, discurriendo por el eje fundamental de comunicación que establece la Depresión Meridiana. Podríamos pensar pues en una red de asentamientos que define y articula el territorio tudense. Con todo, no podemos dejar de ser conscientes de que aunque el análisis de las características formales y locacionales de estos sitios delimita un tipo aparentemente homogéneo y coherente, ante la ausencia de marcadores cronológicos fiables nada nos permite asegurar una ocupación sincrónica sobre la que fundamentar la hipótesis de un funcionamiento orgánico. Esta concepción de los recintos fortificados como componente de la conformación territorial de los principales núcleos de poder de la Tardoantigüedad la vemos en otros casos. Junto a Iria Flavia encontramos el sitio de Castro Valente, ejerciendo un amplio control sobre el tramo final del valle del Ulla y en clara relación con el paso de la misma vía romana que viene desde Bracara. No deja de ser sugerente pensar en un binomio semejante al que parece unir al Aloia con Tude. Otro caso semejante podría ser el de Calcedonia, localizado los márgenes del territorio bracarense, en un punto que flanquea el paso de la vía xviii del Itinerario de Antonino hacia la sierra del Xurés. Cabe todavía una hipótesis diferente para el estudio de los recintos fortificados del Baixo Miño, en la que se pone el acento en su relación con la ocupación y explotación de las zonas de monte, tal y como ha señalado A. Rodríguez Resino en un trabajo inédito. El vínculo con el aprovechamiento ganadero del monte podría explicar la posición de algunos de los recintos, así como su gran extensión y su vacío ocupacional. No se trataría sólo de simples encerraderos de ganado, sino de espacios de poder desde donde se ejerce un dominio sobre una zona del monte adecuada para la ganadería extensiva. A este respecto, hay que tener en cuenta la marcada semejanza formal que se observa entre las evidencias de ocupación documentadas en el Aloia, A Torre Grande y Calcedonia y aquellas que se conocen en poblados abiertos como el As Penizas, Castro Laboreiro o Chã da Torre y que se podrían relacionar con la explotación del monte.
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Fig. 1. Recintos fortificados de cronología indeterminada en el valle del Baixo Miño
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Fig. 2. Recinto fortificado de Mont Aloia
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Fig. 3. Recinto fortificado de Alto de San Cibrána
O sítio arqueológico da Falperra Luis O. Fontes (Universidade do Minho, Braga)
O
sítio arqueológico da Falperra localiza-se 3 km a sul da cidade de Braga, na bordadura meridional da cabeceira do rio Este, dominando o troço inicial do curso do rio e a plataforma onde se implanta a cidade de Braga bem como a estratégica passagem entre os vales dos rios Ave e Cávado. Está implantado a uma altitude de 561 metros, no topo da elevação também conhecida por Santa Marta das Cortiças, nome derivado da pequena capela que coroa o monte. As vertentes norte, poente e sul apresentam mais afloramentos graníticos, contrastando com a vertente este, mais ampla e com declive atenuado por uma ampla chã, abrigada e com boa exposição solar. É este monte amplamente referenciado na documentação altomedieval, de forma que sugere claramente a sua utilização como estrutura defensiva - alpe Sancta Marta ou subtus mons Sancta Marte (Costa & Marques, 2016). Foi Albano Bellino que pela primeira vez manifestou interesse arqueológico pelo sítio, aí realizando prospeções em 1899, cujos resultados foram postumamente publicados num artigo de sua autoria intitulado ‘Cidades mortas’ (Bellino, 1909). Deu especial atenção ao povoado fortificado da Idade do Ferro e à identificação de elementos correlacionados com a ocupação romana, referindo a abundância de tégulas e moedas do século IV. Em meados do século XX, com o patrocínio do Município de Braga, inicia-se um mais amplo programa de estudos arqueológicos, que começa em 1953-54 sob a direção de Russell Cortez, Sérgio da Silva Pinto e Arlindo da Cunha e que culmina com o restauro parcial de um grande edif ício então já interpretado como basílica paleocristã e datado dos séculos V-VI, com base em novas moedas de finais do século IV recolhidas sob o pavimento da abside e em vidros paleocristãos e fragmentos de terra sigillata (Cortez, 1954: 6). Os trabalhos arqueológicos prosseguiriam na década de 60, sob direção de Domingos de Pinho Brandão e Rigaud de Sousa, que ampliaram a área de escavação identificando um novo e amplo edif ício contíguo ao templo. Na breve notícia relativa a estes trabalhos, publicada por Rigaud de Sousa (1970), descreve-se a planta do edif ício, que se ilustra com planta, refere-se a identificação de cerâmicas do tipo ‘Late Roman C’ e de sigillata clara D estampada, de vidros paleocristãos, de um «fuzilhão de fivela, do tipo escudiforme, típico da época visigótica», de capitéis coríntios tardios (Sousa, 1970: 64), concluindo-se com a aceitação genérica de que se estaria, a par do templo cristão, perante um possível mosteiro, como terá sugerido Pere Palol, que isso mesmo escreveu logo em 1967, embora dez anos depois Helmut Schlunk (1977: 203) manifestasse dúvidas sobre a existência de um templo paleocristão na Falperra. Na década de 70 prosseguiram as escavações sob direção de Rigaud de Sousa, mas os dados obtidos nunca foram publicados. De qualquer modo, os trabalhos até então realizados fundamentaram a classificação do sítio como Imóvel de Interesse Público (Decreto n.º 40361, de 20-10-1955 e Decreto n.º 251/70, de 3-6). Na década de 80, agora sob direção de Manuela Martins, realizaram-se algumas sondagens e procedeu-se ao levantamento detalhado de todas as estruturas visíveis, mas também não se publicaram quaisquer resultados. O diverso espólio recolhido nestas intervenções, parte do qual se encontra nos Museus D. Diogo de Sousa e Pio XII, em Braga, confirmou a longa ocupação do local, desde o Calcolítico até à Alta Idade Média, relevando a ocupação do período suevo e/ou visigodo.
Em 2008, a Unidade de Arqueologia da Universidade do Minho, reconhecendo o elevado valor histórico, cultural e científico do Sítio Arqueológico da Falperra, propôs ao Município de Braga um Programa de Estudo, Conservação e Valorização, com o objetivo de garantir a sua preservação e de o tornar acessível ao público. Seria também uma oportunidade para recuperar e analisar criticamente toda a informação resultante das escavações realizadas. Esperemos que esse projeto se possa vir a concretizar nos próximos anos. Embora parcialmente ocultos pela vegetação, por aterros posteriores e parcialmente destruídos por obras de aparcamento automóvel, aí se conservam, para além de vestígios das três poderosas muralhas que circundavam o oppidum pré-romano, mais ou menos visíveis, as ruínas de vários edif ícios dispersos pela plataforma superior, que se interpretam atualmente como podendo corresponder a um conjunto palatino de época sueva (Fontes, 1999; Real, 2000). No referido conjunto distinguem-se três edif ícios principais, dispostos em socalcos e todos de planta retangular e paredes em alvenaria regular de granito (opus quadratum). A nordeste, em plano superior, um grande edif ício com 25x16 metros, correspondente a um templo paleocristão com três naves e cabeceira inscrita tripartida, com abside central semicircular ladeada por dois compartimentos retangulares. A nave central, mais larga e a correspondente abside semicircular, apresentavam pavimentação em opus signinum. O edif ício central, que corresponderá à residência senhorial, é o mais extenso, com 42,8x12,6 metros. É composto por uma grande sala, também pavimentada com opus signinum, dividida em três naves por alinhamentos longitudinais de pilares de silharia granítica, de secção quadrada. Apresenta vários compartimentos anexos, definindo-se no lado sul um átrio porticado, tipo peristilo e uma cozinha. Na plataforma inferior, mais irregular, a sudoeste, um terceiro edif ício, tipo insula, com cerca de 20x15 metros, apresenta uma compartimentação mais complexa que se adapta às variações topográficas, sem quaisquer indícios de pavimentação estruturada. Aceitando que o conjunto edificado da Falperra corresponde a um complexo palatino, estaremos perante a existência de uma aristocracia influente, capaz de manifestar o seu poder e autonomia, em estreita articulação, pela apropriação da arquitetura religiosa, com o poder eclesiástico.
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Figura 1. Localização da Falperra (extrato da Carta Militar de Portugal, 1:25000, fl.56)
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Figura 2a Vista parcial do templo paleocristão, durante o seu restauro em 1954 (reproduzido de Cortez, 1954)
Figura 2b. Proposta de restituição volumétrica do templo paleocristão
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Fig. 3. Planta geral das ruínas arqueológicas da Falperra (Serviços topográficos da Câmara Municipal de Braga)
Portumcalem Castrum Novum na época sueva Manuel Luis Real (Universidade Nova de Lisboa)1 António Manuel S. P. Silva (Universidade do Porto)2 12
A
relação do Porto com os invasores suevos da Península estabeleceu-se na historiografia da cidade com base em três elementos primordiais: uma muralha, a inscrição fundacional num templo dos arredores e um conjunto de referências documentais que, bem contadas, não ultrapassam os dedos de uma mão. A designação de «sueva» aplicada à primitiva cerca medieval da cidade – que estaria porventura de pé no século IX, se bem que a generalidade dos troços conservados testemunhem a sua reconstrução já no século XII (Muralha…, 1939; Carvalho; Guimarães; Barroca 1996, p. 122) – tem uma longa tradição historiográfica e é ainda comum em guias turísticos e obras de divulgação, não obstante existam novos dados a seu respeito. A origem desta atribuição é, sem dúvida, a expressão que consta nas supostas Atas do Concílio de Lugo de 569, a Divisio Theodemiri ou Parochiale dos suevos, classificando como Portucale castrum antiquum o aglomerado urbano da margem sul do Douro, de obediência ao bispado de Conimbriga; por sua vez, o núcleo da margem oposta era designado como Portugalensem in castro nouo. A forma singela como o documento hierarquizou as duas cercas fortificadas seria adjetivada num manuscrito transmitido por Frei Bernardo de Brito (1569-1617) como castro novo Suevorum e Portucale castrum antiquum Romanorum, determinativos que um dos mais reputados estudiosos do Parochiale, Pierre David, não só aceita como sublinha enquanto argumento da maior antiguidade do polo meridional, atribuindo aos Suevos a fundação do Portucale da margem direita (David 1947, p. 79). Na linha desta interpretação outros historiadores imaginaram uma eventual refundação do núcleo portuense, porventura destruído em resultado das invasões ou, pelo menos, a reconstrução das suas muralhas. A investigação arqueológica moderna não pôde ainda acrescentar dados particularmente inovadores à cronologia fundacional da primitiva cerca urbana, mas identificou já em vários pontos do velho burgo os alicerces de uma muralha, com uma fase do Alto Império e outra dos séculos III-IV, que pontualmente subjaz ao alinhamento da fortificação medieva (Fig. 1; Silva 2010-2011). Como mera hipótese de análise, há que reconhecer que se o núcleo urbano teve no Baixo Império as suas muralhas refeitas, no traçado ou em alçado, não parecerá totalmente descabido que dois séculos depois a Divisio Theodemiri ainda considere «novo» o perímetro defensivo. O facto de sobre ele assentar, pelo menos em parte, a muralha condal da época de D. Teresa, alimentou o equívoco que chegou aos nossos dias. Como seria a cidade que os suevos encontraram no Porto? Nem a história nem a arqueologia puderam ainda trazer à luz os seus exatos contornos, mas o aglomerado populacional, com origens nos finais da Idade do Bronze, teria provavelmente dois núcleos: o primitivo, à cota alta, e o da zona ribeirinha do Douro. O núcleo original, mais ou menos circunscrito ao povoado que durante o primeiro milénio antes de Cristo se desenvolvera no morro da Sé, era rodeado por uma muralha que terá sido renovada no período romano, e manteria certamente, por especial imposição
1 CITCEM - Centro de Investigação Transdisciplinar Cultura, Espaço e Memória (Univ. Porto). Instituto de Estudos Medievais (FCSH – Univ. Nova de Lisboa). 2 Bolseiro de Doutoramento da Fundação para a Ciência e Tecnologia na Universidade de Santiago de Compostela. CITCEM - Centro de Investigação Transdisciplinar Cultura, Espaço e Memória (Univ. Porto).
das pendentes acentuadas, o plano pouco regular das construções proto-históricas, se bem que existissem também alguns edif ícios mais conformes à técnica e gosto romanos. Um segundo núcleo, no sopé do «castro» indígena, foi-se desenvolvendo ao longo da frente ribeirinha, inclusive para poente do rio da Vila, durante os tempos do domínio romano (Fig. 2); facilitado pela topografia, foi-se estruturando aqui um urbanismo de tendência mais ortogonal, com construções de outra escala e qualidade, ao modo de um uicus comercial, como sugeriu J. López Quiroga (2004, p. 94). A relação deste núcleo urbano com o aglomerado simétrico instalado na margem esquerda, atual Vila Nova de Gaia – com evidente paralelismo espacial e provável simultaneidade cronológica entre a proto-história e a alta Idade Média – implicaria uma discussão que excede este texto. Deve porém recordar-se que em tempos romanos como na época dos invasores suevos as duas margens do Douro teriam uma articulação muito própria, com fortes dinâmicas comerciais decorrentes do tráfico marítimo-fluvial. O mesmo se dirá em contexto paleocristão, devido à existência de vários centros religiosos em ambas as margens, elementos que terão certamente minimizado o impacte da desestruturação político-administrativa que acompanhou a queda do Império, potenciando a zona para uma crescente afirmação à escala regional. O maior desenvolvimento urbanístico parece ter atingido a margem direita do Douro, se bem que a informação arqueológica seja escassa para poder aquilatar-se o quanto a margem meridional acompanhou este processo. É de sublinhar, no entanto, que apareceu aqui uma epígrafe relacionada com um legionário romano (Ribeiro 1994; Encarnação 1996), o que pode indiciar alguma relevância do ponto de vista militar. Quanto à margem norte, aí se desenvolveriam as principais atividades portuárias e comerciais e, provavelmente, certas funções de natureza cívica e administrativa (Fig. 3). A par do chamado Rio da Vila existiria um eixo viário que ligava ao alto da Sé (actual Rua dos Mercadores) e pode ter tido uma função estruturante – espécie de cardo – na articulação entre as partes baixa e alta da cidade. Para leste, comunicava com a antiga malha urbana do Barredo, onde ocasionalmente se descobriram vestígios de época romana. Para ocidente, seguindo um traçado próximo da Rua Infante D. Henrique, desenvolvia-se talvez outro eixo principal, que poderíamos com alguma liberdade assimilar a um decumanus. Na sua proximidade, durante as obras de remodelação e ampliação da Casa do Infante (Arquivo Histórico Municipal), foi descoberto um grande edif ício com mosaicos, que fazia parte de um quarteirão residencial do Baixo Império. Este edif ício, com um pátio rodeado por diversas salas e escalonado em patamares sobre a encosta voltada para o Douro, é para já o único encontrado na cidade com pavimentos em mosaico. Aparentemente, também seria o de maior dimensão, se bem que a reconstituição da sua planta não seja totalmente segura, pois não se conseguiu escavar o terço norte, encostado à Rua Infante D. Henrique (Gomes 2011). O achado de uma apreciável quantidade de terra sigillata, vidros e moedas, com especial destaque para duas siliquae cunhadas em nome do rei suevo Requiário (Barroca, no prelo; v. neste volume p.…), permitem admitir a possibilidade de tratar-se de uma residência privilegiada, certamente ligada a qualquer figura importante do núcleo urbano. Um pouco mais a norte, no sítio da atual Praça do Infante D. Henrique, poderá ter existido uma área pública aberta, de algum modo equiparável a um fórum. 205
Os indícios são muito frágeis, pois o sítio foi profundamente afetado com enormes demolições e desaterros no século xix. Todavia, anteriormente, existia uma plataforma bastante elevada, até ao extremo da qual chegava a cerca do convento de S. Domingos. E uma gravura de 1839 de J. Holland exibe ainda um arco em ruína, no canto sudeste dessa plataforma, que pode ter pertencido a um possível criptopórtico. Todavia, não há evidências epigráficas e os trabalhos arqueológicos feitos na envolvência não têm revelado elementos arquitetónicos de realce. Deste modo, à luz dos dados disponíveis, não é possível aquilatar a existência de um verdadeiro forum monumental dotado dos equipamentos típicos (templo, cúria, basílica, etc.) que normalmente se encontram nos fora imperiais, pelo que aquele espaço pode ter constituído essencialmente uma área pública aberta, eventualmente com funções comerciais, à semelhança do que vem sendo sugerido para áreas públicas de outros uici e espaços urbanos do Noroeste (Lima 2017, p. 10-11). Mais para ocidente, no antigo quarteirão dos Banhos, desaparecido em resultado de transformações urbanísticas do século xix, poderiam ter-se localizado as antigas termas romanas. Os banhos medievais foram instalados em 1331 (Carvalho 1996, p. 82-3), mas uma tradição que remonta, pelo menos, à segunda edição do Catálogo dos Bispos do Porto (1742), evoca o sítio no quadro da cura milagrosa do rei suevo Ariamiro (559-561) e da fundação da igreja de Cedofeita, sublinhando a antiguidade dos banhos, dos quais haveria mesmo «dentro de algumas casas vestígios dos tanques em que se tomavam» (Cunha; Pinto 1742, p. 115). Foram efetuadas escavações arqueológicas na Catedral, onde apareceram restos de uma construção antiga (Ruínas… 2004; Real 2017, p. 49-50); porém, é dif ícil estabelecer a sua ligação com a basílica de época sueva, cuja existência é mais do que provável, após a transferência do bispado, de Magneto para Portucale, entre 572 e 589. Na periferia imediata da cidade existiam outros templos, mas nem sempre é fácil distinguir o que remontará ao período suevo-visigodo e o que é já da fase da reconquista astur-leonesa. Do lado de Gaia existiram edif ícios religiosos bastante antigos: Bom Jesus, no Castelo, remontando ao séc. V-VI (Guimarães 1995); Quinta de Sº António, onde há importantes ruínas de uma basílica alto-medieval (Nascimento; Sousa; Silva 2008) e, possivelmente, Santa Marinha, em cujas imediações abundam vestígios romanos. Na margem direita apareceram parcos vestígios de um templo em Miragaia, talvez do séc. IX-X (Real 1984, p. 31-2) e junto à igreja de Santo Ildefonso ficou registada a notícia do aparecimento de uma lápide com a cruz ladeada pelo alfa e ómega (Novais, 1916-1918, 2ª parte, v. 2, p. 219-20; e v. 4, p. 173). A igreja românica de São Martinho de Cedofeita é, a par da Catedral, o templo de aspeto mais arcaico da cidade. O templo primitivo de Cedofeita foi reedificado em 1087, sendo o novo edif ício sagrado pelo bispo D. Pedro, de Braga. Restam ainda alguns pormenores arquitetónicos e escultóricos que, não só documentam esta fase, como porventura um momento anterior, de finais do século IX, na sequência da presúria da cidade liderada por Vímara Peres (868). No século XII aí se estabeleceu uma colegiada e o espaço sofreu nas centúrias seguintes diversas alterações, até que em 1767, no quadro de uma obra mais profunda, alguns paroquianos terão mandado reproduzir no tímpano do portal principal, o texto transcrito em 1556 de uma pervetere lapide, ou seja, de uma epígrafe «muito antiga». Aí se comemora a fundação do mosteiro, na sequência de um voto do rei suevo Teodomiro (561-570) e a sagração do templo pelo metropolita de Braga, Lucrécio, a 14 de Outubro de 559, altura em que o próprio rei foi batizado (vivia-se o período da conversão dos suevos) e as relíquias de São Martinho de Tours, expressamente vindas das Gálias, foram solenemente acolhidas no templo portuense (Real 1984, p. 31; Rosas 1985-1986). Não obstante as dúvidas que a inscrição e esta narrativa mitificada suscitam, para além de imprecisões cronológicas, em torno do voto do rei suevo e da rapidez com que a igreja teria sido edificada (cito facta, cedo ou depressa feita) – alimentou-se a lenda 206
(Cleto 2012, p. 32-7) e, a partir dela, um outro ponto da representação dos suevos no Porto. Na envolvente da igreja de Cedofeita têm sido feitas nos últimos anos pequenas sondagens arqueológicas – quando há intervenções urbanísticas com afectação do subsolo – que parecem documentar a ocupação romana do local (Silva 2010, p. 233), mas as informações sobre a natureza dessa ocupação são ainda escassas, podendo admitir-se que aí se localizasse um pequeno núcleo habitado que, porventura, desse lugar a um mosteiro ou, pelo menos, justificasse a fundação de um templo, hipóteses que são por ora mera agenda de investigação. As referências documentais respeitantes à cidade na época da ocupação sueva são muito escassas. Além da já citada menção do Parochiale, sem outros detalhes, merece nota a crónica do bispo flaviense Idácio, um texto de finais do século V com grande significado para a história do Noroeste peninsular. A foz do rio Douro é citada no quadro da prisão do rei Requiário (448-456), assim como das divisões e conflitos que se seguiram após este evento. Depois da derrota de Requiário frente ao rei godo Teodorico, nas proximidades de Astorga, em 456, Requiário refugia-se no «locum qui portumcale appellatur» (Tranoy 1974, vol. I, p. 156-7, § 175); considerando a generalidade dos autores que corresponde ao Porto este «local que se chamava Portumcale», não obstante a esse respeito existir uma pertinente análise de J. Alarcão, sobre em qual das margens terá ocorrido a prisão (2005, p. 304-5). Daqui Requiário foi aprisionado e levado a Teodorico, que o mata em finais de 456, fazendo com que a maior parte do exército suevo se entregasse ou fosse chacinada, a ponto de Idácio ficar convencido que o reino suevo estaria destruído para sempre (Tranoy 1974, ibidem). Na verdade a morte de Requiário abriu uma profunda crise na monarquia sueva, mas esta não soçobrou, apesar das lutas e divisões que marcaram os anos seguintes. Surgem então duas correntes: uma liderada por Aiulfo, um godo considerado ora como governador imposto aos suevos, ora como traidor ao seu povo (Díaz 2011, p. 86); e outra por Maldras, eleito rei por um grupo de suevos que «remanserant in extrema parte Gallaeciae» (Tranoy 1974, I, p. 156-7, § 181). Esta expressão tem sido interpretada como correspondendo a Braga (Cardoso 1982, p. 37), à região costeira ocidental da Galécia (Tranoy, 1974, vol. II, p. 107) ou mesmo à cidade do Porto, afirmando López Quiroga que, neste contexto, a cidade se terá convertido na segunda capital do reino suevo, em substituição de Braga (2004, p. 94). Opinião diferente tem A. Tranoy, segundo o qual terá sido Agiulfo a apoiar-se no Porto para tentar ascender ao reino suevo (1974, II, p. 110), tal como parece indicar Idácio, ao registar a morte do mesmo Agiulfo em Portucale, em Junho de 457 (Tranoy 1974; I, 160-1, § 187). Surgem entretanto novas facções, enquanto às ordens de Maldras, entre 458 e 459, os suevos saqueiam a região da Galécia confinante com o Douro e acabam por invadir o «Portumcale castrum» (Tranoy 1974, Idem, § 190; p. 162-3; § 195). Com estes eventos encerram-se as referências de Idácio à região portuense. A arqueologia pouco pode acrescentar, se bem que nas escavações arqueológicas feitas na Rua D. Hugo, nº 5, perto da catedral e encostada à muralha, uma camada de derrube e destruição, com cinzas e restos de construção, datada do século V, tenha sido interpretada como um possível reflexo das guerras civis e ataques ao Porto ocorridos em meados desta centúria (Real et al. 1985-86, p. 19). Todavia, não foi ainda possível confirmar com os resultados de outras escavações próximas se aquele nível de incêndio e destruição foi mais generalizado ou se confinou aquela parcela. Não obstante as incertezas que nem a história nem a arqueologia puderam ainda iluminar, parece fora de dúvida que foi a partir desta crise de meados do século V – e com especial pujança na centúria seguinte – que o núcleo urbano do Porto viu acrescentada definitivamente a sua importância regional e, porventura, se distinguiu mais claramente em relação ao aglomerado da margem sul, nomeadamente com a transferência da sede diocesana desde Magnetum, na segunda metade do
século VI e com as novas funções de centro emissor de moeda no quadro da monarquia visigoda. É o que sucederá, pelo menos entre os reis Leovigildo e Suintila, já no primeiro quartel do século VII, e como recordou López Quiroga (2004, p. 95), ao reunir o poder eclesiástico com o político, decorrente de ser ceca emissora, o Porto cumpria, assim, os elementos caraterísticos das cidades tardo-antigas mais importantes.
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Fig. 1. Locais onde foi identificada a muralha romana do Porto. 1. Largo do Colégio/Santana, 9-12; 2. Largo/Rua da Penaventosa; 3. Rua da Penaventosa; 4. Quarteirão da Bainharia; 5. Rua D. Hugo, nº 5. O tracejado sugere uma reconstituição por ora meramente hipotética (reproduzido de Silva, 2011)
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Fig. 2. Localização dos vestígios romanos na cidade do Porto. Área nuclear do centro histórico (reproduzido de Silva, 2010)
Estruturas ou estratos homogéneos romanos Materiais romanos avulsos, aparecidos en trabalhos arqueológicos. Achados fortuitos em contextos indeterminados
Fig. 3. Proposta esquemática da estrutura urbana no Baixo-Império. 1. Termas; 2. Área pública aberta (forum?); 3. Residência aristocrática (palatium?); 4. Curso do Rio da Vila; 5. Traçado da primitiva cerca urbana, em parte assente sobre a muralha tardo-romana. A cinzento, reconstituição dos mais antigos eixos viários, alguns provavelmente de ascendência romana; a verde mais escuro as ruínas romanas confirmadas (Base cartográfica: desenho feito a partir da planta da maquete da cidade do Porto cerca de 1500, por Luís Aguiar Branco) 210
O Castro de Monte Mozinho (Penafiel, Porto) e o seu aro em época tardo-romana e tardo-antiga Teresa Soeiro (Facultade de Letras, CITCEM Universidade do Porto)
O
Castro de Monte Mozinho, no extremo sul da Gallaecia, fica no centro do actual Município de Penafiel. Dista, em linha recta, cerca de 30km do mar, 45km de Bracara Augusta, sede do conventus, e 7,5km da desembocadura do Tâmega no Douro (Entre-os-Rios). É um povoado fortificado e de altura (408m) que concentra bastante população, instalado em posição dominante sobre caminhos naturais. A sua primeira ocupação bem documentada data da época de Augusto e é durante o período júlio-cláudio que se erguem as muralhas, criam as plataformas estruturadas preenchidas pelas habitações com os seus anexos e delineiam os espaços de circulação. Apesar da área escavada corresponder apenas a perto de 10% dos 20 hectares de superf ície estimada, há testemunho arqueológico confirmado da existência de casas de modelo castrejo até junto da muralha exterior, revelando uma concentração de população autóctone (pela cultura material e idiossincrasia) a que não será alheia a política romana. Desde que Carlos Alberto Ferreira de Almeida iniciou as escavações do sítio (1974) até à concretização do primeiro projecto de valorização (1998), o foco da investigação incidiu na coroa do castro. Esta área ficou delimitada pela primeira muralha, com porta fortificada voltada a NE, flanqueada por torreões assimétricos (sobrepujados pelas estátuas de guerreiro?). Cruza-a um amplo arruamento lajeado que une em linha recta a referida porta com a do recinto elíptico que marca o centro do povoado. Este recinto apresenta-se como um espaço sem construções no interior, certamente multifuncional e para uso público, rodeado por grossa parede, pouco alta, espessa na base mas logo reduzida para formar um ressalto/bancada voltado para o interior, ao qual também se acedia subindo uma escada dupla adossada ao exterior da parede, num ponto afastado da porta. Toda a área em seu redor, até ao perímetro definido pela muralha I, foi densa e continuadamente ocupada da época de Augusto ao séc. II, como bem documenta o variado espólio, objecto de diversas publicações. De época flávia, queremos salientar a requalificação empreendida em dois quarteirões que fazem face à via, nos quais são aniquiladas as casas castrejas para darem lugar a duas complexas casas romanas, com entrada directa e mesmo interferindo na utilização deste eixo de circulação principal. A mesma conjuntura reformadora poderá enquadrar a construção, já no exterior da porta, de um monumento do qual conhecemos o embasamento quadrangular (300x260cm) terminado por molduras, vários outros elementos arquitectónicos e um conjunto de fragmentos de escultura em granito, de que sobressai um cavalo (de vulto) e várias cabeças humanas. Os enterramentos desta época (faltam os das primeiras décadas) tinham lugar fora da muralha exterior, assim manda a lei, para N e NW, tratando-se sempre de incinerações acompanhadas de espólio, que também ele reflecte a boa capacidade de aquisição de bens, tanto de fabrico regional como vindos de centros hispânicos afastados e mesmo de outras áreas do império. Aliás, esta disponibilidade económica e cultural para adquirir produtos não de subsistência marca a população do Castro desde início, questionando-nos sobre as fontes de rendimento (a que poderia não ser estranho o trabalho no couto mineiro aurífero de Valongo) e a circulação de bens e de informação geradora de novos gostos.
Nesta breve digressão pelo Mozinho alto-imperial, precisamos agora de olhar para as alternativas de implantação no território decorrentes da diáspora que se faz sentir em meados do século I, cada vez mais intensa. À medida que no interior das muralhas deparamos com as remodelações profundas, fica-nos a sensação de que elas afectam núcleos limitados, baixando a densidade dos habitantes e a área contínua de construção. Em contrapartida, tivemos ocasião de realizar o estudo, por exemplo, da necrópole de Monteiras, onde há incinerações de meados do século I que pelo número de enterramentos atribuímos a uma aldeia aberta, instalada nas boas terras que marginam o rio Sousa. Na encosta do Tâmega, a escavação da Bouça do Ouro revelou dois edif ícios (com colunas) isolados, erguidos no início do período flávio na fértil mancha agrícola. Nesta época estava definitivamente ultrapassada a anterior preferência pelo povoamento concentrado - castro (seja qual for a sua caracterização), dando lugar à disseminação segundo novos modelos de relação política com os recursos, mesmo que de início a população contasse ainda com a ergologia castreja, em breve ultrapassada. No Castro de Monte Mozinho, a etapa que nos é menos conhecida corresponde sensivelmente à dinastia severa. Esta restrição tanto pode decorrer de uma efectiva redução da ocupação (a lavra mineira fora desactivada e a nova agricultura não se compaginava com estes altos), como da limitação da área escavada, se tiver ocorrido em outros sectores. Até ao momento, apenas podemos afirmar que na coroa do povoado, dentro da muralha I, não a encontramos. Mas também não vemos aí níveis posteriores, da segunda metade do séc. III e do IV, que surgem como reocupação pujante imediatamente ultrapassada a porta, estendendo-se pela vertente de relevo suave a norte, até à muralha exterior e necrópole. Os trabalhos de escavação de 1943-54 incidiram na área diante da porta (então ainda oculta), pondo a descoberto estruturas construídas baixo-imperiais, que voltaram a ser intervencionados em 1974 e 1997-98, ficando claro que tinham sido erguidas anulando casas castrejas, que remontam à primeira metade do séc. I, e também o monumento romano imediatamente exterior à muralha. Os novos construtores mantiveram, porém, a antiga via lajeada e usaram-na como eixo estruturante, do qual partem arruamentos secundários e para onde se voltam algumas habitações e oficinas. O edificado resultante daquelas primeiras escavações continua a colocar-nos problemas de leitura espacial e funcional, uma vez que se perdeu o registo estratigráfico até ao nível dos pisos e não dispomos de plantas completas. No entanto, deixa-nos entrever casas romanas de traçado complexo, por vezes possuindo pátios lajeados, formadas por múltiplos compartimentos quadrangulares a comunicar por portas de soleira e ombreiras bem talhadas, com pisos provavelmente de barro/saibro, hoje quase delidos pela exposição à intempérie, que tornou também irreconhecíveis os locais de lareira. Foram erguidas com blocos irregulares de granito aparelhado, colocados tendencialmente em fiadas horizontais, e argamassa. A cobertura era de telha (tegula e imbrex) e, pelo menos num caso, remataria num pronunciado beiral de ardósia, constituído por peças trapezoidais. Destacamos neste sector uma casa no entroncamento do eixo viário principal com um secundário, que volta para ambas, fazendo esquina, um compartimento dedicado a actividades metalúrgicas, fechado por painéis amovíveis, próprios para 211
encaixar nas ranhuras dos blocos/soleira que substituem a parede, permitindo assim uma fácil abertura da oficina/loja ao espaço público. No interior há uma estrutura para fogo e grande quantidade de resíduos produzidos pelo trabalho do metal, ferroso, que repousam dobre o chão, parte em saibro e parte lajeado, no qual recolhemos três antoninianos de Cláudio II, que apontam para uma datação a partir dos anos setenta do séc. III. Na mesma rua secundária existe, diante da anterior, na área de outra habitação e voltada ao que parece ser um pátio, uma estrutura pétrea circular de construção robusta, que recentes escavações num outro sector do povoado nos levam a interpretar, por analogia, como um forno de pão, com embasamento maciço e lastro sobrelevado. O espólio remanescente destas primeiras escavações, publicado em 1984, com diversificada cerâmica comum tardo-romana, inclui: um fragmento de prateira com o interior do fundo estampado, em TSA D, estilo A; uma f íbula de besta (Ettlinger 57); uma placa de cinturão «hispânico» tipo Cabriana, de uso castrense, com círculos estampados, vulgar no Noroeste. São achados perfeitamente compatíveis com os numismas avulsos e tesouros do séc. IV, dois deles encontrados dentro de casas, enterrados em vasilhas cerâmicas, que reúnem emissões até Arcádio. Devemos aproximar a estes os conjuntos de moedas descobertos ao limpar o troço da via lajeada dentro da primeira muralha, em 1976. São quatro grupos de moedas datadas de 261 a 351-4, quase sem usura, talvez resto de tesouros aqui escondidos, até meados do séc. IV, por residentes da área mais baixa, que não poderiam ignorar as ruínas abandonadas (manancial de pedra aparelhada) da coroa do Castro. Durante os trabalhos levados a cabo em 2004, na mesma pendente mas a cota inferior, foi encontrado mais um tesouro monetário dentro de um vaso, junto de habitações, desta feita com milhar e meio de moedas. As mais recentes são AE 4 de Teodósio II, que levam a uma ocultação da segunda metade do século V (em estudo). Próximo deste ponto, foi escavado um interessante poço de sarilho para abastecimento de água. Alguns metros abaixo, as últimas campanhas depararam com o conjunto edificado onde se agregam espaços de armazenamento de cereal e forno de pão tardios, os quais suscitaram a intervenção de arqueobotânica em curso. No exterior da muralha periférica fica a área da necrópole, sensivelmente coincidente do séc. I ao IV. Porém, os enterramentos tardo-romanos são de inumação, alguns bem estruturados e singulares pela sugestiva forma de comunicação com o defunto nos posteriores momentos de culto. Esta reanimação do Castro, a partir de meados do séc. III, decorre em simultâneo com uma intensa implantação no ager, que vimos começar duas centúrias antes, dispersão de formas de habitar mais conhecidas pelas quase três dezenas de cemitérios, abundantes em inumações contendo espólio (alguns intervencionados e publicados), muitos certamente pertencentes a aldeias. Além destas intuídas comunidades rústicas (nenhuma escavada), temos a Bouça do Ouro, onde um dos edif ícios foi remodelado no séc. III, mostrando novos compartimentos quadrangulares alinhados, construídos com um aparelho de pequenas pedras quadrangulares colocadas em fiada regular. A presença de um prato de TSF (Hayes 3C) indica ainda ter sido habitado na segunda metade do séc. v. Não muito longe, o balneário medicinal de S. Vicente do Pinheiro mostra o mesmo aparelho e espólio tardio. No norte do município, sobre o caminho para a ponte romana de Canaveses, na Suvidade de Recezinhos, um antigo castro baixo, também recolhemos um fragmento da forma Hayes 3 foceense. Nas terras baixas da encosta do vale do Sousa, o casal (?) de Santa Luzia deu, entre outros materiais tardios, grandes dólios com decoração estampada e uma taça de TSA E Hayes 70, da segunda metade do séc. IV/primeira do V. No extremo sul, sobre a confluência Tâmega-Douro, no Côto da Cividade de Eja, anteriores prospecções deparam com cerâmicas baixo-imperiais e as escavações em curso com fragmentos de ânfora norte-africana e de terra sigillata foceense. Há ain212
da antigos achados de tesouros de pequenos bronzes associados a estes sítios e uma grande falta de informação sobre as indispensáveis vias, sucessivamente renovadas e com novos miliários em outros pontos da bracarense. No computo geral, a imagem que nos fica para a época tardo-romana é de uma paisagem intensamente antropizada, com profundas alterações sedimentadas na longa diacronia do período imperial, não sendo fácil avaliar as razões da retoma do Castro nos tempos conturbados do séc. III, em que também existem muitos povoados abertos, num quadro sem quebras significativas na materialidade galaico-romano captada pela arqueologia até ao último quartel do séc. IV e início do seguinte. Depois, a informação escasseia (dif ícil de isolar?), mas sítios de diferentes tipologias prevalecem pelo menos durante o séc. V. Assim sucede com o Castro de Monte Mozinho, próximo do eixo nevrálgico Braga/Porto. Não sabemos se houve reconfiguração das muralhas ou qual a extensão habitada, quem e como vivia, mas não deixa de ser tentador relacionar o último tesouro descoberto com a rotina de instabilidade, dos tratados feitos e breve quebrados entre Suevos e habitantes da Gallaecia, e em particular com as ondas de choque da campanha punitiva do godo Teodorico II contra Requiário, em 456, a mando do imperador Avito, que redundou no humilhante saqueio de Bracara e subsequente captura do rei suevo refugiado em Portus Cale.
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Fig. 1. Castro de Monte Mozinho (Oldrões e Galegos, Penafiel) (Museu Municipal de Penafiel, Fot. Penaguião & Burnay) 214
Fig. 2. Castro de Monte Mozinho: área escavada de 1974 a 1998 (Museu Municipal de Penafiel, Fot. Penaguião & Burnay) 215
Fig. 3. Município de Penafiel: sítios arqueológicos tardo-romanos (Câmara Municipal de Penafiel: Museu Municipal e Divisão de Projetos de Arquitetura e Ordenamento do Território) 216
El Castillón (Santa Eulalia de Tábara, Zamora): un asentamiento fortificado tardo-antiguo en la frontera del Regnum Suevorum José Carlos Sastre Blanco Patricia Fuentes Melgar Asociación Científico – Cultural Zamora Protohistórica
Introducción y ubicación El yacimiento de El Castillón se localiza en el término municipal de Santa Eulalia de Tábara, en la provincia de Zamora, emplazado sobre un espolón rocoso junto al cauce del río Esla en su margen derecho. El recinto interno se encuentra delimitado por una muralla perimetral, a excepción de su zona Este y Sureste, donde se encuentra el imponente farallón rocoso. Este conjunto defensivo presenta una muralla principal con una anchura de entre 4 a 6 m y una altura conservada en su zona más elevada de 8 m. También se constata la existencia de una segunda línea defensiva situada al exterior de esta primera muralla, extendiéndose desde la entrada principal situada en la zona Oeste, en dirección hacia el Sur. El espacio interno, definido por estas construcciones defensivas representa un espacio superior a las 3 Ha. (Imagen 1) Este poblado posee un emplazamiento estratégico y de control del territorio, con especial relevancia del río Esla y su zona de vados próximos. Por otra parte, la Sierra de la Culebra, que se localiza a apenas 30 km de este poblado, supone una importante fuente de abastecimiento de mineral de hierro. La ocupación de este asentamiento data de la Edad del Hierro, sin constatarse presencia posterior en época altoimperial. No será hasta la tardoantigüedad cuando vuelva a ser ocupado y alcance su máximo esplendor. Las intervenciones arqueológicas realizadas desde el año 2007, se han centrado en el estudio de los sistemas defensivos, la zona metalúrgica y las áreas habitacionales, representando un total de 950 m2 excavados.
Poblamiento entre los siglos V al VI d. C. Los trabajos de excavación y prospección realizados hasta la fecha han puesto de manifiesto una importante ocupación de este asentamiento entre mediados del siglo V d. C. hasta finales del siglo VI d. C. El primer momento de ocupación de este lugar se produce con la construcción de la mencionada muralla, que pone de manifiesto su edificación durante el siglo V d. C. De este mismo momento datan las estructuras ovaladas identificadas como hornos metalúrgicos asociados a la reducción del mineral de hierro, posiblemente vinculadas con la propia fase de construcción del poblado. Los niveles mejor documentados para la fase inicial del siglo V d. C. los encontramos en la vivienda central excavada (Sondeo 3), donde se identificó una gran estructura habitacional de 24,60 m de longitud por 13 m de anchura, con un total de ocho habitaciones de diferentes tamaños, características y funciones. En este complejo se han identificado estancias destinadas al almacenamiento, encontrándose gran cantidad de dolia y una amplia y variada vajilla de mesa, de entre las cuales sobresalen las cerámicas estampilladas y la TSHT, así como numerosos restos faunísticos, especialmente asociados a aves.
El fin de esta fase de ocupación se produce con la destrucción fortuita de todo este complejo habitacional, por un gran incendio, que provocará el colapso de la vivienda. Con posterioridad a este incendio, ya en el s. VI d. C., se va a realizar una gran restructuración en todo este espacio, especialmente en la zona Sur, donde las estancias que hasta ahora eran lugares de almacenamiento pasan a ser habitaciones donde se construyen una serie de hornos de carácter doméstico, uno de ellos de grandes dimensiones (2,5 m de diámetro), otorgándole a todo este espacio una función claramente diferente a la que presentaban en el periodo anterior. Con motivo de esta reestructuración, se va a producir un enterramiento de carácter ritual en la Estancia 02, donde se deposita un ovicáprido en la esquina Suroeste de la misma, en posición anatómica pero sin los cuartos traseros que fueron seccionados intencionalmente. Por otra parte, esta nueva fase de ocupación, correspondiente al siglo VI d. C., es perceptible de manera clara en la vivienda Sur (Sondeo 7), formada por una gran estructura habitacional semejante a la anterior. En una de las habitaciones se localizaron dos grandes depósitos de cereales, concretamente de trigos desnudos (Triticum aestivum-durum), así como varias cerámicas con semillas en su interior, lo cual nos permite identificar un espacio vinculado con el almacenamiento de cereales.
Economía El poblado de El Castillón ha revelado una amplia y valiosa información sobre la economía y acceso a los diferentes productos que tenían sus habitantes. Cabe destacar la presencia de un alto peso de la ganadería en el desarrollo de este poblado, evidenciada a través de las grandes zonas de almacenamiento de fauna que se han podido identificar en el proceso de excavación. Sobresalen los restos de ovicápridos por encima del resto de especies, siendo menos numerosos los restos de bóvidos, ganado porcino o aves. Un complemento a la dieta de sus habitantes lo suponen los recursos cinegéticos y piscícolas que se han podido documentar de forma abundante y variada. Especialmente se encuentran bien definidas las actividades de caza, a través de la identificación de elementos tales como puntas de jabalina o puntas de flecha de hierro, con un carácter venatorio. Se han localizado restos de corzo, ciervo y jabalí, que denotarían la caza de estos animales, así como la presencia de varias garras de oso. La pesca supondría un complemento importante para la dieta, principalmente caracterizada por la presencia del cercano río Esla, documentándose numerosas espinas de pescado de salmónidos, barbos, sábalos y anguilas, así como almejas fluviales y una gran cantidad de pesos de red elaborados en pizarra. Por último, destaca la presencia de una importante y significativa minería del hierro, que debió de tener un peso importante en la economía de este poblado, sobre todo durante el s. V d. C., cuyo centro principal se localizaba en la zona de la Sierra de la Culebra, desde donde se abastecería de mineral de hierro al poblado para satisfacer su demanda. 217
Cultura material La cultura material es uno de los principales elementos que nos permiten definir el tipo de poblado y sociedad ante la que nos encontramos. En el caso de El Castillón los hallazgos han sido muy cuantiosos, destacando un gran número de elementos cerámicos, metales, vidrios, industria lítica y ósea (Imagen 2). Las numerosas cerámicas obtenidas han permitido la identificación de las diferentes fases de ocupación de este poblado. En lo que se refiere al siglo V d. C. abundan las producciones de TSHT y cerámicas grises estampilladas, que otorgan una gran variedad y complejidad a la vajilla de mesa. Este tipo de elementos desaparecen en la fase posterior, lo que puede indicarnos un cambio en los modelos productivos o las redes comerciales. Las cerámicas destinadas al almacenamiento también nos proporcionan una valiosa información, dado lo abundante de las mismas y que en el interior de algunas de ellas se han podido recuperar restos de cereales, que nos permiten ahondar en la agricultura y alimentación de sus habitantes. La sociedad que poblaba este lugar entre los siglos V y VI d. C., se pone de manifiesto también a través de esta cultura material que ha llegado hasta nuestros días, identificándose diversas cuentas de collar de pasta vítrea, hebillas de cinturón, pinzas, anillos y pendientes de bronce, botones de hueso decorados, f íbulas de hierro y bronce y un osculatorio de bronce decorado con dos palomas afrontadas. Estos datos nos permiten conocer determinadas características de las élites o grupos de poder que controlarían y gestionarían este poblado. Estos elementos denotan una continuidad, en determinados aspectos, con el periodo anterior, pero sobre todo una penetración de nuevos productos, a través de determinadas redes comerciales.
Entre suevos y visigodos Uno de los aspectos más complejos de este yacimiento es su situación geográfica junto al río Esla, en lo que las fuentes históricas han definido como la frontera entre los reinos Suevo y Visigodo. En esta situación El Castillón se englobaría dentro de un territorio bajo control suevo formando parte de una amplia red de ciudades, castra y castella (Ariño Gil y Díaz, 2014: 185 – 186). Un periodo de inestabilidad, como es el s. V d. C., que precipitaría la huida de las élites locales de las zonas llanas, como en este caso de la cercana Dehesa de Misleo, hacia lugares más escarpados como El Castillón. Un emplazamiento privilegiado que controla el importante paso del río Esla y que le convierte en un punto fundamental para todo tipo de comunicaciones. La élite local tendría la suficiente autoridad para poder organizarse independientemente aunque podría encontrarse supeditada al control suevo. La cultura material recuperada es poco definitoria en este aspecto, dado la variedad de los materiales recuperados y lo complicado de adscribirlos a una cultura u otra, puesto que se trata de materiales presentes en una gran variedad de yacimientos. Uno de los elementos más representativos de los recuperados hasta el momento es una f íbula de bronce, de tipo Vyskov (Imagen 3), de la cual se ha producido otro hallazgo semejante en el yacimiento gallego de A Cidadela (Sobrado dos Monxes, A Coruña), situado en territorio suevo y que son similares a las que se documentan en otros ejemplares coetáneos como los recuperados en Dombovár (Hungría) o Flamincourt (Francia). Sin embargo, no podemos dejarnos llevar solo por este aspecto, dado lo escaso y residual de los hallazgos de este tipo de piezas, de origen centroeuropeo, en la Península Ibérica. Otro aspecto importante a destacar, dejando a un lado la frontera bélica o militar y pensando más en una zona de comunicaciones, es el papel que pudo desem218
peñar un poblado como El Castillón, con un marcado carácter agrícola, ganadero y minero, en una zona de confluencia de dos pueblos, como serían el suevo y el visigodo, muy alejado de los principales núcleos de poder y cómo sería la relación con cada uno de ellos, tanto económica, social, política y comercial.
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Fig. 1. Vista aérea de El Castillón (fotograf ía Jaime Valiente Blasco)
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Fig. 2. Materiales recuperados en El Castillón. Cerámicas del siglo V d. C.: TSHT (1, 2 y 3) y grises estampilladas (4, 5 y 6). Cerámicas del s. VI d. C.: quesera (7) y cerámicas de almacenaje (8, 9, 10 y 11). Cuenta de collar de vidrio (12), hebilla de cinturón de bronce (13), botón de hueso decorado (14), punta de jabalina (15) y osculatorio de bronce (16) 221
Fig. 3. Fíbula de bronce tipo Vyskov (dibujo Patricia Fuentes Melgar)
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Bergidum (Castro Ventosa, El Bierzo, León) Alberto Garín (Universidad Francisco Marroquín) Felipe Asenjo (Universidad Europea de Madrid)
Bergido, el castro prerromano y romano El Castro de la Ventosa, Bergidum, es una plataforma con forma de suela de zapato ubicada en el municipio de Cacabelos, en el Bierzo, León, en el margen oriental del río Cúa1 (Fig. 1). Bergidum es conocido en las fuentes romanas desde comienzos del siglo II d. de C. cuando el historiador Lucio Aneo Floro habla de una batalla, durante las guerras cántabras, en las cercanías de Bergidum (Floro 2000: II, 46-60). Poco después, Ptolomeo, el geógrafo, citará Bergidum dentro del territorio astur (Iglesia 2017). Puede parecer contradictorio que Bergidum aparezca como sitio astur y, a su vez, como lugar de una batalla entre cántabros y romanos, pero recordemos que las Guerras Cántabras se extendieron por las dos vertientes de la cordillera Cantábrica (Rodríguez Colmenero 1972: 56). De ese mismo siglo II, tenemos una inscripción hallada en Tarragona, donde se menciona a Caius Valerius Arabinus, originario de Bergidum Flavium (C. I. L. 2017). Este dato muestra como Bergidum ya había adquirido el carácter de municipium en el tiempo de los Flavios, si bien es cierto que ninguno de estos datos (ni Floro, ni Ptolomeo, ni la inscripción de Arabinus) nos permite identificar dónde se encontraba Bergidum. En realidad, para su ubicación, es el Itinerario de Antonino quien nos ofrece más información, puesto que ubica a Bergidum en la confluencia de la Via Nova, itinerario 18, con las vías 19 y 20 (Blázquez 1892: 84), lo que supone algún lugar sobre el valle del Cúa en la proximidad de Cacabelos (Fig. 2). A partir de aquí se abrió un debate historiográfico sobre la ubicación de Bergidum, topónimo que más tarde dio nombre a la comarca del Bierzo. En principio, se han apostado por dos posibles ubicaciones: el Castro de la Ventosa, junto a la localidad de Pieros, o el pago de la Edrada, ya dentro de Cacabelos. En ambos casos, estamos hablando de dos yacimientos con clara ocupación romana. Si nos atenemos al topónimo Bergidum, parece derivar de la raíz indoerupea Berg o Briga, zona elavada, y el sufijo -dum/-dunum, espacio cercado por una pendiente. De ser así, Castro Ventosa, ese promontorio elevado y rodeado por una (Fig. 3) parece el más acorde (Díaz y Garín 1998: 1125). Además, sabemos que Castro Ventosa estuvo ocupado desde el Bronce Final (Mañanes 1981: 147), habiendo sido construidas sus murallas ya en algún momento de finales del siglo III-principios del siglo IV (Díaz y Garín 1998: 1150). En cuanto a la Edrada, sabemos que contó con una serie de construcciones nuevas a partir del siglo I (Rodríguez González 2003: 76), que aún se mantienen durante el Bajo Imperio Romano. En su momento, ya propusimos que parte de la población de Castro Ventosa pudo haber bajado a la orilla del río Cúa en el siglo I d. de C., estableciendo una mansio, una posada romana, que pudo desarrollarse hasta convertirse en un núcleo mucho más amplio, lo que no impidió que para el siglo III,
1 A 6° 45’ 10» longitud Oeste, 42° 36’ latitud Norte y a 638 metros sobre el nivel del mar.
los habitantes de Castro Ventosa construyeran su muralla (Díaz y Garín 1998: 1127) y la vida urbana permaneciera allí hasta la Edad Media. La población que encontramos viviendo en el Bajo Imperio Romano en Castro Ventosa, por tanto, la que construyó la muralla, parece ser población indígena, relativamente romanizada, como demuestra el uso de la cerámica romana más habitual, sigillata hispánica, rojo pompeyano, pero mezclada con cerámica común local (Díaz - Garín 1999: 94) y, sobre todo, restos óseos que hablan de una dieta local vinculada al mundo ovicaprino y vacuno (Fernández - López 2003: 59). Bien es cierto que la cantidad de materiales estudiados tampoco nos permiten hacer un estudio en profundidad de toda la variedad social que pudo vivir en Bergidum, pero sí nos parece importante señalar ese predominio de indígenas romanizados que fueron los que se enfrentaron a los invasores suevos.
Testimonios de la presencia sueva en Bergidum A comienzos del siglo V, grupos de vándalos asdingos y suevos ocupan el territorio de la antigua provincia romana de la Gallaecia, y, por tanto, la zona de Bergidum. Comienzan así dos siglos de presencia sueva, del que sólo han quedado dos testimonios en Castro Ventosa. Por una lado, un peine de hueso asociado a la cultura Tcherniakhov, datado entre finales del siglo IV y principios del siglo V y asociado con los pueblos godos, hallado durante la limpieza de la muralla de Castro Ventosa en 1987 (Balboa 2003: 133). La presencia de este peine entre los restos localizados al pie de la muralla atestigua el paso de los germanos (no necesariamente godos) por el lugar. El segundo testimonio lo hallamos en el parroquial suevo, un documento de la segunda mitad del siglo VI, donde se cita la organización episcopal del reino suevo, así como las parroquias que forman parte de cada diócesis (García Moreno 2006). Dentro de la diócesis de Astorga, encontramos citada la parroquia de Bergido que aún permanece activa en los tiempos de San Valerio, en el siglo VII (Balboa 2003: 136). Tradicionalmente, ha habido dos teorías sobre la vida en Castro Ventosa en el tiempo de los suevos. La primera, defendida por Tomás Mañanes (1981: 35), consideraba que el castro había sido abandonado tras la invasión de los suevos. Los datos que acabamos de ver parecen contradecir esta postura de Mañanes. La segunda teoría fue la defendida por Gómez-Moreno (1925: 50) quien consideró que los suevos ocuparon el castro y construyeron la muralla. Como vimos, la muralla ya estaba construida desde el siglo III.
Bergidum: de la invasión sueva a la conquista visigoda Llegados a este punto, ¿qué podemos decir de la presencia sueva en Bergidum? Para comienzos del siglo V, Bergidum es un núcleo hispanorromano amurallado dos siglos atrás por donde queda constancia del paso de los pueblos germanos gracias al 223
peine de hueso antes mencionado. Sin embargo, Hidacio no hace ninguna referencia a Bergidum al narrar la invasión sueva (Crónica de Hidacio…). Quizás, es una localidad demasiado pequeña, quizás los suevos no atacaron este lugar. O, sencillamente, Bergidum fue una de esos puntos fortificados donde los hispanorromanos lograron aguantar la invasión sueva y, a partir de ahí, establecieron una relación con los recién llegados donde se alternaban los momentos de saqueo con los periodos de paz (García Moreno 1982: 256). Hemos de pensar que la ubicación de Bergidum era una posición ideal para la explotación del territorio aledaño entre el valle del Cúa y el del Burbia. Que, además, en tiempo de los romanos, no sólo era un cruce de caminos para las vías que venían desde la meseta castellana hacia Galicia, en dirección Este-Oeste. Además, sino que también era un cruce para los caminos que venían desde las explotaciones auríferas tanto las situadas al Sur, las de las Médulas, como las situadas al norte, las de Villabuena y la Leitosa. Sin embargo, desde un punto de vista estratégico, el Castro Ventosa no está al lado del camino. Eso ya lo vieron los romanos al construir la mansio de la Edrada. Es decir, a Bergidum hay que ir, hay que subir al castro. Si sólo era necesario hacer una parada para repostar o pasar la noche, la Edrada resultaba más atractivo. Y eso es lo que a la larga ocurrió, cuando en tiempos medievales, Castro Ventosa fue perdiendo población mientras Cacabelos, situado sobre el camino, la ganaba. Por tanto, Bergidum, para el siglo V, era un lugar relativamente seguro para los propios habitantes de la localidad, pero no era una barrera que impidiera a los suevos cruzar la zona. De modo que, en un primer momento, tal como señalábamos más arriba, Bergidum pudo ser un lugar hispanorromano no totalmente controlado por los líderes suevos. Entramos entonces un periodo de más de un siglo del que no tenemos información de la relación entre hispanorromanos y suevos en torno a Castro Ventosa, hasta que en el parroquial suevo antes citado, Bergidum aparece como una de las parroquias de la diócesis de Astorga. El parroquial está fechado antes del 569 y poco después de la conversión de los suevos al catolicismo (García Moreno 1982: 304). Que Bergidum se mencione en una breve lista de doce parroquias dentro de la diócesis quiere indicarnos que o bien el proceso desurbanizador había sido muy fuerte, o que ahí están las doce parroquias más destacadas del episcopado astorgano. En ambos casos, la mención a Bergidum nos garantiza la pervivencia del lugar, posiblemente sobre el Castro Ventosa, pues sabemos que éste aún sigue poblado para el siglo X (Balboa 2003: 146). No podemos saber con tan escasos datos si la población que allí vive son descendientes directos de los hispanorromanos, o ya se han mezclado con los invasores suevos, ahora bien aceptados tras su conversión al catolicismo. Pero sí podemos señalar como durante el ese largo periodo «oscuro» aproximadamente entre el 450 y el 550, Bergidum, como el resto del territorio donde se asentaron las suevos, pareció vivir bajo un Estado débil, sin nombres de reyes, ni recuentos fiscales, pero que mantuvo la vida urbana y la actividad religiosa, sin esa coerción estatal, hasta el punto de que al reorganizarse la diócesis astorgana sólo hay que recuperar la estructura superviviente del Bajo Imperio Romano, mostrando con ello como los habitantes de Bergidum no necesitaron aparecer en las grandes crónicas para seguir escribiendo su historia.
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Fig. 1. Ubicación de Castro Ventosa
Fig. 2. Vista de Castro Ventosa desde Cacabelos 225
Fig. 3. Porción de la muralla de Castro Ventosa
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III. 2.2. LOS NÚCLEOS URBANOS PRINCIPALES Y LAS AGLOMERACIONES SECUNDARIAS
Lucus augusti en época tardo-romana Enrique González Fernández Servicio Municipal de Arqueología, Lugo
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a condición de ciudad abierta de la que disfrutó Lucus Augusti durante los tres primeros siglos de su existencia, le permitió un próspero y amplio desarrollo a lo largo del espolón casi aplanado, al que delimitan los cursos confluentes de los ríos Miño y Rato, sobre el que se fundó la ciudad entre los años 15-13 de la mano del legado imperial Paulo Fabio Máximo, como parte de un amplio y bien pensado proyecto de urbanización, que el emperador Augusto puso en marcha tras la finalización de las guerras cántabro-astures. La embrionaria ciudad de Lucus Augusti del siglo I de la era fue evolucionando en los siglos siguientes hasta convertirse en una urbe importante, siendo un epicentro de referencia para la administración romana del Alto Imperio, ya que la ciudad, en sí misma, puede ser considerada, según las épocas y las exigencias administrativas, como una simple fundación urbana municipal, como capital del convento jurídico, como centro financiero del extremo noroeste y, episódicamente, incluso cómo posible capital de la ef ímera provincia de Hispania Superior Gallaecia en la primera mitad del siglo III d. C (Rodríguez Colmenero 2011). El urbanismo de su fase alto y bajoimperial es bastante conocido en su conjunto, sobre todo gracias a las numerosas excavaciones arqueológicas realizadas en la ciudad en los últimos años, ya que han permitido un importante avance en el conocimiento de la ciudad romana (González Fernández - Carreño Gascón 1998. VV. AA., 1995. Rodríguez Colmenero 2011). De su etapa altoimperial conocemos bien algunos de los elementos que definen el urbanismo de Lucus Augusti: la implantación de una trama viaria que, aunque parece responder a un trazado ortogonal, no se aplicaría de una forma rígida, la creación ya desde época augustea de un área foral de notable extensión, la construcción de un sistema de abastecimiento y drenaje de aguas capaz de dar respuesta a las demandas derivadas del creciente proceso urbanizador, la presencia de importantes instalaciones termales, tanto al interior como exterior de la ciudad, o la existencia de una topograf ía funeraria que, con la construcción de la muralla, experimentará, al igual que el resto de la ciudad, importantes cambios de orden urbanístico. No ocurre lo mismo con su etapa tardoantigua, ya que el conocimiento que tenemos sobre la misma es parco en resultados, sobre todo en lo que a estructuras habitacionales se refiere, siendo los materiales característicos de esta época los que suplen en parte esta falta de información.
Los siglos iii-iv. La ciudad amurallada En las postrimerías del siglo III d. C., Lucus Augusti, la otrora espléndida y abierta ciudad, a la sazón, la más importante estratégicamente hablando, del Finisterre ibérico, devendrá en una ciudad fortificada y cerrada sobre si misma, motivada por los profundos y trascendentales cambios que se están a producir en el imperio en estas convulsas datas. La construcción de una robusta y monumental muralla de poco más de dos kilómetros de perímetro, introducirá importantes cambios en la fisonomía de la ciudad derivados de la nueva traza impuesta por este bastión defensivo. Su planta, de forma curva, ligeramente rectangular, con esquinas redondeadas y torres a corta distancia unas de otras estaría motivada por la necesidad de adaptarse a la
topograf ía del lugar. La ciudad alto-imperial se había ido extendiendo por el aplanado espinazo que delimitaban a oriente y poniente, las vertientes contrapuestas de los ríos Miño y Rato, laderas ambas a las que correspondían los más acentuados declives, resultando, por ello, más factible articular la defensa de estos dos costados de la urbe. Estas exigencias de orden topográfico suponen una modificación del urbanismo anterior ya que, bien por razones de índole constructiva o por la prioridad dada a su edificación sobre cualquier otra necesidad que tuviese la ciudad, algunos edificios quedaron cortados en su decurso1, dejando de lado amplias zonas edificadas en el sector SO de la urbe y ganando, por lo contrario, una estrecha franja situada a septentrión, antes no incluida en el ámbito urbano. En ese contexto, pues, zonas que durante el Alto Imperio eran necrópolis y ámbitos dedicados a la actividad industrial, sobre todo alfarera, se convirtieron en áreas habitadas tras la construcción de la muralla y, por el contrario, las zonas abandonadas del ámbito suroeste pasaron a ser lugar de enterramiento en algunos de sus sectores. El siglo IV se postula como un período de importantes cambios para la ciudad, motivados fundamentalmente por la construcción del nuevo bastión defensivo. La integración de los nuevos espacios se hace sin grandes estridencias con respecto a la traza anterior, adaptándose, de forma genérica, al esquema alto-imperial, pero sin que por eso dejasen de producirse algunas variaciones en el mismo. Los cambios se producen principalmente en el ámbito de las infraestructuras públicas, con la desaparición o reducción del ancho de algunas calles y su recrecimiento, la anexión de los espacios porticados por parte de las edificaciones privadas y, fundamentalmente, por la construcción de una nueva red de saneamiento en forma de cloacas abovedadas que, ahora si, discurren bajo el eje de los decumanos2. La ejecución de esta obra, con el consiguiente programa de reformas en la red viaria que eso implica3, y en unas fechas tan tardías, cuando paradójicamente la mayoría de los principales colectores de las ciudades están en fase de abandono, denota la vitalidad económica de la ciudad en estos lustros4. A tenor de esto, durante este período, el foro debió de mantener presumiblemente íntegra su planta y actividad, ya que los nuevos colectores parten precisamente del área foral,
1 Tal y como se puede comprobar en la denominada Domus del Mitreo, donde la muralla seccionó parte de una vivienda alto imperial. 2 Los argumentos que apoyan esta cronología tan avanzada para los colectores abovedados, vienen avalados por criterios de orden estratigráfico, ofrecidos por los numerosos tramos de cloaca exhumados en la ciudad (particularmente en el trazado del decumanus maximus), como el hallazgo de una moneda de Constans (341-346) en la zanja de cimentación de la cloaca o la propia construcción de la muralla, que ofrece un poco preciso pero indicativo terminus post quem (la cronología de la muralla se enmarca en unas fechas de finales del siglo III d. C., posterior al 270 d. C) (González Fernández - Carreño Gascón 1998: 1194). 3 Las reformas llevaban aparejadas la remodelación de la red de canales que vertía, desde las viviendas, a los nuevos colectores y la consiguiente repavimentación del viario público. 4 Pese a la asimilación de los nuevos espacios al norte por la muralla, la producción alfarera lucense no decayó, ya que muchos de los hornos mantienen su actividad, tanto en el interior como en los nuevos espacios al exterior del recinto amurallado. Como lo fueron para la época romana, en los siglos tardoantiguos los alfares lucenses van a ser uno de los centros productores más importantes del noroeste y los que van abastecer con sus productos a la práctica totalidad del territorio (Bartolomé Abraira – Fernández Fernández 2015: 74).
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y los viarios de su entorno, son asimismo objeto de nuevas repavimentaciones. De igual modo, esta vitalidad urbana se traduce en las remodelaciones realizadas en las grandes edificaciones privadas o domus de la ciudad, algunas de las cuales, como la «Casa de Océano», se dotan de estancias pavimentadas con mosaicos, pinturas murales y baños privados.
Los siglos V-VI. El ocaso de la ciudad romana El último episodio en el devenir histórico de la urbe romana se produce en el transcurso de la quinta y sexta centurias. Sin embargo, la arqueología apenas nos deja entrever las importantes transformaciones que debió experimentar la ciudad con la paulatina desarticulación de la urbe romana, ya que carecemos de evidencias materiales suficientes para definir la realidad urbana en su fase tardoantigua. El punto de inflexión lo marcaría, con toda seguridad, el período de inestabilidad que sigue a la ocupación de la Gallaecia por los vándalos en el año 411 y que alcanza su cénit con la conquista de la ciudad por los suevos el día de Pascua del año 460, como muy bien nos relata un testimonio excepcional de aquellos acontecimientos, Hydacio de Chaves (Cronich. ccc-viii, xxxi, 199). Sin que debamos deducir por este hecho una destrucción total de la ciudad, lo cierto es que se observa una sensible transformación en lo que a la concepción y funcionalidad del espacio urbano se refiere, con la destrucción de algunos edificios (muchas veces con el objeto de construir otros nuevos con una funcionalidad diferente)5 o la ocupación de los espacios públicos, donde los cambios y transformaciones son evidentes, como la desaparición de las termas públicas (situadas entre la calle Catedral y Armanya), transformadas en un edificio de carácter privado, o la ocupación del cardo maximus, en la zona aledaña al foro de la ciudad, donde el espacio viario es ocupado por una construcción que, aunque de datación imprecisa (tal vez entre los siglos V y VI), podría identificarse con un espacio cultual con el cual cabría relacionar el hallazgo de dos sepulturas aisladas (una de las cuales deparó un enterramiento posiblemente cristiano, por la recuperación de un anillo con el símbolo del crismón)6. Todo ello tal vez en consonancia con el desmantelamiento del propio foro y el consiguiente desplazamiento del centro de la vida política, administrativa y religiosa al ángulo suroeste de la ciudad, aglutinado ahora en torno al núcleo episcopal de la iglesia de Santa María, donde parece ubicarse la primitiva iglesia paleocristiana7. Pese a todas estas transformaciones la ciudad no parece decaer del todo durante la antigüedad tardía, ya que parece mantener un cierto dinamismo, si nos atenemos a los indicios arqueológicos: la continuidad en la producción de los alfares
5 No obstante, los exiguos restos que se conservan de esta etapa, denotan que las construcciones de esta época carecen del cuidado y buena factura de las etapas anteriores. Con frecuencia se emplean, como cimientos en los muros, elementos arquitectónicos reaprovechados de los viejos edificios. 6 En este sentido, Lucus Augusti tampoco será ajena a un fenómeno repetido en la misma época en otras ciudades, pero que pocos siglos antes habría sido inadmisible: la aparición de enterramientos en el recinto amurallado. En el caso lucense se trata de tumbas aisladas que se instalan en los niveles de abandono y colmatación de construcciones y espacios públicos. Se han registrado inhumaciones intra muros, aunque de forma aislada, en los solares excavados de las calles Armanyá, Progreso, Nórias, Reina y plaza de Sto Domingo (VV. AA. 1997: 187-218). 7 De la primitiva iglesia paleocristiana en este lugar apenas sabemos nada debido a la ausencia de excavaciones arqueológicas en el solar ocupado por la catedral. Se ha querido poner en relación con la misma, interpretándola como un posible baptisterio, la denominada piscina de Sta María, decorada con un mosaico del siglo IV, aunque más bien parece identificarse con un balneum de ámbito privado.
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lucenses8 (aunque ciertamente disminuida) y de las importaciones cerámicas (sigillata africana clara D, gris paleocristiana, aquitana, etc.) o la pervivencia de las áreas cementeriales, con la presencia de tumbas de inhumación que pueden prolongarse hasta los siglos VI-vii. En cuánto a la topograf ía religiosa de Lucus Augusti durante este período, apenas contamos con algunos vestigios (algunos elementos marmóreos de columnas atribuibles a los siglos V/VI) que podrían señalar en un lugar intra muros la presencia de una basílica en la ciudad, en las proximidades de la actual catedral de Sta. María. Fuera del recinto amurallado y en el entorno de la ciudad, la identificación de algunas iglesias parece más habitual, tal y como ponen de manifiesto los vestigios arqueológicos de San Roque, Saamasas, San Xiao, Sta Eulalia de Esperante o Santa Eulalia de Bóveda9. Como conclusión cabría decir que, durante la antigüedad tardía, la ciudad de Lugo se mantiene como un importante centro del poder político y religioso, aunque eso si, con un urbanismo sensiblemente disminuido, adaptando su fisionomía a la función que será la predominante desde el siglo IV: la de sede episcopal; constituyendo la catedral y zonas adyacentes el núcleo en torno al cual se aglutinará la población durante la Alta Edad Media.
8 Los alfares de Lugo continúan su producción durante la segunda mitad del siglo VI (Bartolomé Abraira – Fernández Fernández 2015: 100). 9 En San Roque se halló, junto a la necrópolis tardo-romana y de la actual capilla, un relieve con decoración típicamente visigoda. De la actual iglesia de Saamasas, proceden el capitel y las placas de cancel visigodos. En San Xiao se hallaron los restos de una posible edificación y necrópolis atribuible a una capilla u oratorio de los siglos VI o VII. En Santa Eulalia de Esperante, los restos constructivos evidencia la existencia de una primitiva iglesia paleocristiana o visigoda. En Santa Eulalia de Bóveda, parece detectarse asimismo una primitiva etapa paleocristiana, constatada tanto a través de las pinturas, como por los vestigios de inscripciones partidas (Rodríguez Colmenero 2006).
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Fig. 1. Lucus Augusti en época romana y tardoantigua
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Foro
Necrópolis con enterramientos tardorromanos
Decumanus Maximus
Enterramientos aislados tardoantiguos
Cardo Maximus
Hornos cerámicos tardorromanos, s. IV - V d. C.
Perímetro altoimperial
Vestigios de culto cristiano, s. V - VII d. C.
Fig. 2. Enterramientos de época tardorromana
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Fig. 3. Enterramiento intramuros sobre el cardo maximo 234
Braga em época tardo romana e tardo antiga Manuela Martins1 Jorge Ribeiro2 Fernanda Magalhães3 Raquel Martinéz Peñin4 1234
E
m finais do século III Bracara Augusta tornou-se capital da nova província da Gallaecia, criada por Diocleciano, tendo sido dotada de uma poderosa muralha, com torreões, que cercou uma área urbana com cerca de 40 ha, a qual tem vindo a ser identificada em várias escavações realizadas ao longo dos últimos 40 anos (LEMOS et al. 2007). O novo estatuto político da cidade no século IV terá justificado um importante programa de renovação urbana, percetível pela remodelação dos equipamentos de carácter público conhecidos até ao momento e pela generalizada renovação do parque habitacional, com destaque para as domus, o único tipo de casa romana reconhecido até ao momento em Braga (Magalhães, 2010). Ao dinamismo da atividade construtiva parece associar-se uma não menos intensa atividade comercial e artesanal, que assinalam o protagonismo que a cidade assumiu no contexto da Hispânia romana. Enquanto capital provincial, Bracara constituiria no século IV uma cidade atrativa para todos os que procuravam competir pelos altos cargos administrativos do estado romano e a sua permanência na cidade parece bem testemunhada pela sofisticação das domus conhecidas, cujas reformas assinalam um claro aumento de sinais de luxo a atestar o poder e a riqueza dos seus proprietários. As remodelações evidenciadas pelas domus conhecidas traduzem-se no aumento das suas áreas, conseguido pelo avanço dos edif ícios sobre os anteriores pórticos, na generalizada construção de banhos privados e na sofisticação dos programas decorativos que afetaram a renovação de pavimentos e estuques e documentam o pontual uso de mármore (Ribeiro, 2010). O documentado investimento realizado pela aristocracia urbana no capital simbólico das suas casas revela que elas constituíam os principais cenários de autorrepresentação dos diferentes tipos de elites que competiriam numa ordem social mais hierarquizada, emergente na sequência das reformas de Diocleciano. Apesar dos complexos processos políticos e sociais que assinalam o fim do domínio romano na Hispânia e a instalação dos Suevos na região da Gallaecia os dados arqueológicos disponíveis permitem considerar que a florescente cidade do século IV persistiu nos séculos V e VI, tendo-se mantido ocupada na sua maior extensão, definida pelo perímetro da muralha baixo imperial, constatando-se, igualmente, a persistência das importações que garantiam o regular abastecimento da cidade (Fernández, 2011; Quaresma, Morais, 2012; Delgado et al., 2014) e uma intensa atividade artesanal, pelo menos documentada pela produção de vidro e cerâmica (Cruz, 2009; Peñin, Martins, 2016). O registo arqueológico documenta que Braga se manteve durante o domínio suevo como um espaço urbano
1 Professora Catedrática da UMinho; responsável da UAUM e do Projeto Arqueológico de Braga; vice diretora do Centro de Investigação Paisagens, Património e Território (Lab2PT). 2 Bolseiro de pós doc da FCT; investigador do Centro de Investigação Paisagens, Património e Território (Lab2PT); colaborador do Projeto Arqueológico de Braga. 3 Bolseira de doutoramento da FCT; investigadora colaboradora do Centro de Investigação Paisagens, Património e Território (Lab2PT); colaboradora do Projeto Arqueológico de Braga. 4 Professora da Universidade de Léon; colaboradora do Projeto Arqueológico de Braga.
economicamente ativo, bem inserido nos grandes circuitos comerciais que interligavam o Mediterrâneo e o Atlântico e que faziam chegar à cidade vários produtos consumidos por uma clientela com razoável poder de compra. No entanto, muito embora se reconheça a persistência na cidade de uma elite que manteve padrões de consumo semelhantes aos do século anterior, é indiscutível uma mudança nos comportamentos relacionados com a exibição do seu poder e riqueza, que deixa de se expressar no investimento nas suas residências. As domus, tal como as conhecemos no século IV, parecem manter-se ainda ocupadas no século V, registando-se, contudo, a sua paulatina desarticulação como residências unifamiliares e a progressiva adaptação dos seus espaços a novas formas de habitar. Embora dif ícil de precisar em termos cronológicos, o processo de transformação funcional das domus deverá estender-se entre os séculos V e VI, registando um conjunto bem documentado de tendências que apontam para mudanças de natureza sociocultural. Assim, reconhece-se um máximo aproveitamento das estruturas preexistentes em detrimento da nova construção, com reduzido investimento construtivo e uma clara ausência de soluções padronizadas para construir/reconstruir o espaço (Martins et al., 2016). A alteração da estrutura planimétrica das domus configura um novo modelo residencial, onde o peristilo cede lugar ao pátio, que dava acesso a diferentes unidades habitacionais que poderão tender a crescer em altura mais do que em área. A perca de sentido dos espaços de representação, que caracterizavam a habitação de elite no século IV e determinou a reconfiguração da ocupação dos quarteirões, parece assinalar o novo contexto político e social que enquadrará a cidade nos séculos V e VI, globalmente mais favorável a investimentos em novos edif ícios públicos, sejam eles basílicas, ou mosteiros, bem como a novas formas de competição entre as elites que se afirmariam sobretudo através de cargos e poderes ligados à igreja, ou ao poder régio suevo (Fontes, 2015). Os dados arqueológicos disponíveis documentam também que a Braga sueva conheceu algumas alterações topográficas significativas que irão condicionar a futura evolução urbanística da cidade. Na sua origem está o processo de cristianização da área urbana e periurbana, o abandono de anteriores espaços e edif ícios públicos, como aconteceu com o teatro e as termas públicas, bem como a paulatina desafetação de alguns eixos viários, que contribuiu para quebrar a rigorosa ortogonalidade da cidade (Martins et al., 2015). Reconhece-se, por isso, que a evolução urbanística e arquitetónica de Bracara, ao longo da Antiguidade Tardia, parece ser devedora de um conjunto de dinâmicas socioculturais que entrecruzam a cristianização do espaço e da sociedade e o crescente poder dos bispos, bem como a ocupação orgânica de anteriores áreas públicas e o desenvolvimento de novos hábitos de vida e de novas técnicas de construir. Globalmente, podemos considerar que a cidade parece conhecer uma evolução semelhante àquela que pode ser encontrada na generalidade das cidades hispânicas no mesmo período, muito marcada pela cristianização da topografia urbana e pela perca da componente lúdica que caracterizava a cidade romana, em benef ício de um papel predominantemente episcopal e fiscal (Perich i Roca, 2014). Neste contexto, parece dif ícil reconhecer na área urbana de Bracara uma qualquer ‘identidade’ sueva, ou mesmo um qualquer protagonismo associado à sua condição de capital de reino. Pelo contrário, a evolução da 235
cidade parece sobretudo devedora do crescente poder das elites religiosas cristãs, cuja afirmação deixou marcas profundas na cidade e no território, traduzindo-se em importantes investimentos, que se terão concentrado na construção de basílicas e mosteiros, quer intra, quer extramuros (Fontes, 2015). O processo de afirmação do poder eclesiástico está testemunhado na construção da primeira basílica cristã, datada de inícios do século V, que reaproveitou um anterior edif ício romano, cuja localização periférica acabou por condicionar a evolução urbana de Braga nos séculos posteriores (Fontes et al., 1997-98). Ao criar um novo polo político e administrativo, este novo espaço religioso, na origem do complexo episcopal bracarense, reconfigurou a orgânica e a lógica de circulação na área intramuros, condenando a prazo as anteriores áreas nobres da cidade, como o forum, ou a área do teatro, que se viriam a tornar espaços periféricos. Pouco sabemos sobre o complexo episcopal bracarense que se deve ter formalizado em torno da primitiva basílica. No entanto, a evolução urbana da cidade, ao longo da Alta Idade Média, não deixa dúvidas sobre o papel polarizador que o mesmo terá tido na vida urbana, a partir do século V (Martins, Ribeiro, 2013). O crescente poder da igreja bracarense fez-se acompanhar por um surto construtivo de novos edif ícios religiosos, que se vão erguendo ao longo dos principais eixos viários que ligavam a cidade a outros centros urbanos, como acontece em S. Pedro de Maximinos, na área do anfiteatro, em S. Vitor, ou em S. Vicente. Ainda no século VI, e graças à ação de São Martinho de Dume, foram construídos, no sítio da anterior villa de Dume, um mosteiro e uma basílica, podendo o local ter funcionado como sede régia da corte sueva (Fontes, 1995; 2008; 2009). Tendo por base a avaliação conjunta das evidências arqueológicas é possível considerar que a cidade dos séculos V e VI manteve o traçado ortogonal numa extensa área. A persistência do ordenamento urbano herdado da época romana é sobretudo percetível na parte nascente da cidade e muito particularmente no quadrante nordeste, polarizado pela nova centralidade periférica representada pelo complexo episcopal, que terá contribuído para concentrar a população nesse setor da cidade. No entanto, documenta-se também um paulatino avanço da construção sobre os anteriores espaços viários, resultando desse facto o seu estreitamento e, nalguns casos, o seu desaparecimento, facto que determinará, a prazo, a alteração da morfologia dos quarteirões de matriz romana (Martins, Ribeiro, 2013). Apesar de pouco padronizada reconhece-se igualmente uma dinâmica construtiva que se traduz na emergência de novos edificados de carácter habitacional e artesanal, que se erguem, de forma orgânica, em anteriores espaços e edif ícios públicos desafetados, até agora reconhecidos na área do teatro (Martins et al., 2015). Também a continuidade de utilização das necrópoles, onde se documenta a emergência de novos núcleos de inumação, cada vez mais afastados da cidade, constitui um importante referencial da persistência da população urbana ao longo da Antiguidade Tardia (Braga, Martins, 2016). Alguns desses núcleos parecem articular-se com capelas cemiteriais, na origem de pequenos aglomerados populacionais que vão pontuar a paisagem da periferia urbana ao longo da Alta Idade Média (Fontes, 2009). Os dados arqueológicos disponíveis para o século VI parecem refletir o protagonismo político e económico da cidade, num momento de estabilização do reino suevo, que culminou com a sua conversão definitiva ao Cristianismo e a celebração dos concílios bracarenses de 561 e 572. Esse protagonismo pode ter-se diluído a partir da invasão de 585, quando a cidade passou a depender de Toledo (Fontes et al., 2010). No entanto, a arqueologia documenta a continuidade de uma extensa ocupação da cidade ainda no século VII, facto que pode ser explicado pela persistência da sua importância religiosa enquanto sede metropolita. O paulatino abandono dos setores sul e poente da cidade, bem como a progressiva concentração de população no seu quadrante nordeste, constituirá uma tendência irreversível a partir do século VIII, aparentemente decorrente da invasão muçulmana. 236
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Fig. 1. Planta de Bracara no século IV. 2 e 3. Alçado exterior da muralha e alicerce de torreão identificados nas escavações da Rua D. Diogo de Sousa. 4. Restituição 3D da muralha
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4 Fig. 2. Localização da domus de Santiago. 2. Planta dos vestígios do peristilo da domus. 3. Perspetiva da área escavada do peristilo com tanque central. 4. Fragmentos do mosaico que forrava o tanque, com motivos marinhos
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4 Fig. 3. 1. Localização da oficina de vidro da via XVII, datada do século IV. 2. Planta da oficina, com localização dos dois fornos encontrados (1ª fase- século IV, 2ª fase século V). 3. Perspetiva do formo do século IV. 4. Vestígios de vidro para fundição
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A ocupação tardo antiga da área do teatro de Bracara Augusta Manuela Martins1 Jorge Ribeiro2 Raquel Martinéz Peñin3 Fernanda Magalhães4 1234
A
s investigações arqueológicas realizadas na área do teatro romano de Braga, a partir de 2004, permitiram documentar um conjunto de estruturas e níveis de ocupação que podem ser datados entre os séculos V e VII, assinalando a reutilização de algumas áreas do edif ício e respetiva envolvente, posteriormente à sua desafetação como espaço de espetáculos (et al., 2015). Estamos perante uma clara evidência dos complexos processos de alteração urbanística e arquitetónica que afetaram as cidades romanas da Hispânia, no período tardo antigo, associados à diminuição do seu papel político e lúdico e à sua progressiva cristianização, circunstâncias que determinaram a reutilização e reconfiguração dos anteriores espaços e edif ícios públicos, característicos da cidade romana clássica, como sejam foros, termas, teatros e anfiteatros (Kulinowsky, 2004). Em Braga, esse processo de mudança foi apenas reconhecido, até ao momento, no setor poente da cidade romana, mais concretamente na Colina do Alto da Cividade, onde, nos inícios do século II, foi construído um teatro, desafetado no século IV e umas termas públicas, que deixaram de ser utilizadas nos inícios do século V (Martins, 2005). Ambos edif ícios públicos ocupavam uma área privilegiado da cidade romana, situando-se a poente do forum, tendo a sua construção implicado o arrasamento de construções anteriores, datadas do século I e determinado uma profunda transformação urbanística deste setor da cidade, uma vez que exigiu a desafetação de quatro eixos viários (Martins et al., 2013). O fim do ciclo de vida dos dois edif ícios, entre os séculos IV/V, determinou a instalação neste setor da cidade de construções de cariz diverso, que evidenciam novos usos privados de um anterior espaço público e novas práticas construtivas. Por outro lado, a desafetação e parcial desmontagem do teatro, bem como o abandono das termas públicas anexas, converteram este setor monumental da antiga cidade romana numa área periférica, onde paulatinamente se foram fixando construções de carácter residencial e artesanal, que reaproveitaram e parasitaram as anteriores estruturas romanas. Até ao momento foram identificadas neste setor da cidade três unidades construídas com cronologia tardo-antiga (Fig. 1). Uma delas localiza-se no parascaenium norte do teatro (UC1), implantando-se as outras duas (UC2 e UC3) na área situada a nordeste do muro perimetral do edif ício, na plataforma superior norte. Detetadas em 2006, as referidas estruturas têm vindo a ser intervencionadas desde 2012, estando ainda a ser objeto de escavação e estudo mais aprofundado.
Unidade construída 1 (uc1) A área correspondente ao parascaenium norte do teatro foi reutilizada entre os séculos V e VI, tendo sofrido pequenas adaptações que permitiram converter este espaço do edif ício numa área residencial. Para o efeito as paredes norte, oeste e este foram usadas como limites da nova estrutura, tendo sido desmontada uma das fiadas de silhares que compartimentavam o espaço e construídos alguns novos muros. Entre eles cabe destacar aquele que fechou a anterior passagem entre o aditus e o parascaenium, na zona das escadas (Fig. 2.1), bem como os que fecharam os espaços entre os silhares centrais que definiam as alas da basílica norte do teatro. O novo espaço doméstico integrava ainda parte do hyposcaenium do teatro, que foi entulhado para regularização do solo. Outros vestígios atestam uma subida da cota de circulação, tendo sido alterado o último degrau da escada que limitava o piso de terra batida da nova construção e no qual se encontravam integrados elementos dormentes de mós manuais. A nova construção organizava-se em duas áreas contíguas, que abrangiam todo o interior do anterior parascaenium e parte do proscaenium do teatro, sendo de destacar a sua disposição ortogonal, claramente coincidente com a orientação dos muros do edif ício (Fig. 1). Sobre o solo da área 1 foram identificados vários elementos arquitetónicos que supomos originários da frente cénica do teatro, designadamente um grande tambor de fuste, com 0.66 m de diâmetro e uma base ática de coluna, com diâmetro de 0.44 m. Na mesma área foram encontraram também vários fragmentos de grandes dimensões de dolia, o que sugere uma área de armazenamento (Fig. 2.3). A sul da contígua área 2 foram encontrados vários fragmentos de fustes de coluna em derrube, que assentam num nível de demolição que recobria o solo tardo antigo. As características e dimensões destes elementos sugerem a sua original utilização na frente cénica do teatro, parecendo ter sido reaproveitados para sustentar a cobertura de um possível pórtico que daria acesso á área 2 (Fig. 2.2.). Com esta construção articula-se ainda um murete que foi construído sobre a orchaestra, que terá funcionado como muro de contenção e que terá permitido a elevação a cota do solo. As características desta unidade construída sugerem a sua possível utilização habitacional, enquanto os materiais a ela associados documentam que foi ocupada entre os séculos V/VI. Para essa cronologia apontam as cerâmicas contidas no entulhamento do hyposcaenium, datáveis dos inícios do século V, bem como aquelas que procedem do nível que recobre o piso da estrutura que permite considerar o terminus de ocupação da UC1 em finais do século VI (Martins et al., 2015).
Unidade construída 2 (uc2) 1 Professora Catedrática da UMinho; responsável da UAUM e do Projeto Arqueológico de Braga; vice diretora do Centro de Investigação Paisagens, Património e Território (Lab2PT). 2 Bolseiro de pós doc da FCT; investigador do Centro de Investigação Paisagens, Património e Território (Lab2PT); colaborador do Projeto Arqueológico de Braga. 3 Professora da Universidade de Léon; colaboradora do Projeto Arqueológico de Braga. 4 Bolseira de doutoramento da FCT; investigadora colaboradora do Centro de Investigação Paisagens, Património e Território (Lab2PT); colaboradora do Projeto Arqueológico de Braga.
Esta construção localiza-se numa área exterior ao teatro, mas anexa ao muro perimetral do edif ício, que foi arrasado e usado como alicerce da sua parede poente, com a qual se articulam três muros novos que ajudaram a formalizar uma construção de planta trapezoidal (Fig. 1). Assim, ao contrário do que se verifica com a UC1, que manteve os eixos dominantes da scaena do teatro, herdeira do traçado 241
ortogonal anterior, esta estrutura adaptou-se de forma orgânica às pré-existências e à morfologia do terreno, utilizando o xisto como material de construção, presente nos novos muros, que se dispunham a norte, nascente e sul (Fig. 3.1.). Trata-se de muros baixos, com fraca consistência, assentes em terra, com cerca de 0.60 m de altura máxima, constituídos por blocos pétreos irregulares de xisto, unidos com argamassa, que rematavam em grandes silhares graníticos. A ausência de derrubes pétreos, a estrutura dos muros e o espesso nível de argamassa que sobre eles assentava, sugerem que os alçados desta construção devem ter sido construídos com aquele material, devendo ter utilizado igualmente a madeira. Presumimos que a parede poente, constituída pelo muro do teatro e respetivos contrafortes, regularizados à cota dos novos muros, tivesse tido a mesma solução construtiva. As escavações revelaram dois pisos de terra batida, bastante compacta com cerca de 0.30 m de espessura. Por sua vez, a reduzida quantidade de fragmentos de tegulae nos níveis de abandono sugerem que a estrutura seria coberta com materiais perecíveis. Estamos perante uma construção artesanal, com uma área de cerca de 67 m2, que possui um forno, do qual se conservou apenas a sua base circular, com cerca de 2 m de diâmetro, feita de tijoleiras que assentavam num embasamento de pedra de planta quadrangular, com paredes de granito e xisto, sobrelevado cerca de 1 m acima do nível do solo (Fig. 3.3). A cobertura do forno não se conservou, mas deveria ser feita de tijoleiras, revestidas de argamassa de argila, encontrada em depósito sobre o lastro da estrutura, juntamente com abundantes fragmentos de tijolos. A ausência de materiais que elucidem diretamente a utilização do forno torna dif ícil precisar a sua funcionalidade. Tendo em conta os materiais cerâmicos associados à ocupação desta construção é possível datar a sua utilização entre o século V e o século VII (Martins et al., 2015).
Unidade construída 3 (uc3) Esta estrutura, apenas parcialmente escavada, localiza-se a norte da UC2, situando-se numa plataforma mais baixa cerca de 2 m em relação à anterior. Trata-se de uma construção com características similares à UC2, definida por três muretes de baixa altura, que definem dois espaços contíguos com características distintas, que se dispõem no sentido E/O (Fig. 1). Aquele que se dispõe a poente é aparentemente quadrangular, contactando com um outro, de forma mais irregular, cujo limite nascente se adapta à parede de um aqueduto subtérreo, que estaria já desativado quando se construiu a estrutura. As características dos muros, executados com placas de xisto, são semelhantes às descritas para a UC2 e deveriam suportar paredes elaboradas com madeira e argamassa, encontrada em grande quantidade na área escavada. Os pisos da construção eram de terra batida, compactada, tendo sido identificados dois, que definiam distintos níveis de circulação. A funcionalidade do edif ício constitui ainda uma incógnita, podendo eventualmente tratar-se de um espaço residencial situado nas proximidades do edif ício artesanal, identificado como UC2, possuindo a mesma cronologia, tendo em conta os materiais contidos nos níveis associados à sua utilização (Martins et al., 2015). O conjunto das estruturas tardo antigas documentadas até ao momento na área do teatro e respetiva envolvente confirma uma ocupação ininterrupta de Braga entre os séculos V e VII, revelando também um claro processo de apropriação privada de um anterior espaço público, que se associa à emergência de expressões construtivas que usam novas técnicas e materiais de construção. Trata-se de construções com um forte carácter orgânico, que reutilizam anteriores espaços e materiais, adaptando-se livremente às preexistências, características que lhes conferem uma marcada heterogeneidade e diferentes graus de complexidade que podem associar-se à sua desigual funcionalidade. Duas delas revelam evidentes novidades constru242
tivas que decorrem da utilização de embasamentos pétreos feitos de xisto, sobre os quais se desenvolveriam paramentos feitos de argamassa, que de deveriam integrar uma estrutura em madeira. Estamos perante uma técnica construtiva mista, que combina o uso da pedra com outros materiais, reconhecida noutros contextos urbanos e rurais peninsulares na Antiguidade Tardia e na Alta Idade Média (López, 2010; Azkarate, Bustinza, 2012). Por outro lado, a presença destas novas construções de carácter habitacional e artesanal, que se apropriam de anteriores espaços públicos abandonados e parasitam as estruturas parcialmente desmanteladas dos mesmos, na circunstância o teatro e um aqueduto, define uma nova lógica de ocupação e de organização das áreas intramuros, que colhe paralelos noutros contextos urbanos coevos da Hispânia. Embora os dados disponíveis para caracterizar a ocupação tardo antiga da vasta área que se situava a poente do forum se reduzam ainda a um número restrito de novas unidades construídas, julgamos que estamos perante um setor da cidade que conheceu uma intensa ocupação na Antiguidade Tardia, possuindo, por isso, um elevado potencial para compreender os complexos processos que caracterizaram a evolução de Bracara durante os domínios suevo e visigótico. Por outro lado, as novas construções, que evidenciam um carácter residencial e artesanal, mas também um claro vínculo a atividades de subsistência, como a moagem, representada na UC1, parece subentender a instalação no espaço urbano bracarense de novos contingentes populacionais, com uma origem social humilde, os quais poderão ter origem na região, ou mesmo na periferia da cidade, podendo evidenciar um movimento associado a uma maior proteção de um segmento populacional mais desfavorecido, que se teria acolhido dentro da área fortificada nos inícios do século V.
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Fig. 1. Localização das construções tardo antigas da área do teatro
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Fig. 2. 1. Muro que fechou a escada situada entre o aditus e o parascaenium do teatro. Fig. 2.2. Proposta de restituição da UC1
Fig 2.3. Dolium encontrado na área 1
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Fig. 3. 1. Perspetiva da UC2 vista de sul
Fig. 3.2. Perspetiva da base do forno vista de nascente 246
Fig. 3.3. Proposta de restituição da estrutura
Legio (León) y Asturica Augusta (Astorga) en época tardo-romana y tardo-antigua Victorino García Marcos – Arqueólogo Municipal de León Ángeles Sevillano Fuertes – Arqueóloga Municipal de Astorga
Legio Durante el siglo II y primera mitad del III la presencia de la legio VII en su campamento de León está muy bien atestiguada. Sin embargo, a partir de mediados del siglo III las referencias arqueológicas y documentales se hacen muy escasas, llegando a desaparecer totalmente en el último cuarto de esa centuria cualquier tipo de inscripción o marca latericia que aluda a ella. No obstante, la unidad debió seguir establecida en su campamento de León, tal y como confirma la construcción de una nueva muralla reforzada con torres semicirculares y con un perímetro cercano a los 2 km (Fig. 1). En efecto, a finales del siglo III o comienzos del IV se construye un segundo muro adosado a la muralla altoimperial por su cara externa con un aparejo de opus quadratum que se alterna con mampostería cuarcítica, de unos 5,25 m de anchura, con núcleo interno de hormigón. Esta muralla está reforzada con torres semicirculares de 8,25 m de diámetro, dispuestas cada 15 m. La obra total de la muralla, incluyendo el muro altoimperial, presentaba un espesor total de aproximadamente 7 m, a lo que debemos sumar los más de dos metros del terraplén interior, que en parte seguiría todavía en pie en este momento. La altura de la muralla conservada en algunos puntos es de 10 m, aunque los paramentos romanos no se conservan generalmente por encima de los 6 m. Constructivamente, la muralla se erigió sin necesidad de encofrados ya que esta función la desarrolló la cerca altoimperial de opus vittatum, que constituirá su paramento interno. La cara exterior se recrece por hiladas, por lo que también así se hacía innecesario el encofrado de madera. Los lienzos se alzan sobre una primera hilada que se proyecta a modo de zarpa. Respecto a la fábrica de sillares, se aprecia como en un alto porcentaje los bloques proceden de edificios ya amortizados, entre los que abundan los monumentos epigráficos, tanto religiosos, como funerarios. Este hecho no indicaría una especial premura en la construcción, sino un espíritu práctico muy acentuado. Las recientes aproximaciones arqueológicas confirman la cronología tetrárquica de la obra. La erección de semejante obra defensiva se encontraría vinculada a las nuevas funciones asumidas por el ejército en época bajoimperial, ligadas al avituallamiento de los limites germánico y británico, principal cometido asignado a la Diocesis Hispaniarum dentro del nuevo esquema estratégico diseñado por el Estado romano para la pars Occidentalis del Imperio. Hasta hace muy poco tiempo, carecíamos de evidencias que confirmaran una actuación militar directa en la construcción de los circuitos urbanos del norte y noroeste de Hispania, limitándonos a testimonios indirectos. Recientes descubrimientos realizados en León, donde se ha documentado la presencia de nuevas tropas procedentes de la Gallia y Pannonia, tal vez reasignadas a la legio VII gemina o acomodadas temporalmente en su campamento leonés, en un momento que podemos situar a finales del siglo III, proporcionan los primeros indicios directos de la intervención militar en la construcción de recintos amurallados bajoimperiales. Según se desprende de la Notitia Dignitatum (XLII, 1, 25), la legio VII seguiría establecida en sus antiguos castra durante el periodo bajoimperial.
Las profundas transformaciones que experimentan los asentamientos del norte y noroeste peninsulares a partir de mediados del siglo III, se reflejan asimismo en el recinto militar de León y sus vici militares anejos. La construcción de la muralla bajoimperial va asociada a potentes rellenos que determinan la elevación de la cota de circulación. La brusca contracción del registro arqueológico a partir de este momento evidencia un periodo de crisis. La estructura urbanística del recinto durante la Tardía Antigüedad resulta por el momento prácticamente desconocida. No obstante, la magnitud de la obra de la nueva muralla, así como sus rasgos morfológicos y constructivos, típicamente militares, además de los restos de equipo militar bajoimperial documentados en diferentes excavaciones, permiten suponer que la legio VII gemina o, al menos, una parte significativa de la misma, debió de permanecer durante el siglo IV en León. Ya hemos señalado que la documentación arqueológica relativa al periodo tardorromano es muy escasa, si bien en los últimos años se ha dado a conocer una cantidad cada vez mayor de materiales cerámicos adscribibles a momentos tardorromanos y tardoantiguos. Vamos poco a poco conociendo evidencias que hablan de una profunda remodelación urbana coincidiendo con la edificación de la muralla. Los datos relativos a las construcciones de este periodo manifiestan la ruptura con el urbanismo regularizado de la etapa anterior, la desatención de las infraestructuras públicas como la red de cloacas, que se abandona, y la transformación de antiguos edificios militares en espacios domésticos. En este proceso de redefinición y transformación debió tener lugar la integración de la aglomeración civil aneja dentro de la estructura urbana, al difuminarse progresivamente los límites jurídicos y organizativos entre el ámbito militar y el civil, que se integran dentro de una misma realidad. Pero desconocemos como se traduce dicha integración a nivel urbanístico. Los hallazgos más significativos de este momento son las dos necrópolis de inhumación localizadas respectivamente al suroeste y nordeste del recinto murado. La ciudad de León seguiría ocupada durante el periodo tardoantiguo. Sobreviven algunas estructuras como las grandes termas del campamento altoimperial, seguramente desempeñando funciones distintas a su finalidad originaria. Se mantiene en uso la muralla, en la que parecen acometerse obras de refortificación, lo que se confirma con nuevas remodelaciones de la porta principalis sinistra.
Asturica Augusta El panorama de la ciudad romana entre finales del siglo III y el IV se enmarca en el proceso de fortificación que tuvo lugar en la península ibérica; sin duda, la gran obra de este momento es la construcción de la muralla, ya que, tras la planificación e implantación de la ciudad en el siglo I d. C., la erección de esta fortificación es, probablemente, la remodelación urbana más radical experimentada por Asturica (Fig. 2). Su trazado está condicionado por la topograf ía del cerro sobre el que se asentó la ciudad, de planta trapezoidal bastante irregular, con el extremo sur de forma abarquillada. Tiene un perímetro de 2’2 km y abarcaba una superficie de unas 26 hectáreas. Las excavaciones arqueológicas realizadas en diferentes solares urbanos, 247
ponen de manifiesto que la gran muralla delimita un espacio inferior al que ocupaba la ciudad en el Alto Imperio, disponiéndose sobre los escombros de construcciones domésticas abandonadas en los años centrales de la segunda centuria. Desde el punto de vista tipológico, presenta unas características similares a otros ejemplares del Noroeste. Estos rasgos, consisten en un considerable engrosamiento de las cortinas respecto a los muros anteriores, que en el caso que nos ocupa, pasa de 2 m de grosor del recinto altoimperial a más de 5 m, tal y como se documenta también en la ciudad de León, Zaragoza o Barcelona, que sustituyen sus antiguos recintos por otros nuevos. Otra característica, común a los recintos del Noroeste, es la multiplicación del número de torres, que se disponen a cortos intervalos, y que son, mayoritariamente, de planta semicircular. En cuanto a la fábrica, se utilizan paramentos de mampostería sin trabajar, fundamentalmente cuarcita, formando estructuras murarías, interior y exterior, de opus incertum, que sustentan sucesivas tongadas de opus caementicium. En las zonas de mayor visibilidad o prestigio, como es el caso de las puertas, se disponen aparejos de sillares de considerable tamaño, en muchas ocasiones reutilizados de construcciones anteriores; algunas de las piezas presentan restos de ornamentaciones, como es el caso de la Puerta Romana -la única que conocemos contemporánea a la construcción de la muralla- lo que indica la procedencia de uno o varios edificios de importancia. Las transformaciones que han afectado a la muralla en los dos últimos siglos -tanto destrucciones como restauraciones- han propiciado el hallazgo de abundantes ejemplares epigráficos que se habían empleado en su construcción, fundamentalmente lápidas funerarias. Las intervenciones arqueológicas realizadas en la ciudad de Astorga ponen en evidencia un proceso de aterrazamiento que se produce en época bajoimperial en la práctica totalidad de la superficie urbana. Efectivamente, la construcción defensiva actúa como estructura de contención, lo que provoca una sobreelevacion de los niveles de circulación que, a su vez, implica un proceso de remodelación y reparación de los principales ejes viarios. Lógicamente, estas transformaciones afectaron también a algunos edificios, fundamentalmente aquellos que se situaban en las zonas próximas a la construcción defensiva. Asturica, como capital del conventus, sede de las magistraturas y núcleo urbano con importante trascendencia política y administrativa pervive como civitas en el contexto del fin de imperio y se convierte, a partir de la tercera centuria, en sede episcopal junto con Legio. Así parece certificarlo la carta lvii de Cipriano de Cartago, que inaugura la historia del cristianismo en la península ibérica. Los trabajos arqueológicos realizados en el ángulo formado por el atrio de la Catedral y el muro testero de la Iglesia de Santa Marta, sacaron a la luz los restos de un pequeño edificio religioso de características y significado excepcionales, pues se trata del testimonio más antiguo entre las iglesias cristianas de la ciudad de Astorga (Fig. 3). Presenta una peculiar orientación noreste-suroeste, heredera, sin duda, de la implantación y disposición urbanística romana. El edificio consta de dos partes, la nave y una cabecera situada en el extremo noroccidental. El interior de la iglesia se organiza según las necesidades de la Liturgia Hispánica; así, en la nave, una parte se destina a los fieles y la otra al clero (chorus). En la cabecera se sitúa el sanctuarium, donde se celebraba la eucaristía. La iglesia cumplía la función principal de baptisterio, según indica el hallazgo de una piscina bautismal en su interior. Probablemente formaba parte de un complejo mayor relacionado con la Sede Episcopal de Astorica. El templo se levantó, entre los siglos V y VI, sobre un antiguo edificio romano, y estuvo en uso hasta su destrucción violenta por un incendio, después del cual no se reconstruyó. Posteriormente, en este lugar se situó un cementerio relacionado con la catedral románica. 248
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Fig. 1. Lienzo oriental de la muralla bajoimperial de Legio. Foto: V. García.
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Fig. 2. Zanja de cimentación de la muralla bajoimperial de Astorga. Cara interna del lienzo oriental. Foto: M. A. Sevillano
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Fig. 3. Reconstrucción del pequeño edificio religioso excavado en el área nororiental del recinto amurallado Según M. A. Sevillano. Dibujo: I. Diéguez
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La Mérida tardorromana: de capital de la diocesis hispaniarum a sede temporal de la monarquía sueva Pedro Mateos Cruz Instituto de Arqueología de Mérida (csic)
E
s dif ícil señalar las razones por las que Augusta Emerita fue elegida sede de Vicarius Hispaniarum ante la ausencia de datos históricos y arqueológicos que arrojaran luz a este tema. La propia continuidad de su actividad económica, cultural y política sería un elemento fundamental. Las razones históricas y políticas de la elección aún se nos escapan. Arce plantea que dicha elección tuvo que ver con su misma posición geopolítica periférica con respecto al resto de ciudades de la diócesis. Bien comunicada con la Bética, así como con la Tarraconense y la Cartaginense, desplazaba el eje político a una región menos conflictiva y con menos posibilidades de caer en manos de usurpadores y rebeldes como podía ser el caso de Tarraco y Carthago Nova (Arce Martínez 2004: 12). Urbanísticamente en este período se realizan una serie de transformaciones en la ciudad que debemos entender como consecuencia de este nombramiento y del dinamismo que provocaron estos cambios administrativos en la antigua colonia. Tal es el caso de la restauración llevada a cabo en los edificios de ocio y representación ya que ha sido documentada tanto epigráfica como arqueológicamente la renovación de los principales edificios de espectáculos en este momento entre el año 335 -teatro y anfiteatro- y el año 337 -circo-, lo que evidencia una continuidad en su uso. La capitalidad recién estrenada debió provocar numerosas reformas y modificaciones en la estructura urbana. La propia dinámica y las nuevas necesidades urbanas provocaron cambios sustanciales en el tejido urbano de los que, en algunos casos, tenemos constancia arqueológica (Mateos Cruz - Alba Calzado 2000: 145). En cuanto a las viviendas localizadas en la zona intramuros, además de la ampliación hacia la calle documentada en algunas de ellas, también se ha confirmado, en las excavaciones desarrolladas en la zona Arqueológica de Morería, reformas donde se observa que algunos edificios aumentan el espacio de la vivienda en ocasiones con amplios salones absidados y con baños privados (Alba Calzado 1997: 190 y ss.) (Fig. 1). Sin embargo, existen elementos que definen la continuidad de la trama urbana a lo largo de la cuarta centuria como la persistencia de las áreas forenses y de los principales edificios públicos que no verán alterada su estructura arquitectónica y funcional hasta el s. V (Ayerbe Vélez et alii 2009: 800 y ss.). También observamos una continuidad en el recinto amurallado de Augusta Emerita durante este período ya que no se ha documentado ni una sola reforma, ni en su trazado ni en sus características arquitectónicas, a lo largo de esta cuarta centuria. Posiblemente se realizaran refracciones puntuales en su estructura, tanto en sus puertas como en el alzado de los lienzos y las torres que poblaban su recorrido. Pero es en la zona extramuros donde se van a producir los principales cambios urbanísticos en este período. Si bien las áreas funerarias paganas mantienen su extensión en los alrededores de las vías principales de acceso a la ciudad, en esta centuria parecen haber colapsado aumentando su extensión. A este desarrollo de las necrópolis debemos añadir el progresivo abandono de las viviendas suburbanas, así como la aparición de nuevas áreas funerarias, localizadas sobre todo en la zona Sur y en el lado nororiental, ocupando el espacio abandonado de las domus suburbanas documentadas en la zona.
A tenor de los datos ofrecidos por la arqueología urbana, todo parece indicar que a partir de asumir la capitalidad de la Diocesis Hispaniarum, el s. IV en Mérida se caracterizará por una continuidad funcional de las principales estructuras que conforman su urbanismo aunque sujetas a numerosas transformaciones propias del paso del tiempo y a restauraciones, sobre todo en el ámbito público, como consecuencia de la nueva realidad que vive la ciudad en estos años. Paralelamente, a lo largo de la cuarta centuria, van a introducirse de una manera lenta y progresiva diversas manifestaciones que forman parte de un nuevo contexto cultural, el cristianismo que, aunque todavía de una manera minoritaria en este siglo, irá calando en la sociedad emeritense a lo largo del tiempo. Las primeras expresiones de la cultura cristiana durante esta centuria van a convivir con una sociedad profundamente pagana que poco a poco se muestra permeable a nuevas formas culturales que irán surgiendo sobre todo en las principales ciudades de Occidente a partir de las persecuciones de Diocleciano y Maximiano Hercúleo. Este hecho dará origen al nacimiento de nuevos mártires que provocarán los primeros testimonios arquitectónicos del cristianismo en el urbanismo de las ciudades. En Mérida, a pesar de haberse documentado algunos datos de la existencia de una comunidad cristiana a lo largo de los ss. II y III, no será hasta la cuarta centuria cuando aparecerán los primeros vestigios de esta nueva cultura en la topograf ía de la ciudad, coincidiendo con la muerte de la joven Eulalia y el nacimiento de su culto martirial cantado por Prudencio en el Peristephanon. Así se ha documentado en la necrópolis de Sta. Eulalia, un edificio de carácter martirial que se encuentra ocupando el espacio que después será utilizado como el santuario de la basílica paleocristiana (Mateos Cruz 1999). Alrededor de este edificio se van realizando enterramientos de carácter cristiano tanto en el exterior como en el interior de otros mausoleos construidos en torno al edificio martirial, que certifican la existencia a lo largo del s. IV de una comunidad cristiana en la ciudad, cuya presencia se verá reflejada en el urbanismo emeritense a partir de sus ritos funerarios y cultuales en torno a la figura del mártir. Para recrear las características fundamentales del urbanismo de la ciudad emeritense a lo largo del s. V debemos adentrarnos en los datos arqueológicos ofrecidos por las excavaciones realizadas en el yacimiento y en las escasas fuentes históricas de la época, que fundamentalmente se basan en la Chronica de Hydacio y en la presencia de godos y suevos en la ciudad analizadas recientemente por Javier Arce (2011: 491-503). Debemos resaltar la presencia de los suevos en Emerita como consecuencia del intento de expansión hacia el sur de Rechila, que entró en la ciudad en el año 439 con el objetivo de establecer en Mérida su centro de operaciones y el control de la Bética (Ibidem, 499), convirtiendo a la ciudad en la capital temporal de la monarquía sueva. Por 10 años, al menos, la sede del poder suevo no va a ser Bracara sino Emerita desde donde se realizan las incursiones a la Bética, para, entre otras acciones, tomar Hispalis en el año 441 que continuó en manos suevas, al parecer, hasta el año 458 (Díaz Martínez 2000: 405). 253
Cabe preguntarse cómo era la ciudad que se encontró la corte sueva durante el tiempo que la monarquía utilizó la ciudad como sede temporal estable y qué influencia tuvo este proceso en el urbanismo de la ciudad durante la quinta centuria. Una ciudad que pasó de ser capital de la diócesis Hispaniarum a, una vez eliminado el poder romano de Hispania, convertirse en sede regia temporal de la monarquía sueva, alternativa a Bracara. En Mérida, el s. V va a conformar un período de transición urbanística de la ciudad de la cuarta centuria, heredera y continuista del paisaje urbano de época altoimperial a otra realidad distinta, marcada fundamentalmente por el abandono de los principales edificios de carácter público que definían la ciudad clásica y la incorporación definitiva de una nueva cultura, el cristianismo, con nuevos polos de atracción popular. La arqueología ofrece indicios que sugieren efectivamente un cambio en el concepto de ciudad que poco a poco va perdiendo los elementos definidores de la colonia romana, pero que mantiene una actividad propia de una nueva realidad política, social y económica. Así, el teatro en esta centuria estaría ya abandonado a juzgar por las evidencias arqueológicas en las recientes excavaciones realizadas tanto en el hyposcaenium como en la porticus postscaenam (Mateos Cruz - Pizzo 2011: 173-193). Del mismo modo, el anfiteatro ya estaría amortizado a lo largo del s. V perdiendo en primer lugar sus elementos decorativos en mármol, como las placas que forraban el podio de granito que separaba el graderío de la arena. Con el paso del tiempo, a lo largo de época tardoantigua, ambos edificios serían reutilizados como lugar de ámbito doméstico, como está atestiguado con la documentación de diferentes restos de uso privado hallados en los vomitoria del anfiteatro, así como restos de escoria procedentes de fraguas construidas en ese mismo lugar, que han sido documentados en las excavaciones realizadas recientemente. De la misma manera que los edificios de ocio y representación fueron amortizados en esta centuria, tenemos datos que apuntan al abandono paulatino de los principales edificios pertenecientes al foro de la Colonia que, en pleno s. V, habían finalizado un proceso de transformación que indicaba la pérdida de sus funciones originarias (Ayerbe Vélez et alii 2009: 828). Paralelamente se construyeron otros edificios públicos de carácter civil vinculados con la representación oficial de una nueva realidad política surgida tras el abandono de la autoridad romana (Ayerbe Vélez – Mateos Cruz 2015: 179-191). Este proceso de reutilización del espacio tuvo que desarrollarse, a juzgar por los datos arqueológicos referidos, a lo largo de la primera mitad del s. V tras el abandono de estos edificios que pudo iniciarse a finales del s. IV o comienzos de la quinta centuria, coincidiendo con el final del poder administrativo y político romano. Otra de las estructuras protagonistas de la ciudad romana, la muralla, sufre una transformación en su concepción arquitectónica, aunque no en su trazado. En efecto, la cerca muraria que definió el perímetro intramuros de la colonia Augusta Emerita hasta este momento, continúa invariable desde época romana. Ahora, la muralla romana se verá fortalecida por la construcción de un forro exterior realizado con material granítico reutilizado de otros edificios y que se aprecia visible en muchos de los tramos conocidos de la muralla romana (Mateos Cruz – Alba Calzado 2000: 149; Mateos Cruz 2000: 505; 2011: 509; Alba Calzado 2004: 228; 2015: 83-98). Existen numerosos datos de nuevos espacios domésticos originados, por ejemplo, por el abandono de los espacios públicos a partir del s. V. Este es el caso de las viviendas documentadas en el interior del foro provincial (Alba Cruz - Mateos Cruz 2006: 355-380), en el foro de la Colonia (Ayerbe Vélez et alii 2009: 828-831), en el peristilo del teatro o en el anfiteatro (Mateos Cruz - Pizzo 2011: 173-193), por citar algunos ejemplos. En general se trata de viviendas adaptadas a la realidad urbanísti254
ca anterior, de una sola planta y realizadas con material procedente de los edificios previamente abandonados. Paralelamente se produce, a partir de esta centuria, un proceso de fragmentación de las viviendas señoriales romanas que verán sus peristilos convertidos en verdaderos patios de vecinos y las estancias compartidas como residencia de una unidad familiar. Cambia el uso que se hace de los espacios y la forma de ocuparlo y compartimentarlo, provocando la disfuncionalidad de las partes de la antigua casa romana (Alba Calzado 2004: 236). Pero es nuevamente en el área extramuros, donde se percibe más intensamente todos los cambios urbanísticos que se desarrollan en esta centuria. Las áreas funerarias paganas son abandonadas, destruyéndose los edificios y las tumbas que se encuentran en su interior. Por otro lado, se ha documentado en la zona norte de la ciudad una gran área funeraria que en su última fase presentaba 11 enterramientos de inhumación con ajuares y joyas de clara tradición sueva. Las tumbas estaban fechadas, tanto estratigráficamente como por los materiales hallados, entre los primeros años del s. V d. C y mediados de esa misma centuria (Heras Mora - Olmedo Gragera 2007: 390), lo que confirma la implantación en la ciudad de una élite militar de origen suevo en este período (Fig. 2). Desde el s. IV se van extendiendo en la ciudad la creación de áreas funerarias cristianas alrededor del enterramiento de un mártir, como en el caso de el gran área funeraria de Sta. Eulalia. En efecto, estamos ante un proceso de transformaciones urbanísticas que no son más que reflejos de los cambios económicos, culturales, sociales y políticos que se producen en la sociedad en esta quinta centuria y que promueven un nuevo concepto de ciudad, heredera de la urbe romana altoimperial, pero en la que se han eliminado los principales hitos representativos relacionados con el ocio, el gobierno o la religión en paralelo al final de la administración romana. Estos edificios públicos característicos de una determinada arquitectura de poder, son sustituidos por nuevas construcciones realizadas bajo el signo de la cruz, tanto de carácter civil como religioso que, esta vez bajo el poder del obispo, empezaran a protagonizar el urbanismo de las ciudades. Nacen así, a lo largo del s. V, los primeros edificios cristianos litúrgicos que se extenderán por toda la ciudad a lo largo de los siglos. En las zonas extramuros, aglutinando todo el significado cultual de las áreas funerarias presididas, hasta ahora, por un edificio martirial, se construirán basílicas funerarias y martiriales que se convertirán, ya en el s. VI y VII, en verdaderos conjuntos arquitectónicos con una compleja estructura de la que, según las fuentes de la época, formarán parte escuelas, monasterios, hospitales, etc. Es el caso del complejo funerario, monástico y martirial de Sta. Eulalia del que formaba parte también un edificio singular, denominado xenodochium, cuyos restos se han podido identificar dentro del conjunto arquitectónico (Mateos Cruz 1995: 309-316). Del mismo modo, conocemos la existencia en plena época visigoda de otras iglesias localizadas intramuros, situadas en distintos puntos de la ciudad, construidas en función de la disponibilidad de suelo y de las necesidades religiosas. Se trata de edificios de los que no poseemos apenas datos arqueológicos (Fig. 3). En síntesis, contamos con una serie de datos arqueológicos que explican el proceso de transformación urbana que sufre Augusta Emerita durante su evolución desde capital de la Diócesis Hispaniarum a comienzos del s. IV, hasta convertirse, a lo largo del s. V, en sede temporal de la monarquía sueva en Hispania. Se trata de un momento de transición en que las estructuras definitorias de la ciudad romana van a ser poco a poco suprimidas y sustituidas por un nuevo concepto de ciudad relacionada con una renovada realidad política, cultural, económica y social diferente, donde el poder de Roma es suplido por el que ejercen otros pueblos que se asentaran en esta quinta centuria en Emerita. La ciudad no perderá sus funciones como elemento vertebrador de un territorio, aunque evolucionará hacia otras for-
mas de entender tanto el espacio público como el ámbito privado con respecto a la ciudad clásica. Los edificios de ocio y representación, la arquitectura de poder y el resto de estructuras públicas urbanas de época romana perderán progresivamente su función y serán abandonados y sustituidos por una nueva arquitectura donde se manifiesta el dominio de la iglesia a partir de este período.
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Fig. 1. Restos de viviendas documentadas en el Área Arqueológica de Morería
Fig. 2. Ajuar funerario hallado en una de las tumbas del área funeraria de la zona norte
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Fig. 3. Planta de Augusta Emerita en época tardoantigua con indicación de los principales edificios cristianos de la ciudad
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Lamego no tempo dos Suevos Maria do Rosário Morujão (Universidade de Coimbra)
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obre Lamego no tempo dos suevos, o pouco que é possível saber baseia-se em fontes escassas e nem sempre de fácil utilização, que não chegaram até nós em primeira mão, mas em cópias, quase todas manipuladas em épocas posteriores, porque usadas com o intuito de comprovar direitos eclesiásticos sobre determinados territórios. Com efeito, são cópias as actas dos concílios hispânicos a que faremos menção1, e sobre os problemas de autenticidade e a cautela com que devem ser usados o Parochiale suévico e o provincial visigótico, conhecido desde há muito, impropriamente, por Divisio Wambae, já muito foi escrito2, pelo que nos escusamos de nos alongar sobre o tema. Todas as fontes que acabámos de mencionar são de natureza eclesiástica, o que não é de admirar, não só porque foi a Igreja quem melhor conservou o uso da escrita nesses conturbados tempos, mas também dado o importantíssimo papel desempenhado por ela na organização dos reinos bárbaros, em especial no caso dos suevos, cuja identidade religiosa, após a conversão ao catolicismo, foi fundamental para a unidade política do seu território e para a afirmação da sua diferença face aos visigodos. Lamego, situado a sul da grande fronteira natural constituída pelo rio Douro, fazia então parte da antiga província romana da Lusitânia, e era um território ocupado desde, pelo menos, os tempos castrejos. Aí viveriam, aquando da ocupação romana, os Coilarnos3, tendo os castros sido destruídos pelos romanos, e os seus habitantes obrigados a cultivar as terras de vale, onde as villae se multiplicaram4. Uma delas deu origem a Lamecum, que se tornou um centro urbano em pleno crescimento ao longo dos séculos seguintes, graças à sua situação privilegiada junto ao Douro e seus afluentes, e ao facto de se situar no itinerário romano que ligava Braga a Mérida5. Em finais do século IV, teria alcançado o desenvolvimento que lhe permitiria ascender ao estatuto de capital de uma civitas6. Manuel Gonçalves da Costa admite que em começos do século V já ali vivesse uma comunidade cristã suficientemente importante para ser governada por um «presbítero com dignidade episcopal»7. Autores da Época Moderna referem, de facto, quatro nomes de bispos de Lamego para esse século e para a primeira metade do seguinte8; nenhuma dessas
1 Publicadas em Concílios visigóticos e hispano-romanos. Ed. José S. Vives,Tomás Marín Martínez, Gonzalo Martínez Díez. Barcelona-Madrid: CSIC / Instituto Enrique Flórez, 1963. 2 Remetemos, por todos, para David, Pierre – Études historiques sur la Galice et le Portugal du VIe au XIIe siècle. Lisboa-Paris: Livraria Portugália Editora / Les Belles-Lettres, 1947. 3 Sobre esta identificação, ver Vaz, João Inês – Lamego na época romana, capital dos Coilarnos. Lamego: AVDPVD, 2007. 4 Costa, Manuel Gonçalves da – História do bispado e cidade de Lamego. Vol. 1: Idade Média: a mitra e o municipio. Lamego: [s.n.], 1977, p. 45. 5 Sobre o itinerário Emerita-Bracara, ver Mantas, Vasco – As vias romanas da Lusitânia. [Mérida:Museo Nacional de Arte Romano],2012, p. 235-253. 6 Costa, Manuel Gonçalves da – História do bispado… Vol. 1, p. 45-47. 7 Costa, Manuel Gonçalves da – História do bispado… Vol. 1, p. 49. 8 Estes casos são apresentados por Costa, Manuel Gonçalves da – História do bispado… Vol. 1, p. 50-52. Dizem respeito a Tibúrcio, indicado para datas entre 410 e 421, dado como tendo estado presente no 1º concílio de Braga, que apenas se realizou em 561 e não inclui a assinatura de nenhum prelado lamecense. Outro é Severo, que uns referem em 203, data demasiado precoce, otros para 421 ou 432, sem nenhuma abonação. Outro ainda seria Idácio, que teria fugido para norte da ocupação sueva e há quem identifique com o célebre cronista que nos
menções, porém, tem comprovação documental e os estudos mais recentes não as aceitam como autênticas9. A primeira referência segura data apenas da segunda metade do século VI, quando Lamego se encontrava já integrada no reino suevo, fruto da expansão levada a cabo a partir dos anos de 430 para lá dos limites da Galécia10. A maioria dos autores aceita que Sardinário, cuja presença no 2º concílio de Braga, realizado em 572, se encontra certificada pela sua assinatura nas respectivas actas11, foi de facto o primeiro bispo de Lamego, diocese que teria sido criada poucos anos antes. Nada mais sabemos, porém, nem a seu respeito, nem acerca da criação do bispado. Pensa-se que este terá nascido a partir de uma divisão da diocese de Viseu, decerto entre o 1º concílio de Braga, realizado em 561, onde Lamego não esteve representada, e a reunião conciliar de 57212. A criação desta nova diocese e de uma outra com sede na Egitânia integraram-se, decerto, no âmbito da reorganização eclesiástica levada a cabo no reino suevo por S. Martinho de Dume. É no quadro desta mesma reestruturação que deve ser compreendida a participação destes dois novos bispados, assim como dos de Conimbriga e Viseu, em concílios da metrópole bracarense, que pertencia à Galécia e não à província da Lusitânia, na qual os territórios destas dioceses se inseriam, estando, pois, de acordo com a situação herdada do Baixo Império, dependentes da autoridade do bispo de Mérida e não de Braga. Esta organização diocesana, baseada na nova geografia das fronteiras entre os reinos suevo e visigodo, rompia com o passado e fazia coincidir a divisão eclesiástica com a política13. Após a anexação do reino suevo pelos visigodos, em 585, Lamego permaneceu ainda ligada à metrópole bracarense durante mais de meio século, regressando em 653 à dependência emeritana, tal como as outras três, por pedido do bispo de Mérida ao rei Recesvinto14. Durante o período de dominação sueva, a diocese conheceu decerto ainda um outro bispo, Filipe, que terá assistido à transição para a soberania visigoda: o seu nome surge nas actas do 3º concílio de Toledo de 589, estando a sua assinatura numa posição entre os subscritores que aponta para a sua provável nomeação por volta de 58015.
deixou a mais importante fonte a respeito deste povo, o que nenhum elemento permite comprovar. Finalmente, refere-se um Hildarico ou Ilderico, sobre o qual se diz ter estado no 1º concílio de Braga, o que é incorrecto, pela razão acima indicada. 9 Vejam-se, por exemplo, Jorge, Ana Maria – L’épiscopat de Lusitanie pendant l’Antiquité tardive (IIIe-VIIe siècles). Lisboa: Instituto Português de Arqueologia, 2002; Jorge, Ana Maria (dir.) – Episcopológio. In Dicionário de História Religiosa de Portugal. Dir. Carlos Moreira Azevedo. Vol. 2. Rio de Mouro: Círculo de Leitores, 2000, p. 131-146; Soalheiro, João – Lamego. In Dicionário de História Religiosa de Portugal. Dir. Carlos Moreira Azevedo. Vol. P-V. Apêndices. Rio de Mouro: Círculo de Leitores, 2001, p. 419-428. 10 Sobre a evolução política do reino suevo, ver, por todos, a recente obra de Diáz Martínez, Pablo C. – El reino suevo (411-585). Madrid: Akal, 2011. 11 Concílios visigóticos e hispano-romanos…, p. 85. 12 Jorge, Ana Maria – L’épiscopat de Lusitanie…, p. 124. 13 Como diz García Moreno, Luis A. – Historia de España visigoda. [Madrid]:Cátedra,1989, p. 109. 14 Jorge, Ana Maria – L’épiscopat de Lusitanie…, p. 124. 15 Concílios visigóticos e hispano-romanos…, p. 137. Sobre o cálculo do início do episcopado, cf. Costa, Manuel Gonçalves da – História do bispado… Vol. 1, p. 56.
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De acordo com o Parochiale suévico, a diocese de Lamego incluía então seis paróquias, uma situada na sede episcopal, as restantes dispersas no espaço diocesano16. A identificação destas é dif ícil e as propostas já aventadas permanecem controversas. A mais conhecida, com base na toponímia, foi apresentada por Almeida Fernandes na década de 196017; mais recentemente, Jorge de Alarcão lançou novas hipóteses18. Depois de Lamecum, a primeira paróquia referida é Tuentia ou Tuentica, que Almeida Fernandes identifica como Dálvares (freguesia de Dálvares e Tarouca, concelho de Tarouca); tendo em conta a categoria das outras paróquias indicadas, Jorge de Alarcão considera mais provável que corresponda a Cárquere (freguesia do concelho de Resende), antiga capital dos Paesuri19. Para Arauca, que corresponde a Arouca, Almeida Fernandes propôs Roças, freguesia do concelho de Arouca, onde, porém, não existem vestígios romanos, pelo que Alarcão prefere a hipótese de uma outra freguesia do mesmo concelho, Espiunca, visto ali terem sido encontradas diversas inscrições funerárias romanas20. Quanto à paróquia de Cantabriano, supõe Almeida Fernandes que se situaria na freguesia de Pinheiro, no concelho de Castro Daire; Alarcão aponta para dois outros possíveis locais onde existiram villae romanas, visto que o topónimo aponta para uma villa pertencente a um Cantaber: Fundões ou Felgueiras, ambos na freguesia do Sobrado, concelho de Castelo de Paiva21. A grafia da quarta paróquia variam, sendo as variantes mais prováveis Omnia ou Omina; Almeida Fernandes identifica-a com Ónia ou Alto da Ónia, na freguesia do Carregal, concelho de Sernancelhe; na falta de vestígios romanos nessa freguesia, Jorge de Alarcão sugere a própria sede do concelho ou a Quintela da Lapa, outra freguesia nele situada, visto que em ambos os locais foram feitos achados arqueológicos22. Finalmente, Camanios seria, para o primeiro investigador, Camianos, hoje Tamanhos, freguesia do concelho de Trancoso23; para Jorge de Alarcão, deveria corresponder a uma villa que não identifica24. As propostas destes dois investigadores são, como mostra o mapa 1, bastante diferentes, a primeira mais afastada do Douro, avançando para o interior, a segunda (com menos uma paróquia localizada) mais centrada nas cercanias da margem esquerda do Douro e menos concordante com os limites da diocese indicados num outro texto, o tradicionalmente denominado Divisio Wambae. Este provincial visigodo, criticamente datado do século VII25, indica a extensão das diversas dioceses do reino, que se pode admitir não diferirem substancialmente dos existentes no final do reino suevo. Para Lamego, os topónimos referidosos são
16 David, Pierre – Études…, p. 36. 17 Fernandes, A. Almeida – Paróquias suevas e dioceses visigóticas. Arouca: [s.n.], 1977, p. 86-87. 18 Alarcão, Jorge de – As paróquias suévicas do território actualmente portugués. In Religión, lengua y cultura prerromanas de Hispania. Actas del VIII Coloquio Internacional sobre Lenguas y Culturas Prerromanas de la Peninsula Ibérica. Ed. Francisco Villar, María Pilar Fernández Álvarez. Salamanca: Universidad de Salamanca, 2001, p. 29-59. 19 Alarcão, Jorge de – As paróquias..., p. 47. 20 Alarcão, Jorge de – As paróquias..., p. 47-48. 21 Alarcão, Jorge de – As paróquias..., p. 48. Optou-se, nos mapas, por indicar a sede da freguesia, comum às duas hipóteses consideradas. 22 Alarcão, Jorge de – As paróquias..., p. 48-49. Nos mapas, optou-se pela segunda hipótese. 23 O autor indica como pertencendo ao concelho vizinho de Penedono. 24 Alarcão, Jorge de – As paróquias..., p. 49; não propondo nenhuma identificação, o autor apenas considera que não seria a villa do Prazo (freguesia de Freixo de Numão, concelho de Vila Nova de Foz Côa), cuja basílica paleocristã não possui o baptistério necessário a um templo paroquial. Esta paróquia não se encontra, por isso, identificada nos mapas. 25 David, Pierre – Études…, p. 2-6.
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os seguintes: Lameco teneat de Sorta usque Petra, de Tara usque Ortosa26, que Manuel Gonçalves da Costa faz corresponder, respectivamente a Horta27 (freguesia do concelho de Numão), ao ponto de junção entre os actuais bispados de Lamego, Viseu e Porto, a Trancoso (concelho), e à ribeira de Areja (em Pedorido, União das freguesias de Raiva, Pedorido e Paraíso, concelho de Castelo de Paiva). Para Almeida Fernandes, deverá tratar-se de Sorta, que não identifica mas situa entre as nascentes do Paiva e o Távora28, Penajóia (freguesia do concelho de Lamego), Távora (União das Freguesias de Távora e Pereiro, concelho de Tabuaço) e, lendo Artosa em lugar de Ortosa, Arouca29. O mapa 2 mostra ambas as propostas: a sul, não diferem muito, mas a norte divergem substancialmente, e nenhuma abarca integralmente as paróquias indicadas, numa ou noutra das identificações até agora intentadas. A questão da interpretação dos dados toponímicos do paroquial e do provincial mantém-se, pois, em aberto, e só novas descobertas arqueológicas permitirão ir mais além, possibilitando um melhor conhecimento da geografia eclesiástica do reino suevo e, o que sobremaneira importa de momento, da diocese de Lamego nesses tempos.
26 Costa, Manuel Gonçalves da – História do bispado… Vol. 1, p. 54. 27 Costa, Manuel Gonçalves da – História do bispado… Vol. 1, p. 54-55. O autor propõe a leitura «des Orta» em lugar de «de Sorta», aceitando, pois, a proposta anteriormente feita por Albuquerque, José António de Pina Manique e – Paróquias suevas e balizas visigodas na diocese de Lamego. Porto: [s.n.],1962, p. 6-10. 28 No mapa 2 indica-se a nascente do Távora, mais consentâneo com a geografia das sedes de paróquias proposta por este investigador. 29 Fernandes, A. Almeida – Paróquias suevas…, p. 126.
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Conimbriga en época sueva Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid)
Evolución y transformación de una ciuitas romana en la Antigüedad Tardía La evolución y transformación de Conimbriga (Condeixa-a-Velha, Portugal) a lo largo de la Antigüedad Tardía y alta Edad Media, es el resultado de un proceso idéntico al que se documenta en la mayor parte de los núcleos urbanos del Occidente post-romano. Las nuevas concepciones sobre la ciudad post-romana, y fundamentalmente el cambio en la metodología de registro y documentación arqueológica, han permitido evidenciar una diversidad de formas de ocupación, uso, explotación y disfrute del espacio urbano intramuros y de los suburbia (Brogiolo-Gelichi 1998; Brogiolo-Ward Perkins 1999; Cantino-Wathagin 2003; Brogiolo 2011). En efecto, a un tejido urbano clásico uniforme, definido por la ortogonalidad de las insulae a partir de dos ejes centrales estructuradores, el cardo y el decumanus, y con el foro como polo central de articulación y conjunción de toda la actividad ciudadana, le sucede un espacio urbano multipolar y polifucional (Vaquerizo-Garriguet-León 2014; López Quiroga. Esta multipolaridad de la ciudad post-clásica no es sino un reflejo de un cambio profundo, en lo que respecta a los lugares desde donde se ejerce y manifiesta el poder, pasando de la centralidad que caracterizaba a la ciudad romana a la pluralidad que caracteriza a la ciudad medieval (Wickham 2001).
La topografía urbana de conimbriga en la Antigüedad Tardía Aunque se evidencian cambios importantes en diversos sectores de la ciudad tanto intramuros del recinto tardo-romano (domus del ‘mediano absidado’; termas trajaneas, ínsula del ‘vaso fálico’; en todas ellas con presencia de inhumaciones) como extramuros del mismo (domus de la svástica, de los ‘esqueletos’ y la ‘casa dos repuxos’; amortizándose su uso entre los siglos IV y V d. C. por la presencia de enterramientos), durante la tardo-antigüedad (Fig. 1), nos centraremos aquí en dos áreas concretas en las que se documentan transformaciones que permiten visualizar y apreciar la radical transformación de Conimbriga entre los siglos V al VII d. C.: el fórum y dos viviendas intramuros situadas en el sureste de la ciudad (la domus cantaber y la domus tancinus) (Fig. 2). De esta forma, podremos apreciar la magnitud de las transformaciones a partir de un espacio monumental de carácter público y de otros privados que nos ofrecerán una serie de parámetros definidores de lo que fue la Conimbriga post-romana.
La transformación del fórum de conimbriga en una gran área funeraria Es preciso señalar que para el fórum de Conimbriga carecemos de un registro estratigráfico que permita establecer una secuencia cronológica fiable sobre la amortización de ese espacio de uso público y su transformación en un ámbito funerario en pleno centro de la ciudad romana. El origen de esta área funeraria se ha situado, y con razón, en época tardo-antigua, a partir del siglo V d. C., constatándose dos
grupos de inhumaciones que podrían ser cronológicamente diacrónicas y no sincrónicas: por una parte, un conjunto de diez enterramientos (con diversas reutilizaciones) situados entre el lado norte del foro y las escalinatas del templo1; por otra, una serie de ocho sepulturas que amortizan las estructuras del fórum, a las que se añaden otras tres inhumaciones próximas a una canalización a la entrada del propio fórum, y donde se halló un cuño litúrgico de bronce fechado en el siglo VI d. C.2 No disponemos, como hemos señalado, de una secuencia estratigráfica argumentos que permita establecer una cronología para ninguno de los conjuntos funerarios localizados en la zona del fórum. La tipología de las inhumaciones ubicadas en las escalinatas del templo, de sección rectangular construidas con tegulae, (las ubicadas en las escalinatas del templo), podría constituir un elemento indicativo de una mayor antigüedad respecto al otro conjunto de enterramientos situado al sur del fórum (Fig. 3) (De Man 2006). A este conjunto de inhumaciones, se añade la presencia de una serie de materiales, lamentablemente también sin contexto estratigráfico, localizados igualmente en el área del fórum y, concretamente, cierto número de f íbulas fechadas, por su tipología, en los siglos V y VI d. C. (Ponte 1973, 2006; Kazanski 2009; López Quiroga 2005a, 2005b, 2010). Estos materiales evidencian una ocupación tardo-antigua del área correspondiente al fórum de Conimbriga; aunque ignoramos, sin embargo, si estas f íbulas formaban parte, o guardaban algún tipo de relación, con las inhumaciones mencionadas, lo que, de ser el caso, sí nos proporcionaría elementos de datación de mayor calado y significación. Estas f íbulas, sin entrar en las cuestiones de identidad de sus portadores, podrían formar parte tanto de la vestimenta de individuos ‘romanos’ como ‘bárbaros’, aunque también se ha postulado su relación con poblaciones cuado-suevas en un contexto militar, algo que no sería contradictorio con la posible presencia de una guarnición sueva en Conimbriga durante un período de tiempo ciertamente dif ícil de determinar en la segunda mitad del siglo V d. C. (Schulze-Dörrlamm 1986; Kazanski 2009; López Quiroga 2010). La presencia estos dos conjuntos funerarios, y particularmente el ubicado en las escalinatas del templo, ha sido esgrimida como un argumento a favor del mantenimiento del templo como un espacio cultual (¿cristiano y/o pagano?), al respetar la distribución topográfica de las inhumaciones el ámbito dedicado al culto (De Man, 2005). Carecemos de elementos arqueológicos para sustentar la idea de una cristianización del templo del foro en una fecha tan temprana como el siglo IV d. C. Lo que no excluye el hecho evidente de la ‘cristianización’, o al menos la presencia de elementos ligados al proceso de cristianización y la implantación de la liturgia cristiana en Conimbriga como, además de las propias inhumaciones y el cuño de bronce, una lucerna con crismón, en sigillata africana, hallada en los niveles de amortización de la cisterna del forum (Alarcão et al. 1976: 107). Se trate del templo (cristianizado o
1 Enterramientos, entre los que se documentan superposiciones, lo que indicaría una cierta continuación del uso funerario de este lugar. Se trata de sepulturas realizadas mediante coberturas de tegulae y otras con lajas de piedra. La orientación de estas inhumaciones parecería estar en relación con el edificio del templo del fórum. 2 En el momento en que se realizan estos enterramientos, la cisterna del cryptopórtico podría estar ya fuera de uso, incluso en ruinas, aunque no es posible afirmar lo mismo para el edificio del templo.
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no), o del área foral en su conjunto, este sector neurálgico del tejido urbano romano de Conimbriga es objeto de una transformación radical en época tardo-antigua.
El uso polifuncional de la domus cantaber en la Antigüedad Tardía La domus que lleva el nombre de tan ilustre personaje, situada al lado de las murallas tardo-romanas, ha sido objeto de diversas excavaciones, y sucesivas restauraciones, desde principios del siglo XX, evidenciando, ya desde entonces, una clara ocupación post-romana. Significativo de la transformación y cambio en el uso del espacio de la domus cantaber es la presencia de cinco inhumaciones (una de ellas relacionada con dos monedas de Honorio) localizadas en el tanque del peristilo (Correia 1936: 4). En las intervenciones arqueológicas realizadas en los últimos años, se han podido documentar importantes niveles de ocupación tardo-antiguos y alto-medievales vinculados con un uso de tipo habitacional y productivo (Correia 2001; De Man-Soares 2007; De Man 2011). Estos contextos tardo-antiguos localizados en la domus Cantaber evidencian una actividad doméstica, definida por un significativo número de silos y/o fosas conteniendo restos faunísticos (Fig. 4). En este sentido, la vivienda de Cantaber habría sido objeto, ya desde el siglo V d. C., de una transformación estructural importante mediante la configuración de espacios abiertos al exterior, cierre de otros ámbitos de circulación internos, amortización de canalizaciones (fechada por materiales de los siglos V y VI d. C.), compartimentando así el uso del edificio y transformando radicalmente el uso del antiguo peristilo (Correia 2001). Uno de los hornos metalúrgicos documentados en la domus Cantaber amortiza, precisamente, un espacio interno de circulación, al que se asocia un depósito conteniendo, además de cerámica, restos de fauna, cuya datación por radio-carbono fecha estas estructuras en los siglos V y VI d. C.; al igual que toro de los silos localizado en una estancia contigua de la domus, que ofrece una datación de C14 también en los siglos V y VI d. C. Es preciso señalar que un Cantaber, junto con su familia, son mencionados en la crónica de Hidacio en el primero de los ataques suevos a la ciudad en la segunda mitad del siglo V d. C. (circa 465); conociéndose, además, un Cantaber como ‘obispo de Conimbriga’ en el siglo VI d. C. Por tanto, se trata de un individuo relevante que, sin duda, detentaría una posición privilegiada en la Conimbriga de mediados del siglo V d. C., quizás actuando como un defensor ciuitatis, y que habría tenido su continuidad en el siglo VI d. C., siendo ya una de las sedes episcopales mencionadas en el conocido como ‘Parroquial Suevo’.
La configuración de un espacio cultual y un cementerio cristianos en la domus tancinus Contrariamente a lo que venía afirmando la historiograf ía al respecto, las excavaciones efectuadas entre 2004 y 2008 no han evidenciado una secuencia estratigráfica que permita fechar en época tardo-antigua el edificio cultual construido sobre la domus tancinus, la conocida tradicionalmente como ‘basílica paleocristiana’ (Martínez Tejera 2013; López Quiroga-Benito Díez-Catalán Ramos, 2013) (Fig. 5). No albergamos dudas, apoyándonos precisamente en el registro estratigráfico, de la cronología medieval (con un probable origen en época alto-medieval, como se deduce de las dataciones de C14) (De Man-Soares-Martin 2010, 2013) del ámbito cultual cristiano que se configura en este sector de Conimbriga (Martínez Tejera 2013; López Quiroga-Benito Díez-Catalán Ramos, 2013). Además, la articulación del espacio funerario exclusivamente al sur del espacio cultual, es un hecho que la 264
secuencia estratigráfica evidencia con seguridad (López Quiroga-Benito Díez-Catalán Ramos 2013) (Fig. 5). Por tanto, y a falta de datos arqueológicos claros para determinar el momento de construcción del edifico de culto, la secuencia ocupacional del cementerio medieval constituye un indicador, razonablemente consistente, para considerar dicho espacio cultual como originado en época alto-pleno medieval (Benito Díez 2013; López Quiroga-Benito Díez-Catalán Ramos 2013). Otro elemento relacionado con la cristianización de la domus tancinus es el tanque-impluvium situado en el antiguo peristilo, que ha sido interpretado como el ‘baptisterio’ de la denominada ‘basílica paleocristiana’ (Fig. 6a) (Maciel-Campos 1994; Correia 2003; Godoy Fernández 1995, 2004). La presencia de un baptisterio, si se pudiese demostrar, dotaría de una significación muy diferente al área funeraria y cultual de la domus tancinus, pudiendo hablar, en ese caso, de un verdadero complejo cultual cristiano (López Quiroga 2005c, 2010, 2013; Martínez Tejera 2005, 2006a, 2013). Son débiles, no obstante, las evidencias arqueológicas que permiten plantear la transformación del tanque-impluvium de la domus tancinus en un espacio bautismal (Martínez Tejera 2013; López Quiroga-Benito Díez-Catalán Ramos 2013). En su momento, Palol expresó serias y fundamentadas dudas al respecto del ‘baptisterio’ de la domus tancinus, subrayando que no existían paralelos conocidos en el orbe cristiano para una configuración bautismal del tipo de la que se propone para esta construcción (Palol 1967). Las dimensiones de esta estructura y la ausencia de las características escaleras, de entrada y salida (Fig. 6b), como es habitual en los baptisterios de este tipo, son dos argumentos importantes que cuestionan seriamente la interpretación como espacio bautismal para el antiguo tanque/impluvium de la domus tancinus (Martínez Tejera 2013; López Quiroga-Benito Díez-Catalán Ramos 2013). No sería aventurado afirmar que la ocupación tardo-antigua y alto-medieval de la domus tancinus y de la domus cantaber (y no debido únicamente a su proximidad topográfica) formasen parte de un uso y gestión comunes del espacio, en el marco de una polaridad polifuncional, definitoria del proceso de transformación de la estructura urbana post-clásica en Conimbriga (López Quiroga 2013). Los elementos que permiten visualizar estas transformaciones, como parámetros significativos del cambio al que se ve sometida la ciudad a partir del siglo V d. C., se detectan con cierta nitidez en ambas domus: desarticulación del conjunto unitario habitacional de época romana; compartimentación del espacio; polifuncionalidad de los diferentes ambientes; gestión y uso ‘comunal’ de lo sectores productivos, habitacionales, funerarios y cultuales; dispersión, en el marco del conjunto urbano conimbrigense, de los polos de articulación habitacionales, productivos, funerarios y cultuales. Una transformación de la topograf ía y la estructura urbana a partir del siglo V d. C., que no es posible atribuir a los ‘ataques y destrucciones’ causados por los Suevos en los años 465 y 468 d. C., sino que derivan de la propia dinámica evolutiva interna de la Conimbriga tardo-antigua en el marco de la redefinición del nuevo concepto de ciudad y la transformación del paisaje urbano en el Occidente post-romano.
Fig. 1. Imagen aérea de Conimbriga con indicación de los sectores de la ciudad analizados en el texto (© Google Earth)
Fig. 2. Sectores de Conimbriga donde se han documentado importantes niveles de ocupación tardo-antiguos y altomedievales mediante excavación arqueológica, así como dataciones de C14 (datos tomados de: De Man-Soares, 2007 y adaptados por J. López Quiroga)
Fig. 3. Detalle de las inhumaciones correspondientes al área funeraria del foro de Conimbriga (Alarcão-Étienne, 1977)
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Fig. 6a. Planta de la domus tancinus y del edificio cultual construido en su interior en época altomedieval. (© J. López Quiroga - A. M. Martínez Tejera)
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Fig. 4. La domus cantaber durante la Antigüedad tardía y la altaEdad Media. Se indica la ubicación de los tres silos en las estancias 21, 22A y 34 de la domus, con las fechas proporcionadas por las dataciones de C14, así como el área donde se documentaron (en las excavaciones de los años 30) cinco inhumaciones, una de ellas asociada a dos monedas de oro de Honorio (Planta tomada de: Correia, 2010; interpretación: J. López Quiroga)
Fig. 5. Ocupación medieval (cultual y funeraria) documentada en las excavaciones arqueológicas realizadas en la domus tancinus entre 2004 y 2008 (Fotograf ía e interpretación: J. López Quiroga)
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Fig. 6b. Vista cenital del tanque-impluvium de la domus tancinus, tradicionalmente interpretado como baptisterio. (Fotograf ía: Danilo Pavone) 268
Auria en época tardorromana José Mª Eguileta Franco Jefe del Departamento de Arqueología (Ayuntamiento de Ourense)
O
bligatoriamente iniciamos este breve trabajo alertando sobre la parquedad de los datos arqueourbanísticos para reconstruir el Ourense tardorromano. La información existente sobre el aglomerado-ciudad en la Edad Antigua antiguo es muy escasa, especialmente para la transición del mundo galaicorromano al altomedieval. También las corrientes historiográficas emplean conceptos diferentes, básicamente en función de los objetivos de la investigación y de la interpretación procesual de ruptura/continuidad, más o menos matizada, entre el mundo romano y el que se genera a partir de las invasiones y, en mayor medida, a partir de los inicios del s. V con la creación del reino suevo de Gallaecia (409-585 d. C.). Nos encontramos así ante denominaciones como ‘Período Suevo-Visigodo’ vs. ‘Período Prefeudal’, ‘Tardoantigüedad’, ‘Tardorromanidad’ e incluso ‘Germanismo’ (López Quiroga – Rodríguez Lovelle 1996. Rodríguez Resino 2005). Al abordar el asunto de la ciudad romana de Ourense, la idea más honesta es que todavía estamos en fase de teorizarla, no de describirla. En efecto, no es tarea fácil, incluso teniendo en cuenta que desde el inicio del Plan Especial de Reforma Interior del núcleo histórico de Ourense (PERI), aprobado a finales del año 1997, se incrementaron notablemente las intervenciones arqueológicas en la ciudad. Mas también es cierto que a partir de entonces vamos delimitando un espacio urbano donde se localizan restos de asentamiento galaicorromano, bien en forma de construcciones, bien en evidencias de asentamiento destruido por un proceso edificatorio casi ininterrumpido. Como defendíamos en publicaciones anteriores, el aglomerado romano que hasta ahora podemos delimitar, se enmarca en el espacio comprendido entre la plaza de A Madalena, As Burgas y el jardín de O Posío, con posibilidades de prolongarse hacia el sur del último de los lugares citados (Eguileta Franco 2000; 2008; 2012) (Fig. 1). La distribución de los restos sugiere un espacio urbanizado alargado en sentido norte-sur. Su tamaño, aunque de pequeña extensión, superaría la idea tradicional sustentada por la bibliograf ía arqueológica, que lo veía como un reducido caserío nucleado en torno a las fuentes de As Burgas. Hoy esa distribución, que se extendería entre los tres espacios recién citados y con una superficie que podría alcanzar las 9 ha, es nuestro punto de partida para teorizar la ciudad tardorromana. El núcleo romano surgiría en momentos imprecisos de la segunda mitad del s. I d. C., seguramente con el auge romanizador protagonizado por la dinastía flavia. Tal propuesta la basamos en la coincidencia de cronologías de los asentamientos urbanos más antiguos detectados hasta el momento, que coinciden con los tres lugares citados, posible topograf ías urbanas extremas que delimitaban la urbe. Así se deduce de las excavaciones llevadas a cabo en la plaza de A Madalena (Orero Grandal - Espino Domarco 1991) y en el contiguo solar del Museo Arqueológico (Fariña Busto 1994. Xusto Rodríguez - Fariña Busto 2007. Fariña Busto - Fernández Quintela - Xusto Rodríguez 2010. Nieto Muñíz 2014) o en As Burgas, como veremos en párrafos posteriores. Estos espacios representarían respectivamente los límites noreste y noroeste de la ciudad romana. Con respecto a las excavaciones realizadas en el lugar de las surgencias termales, debemos citar la explanada entre la «Burga de Arriba» y la «Burga de Abaixo» (Seara Carballo 1989; 1991; 2010. Fernández Ibáñez - Seara Carballo 1989), la del colegio «Siervas de San José» -las «Josefinas»- (Orero Grandal 1997; 2010) y, finalmente, las incluidas en el proyecto municipal de recuperación
del mismo entorno termal, con intervenciones en «Casa dos Fornos» (Rodríguez Cao 2010a. Rodríguez Cao - Cordero Maañón 2012), «traseras de las calles Vilar y Cervantes» (Cristóbal Rodríguez 2010. Rodríguez Cao - Cordeiro Maañón 2012) y «rúa do Baño nº 6» (Rodríguez Cao - Cordeiro Maañón 2012). El limite urbano provisional por el sur estaría representado por el jardín de O Posio (Orero Grandal 2000; 2010) y su solar contiguo, el patio del IES Otero Pedrayo, más conocido como «Pompeo», excavado por Celso Rodríguez Cao y por el momento no publicado. Desde este punto de partida, veremos que los contextos más tardíos de los asentamientos hasta ahora detectados mantienen una distribución bastante similar, superponiéndose o reformando las estructuras altoimperiales (Fig. 2). La zona de As Burgas, posible límite noroeste de la ciudad romana, también contribuye a reforzar las cronologías tardías de asentamiento romano. En el espacio situado entre las fuentes termales, se detectó la ocupación continuada entre finales del siglo I d. C. y el último tercio del III d. C.. El patio del colegio de las «Josefinas» cuenta con una secuencia ininterrumpida entre el s. II d. C. y mediados del IV d. C. Los sondeos de promoción municipal en este mismo espacio termal apunta en el mismo sentido: las «traseras de las calles Vilar y Cervantes»-»rúa do Baño nº 6», que mostraron la continuidad de los restos exhumados en las «Josefinas», ofrecieron márgenes cronológicos entre entre la segunda mitad siglo I d. C. y mediados del IV, propuesta cronológica muy semejante las del solar de «Casa dos Fornos», concretamente desde la segunda mitad del siglo I d. C. hasta los siglos III/IV. Vemos en consecuencia, que los hallazgos de As Burgas corroboran un asentamiento al menos desde la segunda mitad de s. I d. C. hasta mediados del IV. Como en otras zonas de la ciudad también se constatan tumbas aisladas que pudieran indicar una fase de abandono, en torno o a partir de ese s. IV, aunque no es raro ver en la baja romanidad ejemplos de compartimentación espacial y convivencia de estructuras domésticas y funerarias (Eguileta Franco 2008: 81). El actual Museo Arqueológico Provincial, que junto con la plaza de A Madalena constituiría el límite noreste de la ciudad romana, siendo además los únicos espacios que sobrepasan sobradamente el arroyo de As Burgas, viene a verificar un asentamiento entre los ss. I a V d. C. junto con la presencia de sepulturas de caballete de dif ícil encuadre cronológico, entre los (ss. III a VII d. C.), asociadas con una construcción hexagonal de tradición romana. Hacia el sur de la ciudad, la mayor parte de las estructuras exhumadas en el solar «Pompeo» se corresponden con los siglos III/IV d. C., superponiéndose a un asentamiento inicial seguramente flavio (Eguileta Franco 2000). Algo semejante pudiera ocurrir en el jardín del «Posío», donde se detectaron evidencias para proponer la presencia de un asentamiento que perduraría hasta el s. IV d. C., con posibilidades de extenderse al s. V si tenemos en cuenta la tumba tardorromana de caballete hallada en el mismo lugar (Orero Grandal 2000; 2010). En el interior del perímetro delimitado por estos lugares tan significativos, existen otros solares que parecen indicar el asentamiento en siglos avanzados del mundo romano. Entre ellos, el solar nº 2 de la plaza de Saco y Arce, con una propuesta cronológica entre mediados del siglo II y el IV d. C. (Rodríguez Cao 1999). El solar nº 4 de la misma plaza parece corroborar tal hipótesis, con una ocupación fechada alrededor del s. III d. C. (Álvarez González 2008). Para el solar de la calle Dos de Mayo nº 5, esquina Libertad nº 32, muy próximo al anterior, el director de la intervención 269
propone una ocupación entre mediados de los ss. II y el IV d. C., fecha última deducida de la existencia de dos sepulturas de caballete bajoimperiales (Garcia Valdeiras 2010). El solar de la calle Julio Prieto Nespeira nº 2-4, contiguo del anterior hacia el este y posible punto limítrofe oriental de la ciudad romana, ofreció una cronología que posiblemente llegue hasta los ss. III a V-VI d. C., también con la presencia de un enterramiento tardorromano (Cordeiro Maañón 2010). La intervención llevada a cabo en los solares de las calles Colón nº 18-20 y Cervantes nº 25 («Centro Cívico y Social») ofreció una cronología entre finales del s. I d. C. y los ss. III-IV d. C. (Rodríguez Cao 2010b). En el nº 4 de la plaza de la Imprenta, aunque no aparecieron estructuras arquitectónicas, fue detectada una ocupación que probablemente de extendía entre los ss. II y IV d. C. (Lamas Bértolo 2010). En el solar de la calle Cervantes nº 11 se exhumó una posible domus datada entre finales del s. I d. C. y el s. III, predominando este último (Álvarez González - López González 2010). Finalmente, en el solar de la calle Padre Feijoo, esquina calle García Mosquera, aparecieron fosas de extracción de arcilla con diversos materiales tardorromanos, si bien existe la posibilidad de que éstos procedan de otro lugar (Ferrer Sierra 2010). Otro asunto de interés en la relación de la evolución urbana con la topograf ía. La superposición espacial de las ciudades medieval y romana (Vid. Fig. 2 y Fig. 3) está ocupada, por gran parte del complejo catedralicio, hecho en el que la casualidad, según creemos, nada ha tenido que ver. Allí se sitúa el antiguo palacio episcopal (Museo Arqueológico), la sede restaurada por Ederonio en la Era 1122 (año 1084) tras el saqueo de Abb al Aziz ben Musa en el 716, quizá en el entorno de la primera sede episcopal y de la intervención milagrosa de San Martín de Tours casi 150 años antes, como cuentan el Padre Flórez, el Dean Bedoya o el Cronicón Anónimo. Posiblemente todo el escenario edilicio resultante que hoy vemos haya sido fruto de la progresiva cristianización de la topograf ía urbana en el espacio arqueológico Madalena-Museo, antes quizá un centro de poder romano también urbano, como podría estar indicando el conjunto de materiales constructivos de «prestigio» encontrados en el entorno (Eguileta Franco 2008; 2010; 2015), entre ellos, los capiteles inicialmente datados en la transición entre los siglos IV y V d. C. (Núñez Rodríguez 1976) y hoy considerados de momentos encuadrables entre los ss. III y IV d. C. (Domingo Magaña 2011), centro emplazado de forma casi exclusiva al norte del arroyo de As Burgas, formando siglos después una auténtica «acrópolis episcopal» en esa zona de superposición urbana romana-altomedieval, que se consolidará con la catedral románica y que será el eje y centro de poder del obispo de la sede auriense sobre la ciudad que rige.
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Fig. 1. Probable extensión inicial del Ourense romano
Fig. 2. Contextos romanos a partir del s. III d. C. y ciudad bajomedieval
Fig. 3. Perfil NS de las ciudades romana y medieval 272
El enclave de Tude/Tudae entre el periodo romano y altomedeval Silvia González Soutelo geaat. Universidade de Vigo
Localización Capital del ayuntamiento del mismo nombre, la ciudad de Tui se ubica al sur de la provincia de Pontevedra, a orillas del río Miño que marca la frontera con el vecino país Portugal. Su posición respecto a la costa, su ubicación en plena Depresión Meridiana, y su localización como punto de paso fluvial, ha favorecido que, desde al menos época romana, este enclave cumpliese un papel estratégico en el noroeste Peninsular (Fig. 1). Así, considerado como uno de los aglomerados secundarios romanos más significativos de esta región1, posiblemente fundado muy a finales del s. I a. C. o ya a inicios del s. I d. C. como civitas del populus de los grovii y mansio de la vía romana xix del Itinerario Antonino como lugar de paso del río Miño; actuó también como puerto en el tramo navegable de este río desde el Océano Atlántico a través de la desembocadura, lo que lo convertiría en un punto nodal de los ejes terrestres y fluviales que definirían este territorio, y consecuentemente como espacio de interés político, económico y administrativo del noroeste peninsular. Ese hecho se refleja, tanto documentalmente (a partir de la mención a esta ciudad en distintas fuentes clásicas)2 como por la aparición de abundantes restos arqueológicos y epigráficos de diversa entidad asociados a espacios habitacionales, funcionales y funerarios que aparecen dispersos por amplias áreas de la ciudad y su entorno3. Esa situación estratégica, sumada a la configuración urbanística y al afianzamiento de su función política y administrativa sobre un amplio territorio heredero del populus de los grovii, se verá perpetuada y reforzada con la implantación del cristianismo en este territorio, tras la creación de la sede episcopal tudense durante el s. VI4 (desgajada de la diócesis de Braga), tal y como se recogerá a finales de esa centuria en el parroquiale suevum (572-582 d. C.), instaurando un nuevo periodo en el que el poder eclesiástico ejercerá un papel predominante en la configuración urbana y en el control territorial desarrollado desde esta ciudad.
1 Según la definición y descripción de F. Pérez Losada (2002: 61-87). 2 Ya desde el s. I d. C. aparecen menciones a este asentamiento, bien por parte de autores grecolatinos como Plinio (Nat. IV, 112), Silio Itálico (Punica, iii, 366-367) o Ptolomeo (Geographia, II, 6, 44); bien en las referencias a los ejes viarios establecidos en el Noroeste Peninsular, tanto en las indicaciones presentes en miliarios (EE VIII 209, de cronología augustea; IRG iii 3, de época adrianea), en el Itinerario Antonino (429, 4, 7) o en el Anónimo de Rávena (307, 17). 3 Un breve inventario y descripción de los restos arqueológicos de mayor interés localizados en esta población, puede verse en Pérez Losada 2002; González Soutelo 2007; a falta de una actualización de esos estudios. Afortunadamente, nuevas actuaciones arqueológicas realizadas en los últimos años, han aportado datos novedosos sobre la dispersión y variedad material de este enclave romano (ver bibliograf ía). 4 Si bien se menciona la existencia del obispo Anila, como posible representante tudense, en el Concilio II de Braga de 572 (Flórez, 1767: xxii, 27-29), lo cierto es que el primer obispo reconocido de esta sede (Gardingo) se documenta ya en el iii Concilio de Toledo (589 d. C.). Su aparición como una de las sedes episcopales de la Gallaecia, no deja de incidir en la trascendencia que tuvo el cristianismo en este lugar y la función estratégica, política y económica previa que cumplía la ciudad de Tui, para ocupar tan alta posición frente a otros enclaves, con un amplio territorio de control.
Sin embargo, la interpretación histórica de la ciudad en época tardorromana es ciertamente parcial. Las evidencias arqueológicas previas a ese momento (entre los siglos I-iii d. C.) permiten reconocer dos áreas principales de ocupación en Tui, que se circunscriben, por una parte, al espacio correspondiente al caso histórico de la ciudad y su ámbito inmediato de expansión (en relación con la colina coronada en la actualidad con la sede catedralicia y su apertura hacia el Paseo de la Corredera); y por otra, al área ocupada por la iglesia de S. Bartolomé de Rebordáns y espacio próximo de Santa Eufemia, donde las evidencias materiales son, quizás, de mayor representatividad (epigraf ía monumental, amplitud de ocupación, trazado viario) posiblemente en relación al puerto fluvial del río Louro, al tramo vinculado con el trazado de la vía xix en dirección norte (¿área de mansio viaria?), y al posible ramal viario secundario que circularía paralelo al río Miño. Su evolución ocupacional, si nos centramos en época tardorromana o tardoantigua, muestra una clara reocupación del asentamiento previo con muy diversas finalidades. Así, en el primero de los núcleos indicados se aprecia la sucesión de estructuras, en las que se documenta, tanto la continuación de aquellas áreas de carácter habitacional o con funciones administrativas y comerciales (como así se ha podido documentar, por ejemplo, en las calles Tide y Bispo Lago. Prieto Robles 2009a; 2009b; Prieto Robles - Perles Fontao 2010); como la ocupación de espacios habitados que ahora pasan a ser áreas de necrópolis, como posiblemente se documenta en el caso del atrio de la Catedral (Martínez González et alii, 19775), o en el solar del Casino Vello ya en pleno paseo de la Corredera (Prieto Robles - Perles Fontao 2008). En el ámbito de S. Bartolomé y de Santa Eufemia, se aprecia, a nivel arqueológico, una realidad estratigráfica similar a la que encontramos en el ámbito del casco histórico y su entorno, ya que frente al amplio registro arqueológico constatado en toda esta área en siglos anteriores, se aprecia, ya a partir del siglo IV d. C., una progresiva reducción del espacio habitacional y la proliferación de áreas de enterramiento de diversa entidad. Así, bajo la iglesia románica de S. Bartolomé de Rebordáns, se registra una necrópolis de amplia cronología superpuesta a las estructuras romanas (Chamoso Lamas y Filgueira Valverde, 1976; Pérez Losada, 2002: 77) que quizás habría que relacionar con los indicios de un primitivo monasterio que podría haber actuado como sede principal del poder episcopal al menos hasta la posterior carta de traslado de la ciudad a la colina que hoy en día ocupa la catedral (s. XII) 6 (Fig. 2). En el área de Santa Eufemia, concretamente en la calle Loureiros, se excavó en 1993 otra necrópolis tardorromana (datada entre los ss. IV-vii. Acuña Piñeiro et al., 1999) superpuesta a espacios habitacionales de cronología tardía, en un área caracterizada por testimonios de artesanado (Vilaseco Vázquez 2003). O de forma ya puntual (por lo escaso de la información disponible), también en la zona de Ricamonde y en la subida al lugar del Ángel.
5 Con un breve actuación arqueológica posterior en la necrópolis por parte de la empresa de arqueología Anta de Moura en el año 2004, que salió publicada en la prensa (Vázquez Pita 2004), y que fue datada en este caso, entre los siglos VI-XIII. 6 Espacio que ha sido objeto de una nueva intervención en 2016, pendiente de publicación. Algunas noticias de prensa sobre esa actuación puede verse, por ejemplo, en La Voz de Galicia 07/09/2016, ed. Vigo, L6.
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Sin embargo, a partir del siglo IV, se registran también dos nuevas áreas de ocupación. En primer lugar, en un punto intermedio entre la colina de Tui y el área de S. Bartolomé de Rebordáns, se documenta en el área ajardinada de la iglesia de Sto. Domingo, otra necrópolis de tipología similar a la anteriormente mencionada de S. Bartolomé, en donde se superponen diversas fases cronológicas (Llana Rodríguez et alii, 1995). La correspondiente al nivel arqueológico iii fue datada entre época tardorromana y altomedieval, y a su vez estos enterramientos se asentarían sobre otra necrópolis más temprana (s. IV d. C.), con tumbas realizadas con diverso material, posiblemente vinculadas a la original capilla de S. Juan de Porto que existió en este lugar hasta el s. XV (Perles Fontao 2006: 20), relacionada con el principal puerto de la ciudad7 y con el paso del Camino Real –posible trazado viario anterior- que vinculaba el casco histórico de Tui con el lugar de Sta. Eufemia y S. Bartolomé de Rebordáns-. El otro ámbito ocupacional que se registra ya en este periodo más tardío, aparece registrado en la zona de Monte Real, Pazos de Reis, en un área situada en posición más septentrional respecto al núcleo tudense. En efecto, en la ciudad de Tui se documentará una dicotomía representativa, ya que junto al poder eclesiástico que, como hemos visto, se registra en esta población ya desde mediados del s. VI, también existen testimonios del poder monárquico, que evidencian el afianzamiento de la relevancia estratégica de esta población en época sueva y visigoda. En primer lugar, este enclave se asocia a la posible residencia de alguno de los monarcas visigodos (Witiza principalmente, a quien se atribuye haber vivido en Tui durante algunos años de su reinado8), en función de la posible pervivencia del topónimo y las descripciones de diversos autores, así como por los restos puntuales de materiales constructivos en este lugar (Flórez 1767: xxii, 6; Ávila y la Cueva 1852: 75-76), junto a un anillo gemado considerado visigodo localizado en las proximidades (Bouza Brey 1946) A esa interpretación se une el hecho de que se constate la existencia de una ceca sueva y visigoda en el enclave Tude, que no deja de ser un elemento fuertemente representativo de la importancia alcanzada por esta población9. Así, del s. V, encontramos referencias a numismas del periodo suevo10, con la leyenda «latina munita Tude»; y ya en época visigoda, en el periodo comprendido entre finales del s. VI y todo el s. VII, trientes de oro con indicación del monarca bajo el cual se emiten (Recaredo, Witerico, Suintila, Chindasvinto, Recesvinto, Exica y Witiza)11, manteniendo en todos los casos la referencia al topónimo de la ceca Tude. Por último, probablemente vinculado a este periodo de transición y de cambios políticos, habría que indicar también otra área de interés dentro del municipio como es la fortaleza existente en la cima del Monte Aloia o Alto de S. Julián12, ya que si bien no ha sido posible datar con precisión las estructuras allí descubiertas, no sería descabellado apuntar a una ocupación puntual (como lugar de refugio) de la población próxima hacia el s. V d. C., en un periodo de incertidumbre social, política y económica suscitada por la llegada de poblaciones foráneas a este ámbito del noroeste, tal y como sugería ya en el s. xix, Ávila y la Cueva (1852: 61-63).
7 Como así aparece bien documentado ya en época medieval (Iglesias Almeida, 1988: 61). 8 Flórez 1767: xxii, 6; Ávila y la Cueva 1852: 70–74. 9 Sobre ese aspecto se centra el estudio de Bartlett 2005, quien apunta que el numerario recuperado y estudiado, muestra que la población de Tui representaba una de las cecas más dinámicas y de mayor calidad, solo comparable con la existente en la capital de la diócesis, Bracara Augusta. 10 Cecas de este periodo solo identificadas en la ciudad de Lugo, Ourense y Tui (Pita Fernández 1999). 11 Parcialmente estudiadas, entre otros, por Canto García et alii. 2002; Bartlett 2005. 12 Con un resumen sobre los datos conocidos de este conjunto, en Garrido Rodríguez 1987; González Soutelo 2007.
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